4/30/2021

el llanto interior


Horacio González sostiene en este artículo que el llorar para adentro se puede convertir hoy en un eslabón fundamental del ejercicio de la política en el espacio público nacional. ¿No quieren voltear un gobierno democrático con los artificios más repudiables? Hay que situarse entonces en el punto de reflexión activa y de acción reflexiva que excavando más hondo, pueda refutar tanta trapacería. En este momento de perspicacia íntima, en esa hondura temblorosa y preocupada, ahí sí, hay política, y la hay tal vez como el comienzo de una madura acción resistente.


Por Horacio González*

(para La Tecl@ Eñe)



Desde que encumbrados filósofos escribieron en las últimas décadas libros titulados “políticas de la amistad”, “políticas de la hospitalidad”, “políticas de la sensualidad” o “políticas de la memoria”, muchos comenzamos a mirar con mayor cuidado la palabra política. Porque también hay políticas del cuidado. ¿Qué deberíamos decir sobre ello? Solo los quisquillosos -si acaso fuéramos uno de los de esa vasta legión-, se asombrarían por el uso inteligente de esta combinación de vocablos. No amistad, sino “políticas de la amistad”. Hay aquí sensibilidad e inteligibilidad. Lo sensible de la amistad con lo inteligible de lo político. Nos encontraríamos así con una mediación, un segmento anterior a la amistad espontánea y pura. Sería la reflexión que la anticipa, la aloja en la circunspección y la memoria. Así, a lo sutilmente íntimo, se lo hace exquisitamente público.

El resultado de esta política está imbricado en una nota de pudor o de recaudo ético para situar todo lo que hacemos. Nos reclama la voluntad de poner una atención superior, dejar una apostilla delicada de interés general en lo que experimentamos como posibilidades vitales propias. Si vamos a exponer un aspecto de nuestro yo público, hagámoslo con estilos éticos, poéticos o filosóficos. Si declaramos amistad, no hacerlo como un prestamista, un apostador o un carrerista, sino por un cauto placer que nunca se parecerá a un “toma y daca”. Sino que se da por sentado que es algo -lo amistoso, lo hospitalario-, que tiene la ligereza, pero también la profundidad de un regalo meditado, fruto de un espontáneo análisis previo. Es una “política”. Sin alharaca. Lo dado como memoria o sensibilidad, se instala así con su peso etéreo en nuestra conciencia. Nada es preciso decir, nada es preciso señalar. Por el contrario, lo ocurrido -ese dar, ese dirigirse a uno o a otro en la conversación-, son hechos que se instalan en el tiempo ajeno al contrato o al ritual consagrado. Política, sí, pero como suaves persuasiones, como “formas de vida”. Creamos así un tiempo demorado y acaso irreal. Arruinaríamos todo, si luego dijéramos “no sé cómo agradecerte” o “no olvidaré jamás tu gesto”. Claro, no está mal decirlo. Pero si la cosa viene “de profundis”, no es necesario. Oponemos entonces un silencio significativo al silencio apático.

Ahora bien, se escucha mucho decir que tal cosa o tal otra “es política”. ¡Pero para desmerecerla! Así como la filosofía tomó la política para decir que con ella se produce amistad, libertad, solidaridad, cuidado, memoria, fraternidad, la política misma suele decir, en boca de los mismos políticos, que la política puede ser eximida, acusada o declararla fuera de lugar. “Usted me corre con tal o cual cosa, está haciendo política”. Un político se queja así de otro político. Alguno de ellos estaría presentado lo particular como propio de un interés general. ¿Pero cómo un político que es refutado por otro lo va a cuestionar diciendo que “hace política? Inexplicable obviedad. Al revés, notoriamente en las formas más invisibles y veladas de intromisión en nuestras vidas, cuando el ser político irrumpe en nuestra cotidianeidad, se suele festejarlo exclamando: “todo lo personal es político”. Con lo desafiante que esto implica. Pues es difícil expresar que es un hecho político si llego tarde a una cita privada, salvo que sea un gesto intencionado para no realizar un tipo de acto como firmar convenios sobre el Río Paraná, letales para el país. “Llegar tarde” sería un modo de omitir la firma, un hecho político envuelto en una irrisoria cotidianeidad, pero de fuerte interés para la nación.

Es que, en el nivel de lo trágico, lo personal y lo político encuentran su punto común. Shakespeare es el héroe de esta frase sobre lo personal que es político. La carta de Fray Lorenzo no llega a tiempo y Romeo cree que Julieta está muerta. A pesar de estos complicados entrelazamientos, presentar los asuntos colectivos al nivel de la conversación sobre un salamín o una mayonesa, lo íntimo politizado, es un recurso que está en la lista mayor de los placeres del neoliberalismo. En verdad es una aceitosa suspensión de lo político ante la vida cotidiana tal cual ella es. Se convierte la vida pública en infinitos gestos subrepticios traducidos a la “llaneza del hogar”. Lo mediato se hace estallar ante lo inmediato. Se confunde lo político con el neoliberalismo en tanto fingida simpleza de nuestras vidas. Con la conversación cotidiana, con afeitarse frente al espejo, con poder incorporar una nueva “app” que nos presenta 64 finales diferentes de un video-film para “que tú elijas el que más desees”.

Si este tipo de libertad se asimila a la libre disponibilidad de finales, esto es, a una pseudo elección ya prefabricada que misteriosas organizaciones ponen a cuenta de mi libre albedrío, ¿cómo no va a estar haciendo política Macri, si de su boca emanan palabras diarias, sacadas del manantial infinito del cancherismo nacional, del “ganador” astuto con un fraseo bañado por aceite Cocinero? No uno de mayor calidad, sino uno rústico que recuerden todas las “damas de antaño”, uno de los posibles nichos publicitarios. Si es que así se dice. Festejamos entonces el chorro de grasa cotidiana que nos impregna, tan imperceptiblemente viscoso como el hollín diario de las ciudades. Si conocemos este personaje hasta con lagañas en los ojos, recién despertado tanteando su celular entre las sábanas. Es política y si no nos gusta esta imagen, podemos escoger otras tantas desde nuestro control remoto. ¡Sesenta y cuatro podemos elegir! Se pulveriza así el mundo en nuestra distraída vida cotidiana. Se hace la fusión de la conversación pública con la pringosa cotidianeidad. Esta negación de la política, es política ¡cómo no! Son políticas del “desperezarse”, políticas del “tantear el celular entre sábanas arrugadas”.






Ante esta desgracia, ¿cómo podrían ser ahora los pasos necesarios, imprescindibles hacia la reposición del ser político? ¿Lograr, por parte de un político más reflexivo, más acongojado, más preocupado por las vigas poderosas que atenazan toda decisión, que se vuelva sobre ellas para poder pensarlas? Quizás pesarosamente, o tal vez con la melancolía del arrepentido. Pero que no puede disculparse a cada momento, en cada paso, si los juzga errados. ¿Quién le cree a uno que pide perdón cuatro o cinco veces por día? Dichas estas palabras -afirmar, desdecirse, disculparse-, es preciso formular la pegunta. ¿Qué es el ser político? No es lo que encontramos cada vez que se nos dice que nuestra vida domiciliaria es política -simpática generalización que olvida las infinitas particularidades que brindan las vidas en su oscura intimidad- o al contrario, cuando un funcionario que se ve atacado por una obcecada oposición y entonces se justifica diciendo “es que lo que están haciendo es política”. ¡No! Hay que desarmar esa idea de política encubierta, como si fuera una charla en el pet-shop. Porque es política al máximo, fabricada con escorias inverosímiles del lenguaje. Reconozcamos enseguida la maniobra. Lo “falso personal” es lo político. Y lo “falso político” es lo personal. Hasta no hace poco lo llamaban “couching”. ¿Dónde vas? ¡A tomar un couching sobre turismo político, estudiamos los Viajes de Sarmiento!

No es que tomar un helado sea político. Pero se lo puede sorber “políticamente”, por medio de escenografías y violentaciones vulgares de palabras e imágenes. Debemos descubrir esos resortes ocultos del neoliberalismo antes de acusarlos de “hacer política”. Podemos reírnos de quien dice que “la Sputnik es veneno” o que “le damos Malvinas como garantía de la Pfizer”, pero estos desatinos son una forma salival e intramuscular, un cartílago siniestro de la política. Además, alertan sobre una horrible verdad: las Malvinas son ya, ahora, de la Pfizer. Eslabones más o menos, ya las tienen. Un escupitajo insolente y ocasional, tiene en este caso un cúmulo histórico de capas de politicidad tan elocuentes, que como dice el tango, dan ganas de balearse en un rincón.

Si un político es atacado con arbitrios insustentables, la respuesta no puede ser etiquetar de “político” a ese ataque, si se tratase, sin más, de desmerecerlo. ¡Si es allí cuando más se está haciendo política, pero de “otro modo” que hay que develar! ¡Es en ese lugar cuanto más se necesita una respuesta que también sea política, una política de serena superioridad que desmantele con agudeza la política del gargajo! La política no es meramente un hacer, como si la política no fuera desde ya y siempre, inherente al ser. No es una pauta protocolizada, ajena a los planos entrecruzados de una conciencia perpleja que está entre la voluntad ejecutiva y la duda evaluativa. ¿Qué conviene hacer y ser en cada momento? Esa conveniencia es compleja, porque allí lo político es la historia misma que transcurre en un vertiginoso presente. Necesariamente hay política. No necesariamente se la “hace”, aun cuando se la cree hacer.

Actuar por conveniencia debe ser lo más parecido posible a actuar por convicción. Nudo problemático. ¿Cómo se resuelve? Arriesgo cómo: sabiendo que siempre habrá una fisura entre convicción y conveniencia. Ese territorio ambiguo, esa tierra de nadie de la política, debe ser el motivo fundamental de la reflexión, precisamente política. Porque se piensa siempre sobre lo no estipulado, lo no protocolizado, lo azaroso. El político que se resigna a no explicar, descansando en la facilidad de que “todo es político” o al revés, que eso que parece trivial, o íntimo, es también… ¡polítco!, chau, ahí la convicción se rindió ante la conveniencia, y no viceversa. Cede sus posibilidades a una mala comprensión de lo que antaño se denominaba táctica y estrategia. Estas nobles expresiones que presidieron muchos años el pensamiento militar y el pensamiento revolucionario, hoy están al borde de justificar la mera astucia. Porque si el valor fundamental, la “estrategia”, ya lo conozco por entero, podría hacer cualquier tipo de excepciones a mi favor. No son así las cosas. Aunque no por eso me deba eximir de “calcular” por mí mismo, las decisiones necesarias ante lo que ven mis ojos y presume mi imaginación.

Esta época es de llanto. Pero sería una grave confusión, si una suerte de ansiedad incontenida nos llevase a proclamas que para paliar el sufrimiento, solo se consiga hacerlo en forma de lágrimas que brotan. Teólogos avanzados, como Karl Barth, establecen una delicada dialéctica entre Dios y la personalidad. Cuando ésta desea, puede no encontrar, y cuando encuentra, puede no estar preparada. O puede no estar deseando. Una conocida baguala argentina, Doña Ubenza, dice “estoy llorando pá dentro y me río pá afuera”. Llorar para adentro se puede convertir hoy en un eslabón fundamental del ejercicio de la política en el espacio público nacional. ¿No quieren voltear un gobierno democrático con los artificios más repudiables? Hay que situarse entonces en el punto de reflexión activa y acción reflexiva más hondo, para refutar tanta trapacería. Debe haber una épica en eso. No se trata de que surjan héroes que nos digan con adecuada estridencia cómo dirigirnos a la refutación de los necios, los truchimanes, los anticiencia, los irracionales. Nada de eso. Conozco muchas personas que encuentran su profunda lucidez llorando “pá dentro”. En este momento de perspicacia íntima, ahí sí, hay política. La hay porque surge del comienzo de las cosas, que no son los lloros -tan justificados ellos-, sino el momento en que muerdo los labios, junto a tantos y tantos otros, para en ese pequeño dolor que me inflijo a mí mismo, comience la madura acción resistente.

Pequeñitas cosas de aspecto intrascendente pueden suscitar un llanto interior. Este vale como una intensa y húmeda risa reparadora. Puede ser cuando un seco informe de una azafata en la pista del aeropuerto diga que han llegado más vacunas, puede ser un locutor de televisión que pone entre paréntesis su jerga teledirigida, para ponerse a hablar repentinamente al margen del tiempo artificioso del “piso”. Algo se derrumba en él o en ella, para hacer vibrar un lamento. Que apenas imperceptible, se hace por un minuto fugaz, inesperadamente sincero. Cada profesión tiene sus etiquetas y pompas ceremoniales. Porque las profesiones siempre tienen que ver con la vida o con la muerte -pruébese de encontrar una que no ¿chocolatero? ¿reparador de computadoras? No, en ellas hay también una secreta finitud que no impide el jolgorio, la satisfacción del deber, el cumplimiento gozoso. Pero nos equivocaríamos si esa milésima de segundo del llanto interior, mordiendo lo labios, no se nos cruza como un destello necesario. Si eso ocurre, no es necesario abandonar un lenguaje ritual o profesional. Todos percibimos esa quebradura contenida que marcha por dentro, con sus banderas y redoblantes. No es una nueva ética ni un nuevo descubrimiento filosófico. “Políticas del llanto”. No, no, tampoco. Es ver esta época con ansiedad callada, existir al borde del abismo y que el ingenio nos valga. Cuando meditamos sobre nosotros, tienen que estar presente los desvalidos de materia y de espíritu, porque de una o de ambas cosas, también estamos hechos nosotros. En lo que estoy diciendo no hay “políticas de la militancia”. Solo militancia. Las llamas aún no están apagadas. Estoy llorando pá dentro.


*Sociólogo, ensayista y escritor. Ex Director de la Biblioteca Nacional.

No hay comentarios.: