(aportes para el CES)
Daniel García Delgado
Director del Área Estado y Políticas Públicas (FLACSO-Argentina)
http://politicaspublicas.flacso.org.ar/2021/03/04/la-insercion-de-argentina-en-el-mundo/
Dentro de los 5 ejes temáticos inscriptos para el trabajo de acuerdos de mediano plazo propuestos por el reciente Consejo Económico y Social – (1) Comunidad del Cuidado y Seguridad Alimentaria; (2) Educación y Trabajos del Futuro; (3) Productividad con cohesión social; (4) Ecología Integral y Desarrollo Sustentable, y (5) Democracia Innovadora-, parece también importante incorporar el eje geopolítico. Es decir, ¿cómo se inserta Argentina al mundo, tanto en sus alianzas, como opciones estratégicas? Porque la opción de “abrirse al mundo” de M. Macri, prueba lo desastroso que puede ser tanto una macroeconomía neoliberal, un endeudamiento desastroso, como una política internacional de alineamiento estricto a EEUU. Como señala el Presidente Fernández en su último discurso en el Congreso: “Nuestro país ya conoce lo que es estar endeudado. Conoce lo que nos costó ´ser parte del primer mundo´. Conoce también qué fue el ´blindaje´ y qué fue el ´megacanje´. En todos los casos aparecen los mismos actores que se repiten con el correr de los años. En todos los casos, los mismos privilegiados que medran con la crisis. En todos los casos las mismas víctimas, argentinas y argentinos expulsados a la marginalidad de la miseria.”[1] De allí la necesidad de incorporar en el CES, dentro de los acuerdos de mediano y largo plazo que se buscan forjar en búsqueda de un proyecto de unidad nacional, una reflexión sobre las transformaciones geopolíticas mundiales que se observan y nos permitan discernir hacia dónde va el mundo y, en todo caso, hacia dónde queremos ir.
a)El cambio de relaciones de fuerzas a nivel global. La reciente asunción de Biden reemplazando a Trump avivó el interés acerca de cuál sería el posicionamiento internacional de los demócratas luego de cuatro años republicanos, del desarme del multilateralismo, del acuerdo ambiental de París, del acuerdo nuclear de Irán, los de libre comercio interoceánicos -tanto hacia el Pacífico como del Atlántico-, y por último, convertir a América latina en una suerte de ‘patio trasero’ vía low fare.
Por un lado, Manuel Ocampo señaló que “El mundo le ha dado la bienvenida a la de Biden y a su promesa de volver a colocar el compromiso diplomático con la comunidad internacional en el centro de la política exterior de Estados Unidos. Al movilizar a los gobiernos a crear las condiciones para una recuperación económica global equitativa y ambientalmente sustentable, su liderazgo puede fomentar cambios transformadores”. [2] Pero por otro lado, el Pte. Biden pareciera querer volver al armado internacional de la época de Obama, donde los EEUU todavía mantenían la pretensión de ser el líder de la globalización.
Sin embargo, Estados Unidos, queriendo volver tanto al programa multilateral de Obama, como a la idea de supremacía y liderazgo, como si el gobierno de Trump hubiera sido solo un paréntesis ocasional, se encuentra con que el mundo ha cambiado: Irán no negocia el acuerdo nuclear si antes EEUU no elimina las previas sanciones impuestas por Trump; la UE no está dispuesta a un Atlantismo que elimine el gasoducto P2, que pasa por debajo del Mar Báltico desde Rusia a Alemania, y cuando China ya es el principal socio comercial de la UE y uno de los pocos países que en medio de la recesión global está creciendo. A su vez, el Acuerdo Transpacífico de libre comercio que promovió EEUU en su momento con Japón, Vietnam, Corea del Sur, Australia y Filipinas, entre otros, para aislar a China, ya lo ha realizado China y con los mismos países pero ahora sin los Estados Unidos. No resulta fácil tampoco volver a la política de bombardeos en Medio Oriente con la presencia de Rusia, la desoccidentalización de Turquía, y su aliado del bloque de poder, el gobierno de los Emiratos Árabes Unidos practica una intensa política militarista y de intervención en conflictos de otros países como Yemen y Libia, para lo que cuenta incluso con la contratación de compañías de mercenarios de Estados Unidos. [3] Asimismo, la Federación Rusa no parece sentirse muy amenazada por las sanciones diplomáticas anunciadas por la UE y EEUU en razón de política interna de Rusia sobre el disidente político Alexey Nalvani.
Para un analista como Jefreey Sachs, el enfoque de Biden es equivocado en el sentido que debería buscar, si va al multilateralismo, más la cooperación que la amenaza o la confrontación, y no solo considerar a la UE como aliada, que solo implica un 12 % de la humanidad.[4] Biden afirma que el mundo está envuelto en una gran batalla ideológica entre la democracia y la autocracia: “Estamos en un punto de inflexión entre quienes sostienen que, considerando todos los desafíos que enfrentamos —desde la cuarta revolución industrial hasta la pandemia mundial— la autocracia es la mejor forma de avanzar […] y quienes entienden que la democracia es fundamental […] para superar esos desafíos”. Dada esta supuesta batalla ideológica entre la democracia y la autocracia, Biden declaró que «debemos prepararnos juntos para una competencia estratégica a largo plazo con China» y agregó que esta competencia es “bienvenida, porque creo en el sistema mundial que Europa y Estados Unidos, junto con nuestros aliados en la región de Asia-Pacífico, se esforzaron tan duramente para construir durante los últimos 70 años”.
Para Sachs, “Es posible que EE. UU. perciba que forma parte de una lucha ideológica a largo plazo con China, pero esa sensación no es mutua. La insistencia de los conservadores estadounidenses en que China desea dominar el mundo logró sustentar un consenso bipartidista en Washington. Pero la meta china no es ni demostrar que la autocracia es superior a la democracia, ni ´erosionar la seguridad y la prosperidad estadounidenses´, como al menos señala el discurso del presidente chino Xi Jinping en el Foro Económico Mundial en enero de 2021. Xi no habló allí de las ventajas de la autocracia ni del fracaso de la democracia o la gran lucha entre los sistemas políticos. Transmitió, por el contrario, un mensaje basado en el multilateralismo para solucionar los desafíos globales e identificó ´cuatro grandes tareas´”. [5]Esa misma perspectiva de preferencia por la cooperación vs. la confrontación, de una multilateralidad progresiva vs. hegemonía es compartida por muchos países en desarrollo que rehúyen una contraposición ideológica de este nivel y su inclusión en la misma, y proponen la cooperación frente a los graves problemas que enfrenta la situación mundial (medio ambiente; covid; riesgo nuclear, desigualdad creciente).
b) Un nuevo eje progresista en América Latina. Lo cierto es que la situación tampoco es ya la misma para nuestra región poscovid. Por un lado, la crisis recesiva pegó muy fuerte y según la Cepal el comercio exterior en América Latina tuvo el año pasado su peor momento desde la crisis de 2008, con una caída del 13%. Por otro lado, las exportaciones intrarregionales bajaron un 24%. La integración y rearticulación de nuestra región, parece recorrer ahora nuevos ejes de integración para revertir esta situación, pero, en todo caso, distintos a los que predominaran en las primeras dos décadas del siglo que favorecieron al Mercosur y con la Unasur, y luego a los países de la Alianza del Pacifico como modelos exitosos de apertura económica. Asimismo, Bolsonaro perdió el lugar estratégico y simbólico que Trump le había asignado en la disputa con los modelos nacionales-populares en América Latina. Por otra parte, se observa una renovación del ciclo progresista en Bolivia y Argentina y el posible desenlace electoral en Ecuador. Además, a través de discursos e iniciativas se observa México con AMLO ahora mirado hacia al sur, y que Argentina lo hace hacia el norte hacia la CELAC. Es decir, frente a una América Latina fragmentada, el rol negativo de la OEA en la región y en Venezuela por la presión de EEUU, o el desastre pandémico de Bolsonaro, donde poco a poco Brasil se va aislando del mundo, emerge un renovado espíritu de integración latinoamericana que incluye ahora a México como actor político estratégico.
En ese sentido, Alberto Fernández estrechó el vínculo con el gobierno de México buscando una mayor integración regional a través de proyectos conjuntos, el relanzamiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y el Grupo de Puebla como ejes políticos. Alberto Fernández y Andrés Manuel López Obrador tienen una visión estratégica común respecto de la necesidad de una verdadera integración regional de América Latina y el Caribe, el acceso equitativo a las vacunas, las críticas a la Organización de Estados Americanos (OEA) comandada por Luis Almagro, e incluso de la cooperación espacial a través de una Agencia Latinoamericana y Caribeña del Espacio (ALCE) [6] .
También, en el plano internacional, los derechos humanos volvieron a ser política de Estado. El país, de acuerdo al Presidente, está en una política fraterna hacia el Estado Plurinacional de Bolivia, donde no se reconoció al régimen ilegal surgido de un golpe de Estado contra Evo Morales. Asimismo, se propuso en las cumbres del G-20 un Pacto de Solidaridad Global y el establecimiento de un Fondo Humanitario para hacer frente al impacto del coronavirus. Sobre todo, frente a una geopolítica de la vacuna que tiende a reproducir un mundo desigual, de fuerte concentración de estas en los países del norte desarrollado y el poder de los grandes laboratorios y su negación a modificar ley de patentes o considerar las vacunas como bienes globales.
c) El nuevo pragmatismo y la defensa de la soberanía. Lo cierto es que desde el nuevo enfoque gubernamental de Argentina se necesita aunar voluntades para comprender que ningún país se salvará solo de la pandemia. Construir relaciones serias también con las grandes potencias y bloques, como los Estados Unidos, China, Rusia, Medio Oriente y la Unión Europea. Consolidar un idealismo realista y un pragmatismo que no olvida los valores.
Tampoco hay complacencia del gobierno del Frente de Todos sobre el tema Malvinas y soberanía sobre el Atlántico Sur y la Antártida, como sí la hubo durante el gobierno anterior con Gran Bretaña. La actual política establece una continuidad con la política previa de que Argentina es el país que mayor presencia ininterrumpida tiene en la Antártida y el que más bases posee. Con la ampliación de la Plataforma Continental, resultado de otra verdadera política de Estado llevada adelante durante más de 20 años, dejamos en evidencia la real extensión de la soberanía argentina en el Atlántico Sur y ahora podemos ser más estrictos en la persecución de la pesca ilegal. Con la recuperación del proyecto Pampa Azul y una mejora de la defensa naval forman parte de una necesaria y permanente lucha por la soberanía en el Atlántico Sur. Pero no solo sobre el Atlántico sur,[7] sino también ahora sobre los ríos, sobre la Hidrovía -cuyo contrato debe renovarse en abril- también abre otra dimensión de la soberanía que fuera subrogada por la privatización que permitía puertos privados, y exportaciones trianguladas a los puertos de Paraguay y de Nueva Palmira y Montevideo en Uruguay. La Argentina debe recuperar las dimensiones de soberanía conculcadas durante esos 4 años también en lo financiero, en el endeudamiento con el FMI, en el combate a la elusión y a la regresividad impositiva, y comenzar a construir otro bloque social que permita acuerdos de mediano y largo plazo sobre un país más productivo, con mayor mercado interno y, a la vez, exportaciones con mayor valor agregado.
Una amenaza político-cultural
De este modo vemos que la geopolítica de la pospandemia nos muestra que en poco tiempo el mundo ha cambiado y que la pretensión de hegemonía norteamericana -que mantuvo desde la caída del muro hasta el 2008 y Trump- será muy difícil de reconstituir en un mundo que ahora es multipolar, multilateral y donde parte del poder blando estadounidense se ha debilitado. Eso, no obstante, requerirá un esfuerzo de los distintos actores no solo de los estados sino de las sociedades civiles por mantener un mundo en paz y con acuerdos multilaterales que respondan a los grandes problemas de la humanidad: vacuna para todos; el cuidado de la casa común; menores asimetrías y cooperación para el desarrollo; y modificaciones de la arquitectura financiera internacional sobre paraísos fiscales y la fiscalización impositiva del capitalismo de plataformas. [8] [9]
No obstante, no estamos solo frente un problema económico, comercial o tecnológico, sino también ante otro crecientemente político cultural, frente a una derecha de posiciones conservadoras extremas es un ruidoso fenómeno global con implicancias políticas y mediáticas en Argentina.[10] Por un lado, cuando los poderes fácticos, la oposición y los medios vía infodemia, trolls, control de parte del Poder Judicial, tienen una capacidad inmensa para generar coaliciones en favor de la generación, la xenofobia, misoginia, de proponer armas libres o críticas a las políticas de género. Una derecha que ha aprendido a explotar las armas de las nuevas tecnologías y adopta un espíritu de rebeldía, un novedoso discurso anti-establishment, y captura de las calles, todo eso hasta hace poco reservado a la izquierda o sectores populares.[11] El neoliberalismo da un giro de 180 grados, de la despolitización previa -que fomentaba la figura del homo economicus que intentaba desplazar al homo políticus previo y donde los aspectos individualistas, meritocráticos desmovilizatorios y antipolíticos eran resaltados- el giro actual lo hace hacia una politización de los ‘banderazos’, movimientos anti-vacunas, el negacionismo, contra la ciencia y la tecnología y al ampliar la grieta. No es fácil transitar este momento hacia una visión progresiva y democrática, y porque también hay que superar los dilemas que enfrentan en la región y diversas partes del mundo los sectores de izquierda, progresistas o populares para generar alianzas electorales y de gobierno amplias, que trasciendan sus constituciones iniciales y que puedan acordar la reconstitución de un demos en sociedades fragmentadas y con violencia social y unificarlas por un agonismo claro contra las políticas neoliberales y la desigualdad.
Por todo ello, la Argentina y el CES requieren contar con análisis de los nuevos escenarios, desde un pensamiento estratégico y de mediano plazo. Los desafíos de la humanidad en la pos-pandemia son muchos, con tensiones cruzadas, tanto por los que surgen de la competitividad o ‘guerra fría’ presente entre los dos principales actores mundiales, como por el cambio climático, la cuarta revolución industrial, la sociedad digital, el teletrabajo, que pueden hacer más evidente la brecha digital y solo podrá ser cerrada por políticas fuertes de inclusión digital vía un Estado presente. Se requiere un análisis estratégico que fomente acuerdos y un rumbo para un país con mayor autonomía, igualdad y unidad o, en todo caso, lo contrario de la inserción en el mundo intentada por Macri y que busca reproducir la actual oposición de Juntos por el Cambio.
[1] Pte. Alberto Fernández, Discurso inaugural de las sesiones legislativas del 1-02.21
[2] “An Open Letter to Joe Biden on International Corporate Taxation”; José Antonio Ocampo, Joseph E. Stiglitz, and Jayati Ghosh urge the US president to support reforms intended to compel multinationals to pay their fair share. Manuel Ocampo, cita.
[3] Eva Thebaud, “Sueños de potencia de un pequeño país, Emiratos Arabes Unidos y la industria armamentística”, Le Monde Diplomatique, op. Cit, pag. 16
[4] “Why the US Should Pursue Cooperation with China” Feb 25, 2021 Jeffrey D. Sachs
[5] Sachs, op. Cit.
[6] Argentina y México proponen un nuevo eje progresista en América Latina y el Caribe. 27 de febrero, 2021 | 00.05
[7] Pablo Esteban, “El campo azul. Un viaje por la geopolítica del Mar Argentino”, Capital Intelectual Buenos Aires, 2021
[8] “Reimagining the Platform Economy” Feb 5, 2021 Mariana Mazzucato , Rainer Kattel, Tim O’Reilly, Josh Entsminger
[9] Esteban Magnani, “Cuando Frankenstein desafió a su amo”, Le monde diplomatique op. Cit. Pag. 20
[10] El poder de la derecha cultural, Le Monde Diplomatique, marzo, 2021
[11] Pablo Stefani, señala en “Disfraces para la reacción”, que “Las diversas formaciones de extrema derecha que pululan en el mundo configuran un magma confuso y contradictorio. Pero sus “novedades” no logran diluir algunos vínculos esenciales con el viejo fascismo. Su lucha “contra el sistema “encarna las aspiraciones de una revolución reaccionaria que sabe servirse de frustraciones populares auténticas, Le Monde Diplomatique, op. Cit., pag. 4.
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