La tanática performance del 27F en Plaza de Mayo tuvo la virtud de darle forma a una idea que necesita ser discutida y para ello sustraída al silencio que la sostiene a modo de premisa. La idea formulada por la performance, que se articuló con significaciones latentes en el colectivo social, impuso la noción de causalidad unívoca y directa entre sobrevida y vacunación; una ilusión, un error conceptual, una relación causa efecto que no existe de ninguna manera relevante. Se trata entonces, de aseverar que las vacunaciones en aluvión que tuvieron lugar no se pensaron a sí mismas como clandestinas ni inmorales, no obstante lo cual dieron oportunidad a la deriva expiatoria del sufrimiento colectivo. Las derechas no dejaron pasar la oportunidad.
Por Alejandro Kaufman*
(para La Tecl@ Eñe)
La tanática performance del 27F en Plaza de Mayo tuvo la virtud de darle forma a una idea que necesita ser discutida y para ello sustraída al silencio que la sostiene a modo de premisa. Muchas reacciones frente a la performance tomaron nota de lo más ostensible que tuvo, que fue su componente de amenaza presente y profanación de la memoria. Ese componente se comprende sin dificultad por la firma de la performance, lo cual exime de mayores explicaciones en principio. Los autores de la performance, sin embargo, aclararon su mensaje, la escenificación de los cadáveres no manifestaba su intención de causar daño a nadie sino, por el contrario, dicen, denunciaba el daño causado por las personas vacunadas a quienes no habrían podido ser vacunadas en su lugar. Lo que hizo esa performance fue plasmar creencias, síntomas, incertidumbres colectivas sobre las relaciones entre acontecimientos, acciones y decenas de miles de muertes que nuestra sociedad carga sobre su conciencia. Las cargamos sobre la conciencia porque sabemos cómo evitar contagios y muertes, sabemos que hay otras sociedades que lo hicieron sin vacunas y antes de ellas, y deberíamos saber mucho más sobre las vacunas en lugar de confundirlas con salvavidas en un naufragio en el que habrían sido quitados a unas víctimas para dárselas a otras con el consiguiente saldo luctuoso. La performance expresa un sentimiento colectivo que fue por lo que se produjo el escándalo a partir del relato de Horacio Verbitsky. Ese sentimiento colectivo es confuso, es un padecimiento, contiene un estado de suspensión respecto de padecimientos expresados, y era previsible, desde hace ya mucho tiempo, que esas cargas libidinales estaban dispuestas como placas tectónicas para descerrajar un sismo mayor en cualquier momento. Encontraron su oportunidad en una ocasión de máxima ansiedad. Justo cuando se vislumbra la salida de la calamidad es cuando se produce la avalancha letal, al salir del letargo de la miseria de la que la vacuna nos promete salvación. No fue ajena a esta constelación algo que no sabemos si fue un error pero sí constituyó una precondición de la avalancha: haber anunciado la llegada de millones de vacunas, dar lugar a un estado de expectativa y enseguida haberla disipado por todas las dificultades conocidas y explicadas. Esta razón por sí sola había colocado al ministro Ginés en posición de fusible a la espera de su salida, sin perjuicio del desgaste de un año de pandemia.
La idea formulada por la performance que se articuló con significaciones latentes en el colectivo social impuso la noción de causalidad unívoca y directa entre sobrevida y vacunación; una ilusión, un error conceptual, una relación causa efecto que no existe de ninguna manera relevante. Si las defensas y argumentaciones presentadas en relación con el escándalo tienen dificultades en sostenerse es porque no atacan el punto decisivo: haberse adelantado en la fila no tiene ninguna relevancia epidemiológica, ninguna trascendencia moral, no arroja a nadie a ningún infierno ético.
Hay que prestar atención al hecho de que hay una convicción culposa tan instalada sobre lo que la performance de Unión Republicana puso en escena, que se difundió junto al escándalo la interpretación de que Horacio Verbitsky no podría haber solo relatado su vacunación sino que tenía que responder a una trama siniestra, conspirativa, a un complot criminal de grandes alcances, lo cual se correspondía con la premisa de la relación uno a uno entre persona vacunada y salvada versus persona no vacunada y muerta.
Lo que nos tiene que inquietar es porqué, como nos fuimos enterando, no solo Horacio Verbitsky no creía haber hecho nada malo, sino que ninguna de las personas vacunadas lo creía, ni el ministro, ni nadie. El escándalo no encontró un correlato en el campo especialista respectivo. Quienes de ese campo salieron a atizar el escándalo lo hicieron con argumentos morales, de gestión y administrativos, no con argumentos epidemiológicos, que eran los esperables si se tratara de un crimen transgresor haber avanzado en la fila. Quien formuló el despropósito del infierno ético, dos frases antes fulminó a quienes hablan sin saber sobre estos temas. Y todo esto es porque efectivamente no hay mal alguno en haber avanzado en la fila, no porque sea una falta menor avanzar en una fila, o porque por bizquera política se miren unos pecados y no otros, ni tampoco porque con el escándalo se haya tapado la distribución sesgada por clases sociales en CABA. Digamos de paso que esa distribución sí es reprochable y gravosa desde el punto de vista epidemiológico porque somete la vacunación de grandes números a preferencias de disponibilidad económica y social. La clave en la problemática epidemiológica es de grandes números, es decir, de miles de personas, decenas de miles, millones.
No es una falta menor haber avanzado en la fila porque no existe una fila. Ese es el punto. Y esto lo sabe el dispositivo vacunatorio. El dispositivo vacunatorio no nos pone en fila. Los criterios de precedencia son parcialmente epidemiológicos. Vacunar a docentes es un criterio basado en una política de apertura de las escuelas, cosa que podría no haberse hecho de la manera en que se encaró, etc. No es una fatalidad abrir las escuelas de manera frenética e irreflexiva, como sí lo es vacunar a quienes son más vulnerables o tienen una exposición laboral, profesional o política a la circulación del virus. Este último debate es político, administrativo y de gestión, no es un debate moral.
No hay una fila porque no somos un ejército alineado frente al virus. Frente al virus somos un rebaño. Y entonces hay que decir algo sobre esta palabra.
¿Qué significa la metáfora del rebaño? Muchas personas se han expresado en múltiples escritos e intervenciones sobre esta palabra. De ello inferimos que prevalece un sentido alusivo a la agrupación gregaria, el conformismo, la pasividad, la subordinación de acuerdo con la crítica cultural modernista, paralela a olas feministas precedentes, no la actual, y anterior a la contemporánea revolución posthumana que reconoce a las personas no humanas. La palabra rebaño (y sus respectivos derivados pastorales) tenía una connotación negativa en relación con un enfoque acerca de lo animal que, hoy, época de los derechos de lo viviente, ya no tiene vigencia. La crítica posthumana de las disciplinas cognitivas nunca las arrojó al cesto de la basura, como parecen creer algunas conciencias desprevenidas, sino que hizo dirimir los conflictos de la modernidad y de su posterioridad en el interior de las disciplinas. A ello se debe que muchas veces autores de la biopolítica hayan aclarado que no estaban en contra de las teorías marxistas, ni de la educación moderna, ni de la vigencia institucional en general. Sobre la institución a la que más han vituperado con toda razón, es de la que menos se habla en la asimilación conservadora de la crítica posthumana, que son las prisiones. Dicho esto porque en la epidemiología la noción de rebaño no tiene un carácter peyorativo como no la tiene en el pensamiento evolucionista desde sus inicios.
Los rebaños son asociaciones poblacionales de las que señalaremos aquí el rasgo significativo para la presente discusión: permiten defender a sus integrantes de sus antagonistas predadores en la cadena trófica. El rebaño basa su fuerza en la vulnerabilidad de sus integrantes individuales, que reunidos, imponen la fuerza del número, ya sea que se muevan a cierta velocidad por la masa desplazada, o por la mera presencia multitudinaria que sirve de segura protección a las crías, que se mantienen protegidas por la masa.
La epidemiología adoptó la noción de rebaño en forma correlativa con el pensamiento sociológico acerca de las masas. Vimos masas en el mundo animal cuando las conformamos como especie, y de ahí entendimos de nuevas maneras, para bien y para mal, múltiples acontecimientos y procesos.
De modo que “inmunidad de rebaño” no es una expresión peyorativa, ni “darwinista” aun cuando algunas derechas pretendieron prescindir de medidas de aislamiento al principio de la pandemia sin saberse todavía que tal cosa no iba a ser posible. Como las derechas son darwinistas en el mal sentido de esa palabra (de lo cual no tiene responsabilidad alguna Darwin), y consideran normal sacrificar a parte de la población en favor de las clases dominantes, el uso modernista de la palabra rebaño sumado a estas actitudes insolidarias de la derecha condenó al término de modo indebido en muchas de las intervenciones durante la pandemia.
Y lo cierto es que la fila es una forma de organización proxémica propia de las pulsiones tanáticas. Se hace fila por razones disciplinarias, de orden cerrado, administrativo, autoritario. No todas las sociedades ni en todas las ciudades hay la pasión que hay en la nuestra por hacer fila, ni por moralizar la cola de modo que hace residir en la ética de la fila una metáfora lineal de la vida social.
Al rebaño lo vemos de otra manera de la que nos advierten también como indicio las ciudades en que para abordar el transporte público la gente no hace una fila sino que se dispone en rebaño. La aglomeración aluvional, aparentemente desordenada, es propia de las formas populares de reunión. Así es como ocurre en las marchas políticas o sociales, en los corrillos del teatro callejero (a diferencia de las salas formales con sus filas), o del llamado paraíso en el Colón. El rebaño es asunto de las gentes más espontáneas, o desamparadas, o vulnerables cuando se reúnen. Y la fuerza que componen es una de las más temibles y temidas en nuestros tiempos contemporáneos. De ahí que se las haya llamado “masas” y considerado una gran fuerza silvestre, ambivalente y destinataria del pensamiento y la acción política.
Una de las claves de este asunto es que los virus no son venenos ni agentes físicos, sino entidades limítrofes entre lo viviente y lo no viviente, aunque esto no es lo relevante porque la noción referida se aplica en general a diversos microorganismos que interactúan con sus huéspedes, que pueden ser de otras especies o de la nuestra. Aplicamos vacunas también a otras especies. En todos los casos las vacunas nos habilitan para interactuar de modo conveniente para nuestra especie con el agente que nos resulta nocivo, como es el caso del coronavirus. Las vacunas no son un antídoto sino un agente de inmunización. La inmunización no es una marca o un sello en un pasaporte, sino un proceso que lleva su tiempo, como ya todo el mundo sabe muy bien respecto de la actual pandemia, proceso que tiene una cierta eficacia individual, pero que cifra su perspectiva en instalarse de modo predominante en una población. Por eso la vacunación puede ser voluntaria y no obligatoria, porque no es necesario, ni siquiera conveniente, ni tampoco posible, por diversas razones, vacunar a toda la población. En una situación como la actual hay que vacunar al mayor número de personas en el menor tiempo posible (en base a magnitudes proporcionales postuladas). Vacunar no resuelve la pandemia, aunque otorga cierta protección primero a quienes antes la reciban. Sin duda este punto no es indiferente, pero no es como recibir un salvavidas en un naufragio, porque es posible resguardarse del coronavirus por otros medios, y sobre todo porque el resultado favorable de todo un proceso de vacunación es colectivo, poblacional. Ello incluye el hecho de que aun después de haber recibido la vacuna y tener protección individual es posible ser responsable de matar a otras personas al diseminar el virus y contagiarlas aun sin saberlo. Esta es una razón más por la que no hay una correlación causa efecto unívoca entre vacunaciones y muertes.
Las vacunas son materializaciones del lazo social. Como en pocas ocasiones en ellas se realiza un vínculo de inmanencia entre individuo y sociedad, inseparables pero divergentes. Es por todo ello que adelantarse en una supuesta fila no es tal porque no hay una fila sino muchedumbres, cierto que con diferencias y precedencias en términos generales (pero esto vale para grandes números). Digamos aquí también, por ejemplo, que el solo hecho de que cuando se aplican dosis de vacunas refrigeradas y falta alguien en un turno, con tal de no desperdiciar el sobrante se le aplica a cualquiera. La idea de auditar las vacunaciones o de justificarlas obsesivamente carece de toda racionalidad y utilidad. Ha servido solo para salir del paso en una circunstancia crítica. Cada medida de control de las personas que pudo haber servido para limitar la circulación del virus fue resistida con barricadas de libertad y antiautoritarismo, y en cambio ahora está tan bien hacer listas de personas vacunadas. La contradicción es manifiesta. Cuando los protocolos eran protectores había que derribarlos en nombre de la libertad. Cuando los protocolos conforman un plan de vacunación hay que auditarlos de manera policíaca para que nadie se adelante. Es un disparate fáctico que sin embargo debe ser respetado por razones afectivas, por el miedo, por el dolor, por el duelo. No son malas razones pero no eran puntualmente predecibles.
Por fin: al capitalismo neoliberal no le gusta la lógica del rebaño, y por eso no le interesan las vacunas. Es incauto suponer que son un gran negocio. El gran negocio farmacéutico es medrar con la escasez, el diferencial entre abundancia e indigencia. Esto lo saben quienes no se subordinan a los grandes capitales. Vacunar a toda la población no es un negocio porque no hay diferencial competitivo con la escasez como sucede con todos los grandes negocios. Nos confundió un lapso transicional en el que todavía hay escasez de vacunas para el coronavirus. Es esperable que se supere. No es casual que sean países socialistas lo más dispuestos a vacunar, porque vacunar a toda la población es connatural con el socialismo, con los populismos, o con fracciones socialdemócratas o laboristas, y no con el capitalismo llamado neoliberal. Las exigencias desmesuradas de algunos laboratorios pueden no ser porque quieran ganar mucho y arriesgar poco, sino porque no les interese escalar este tipo de producción y no quede bien que se note, entonces requieran garantías desmesuradas que saboteen los acuerdos.
Hay tanto que discutir y que pensar. Por ahora aquí se trata solo de aseverar que las vacunaciones en aluvión que tuvieron lugar no se pensaron a sí mismas como clandestinas ni inmorales, no obstante lo cual dieron oportunidad a la deriva expiatoria del sufrimiento colectivo. Las derechas no dejaron pasar la oportunidad. Ante ello estuvimos en estado de desprevención. Como siempre, el trabajo emancipatorio es de más largo aliento y perseverancia que la dominación opresora, que sigue el camino que la historia tiene labrado a su favor.
-----------------------------------------------------
*Profesor universitario, crítico cultural y ensayista. Es profesor titular regular en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de Quilmes e investigador del Instituto de Investigaciones Gino Germani, dependiente de la Facultad de Ciencias Sociales
No hay comentarios.:
Publicar un comentario