1/20/2021

la aceptación de las relaciones de dominación es el primer obstáculo que debe superar para lograr la curación


Rubén Dri afirma en este artículo, partiendo de Marx y Jesús, que los diferentes sistemas sociales están basados en diferentes tipos de relaciones sociales. Dri sostiene que en el entramado de relaciones se juega el concepto y la realización de la libertad sobre la cual la historia de occidente es rica en cuanto a los debates teóricos y realizaciones prácticas.


Por Rubén Dri*

(para La Tecl@ Eñe)




“En su realidad la esencia humana es el ensamble de relaciones sociales” dice la sexta tesis sobre Feuerbach que escribe Marx. Habla de la esencia humana, de lo constitutivo del ser humano como tal y no dice que éste “tiene” –hat- sino que “es” –ist- el ensamble de relaciones sociales.

Nuestro pensamiento es cosista, objetual. La realidad está constituida por cosas, objetos, mesas, bancos, sillas, piedras, montañas, volcanes, llanuras, árboles, casas, en una palabra, cosas, objetos, los cuales tienen relaciones. Incluso el sujeto entra en la categoría de los objetos.

Lo que afirma Marx es que el ser humano, o sea, el sujeto “es”, es decir, está constituido por “relaciones sociales”. Es ésta una de las categorías más difíciles de captar. El ser humano capta objetos, cosas, no relaciones. Nadie vio nunca una relación. Siente sus efectos, si estas relaciones lo golpean, lo mueven o lo acarician, pero no las ve, tampoco las siente, porque lo que siente serían sus efectos.

Un relato evangélico nos servirá de ayuda para penetrar su contenido:

“Al entrar de nuevo en Cafarnaúm días después, se oyó que (Jesús) estaba en casa, y se juntaron muchos –synéjthesav pollói-, de suerte que ya no cabían ni siquiera en el vestíbulo ante la puerta y les predicaba la palabra. Le traen un paralítico transportado por cuatro. Y no pudiendo llevarlo ante él, a causa de la multitud, abrieron el techo de donde se hallaba, y habiendo hecho una abertura, descolgaron la camilla en la cual yacía el paralítico. Y viendo Jesús la fe de ellos –autón- dice al paralítico: ‘hijo te son perdonados tus pecados’. Y estaban algunos de los escribas allí sentados y cavilaban en sus corazones: ‘¿Por qué éste habla así? Blasfema: ¿quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?’ Y al punto dándose cuenta Jesús en su espíritu que cavilaban de esa manera, les dice: ‘¿Por qué cavilan estas cosas en sus corazones?

¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: te son perdonados tus pecados, o decirle: levántate, toma tu camilla y anda?’ Pues para que vean qué potestad tiene el hijo del hombre para perdonar pecados sobre la tierra –dice al paralítico: ‘A ti te digo: `Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’”.

“Entonces se levantó y al instante tomó la camilla y salió delante de todos, hasta el punto de asombrarse todos y glorificar a Dios diciendo: Nunca vimos algo semejante” (Mc 2, 1-12)






La escena transcurre en la casa de Pedro que se había transformado en el centro de la actividad de Jesús[1]. Allí llega luego de una actividad en otros lugares, y el pueblo, al tener noticia, acude presuroso para escuchar al maestro. Son muchos, dice el relato, de manera que no hay lugar para más.

Jesús atrae a la multitud ansiosa de escuchar su palabra. Nos encontramos con un ámbito de relaciones saludables, un verdadero ámbito de salud. Se desparraman los relatos de curaciones. La multitud reunida frente a la casa de Pedro está constituida por el pobrerío de la zona que sentían fluir la vida, la salud, en el entramado de relaciones que se establecían a partir del centro ocupado por el maestro.

No lejos de Cafarnaún, suponemos, vivía, en condiciones miserables, un paralítico. En ese tipo de sociedades campesinas, dominadas por el imperio y la casta sacerdotal, abundaban las enfermedades de todo tipo, sobresaliendo los atacados por la parálisis y la lepra.

Así como abundan esas enfermedades, abunda también la solidaridad, y en el caso narrado por Marcos, son cuatro los compañeros que se las ingenian para llevar al compañero paralítico a la presencia de Jesús y, desde ese momento, la escena sufre un cambio radical.

Donde había muerte brota la vida, donde había tristeza, explota la alegría. Jesús se dirige directamente al paralítico y le dice: “te son perdonados tus pecados”. ¿Qué significa esto? ¿Qué tienen que ver los pecados con la parálisis? Mucho, todo. Efectivamente, se pensaba, y los que rodeaban al paralítico lo pensaban, que la enfermedad era producto de sus pecados, es decir de ser pobre y saltarse las reglas que se debían observar para comer, como eso de “lavarse las manos”. ¿Quién pecó, él o sus parientes? Leemos en el evangelio de Juan en referencia a un paralítico.

Se supone que comer donde el pobre podía y de la manera en que podía hacerlo transformaba a los pobres en pecadores cuya consecuencia era la enfermedad. Jesús lo primero que hace es desligar la enfermedad del pobre de la inobservancia de las leyes sacerdotales, o sea, de las relaciones establecidas por el sacerdocio.

Podríamos decir más. Jesús quiere desligar la enfermedad de la pobreza como culpabilidad. A la pobreza va unida la enfermedad y eso es constatable, pero ¿por qué se es pobre? Alguien tiene la culpa, el pobre mismo o algunos de los que lo rodean -Cfr Juan 9, 2-. 

Jesús desafía a los escribas, guardianes del orden, y le ordena al paralítico que se mueva, que se levante, que tome su camilla y comience a caminar y ¡oh asombro! El que era paralítico “se levantó –egérthe- y al instante tomó –`áras- la camilla y salió delante de todos” asombrados de la maravilla que acababan de presenciar.

¿Qué es lo que cambió entre el momento en que el paralítico era llevado por los cuatro compañeros, al que recibe de parte de Jesús la orden de levantarse y comenzar a caminar con la camilla a cuesta? Cambiaron las relaciones.

¿Por qué el paralítico sufría la parálisis que parecía incurable? Porque le habían hecho creer que era pecador. Él era culpable de su parálisis, se encontraba completamente entrampado en las relaciones de dominación en las que su situación de “dominado” era irreversible, porque era “pecador”.

Jesús está allí, le está hablando al pueblo oprimido, desentrañando las relaciones de dominación que pesaban sobre ese pueblo como una loza inamovible. Lo primero era limpiar la cabeza. No eres pecador, no eres culpable. En todo caso, si hay algún pecado ya éste ha desaparecido. Estás libre.

Jesús al frente o en el centro de la escena y el pueblo rodeándolo no queriendo perder ni una palabra del maestro, del profeta que irradia vida, salud, alegría, relaciones que crean un ámbito de sanidad. Cambiaron las relaciones, de relaciones de dominación a relaciones de liberación, de relaciones de enemistad y odio a relaciones de amistad y amor, de relaciones que enferman a relaciones que curan, de relaciones que matan a relaciones que resucitan.

Se produce entonces el “milagro”. Aparentemente algo raro, lo cual es un engaño. Milagros de ese tipo se producen constantemente ante nuestra vista que, cegada por una actitud positivista no lo puede ver. La devota de San Cayetano, débil de salud, propensa a enfermarse con los cambios de clima, está dos, tres o más días en la fila que se ha formado en la calle para tocar a San Cayetano cuando se abra la iglesia, te dice: “puede llover, hacer frío, calor. Estando aquí no me enfermo”

¿Es así? Una tal señora no puede mentir, no tiene ninguna razón para ello. Lo que sucede es que los que están allí han cambiado las relaciones que, de relaciones enfermizas, necrófilas, de la sociedad, se ha pasado a relaciones vitales, de compañerismo. Bajo el amparo de la relación con el santo se tejen las relaciones con los compañeros y compañeras que están en la misma espera.

Las enfermedades no son fenómenos puramente biológicos como se los suele interpretar desde una perspectiva científico-positivista y a las que, en consecuencia, se quiere solucionar mediante recetas que no tienen en cuenta la situación social del paciente.

El caso de la parálisis es muy significativo. En la narración evangélica que tomamos como base de estas reflexiones, el paralítico no pìensa hacer ningún movimiento porque está convencido que no puede hacerlo. Además está convencido que él es el culpable, él o alguno de sus antepasados, como resulta claro en otro pasaje evangélico, esta vez de Juan.

La primera tarea, en consecuencia, para la curación, no es proporcionar al enfermo un medicamento o una intervención quirúrgica que, como toda intervención de ese tipo es una invasión al organismo, sino ayudar al paciente a despejar su mente de las telarañas que le impiden ver que su enfermedad no es meramente biológica, ni es debido a sus pecados.

El sujeto del campo popular que a duras penas logra sobrevivir, se encuentra infectado por la ideología del dominador, que lo ha convencido de su propia culpabilidad, por lo cual debe resignarse a su situación, debe aceptarla como expiación por sus pecados, los suyos y los de sus antepasados.






Por eso, lo primero que hace Jesús es sacarle al paralítico las telarañas que le impiden ver que su enfermedad radica principalmente en su cabeza. La aceptación de las relaciones de dominación es el primer obstáculo que debe superar para lograr la curación.

Por eso, lo primero que hace Jesús es despejar la cabeza del enfermo. “Tus pecados te son perdonados”, no existieron o, en todo caso, dejaron de existir. Ese despeje no viene de arriba, de la relación dominadora. Todo lo contrario. Allí están los escribas, guardianes de la relación dominadora

Jesús avanza: “Levántate –egéire- toma tu camilla –áron ton kravattón sou- y vete a tu casa –hýpage eis ton oikón sou-. La respuesta del enfermo no puede ser más asombrosa: “se levantó –egérthe- y al instante –euthýs- tomó la camilla y salió delante de todos” –áras ton krávatton ecsélthen émprosthen pánton-, lo cual no puede menos que producir asombro.

La parálisis estaba instalada en su cabeza, es decir, en la relación de dominación que se había consustanciado con su vida entera. Jesús ha cambiado el escenario es decir el entramado de relaciones en las que el enfermo se encontraba enredado.

Es un hecho empírico que continuamente encontramos en nuestra vida y sobre el cual generalmente no reflexionamos. En reuniones de amigos nos sentimos bien, de nuestro ser brota una alegría que puede ser serena o explosiva, mientras que en otro tipo de reuniones, a veces de trabajo, sentimos que nuestra vida se despotencia, el fastidio o el hastío nos invade.

Somos relaciones, entramado de relaciones, relaciones de amor, de odio, de complacencia, de desinterés; relaciones apasionadas, relaciones furiosas, relaciones apacibles, relaciones jubilosas, relaciones vitales, relaciones desvitalizadas.

Todos influimos en los demás y éstos influyen en nosotros. Esto lo experimentamos todos los días, hay determinados hechos y dichos populares que lo atestiguan. Es común que en determinados grupos se señale a alguien como “yettatore” y en sentido completamente contrario, se pide a los presentes que tiren buenas ondas a propósito de un determinado problema. 

Lo que esos dichos y hechos populares atestiguan es que todos influimos en todos, que nuestras relaciones se entrecruzan produciendo determinados efectos y que, en consecuencia, los problemas no los resolvemos en forma exclusiva individual, sino colectivamente.

Hay relaciones que enferman y relaciones que curan. El liderazgo es un efecto de intensas relaciones vitales. El líder irradia esas relaciones, que pueden tener tanto sentido negativo, necrófilo, como en el caso de los fascismos, o positivo, vital, como en el caso de líderes populares. En lo que leemos Jesús nos muestra el caso de un liderazgo rebosante de vida, de libertad, un verdadero centro de donde relaciones luminosas, calientes de vida y amor.

En ese entramado o centro de relaciones que se formaron en la casa de Pedro se instala el paralítico y Jesús le ordena “levántate”. Nadie lo hará por ti. Eso sólo tú lo puedes hacer y ello es posible porque las relaciones que se entrelazan en tu vida han cambiado. Las relaciones entrelazadas de esta multitud que te rodea se entrelazan con tus relaciones y les dan vida.

Pero no basta levantarse. Es necesario ponerse a actuar “toma tu camilla”. Ahora lo puedes hacer, porque estás libre de pecado, no eres culpable, estás en el ámbito que formaron múltiples relaciones de salud entrecruzadas. Relaciones que enferman y relaciones que curan, relaciones que entristecen y relaciones que alegran.

Los diferentes sistemas sociales están basados en diferentes tipos de relaciones sociales. En los sistemas comunitarios, socialistas, las relaciones son de mutuo reconocimiento, relaciones amicales. En el capitalismo las relaciones son necrófilas. El otro es el enemigo real o potencial. 

En el entramado de relaciones se juega el concepto y la realización de la libertad sobre la cual la historia de occidente es rica en cuanto a los debates teóricos y realizaciones prácticas. El siglo V es el siglo en que la destrucción del orden “universal” implantado por el imperio romano había dejado de ser una premonición para ser una realidad en marcha acelerada. ¿No está pasando ahora algo parecido ante nuestros ojos?



Referencias:

[1] Las investigaciones que se realizaron sobre la casa que habría pertenecido a Pedro, prueban con un 90 % de certeza que efectivamente ésa fue la casa de Pedro, centro de la actividad de Jesús.


*Filósofo, teólogo y docente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

entramado de relaciones = concepto de configuracion (de Norbert Elias) o el concepto de estructura dinamica, objetiva e historica (K. Mannheim). Los entramados de relaciones resultan en agentes (grupos) portadores de paradigmas de conocimiento (formas de pensar y de experimentar la realidad)