1/02/2021

balance balanza


Horacio González propone un balance como modo provisorio para juzgar los “claroscuros” de cualquier empresa o gobierno. Facilitan la cuestión las clásicas columnas del debe y el haber, que son modelos de conocimiento pero cuya persistencia está asegurada en las reacciones vitales que desde luego tenemos ante fenómenos políticos o de cualquier otro tipo, en un lapso de tiempo preferentemente anual. Entonces, sostiene González, lo que se impondría escribir son unos Anales -el balance de un año-. Así González pone en la balanza nuestra propia mercadería -digamos, Fernández, digamos año 2020-, según la vieja imagen del panadero que pasaba por las esquinas ofreciendo lo suyo.


Por Horacio González*

(para La Tecl@ Eñe)



¿De qué gramaje prefieren?

La balanza es un invento excepcional, como el sacacorchos o la linterna a pilas. Inventos que son memorables por su valor en la vida cotidiana, y otros por sus resultados en los trazados políticos o históricos -la brújula, por ejemplo, o el clip, ese alfilercito doblado de modo que se pueden juntar dos objetos de similar tamaño, a la manera de un broche. Pero un broche es más complicado que un clip. Se trata de atrapar objetos diarios que tienden a dispersarse caprichosamente, y venimos con un broche, y los juntamos a todos, ni qué decir de colgar la ropa sobre un alambre. El clip es más oficinesco, aunque los videastas lo adaptaron para mencionar una forma de video, algo corto, incisivo y si se puede, bello. Todo listo para abrocharse en esa forma sucinta. El broche mismo, como todo descubrimiento del ingenio milenario vinculado al trabajo, permite innumerables deslizamientos en el lenguaje, desde festejar una intervención artística final entre muchas otras -el broche de oro-, hasta un uso un poco vicario entre personas dispuestas a un acuerdo, sino sigiloso, por lo menos reservado. ¿Abrochamos o no abrochamos?

Balance es el modo elegante, abstracto y provisorio, en que nos empeñamos en juzgar los “claroscuros” de cualquier empresa o gobierno. Facilitan la cuestión las clásicas columnas del debe y el haber, que son modelos de conocimiento -no diré eternos-, pero cuya persistencia está asegurada en nuestras reacciones vitales, desde luego las que tenemos ante fenómenos políticos o de cualquier otro tipo, en un lapso de tiempo preferentemente anual. Digo anual porque es el modo más frecuente de evaluar ciclos de tiempo. Por lo tanto, lo que se impondría escribir en este caso son unos Anales -el balance de un año-, de cualquier cosa que sea. Digamos, Fernández, digamos año 2020. Pongamos entonces en la balanza nuestra propia mercadería, según la vieja imagen del panadero o del vendedor de pescado que pasaba por las esquinas ofreciendo lo suyo, a veces, con la tal balanza colgada al hombro. Precariedad, nostalgia, improvisación, picardía. Algunos de esos elementos podríamos poner en juego ante este balance inspirado en aquella balanza portátil, con nuestro pedido de medio quilo de pan, medido en una escena callejera llena de arcaísmo y añoranza.

También ante esta vocería que nos llama, salimos así a hacer nuestra evaluación, pues todo acto de concurrencia ante una balanza lo es. Evalúa, pondera, se pone en tensión. Empecemos a poner en el plato unos pocos gramos. La pandemia provocó una primera exclamación del Presidente Alberto Fernández respecto a que ella había desnudado una estructura de carencias que antes se hallaban veladas, ocultas. En consecuencia, ayudó a registrar con más precisión la pobreza y otras inclemencias sociales, mejor personalizadas, antes no bien conocidas. Juzgar la pandemia como un efecto revelador de la osamenta desnutrida de la nación, decir que “ayudó a registrar”, se entiende entonces como un refinamiento mayor en los índices más graves, desocupación, desempleo, carencia de posibilidades ocupacionales, es decir, de lo que más o menos se sabía sobre una multitud de ciudadanos sobrellevando indigencias. Por lo tanto, desesperanza. Y como resultado de eso, el mote de vagos como signo despectivo, esencial emisión verbal de un tipo de condición humana que se siente envanecida al aplicar una clave de pertenencia de clase, “estoy yo y están los vagos”, los detritus, los innombrables, el oscuro personaje que nos acecha en su culpable marginación. Ha caído y hay culpa propia, es él y su imperdonable abandono de la ciudadanía. Es decir, le queda muy poco. Merecido se lo tiene. Le queda el “registro”. Pero Fernández lo dijo en el mejor sentido, en el de un gobierno que debe ampliar sus propias esferas de conocimiento.

Esto nos parece que por un lado es una mirada necesaria para el gobierno que tiene que construir no su panóptico, sino su percepción de cómo se fue forjando en el país, en las últimas décadas, algo que fue más allá del desdén por el “cabecita negra” y por el “papolitano”. En el “planero” se agrupan ahora las arcaicas formas del prejuicio racial-clasista, encubierto en la cosmogonía decadente de un sector muy amplio de grandes pero también pequeños propietarios, dispuestos a hacer de su juicio, un quisquilloso arquetipo de combate social. En este sentido, todo gobierno democrático debe ser un gobierno educacional. Y esto, difícil de lograr, en efecto, no fue puesto como objetivo central. Debe hacérselo.



Envuélvame un kilo

Alberto Fernández posee sensibilidad social y política, es hijo de las instituciones, prudente ante el armazón de leyes, que aunque hayan sido fraguadas por poderes que solo juegan a la ley sin serla, no desea proceder del mismo modo. Eliminar leyes arbitrarias debe hacerse con el sustento de otras leyes genuinamente elaboradas. No cree en lo que habitualmente se llama decisionismo. No, porque también se emplearon más frases en los comienzos de la pandemia, las que parecían las adecuadas. Y no eran decisionistas, pero emanaban de un buen corazón, lo que de alguna manera se halla cerca del decisionismo. Se entrevió claramente que la economía sufriría un oscurecimiento, y se dijo que era preferible atender la salud pública -es decir la vida-, que el factor específicamente económico. La frase, un tanto vaga, era muy atrevida, y entusiasmaba. No porque se hiciera verosímil que cualquier gobierno del tipo que fuere, no pensara en términos económicos, sino que al poner entre paréntesis lo económico ante un valor que se prefería con mayor énfasis -la salud pública, es decir lo que está en la esfera de la existencia real, cargada de incógnitas y considerada ajena a la producción-, ponía en primer plano una vida salutífera, en su condición existencial de participe de una trama colectiva que no se reproduce por actos laborales, sino por otro índice, el de comunitariedad, por decirlo así. Difícil, sino imposible cuestión, pensar una sociedad utópica feliz, pero en un clima de asfixia, enfermedad y estadísticas de los desfallecidos.

Algo falló allí, por lo cual los modos de gobierno real, que no ignoraba con quienes se obligaba a tratar, mantenía su diálogo crítico pero con visos de seducción, con los modos de la economía real, dominada por magnates financieros, exportadores primarizados en gran escala, capitales clandestinos en el exterior, grandes escritorios jurídicos, ellos mismos productos oníricos y tramposos de la plusvalía capitalista, funcionarios internacionales representantes abstractos de la gran deuda argentina contraída en el período anterior. No atacó de frente, pero señaló sus preferencias. Era la preferencia que hacía que entre los jubilados y los bancos, la disyuntiva indicara: preferimos a los jubilados. Y entre los cuidados sociales ante la peste y la economía, se prefería a los primeros. Fueron dichos poco a poco vulnerados y se comprende porqué. Expresaban frases proverbiales, de contenido utópico, que siempre yacen en la conciencia del político. Pero si no había una alternativa económica a la altura de esa frase sin sintonía con una realidad económica que reemplazase los vicios de un capitalismo no inocente a la hora en que recrudecen los virus, lo que volvería sería la misma. La de siempre, en sus proporciones harto conocidas, o peor. Capitalismo con nuevos virus combatidos por lo que pasan, al momento de ser las empresas más engalanadas del capitalismo. Los laboratorios. Científicos humanistas pueden dirigirlos. Pero la lógica con la que producen su mercancía antiviral es la misma con la que se producen microchips o jugos de naranja envasados.

Entonces era ese el exceso del gobierno, sus hebras de buena conciencia social, su salida del cuadro tradicional en nombre del acatamiento de un mandato extraordinario, excepcional. El de la vida. ¿Nos entusiasmamos gratuitamente? No es demérito del gobierno que eso se haya perdido, la primacía de la vida, porque si no pudo hallarse un sistema económico que se presentara con verosimilitud para hacer mejor, o a la inversa, los que los dueños del flujo real económico financiero hacían hasta ahora, un gobierno que emitiera dinero basado en su preferencia por los que había que registrar “sin pañuelos ni documentos”, como decía la canción de Caetano Veloso, no podía sino parar en algún momento y comenzar a percibir que subsidiando el consumo con la producción ausente, -es decir subsidiando la sobrevivencia-, iba a ser abandonado por las corporaciones y también por los subsidiados. Y la primacía de la vida quedaba a cargo nuevamente de los personajes adecuados. Los productores de la vacuna, como la mercancía que volvía a reunir en su punto justo capitalismo y vida. Ese rasgo apreciable del gobierno al postular el ejercicio de una nueva radiografía que había sacado para registrar lo que no se sabía -la radiografía de la penuria con la que se expresaban económicamente tantas vidas-, se ponía en lugar de lo que de otro modo hubiera sido una decisión un tanto abismal, que debía ser seguida por mayores dosis de temperamento político, intrépido, arriesgado. Es decir, la inhallable nueva economía, y sus inventados tipos reformulados de producción.






Finalmente, lo que para algunos parecía que esa puesta entre paréntesis de la economía real abriría la posibilidad de cambios excepcionales en el modo privatista de la productividad realmente existente, no ocurrió así. Con el transcurrir de la pandemia se evidenció que todo comenzaba a apuntar a lo que resultaba más obvio, recuperar la economía. Y recuperarla en los modos-reales-en-los-que-existía. ¿Alguien esperaba otra cosa? No nos engañamos al decir que sí. Pero lo que algunos esperábamos era, como siempre, el horizonte más detectable con el que muchos guardamos sigilosa afinidad. Ese ámbito de los insensatos soñadores en lo imposible. No obstante, no pensamos que el compromiso político, cualquiera que fuese, se reduzca a prohibir el “pidamos lo imposible”. La política juega en su extraña dialéctica con lo duramente real y lo absurdamente irreal. Quien no lo sabe -y esta parece una frase de Max Weber-, no puede conocer el verdadero sentido de lo real. Que es lo posible más lo inesperado, lo inesperado más lo trágico, lo trágico más la imaginación creadora.

Si esto no pudo ser, no es culpa de nadie, ni del gobierno real ni del gobierno utópico que es la sombra no manifiesta de todo gobierno real. El gobierno es un Frente de alguna manera bifronte, tenía una idea humanista inelástica y un deseo de no quebrar el cuadro económico nacional elástico. Ocurrió al revés, había fracasado la posibilidad de que el propósito humanista no variase nunca a pesar de variar las exigencias de lo político y económico corporativo. Y las grandes fuerzas económicas con sus voceros mediáticos lo hicieran vacilar o retroceder en diversas ocasiones. Vicentin es el nombre de un aceite, pero también del modo aceitoso en que al gobierno se le fue diluyendo una voluntad primero enunciada con énfasis, de intervenir una empresa tan fallida como fraudulenta, e incidir en los primeros pasos de un control del comercio exterior. No lo decimos de malditos, el fiel de la balanza nos mira fijo y nos pide rigor en el movimiento de los platillos.



Con dos pancitos

Hay en esta guerra de posiciones, situados belicosamente ante el gobierno, un entero gabinete exclusivo y semi-secreto de empresarios globalizados. Bancos trasnacionales, especialistas en volcar el aparato legal para punir cualquier proyecto social igualitarista y emplear las comunicaciones y plataformas informáticas para vigilar y obstaculizar, para escarmentar y desacreditar a los representantes políticos que no entran en sus radares. Como no desprecian ni las más deliberadas fantasías kitsch, han elaborado un guion general de procedimiento, cuanto más ahistórico mejor, donde el gobierno llenaría “sin querer queriendo” una suerte de casillero “bolchevique”, acusación sumamente movediza que califica desde la actuación nocturnal del gobierno en los baldíos Guernica, hasta la compra de la vacuna rusa. Aquí aparecía todo servido, si hasta hubieran sido capaces de decir que el Instituto Gamaleya lo dirige un tal Gagarin, Vladimir Ilich Gagarin.

En todos estos hechos, los poderes que se imantan a sí mismos con el gobierno invisible pero real del país, que si en la Casa Rosada hay gente que no los escucha bien o por completo, ya ven ahí ilegalidad y corrupción, decidieron percibir en la “vacuna rusa” la sombra de Bakunin o de Stalin, la de Trotsky o la del sargento Antonov que tomó el palacio de invierno en 1917. Uno calcula que la mayoría de la población del país, medianamente informada (aunque siempre aparecen encuestas sobre “porcentajes de desconocimiento” de tal o cual cosa o personaje, y el país parecería un desierto de incomprensión de verosimilitudes históricas), no creería en estas fabulaciones echadas a correr con todo tipo de artimañas periodísticas. ¿Pero es así? A veces nos hacen suponer que los medios más corporativos imaginan que en el subsuelo de toda nación hay un pantano profundo, donde chapoteando en el barro maloliente, se revuelven ciudadanos sin saber dónde aplicar su rabia y barras bravas dispuestos a incendiar una tribuna (o dos) si pierde su equipo.






Material amorfo, inflamable. Tras las hirsutas barbas del marxismo, se mueven esas sombras -dicen, hipotetizan, se ríen-, que quieren mimetizarse con el buen pueblo que rema en el barro cotidiano. Con este primitivismo argumental para cuya elaboración a veces hay que ser sutil, se mueve un esquema general de interpretación premasticada de los grandes medios para producir un encarcelamiento moral y una asfixia simbólica a una población que mayoritariamente los encuestadores más expuestos declaran “desinformada”. Conclusión: está Rusia, “la tenemos adentro”, hay propósito maligno, una vindicta embozada que hay que descubrir, incluso hacen viajar el verdadero virus en una bondadosa vacuna. ¡Saquemos de vuelta a la doctora Carrió, que no olvide sus mejores actuaciones! Adicionalmente, este esquema de la vacuna Sputnik, parece lanzado sobre la Argentina por un fantasma embalsamado, de profesión envenenador, ataviado de Lenin, fantasía que a pesar de su estupidez ramplona, sirve para el test que semanalmente preparan para el Presidente, cuya paciencia es admirable. ¿Qué piensa de la Propiedad Privada? Sí. No. Tache lo que no corresponda. ¿Qué piensa del bolchevique Putin conquistando la Argentina? Malo, Regular, Bueno. Tache lo que no corresponda. ¿Qué piensa de la azafata de Aerolíneas Argentinas que lloró de emoción cuando aterrizó el avión con las vacunas, proveniente ni más ni menos que de Moscú? ¿Es comunista? Si o no. Tache lo que no corresponda. ¿Y a Xi Jin Ping no lo ve como un campesino iletrado disfrazado de empresario comunista? Si-No. Tache lo que no corresponda. Tache. Tache. Táchese.



¿Pan francés o pebete?

Además de herir la inteligencia del Presidente, cuyas posiciones son conocidas, estas acciones infatigables buscan herir algo más sustancial. La relación del Presidente con Cristina, que efectivamente, de cierto, piensan ambos casi de modo parecido sobre todos estos problemas, aunque no hablan de modo parecido sobre ellos ni parecen calcular similares usos del “tempo” expresivo. Pero las agresiones que trabajan por la escisión entre dos personas, provienen del macizo central de operaciones a favor de una Argentina escuálida, que sea convertida en un Sitio Web con 44 millones de visitantes, o en una República de Vaca Muerta, un país que todavía debe pedir perdón a los niños malvineros por haberles impedido gozar el paisaje por aquellas acciones de guerra por las que todavía penamos, y que debe sentir que el coqueteo con el Fondo Monetario es un partido de tenis amistoso, pues en algún momento deberá aceptarse que ese es el poder mundial que nos tocó en suerte, es nuestro supervisor desde hace más de medio siglo, ¿hay algún loco que pretenda cambiarlo con reorientaciones de la aguja geopolítica? Vacunas de las estepas a tantos grados bajo cero, el relojeo incesante de cómo puede resultar un incremento del comercio exterior con China. Por Dios. ¡Doctor Mitre, intervenga con sus tropas! Ya voy, desfiguro rápido esta terza rima del Dante, y doy la orden de desalojo del hangar subversivo de Aerolíneas.

Una concepción que es apoyada por el sector más tozudo e indiferente, realmente entorpecido de la población, muestra una preferencia para creer en generalizaciones fantasmagóricas. A tanto se dirige la prédica de la sospecha comunista. La pelada de Lenin detrás de la pelada del ministro Guzmán. De la mano del mensaje securitista, presentan la descripción de la pobreza como un fenómeno natural o una naturaleza inmutable producto de la vagancia. Le agregan el redireccionamiento de la floración de magos ocultistas y pronosticadores de todo tipo de enseñamientos, hacia y contra el gobierno nacional y hacia y contra un nuevo blanco selecto: el instituto Gamaleya, al que pintan, sin decirlo directamente, como un reducto pavloviano que inyecta un look tardocomunista en los cuerpitos de los ancianos argentinos, entre los que me incluyo. Todo esto contribuye a generar una población de pasiones inestables, sin encaladuras en un proceso popular. En cambio, es notorio que cualquier vida política que se imagine que debe pensar en una población enraizada, en tanto recurso a su propia historicidad, todo lo quebradiza que se quiera, debe ensoñar una democracia que promueva formas comunitarias que a su vez no vulneren el despliegue de autonomías personales, a pesar de la ruina de vínculos espontáneos provocada por el individualismo posesivo.



¿Recién horneado? ¿Recién salido de la lancha pesquera?

La política es un tono escogido entre un profuso conjunto de notas, donde pueda haber un Ravel o un Stravinski. Y la disputa es sobre los tonos, así como la elección de tonos depende muchas veces de cómo se miden las posibilidades de los enemigos de la reconstitución de un país argentino, igualitario y culturalmente imaginativo. Es sabido que los tonos de (Alberto) Fernández y Cristina (Fernández) son diversos y en todo caso, portadores de soluciones diversas para que el país salga del marasmo en medio de un mundo embravecido, que hace más salvaje al capitalismo e instala guerras comerciales allí donde se tratan los problemas de la salud mundial. Cada cuerpo sano o enfermo es portador de una inaudita especie de plusvalía, sus años de vida en términos de expectativa, su utilidad en la rueda digital de la producción, es juzgada por el Gran Laboratorio de lo Humano. ¿Dónde está? No lo sabemos, pero su alojamiento es el lenguaje, el bla-bla cotidiano que nosotros hablamos y aquel con que nos hablan desde la “gnosis publicitaria” que nos deja un minuto ser felices mirando la adaptabilidad del Nuevo Toyota, aunque mañana queramos llorar y pasado mañana nos neguemos a comer yogurt.

Está suficientemente comprobado que aunque estas diferencias entre Presidente y Vicepresidenta importan y sean la causa de agitación de las respectivas capillas que se organizan en torno a lo que la política siempre tuvo de confidencia, secreto, conspiración, etc., lo que vale como consideración más profunda es que estamos ante una situación nueva. Estadísticas de fallecimientos mundiales y geopolítica se entrelazan en una coreografía sádica, barnizada de términos científicos. Hay diferencias porque nunca una Institución consigue amoldar en sí misma todas las pasiones en juego. Y aquí menos, porque estará siempre en danza lo que le donó cada uno al otro y qué importancia contenía cada segmento de la donación, con su consiguiente eco en el tiempo y las decisiones más reposadas o más osadas. “Tengo opinión formada”. Eso es hablar doctoralmente. Pero yo no la expandiré aquí. Probablemente esta situación de acuerdos sobre un verdadero abismo, seguirá así, no coarta la libertad del Presidente para expresar sus emblemas de prudencia, ni el repentismo englobante de Cristina para superar los demasiados límites y horizontes de angosturas, con la coloratura grisácea y de mediocridad que en general tiene la política.

No solo la que se hace fuera y ajena al gobierno. Lo que llamamos tonos, se refiere al problema de las condiciones de posibilidad que cada político ve como constitutivo de su lenguaje y decisiones. Si el enemigo se planta enérgico sobre sus poderes, una posibilidad posibilista es adecuarse a ese impedimento y declarar a los que “piden más” como irresponsables o genios perversos de la infantilidad a cuadros. Si como dicta la historia del voluntarismo (que es difícil, a veces inadecuado, pero promulga en su momento frases célebres como “el imperialismo es un tigre de papel”), entonces se yergue la posibilidad imposibilista, que comienza desplegando deseos, y porque no utopías, sobre los cuales vendrán o no las planificaciones posibles.






Entonces, en un raro acto público, que se recordará por su escenografía, un estadio de tribunas vacías, ministros con medio rostro a la vista, sillas separadas por reglamentos de época, ausencia de entusiasmo cívico, sin bombos ni canciones, Cristina invita a pensar la raíz profunda de lo que ocurre. Hay una memoria anterior, donde su apellido tiene mucho que ver, que se elige considerar como preponderante respecto a la alianza que se hizo para llegar al gobierno, que no se desprecia, ni se quiere derruir, pues, al contrario, es seguro que va a reiterarse para las próximas elecciones y aún más allá. Cristina tiene un pensamiento diacrónico, le interesan los trayectos anteriores recorridos. Alberto es más sincrónico, las tensiones del presente lo absorben en forma dominante y lo que dijo en el inmediato pasado tiene un peso volátil. Para la filosofía del siglo XX, el presente juzgando el pasado o el pasado juzgando el presente, fue siempre una complementariedad. Para la vida política es un problema, pues quienes se alojaron en esa cruz del tiempo, tienen la fe de que de esta tensión surge un gran debate y las novedades palpables para la vida pública, la cultura nacional y los compromisos profesionales o políticos que fueren. La prueba de que hay mucho escrito sobre este tipo de gobiernos, pero también muchas hojas en blanco, nos la da la virtuosa actuación respecto al asilo de Evo Morales, cuestión fundamental para que Bolivia vuelva a su cauce de profundizar su vida nacional y pluricultural democrática, su Estado de raíz socializante. La otra cara tornasolada de esta situación gubernamental, que es la que tiene la medalla boliviana en una solapa, es la otra, donde hay sombras nada más.

Son las vaguedades en la actuación ante el Grupo de Lima. ¿Es bueno moverse en la ambigüedad? No está demás obligarse a examinar con más atención la situación Latinoamericana, sin temores, sin resguardo de una corrección que festejaría la burocracia de la OEA. Han ocurrido hechos graves en Paraguay con dos niñas argentinas desaparecidas. El gobierno de la misma nacionalidad que esas niñas, no puede quedar al margen de averiguar, divulgar, esclarecer, situarse en el corazón de la defensa de los derechos humanos, expresión cuya fuerza no ha cesado en nuestro país. Es recomendable, en general, que un acto diáfano no sea seguido por un cálculo de gabinete, como diciendo que de las audacias también hay que saber replegarse. ¿No lo dicen todos los manuales de estrategia? Si es que hay que leerlos… Hay símbolos sueltos en el aire. No hay que dejarlos escapar. Nutren la historia sin desmerecer la idea de que se actúa en los bordes de una situación regional y mundial escabrosa. Sobre todo ahora, donde el gobierno es impulsor nato de la ley tan reclamada de interrupción voluntaria del embarazo. Tiene que estar allí donde está ese reclamo de las nuevas masas juveniles feministas, y en la oscuridad de la selva donde hay crímenes de jóvenes muchachas, con el argumento o el pretexto que sea.



Todo fresquito, de primera

El Estadio Único de La Plata arrojaba sus reflejos. De la unicidad en la pluralidad, se fue a un estado de tensión binaria. El presidente queda sorprendido. Si conocía ese fraseo de Cristina y conocía lo que se iba a decir, igual se sorprende. Los dichos de la Vicepresidenta reencaminaban el régimen de concesiones deseables o indeseables, y aun envueltas en nebulosas diversas, como la cuestión de precios, salarios y tarifas, la oscura maleza que crean los ámbitos de las obras sociales que refuerzan la desigualdad de trato en la cuestión de la salud. No existe gobierno que no tenga tensiones internas ni tensión interna que no pueda ser sometida a gobierno. Esta tuvo su origen en un liderazgo que no “alcanzaba” y en la porción que se exigía para “alcanzar”, se sumaban los políticos necesarios, pero que no gozaban de carisma o no tenían su vida colmada de votos. No es agradable lo que voy a decir, pero hay un lenguaje político que se dedica a aspirar a “llegar”, a “estar”, a “acumular” y frases aún mucho más vulgares que no diremos aquí. O que no creían o no les interesaba verse en el interior de leyendas que solicitan tanto la alegría, la satisfacción, como el enojo. El ascenso y caída, la sal de la historia. El balance del gobierno, el anuario en el que estamos pensando, es en el fondo una reflexión sobre cómo perdurar -porque debe perdurar -, esta coalición de estilos que no está exenta de sigilosas ofensas o de sentir frecuentemente que el estómago croa y croa, por el frío animalito saltarín que fue necesario deglutir. Ahora, que está claro que hablamos sin información especial, sin ninguna pretensión efectista, ni para incidir en ninguna interna, diría que, si verdaderamente hiciésemos el balance con el balancín del farmacéutico en su trastienda, o la ruda balanza de la pescadería, de cualquier modo puede decirse que lo de Vicentin fue un retroceso que bien pudo no haber sucedido. Darle un destino Público y eficiente a una cerealera endeudada y tramposa, no le fue fácil a un gobierno que a simple vista tenía poderes para ejercer un acto de justicia social y económica. No se puede abandonar el análisis de estos eventos, aunque la tendencia natural del ser político, cómodamente estoico, es “dejar pasar”. “Otra vez será”. No soy amigo de consignas al paso, pero en este caso es adecuado decir “no olvidar Vicentin”.

Veamos ahora los tentáculos del Órgano Central de Poder. No tiene sede fija ni horario de reuniones, hay algunas siglas sueltas y palabras que son tachuelas sobre el Telgopor, se saben cuáles. AEA, Techint, Financieras, Mercado Libre, el ex diario de los Mitre, la Corte, los Supremos editorialistas de la prensa en operaciones, los laicos arzobispos in partibus de la fuga de capitales, misas nocturnas y diurnas hechas de contado con liqui, a las que entraban como si fueran bacanales, la Segunda Cepa de los Honorables jueces de cualquier instancia. Me quedo corto. Cuentan con apoyo social en lugares específicos, pero nos engañaríamos si mencionamos solo la Recoleta o Coronel Díaz y Santa Fe. La manifestación en la ciudad de Avellaneda, en Reconquista, Chaco, en apoyo al Aceitopolio a Don Glifosatín, supone un estadio no novedoso, pero siempre sorprendente de la conciencia social. Descendientes de campesinos de la inmigración se visten ahora con ropaje oligárquico, ya que es fácil imitarlos ahora, pues el terrateniente usa alpargatas y bombachas de campo, viendo ante sus propios ojos que así como se presenta, como recomendaba Güiraldes, vestido igual que la peonada, salvo algún destello de platería fina en el rebenque, se fusiona con el pueblo que lo apoya contra los expropiadores comunistas. El cabo Popoff de la quinta sección del Ejército Rojo se acercaba a la Tranquera leyendo unos poemas de Aleksandr Block, pero ante la eficaz defensa de la Policía Provincial, considerados apóstoles criollos del latifundismo, los bolches vuelven a sus madrigueras.

Este equívoco cuesta aclararlo. Lo que llamábamos pueblo argentino -es así, pues se constituye en tanto pueblo cuando hay un llamado-, es hoy un archipiélago de pensamientos mantecosos, a veces indescifrables, donde penetra fácil la endulcina de las derechas, las fábulas coaguladas de la cizaña fascistoide, la necesidad de convencerse en los sueños nocturnos que nada mejor que una policía infalible que invada terrenos yermos en las madrugadas. Defensa de la propiedad privada. Otra cuestión difícil que enfrenta el gobierno, que tiene un signo de desarrollo nacional, de custodia responsable de valores de la propiedad tanto privada como social, y es obligado a declarar ante un juez de primera instancia que no señor, que sí señor, que cómo no vamos a respetar la propiedad, no somos bolcheviques. ¿Y la vacuna soviética? No Su Señoría, es rusa, se llama Sputnik como un homenaje que ese pueblo le otorga a su historia científica reciente. Recuerde que al comenzar nosotros también dijimos que haríamos un gobierno con científicos. Y, así las cosas, las explicaciones obligan al gobierno a rozar una lengua culposa, que a veces le pasa raspando al prejuicio sobre las acciones minoritarias de las izquierdas, y como resultado de eso se mantiene a Berni en su puesto, vivito y coleando, dando órdenes mientras ofrece su mejor perfil para sus imágenes publicitarias.






Y no es que no se sepa de qué estopa está constituido el Poder Judicial. Alberto Fernández lo dejó muy claro en al acto de La Plata. No obstante, no debe dejar pasar la oportunidad de crear un ámbito de estudio sobre la cuestión de las Obras Sociales, cuya segmentación es hoy una de las graves deficiencias de la atención médica en la Argentina. Reformar el poder judicial implica reformar el sistema de obras sociales, todo lo cual lleva a una reforma del estado. Decir esto no debe asustar y provocar que comencemos a leer noticias sobre satélites habitables a diez mil años luz, pues estamos ante otras disyuntivas. O cambiamos hic et nunc, nuestras condiciones de vida y las instituciones que se cristalizan frente a ellas como insensibles burocracias, o no servirá entusiasmarse porque un laguito descubierto en otra galaxia garantiza que habría vida, aire respirable, futuras playas y fabricantes de refresco. Ese planeta desconocido, con brisas marinas parecidas al nuestro, existe, pero es éste, está acá, el que ya habitamos nosotros. Aquí está Rodas, aquí debemos saltar, no imaginar que actuamos para protegernos y solo para protegernos. Protegerse, verdaderamente, es un acto que nos involucra inevitablemente con el sustento de los otros, los demás, los que no somos nosotros, el que no soy yo. Protegerse es exponerse. 



¡Entonces deme tres kilos!

En mi balance, pongo mercadería en el platillo desfavorable (lo que el gobierno no pudo o no quiso) y del otro lado de la balanza haría falta poner varios kilos de comprensivos pejerreyes para compensar el desequilibrio. La permanencia de Berni no parece endeble y no parece demasiado expuesto a un juicio sobre su funcionamiento ¿Es la interpretación del gobierno que allí hay votos de derecha que no se pueden desdeñar, que sin embargo vota a un gobierno que ha subvencionado a los desamparados, ha hecho esfuerzos notables para que no caigan las pequeñas empresas, ha terminado de construir hospitales, ha respetado instituciones y personas, ha tenido que escuchar y construir en común con los llamados “progresismos”, que proliferan por doquier… y pusieran a hablar al gobierno la lengua despenalizadora del aborto e incluso el lenguaje inclusivo. ¿Y precisa a uno que nos grite subordinación y valor, palabras que no son del acervo que corresponde a la denominada cuestión de la seguridad pública? No lo puedo creer. Hay un nudo a resolver ahí. Las agrupaciones sociales, las pequeñas empresas argentinas, tienen fuertes, encumbrados y prestigiosos movimientos progresistas y reivindicativos. En su mayoría apoyan al gobierno y el gobierno los apoya. Y en la primera fila de la movilización hoy existen feminismos diversos, organismos de derechos humanos, un clima favorable en sectores de la sociedad que advierten con desaprobación el desparpajo golpista del ocultismo y los partidarios de Nostradamus que “niegan la ciencia” y critican el “despotismo médico”. Todo es difícil, el argumento contra los manosantas y trascendentalistas en la soledad de su Ego, no puede ser un berreta cientificismo ni un racionalismo seco, salido recién de Cinc- a-sec. De una probeta o un lavaplatos. Hay que crear un nuevo registro social de ideas colectivas, ni cientificismo ni el misticismo de los-últimos-días.

El gobierno actúa dando pasos de felpa. Un impuesto menor y excepcional a la riqueza es rechazado por los Guardias Blancos como si lo exigieran los marineros del Potemkin. Y a veces parece que los diputados del gobierno, que no tiene mayoría en la cámara, deben explicar laboriosamente que no pertenecen a la URSS, sino al Frente de Todos. Ciertamente, el Frente de Todos existe y es episódico, etéreo, pero necesario, La URSS ya no existe más, pero en la historia contemporánea no es un episodio etéreo y su complejidad, hoy en manos de historiadores y especialistas, y desde luego en memoriosos, no deja entrever innecesariedad, sino un rasgo de dramatismo especial en la historia del siglo XX. ¿Pero se puede hablar así hoy en la Argentina, se pueden escribir estas frases que escribo, no hay algo así como un torniquete algorítmico que ocluye nuestras conciencias y nuestros lenguajes que les impide soltarse a su mejor entender?

Estamos ante una sociedad, que, descontando sus resistentes, sus hombres y mujeres, numerosísimos que portan su lucidez y no la abandonan por los sinuosos caminos del mundo, está demasiado tallada por las callosidades de un miedo de derecha -el miedo en general lo es-, buscando culpables en la pobreza provocada por los verdaderos culpables, que pasan a ser vistos como políticos exentos de las hendiduras que pudre a la historia, a toda historia. Se les admite que digan que hay que presentar certificado de pobre para ir a la escuela pública, demostrando que su clasismo es un hueso duro de roer. Lo presentan como un resguardo de las vacantes de los niños pobres, pero es la mayor compartimentación y segmentación social, basada en prejuicios del racionalismo neoliberal tecnocrático, nunca expuesto con tanta crudeza en toda la historia de la educación argentina. En realidad, no hay balance posible, no somos contadores públicos ni calculistas de estructuras. Pero si algo de eso hubiera, es necesario poner más pejerreyes del lado izquierdo de la historia, y el otro platillo, que quede vibrando en su desconcierto financiero al descubrir que sus pesas eran pelotitas de papel, gruñidos infantiles de hombres grandes, adocenados, que creen que la longevidad y tener “un gran diario a sus espaldas”, les da el derecho entre risitas para acuñar palabras como infectadura, que miente dos veces. Al juzgar al gobierno y al decir que desea proteger vidas, porque así, ji, ji, ji, las envía con más probabilidades a la muerte.




Y la yapa

El gobierno se dejó ganar posiciones que eran legítimamente suyas; quizás sobrevaloró las fuerzas del bloque orgánico de las logias financieras, jurídicas y sus togados editorialistas. Y aunque sea así, quizás falte explorar la hendidura que les arranque con superior elegancia la máscara pringosa de “modernismo ultramontano”, digamos así, que se exhibe como propio de una vida liberal, de una coalición de especuladores que se presentan como hijos del libre mercado o de Mercado Libre. Son literales. Cuando se llaman a sí mismos, en un descuido sin excedentes, se ponen el nombre que les corresponde. El gobierno mismo debe estudiar más profundamente cómo se configuraron estas ligas de poderes inmutables, que tienen apoyo popular. No puede eximirse fácilmente, ante la crítica de “izquierdistas”, diciendo simplemente que no son de izquierda. Sabemos que no lo son, pero golpearse el pecho compungido para negarlo, puede confundirse con dos cosas. Una, con desmerecer los recovecos más hondos de la historia contemporánea, ver una ajenidad en aquello que no nos es ajeno. Otra, con no asumir la efectiva veta de la que provenimos, que nos equivocaríamos si no la consideramos tema de un debate eminente, antes que una cuestión ya enhebrada tal como se pondría un parche de cuero en los codos del saco, para protegerlo y evitar desgastes. Más bien, la vida en general y la vida política, lo que nos indica es el camino de una desprotección con sentido y de un degaste inevitable, que termina siendo el posterior capítulo de un aprendizaje.

Estos nuevos focos de poder Finanzo-Jurídicos, no estudian, pero intuyen que deben acusar de ser de izquierda rabiosa todos los intentos por modificar la balanza inclinada graciosamente hacia la vida truncada que ofrecen las corporaciones. Estudiar mejor estos resortes morales y espirituales es indispensable. Las derechas acusan al gobierno de prorrogar abrazos y evitar la concurrencia familiar a los funerales del abuelo. Agamben, ingenuo, tenía razón, con su pensamiento anarco-teológico. Pero sus conclusiones eran aprovechadas por una derecha milenarista y perdida en su nube escatológica. De algún modo consiguieron abrir los cuidados de la pandemia antes de tiempo. La vacuna es neutral científicamente. Pero un resabio geopolítico agita el alma, pues como decía Maradona, vacunar tiene enormes y múltiples significados. En esencia, es dejarse tocar por el otro, tanto por la ciencia como por la historia, tanto por la investigación como por la intuición. Pero sus procedimientos, itinerarios, protocolos de aplicación, todo ello tiene que ser explicado como un nuevo compromiso comunitario y una promesa renovada. Pues cuando hay dudas entre ir para atrás o ir para adelante, es evidente que no hay que dejarse convencer por los grados de astucia o los basamentos de realismo político que cada uno desee exhibir de sus largas carreras políticas. No las hay ante tanta incertidumbre y desafíos. ¿Alguien puede hablar de tener una carrera política en estas circunstancias que atravesamos? Lo que hay son ideas nuevas que debe dejarse que goteen lentamente, pero esa lentitud ocasional debe escucharse a viva voz. Cuidado con las carreras, el abismo está siempre a un paso.

Sociólogo, ensayista y escritor. Ex Director de la Biblioteca Nacional.

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