Federico Engels en el Campo de MarteReflexiones sobre la guerra y la revolución
Mariano Ignacio Millán
Esteban Pontoriero
Se han cumplido dos siglos del nacimiento de Federico Engels. Numerosas semblanzas y análisis recientes de la obra del compañero político-intelectual de Carlos Marx resaltaron sus aportes al materialismo histórico y varias advirtieron la actualidad de sus ideas sobre temas como el género y la naturaleza. Pero Engels fue, además, un agudo pensador sobre la guerra. Su estudio sistemático de diversos episodios bélicos, así como la reflexión socialista sobre la violencia, tienen algo que decirnos hoy.
Razones epistemológicas
Para localizar adecuadamente el vínculo entre Engels y la cuestión bélica resulta fundamental señalar dos puntos de partida. En primer término, tanto Karl Marx como Friedrich Engels consideraron reiteradamente a la guerra como una forma abreviada de la cuestión social y como una instancia prefigurativa de relaciones, instituciones, técnicas y tecnologías que luego se extendieron al conjunto de la sociedad como, por ejemplo, el salario. «Ejército industrial de reserva» o «Guardia de infantería del capital» no son meras licencias poéticas, sino metáforas bélicas en el pleno sentido de herramientas heurísticas cardinales para comprender el carácter coactivo y jerárquico de la organización del proceso de producción capitalista.
En segundo lugar, desde una temprana edad a comienzos de la década de 1840, Marx y Engels consideraron la revolución como «una» forma de guerra y a la violencia un operador central para la destrucción y construcción de relaciones y sistemas de relaciones sociales. El método retroductivo del materialismo dialéctico, ilustrado con la célebre frase de los Grundrisse «en la anatomía del hombre se encuentra la clave de la anatomía del mono”, indica que las formas más complejas de un fenómeno contienen los caracteres de las menos desarrolladas y las huellas de sus transformaciones. El estudio y conducción de la lucha de clases, conflicto estructurante del orden social y «forma larvada de guerra civil» según el Manifiesto Comunista, requiere el insumo de la comprensión de la guerra, modalidad más aguda de enfrentamiento.
De estos asertos se desprende una tarea para cualquier revolucionario en el sentido marxista del término: si para transformar el mundo huelga conocerlo, aprender sobre la guerra resulta ineludible, tanto por razones epistemológicas como estratégicas. Lo bélico, en resumidas cuentas, no constituye un interés accesorio o anecdótico de los fundadores del marxismo, sino que forma parte del núcleo central de sus ideas-fuerza.
El estudio de la guerra
Para las y los iniciados es ampliamente sabido que en la división del trabajo intelectual entre Marx y Engels, los asuntos militares recayeron sobre este último. Mientras el primero dedicaba años de lectura a libros sobre economía política y a la información periodística sobre la actividad productiva y comercial, Engels escudriñaba los clásicos de teoría de la guerra y miles de noticias, crónicas y reconstrucciones históricas de conflagraciones. Para ambos, la actividad inicial y primordial consistía en el estudio y ordenamiento sistemático del conocimiento acumulado.
Existen varios trabajos, entre ellos «Influencia de De la guerra de Clausewitz en el pensamiento marxista de Marx a Lenin» (1979) de Clemente Ancona, que retratan la historia de las exhaustivas lecturas de Engels sobre temas bélicos. Aquí recordamos solamente su experiencia con Antoine-HenriJomini y Carl von Clausewitz, los dos autores más gravitantes en la materia durante el siglo XIX. Inicialmente Engels valoró más al primero. Luego el prusiano fue ganando lugar en su estima intelectual. Sobre el final de sus días, Engels consideró a Clausewitz su referencia en estos temas. Las características intrínsecas de De la guerra, un libro abstracto con más indicaciones para entender la guerra que para conducirla, y el prestigio de Jomini en las academias militares del mundo, seguramente habrán tenido su parte. Décadas después, los continuadores del marxismo, tanto en la primera clave socialdemócrata como en la clave leninista, comenzaron desde el punto trabajosamente alcanzado por Engels.
Allende el resultado, interesa señalar el proceso activo de apropiación de una serie de ideas del campo de la teoría de la guerra, con lecturas en distintos contextos y diferentes incorporaciones al pensamiento marxista. Una fue la reafirmación de la guerra como medio del intercambio político. Otra, la centralidad de las características de las sociedades de donde se reclutaban las tropas para comprender su desempeño en el campo de batalla. Valga como ejemplo la jovial referencia en La táctica de infantería y sus fundamentos materiales a la negativa de los soldados napoleónicos a «bailar el minué» con su contraparte prusiana, que se desplazaba más lenta y toscamente.
Un segundo aspecto literario de las incursiones de Engels en los asuntos de Marte fue la producción de varios escritos breves destinados a la reconstrucción de la historia de algunos instrumentos para el combate, verbigracia su recapitulación sobre la carabina. Esas pequeñas monografías fueron realizadas para uso personal, con la expectativa de imprimir mayor precisión a un mapa general sobre las relaciones entre guerra, tecnología, desarrollo de las fuerzas productivas y, por ende, sociedad.
La tercera faceta de nuestro autor fue su profusa actividad como cronista, que puede conocerse parcialmente en el volumen de Temas militares de la editorial Estudio. No trabajó como corresponsal. Sin embargo, redactó numerosos artículos de prensa sobre batallas y guerras de su tiempo en base a cables, testimonios y otros materiales. Como marcaron Gabriel Ferreira Gonçalves y Osvaldo Coggiola, casi la mitad de los varios centenares de contribuciones al New York Daily Tribune versan sobre choques armados. Algunos análisis resultaron ser particularmente brillantes, como los de las perspectivas estratégico-militares en la Guerra Civil de los Estados Unidos. En este caso, además, a diferencia de otros expertos europeos, Engels acertó en advertir que muchas de las aparentemente caóticas prácticas bélicas de unionistas y confederados evidenciaban el surgimiento de otro tipo de guerra y marcaban la senda para nuevas prácticas militares que podrían imponerse en el Viejo Mundo. Otra premonición particularmente precisa fue la que escribió luego de la guerra franco-prusiana, cuando pronosticó que el próximo choque de potencias en Europa detonaría una guerra generalizada donde sucumbirían 10 millones de soldados.
El rigor en el estudio y la perspicacia de Engels fueron destacados por numerosos autores, incluidos quienes no simpatizaban con el comunismo. No obstante, al momento de la muerte del segundo de sus fundadores, es más lo que la teoría de la guerra aportó al marxismo que lo que éste aportó a aquella. Al fin y al cabo, Engels, rigurosamente clausewiano, siempre sostuvo que no hay una forma «marxista» de conducirse en la guerra, sino que los combates y su combinación tienen una lógica propia e irreductible, más allá de las ideas políticas de cada bando.
Táctica y estrategia
Las revoluciones de 1848 marcaron la historia contemporánea de diversas maneras. Uno de los efectos político-ideológicos más perdurables fue la emergencia de la perspectiva del comunismo de Marx y Engels. Los alzamientos en numerosas ciudades europeas obedecían a la conjunción de distintos actores y reivindicaciones: emancipación nacional, instauración democrática-destitución de soberanos, luchas sociales, etc.
Pese a la diversidad de sus componentes, la mayoría de las movilizaciones desembocaron en sucesivos y violentos choques de trabajadores, estudiantes y pobres urbanos frente a policías, militares y otras fuerzas del orden. La llamada «primavera de los pueblos» fue también el año de las barricadas y, por tanto, un proceso político con un componente bélico. Parte de las múltiples fracturas sociales de aquella crisis fueron las varias dimisiones de oficiales de las mejores fuerzas armadas, que se pasaron a determinadas facciones revolucionarias. El resultado militar, y luego político, fue la derrota de los revolucionarios.
Engels tomó parte en varios enfrentamientos. Algunas biografías, como la de Tistam Hunt (El gentleman comunista. La vida revolucionaria de Friedrich Engels(2011)), señalaron que su destreza y valía fue reconocida por sus camaradas. A la luz de la documentación de la que disponemos, además, fue un duro crítico de la dirección de los militares profesionales. Según el compañero de Marx, aquellos no comprendían la necesidad de formas de combate más elusivas en vista de la evidente desventaja de los obreros alzados en armas frente a los profesionales de la guerra. Dadas esas condiciones, no quedaba más alternativa que la preparación de los propios dirigentes revolucionarios para la conducción marcial. Por ello, además de estudiar, se entrenaba físicamente. Luego de la conmoción continental, en 1849 participó del levantamiento de Elberfeld. Allí promovió la centralización del comando de levantamientos dispersos, supervisó y fortaleció numerosas posiciones defensivas y alentó un criterio de flexibilidad táctica y la movilidad. Luego se enroló en el ejército insurreccional de Baden y el Palatinado, con el cual actuó en al menos cuatro batallas.
Desde las revoluciones de 1848, la estrategia política fue uno de los terrenos de elaboración permanente de sus conocimientos. En un escrito reciente, Paul Blackledge ofreció una reconstrucción histórica de las mutuas implicancias de los análisis bélicos y las posiciones políticas de Engels. Como explicó Sigmund Neumann durante la Segunda Guerra Mundial, las reflexiones ensayadas por los fundadores del comunismo moderno incluyeron, al menos, dos instrumentos conceptuales gestados en torno a la cuestión bélica. Uno era el timing según el cual la posición ofensiva o defensiva de los revolucionarios se desprendía de la situación objetiva en las correlaciones de fuerzas. El otro, el vínculo intrínseco entre la política internacional de Estados e imperios, las guerras y la dinámica de la lucha de clases. En varios escritos, Engels cifraba las perspectivas de éxito de las revoluciones fundamentalmente en los desequilibrios del sistema europeo de poder.
La guerra franco-prusiana y la Comuna de París sacudieron las ideas estratégicas de Marx y Engels. El esquema «endógeno» de la lucha de clases en cada país resultó obsoleto en un escenario signado por la alianza político-militar entre Bismarck y Thiers, enemigos recientes, frente a los trabajadores de la ciudad luz, cuya resistencia al invasor trocó en revolución proletaria. La guerra internacional creaba una situación revolucionaria porque acicateaba una crisis social mayúscula, la movilización bélica masiva incrementaba las exigencias populares hacia a las clases dominantes que, en semejantes condiciones, hacían la paz con las fuerzas hostiles para aplastar a los obreros levantiscos.
Durante el último tercio del siglo XIX muchos países aceleraron el proceso de masificación de las fuerzas armadas mediante el servicio militar universal para los varones jóvenes. A los ojos de Engels, semejante transformación alteraría por completo el carácter de los ejércitos, que pasarían de ser un reducto de la nobleza a una institución más representativa del conjunto de la población y, por ello, un mecanismo de incorporación a la ciudadanía más efectivo que las proclamas democráticas o republicanas.
En sus años postreros, Engels escribió el célebre prólogo de 1895 a La lucha de clases en Francia de 1848 a 1852, de Karl Marx. Uno de los textos más discutidos de la historia de la tradición del «socialismo científico», que incluye un balance magistral de los aspectos militares de las revoluciones de 1848 y de la Comuna. La clase trabajadora no podía vencer a los ejércitos modernos, fuertemente equipados y diestramente entrenados, practicando la lucha de barricadas, máxime si se consideraba el cambio en la traza urbana, reformada tras los alzamientos. La eficacia de las barricadas, sostenía, era más moral que material, en el sentido de fortalecer la disposición para el enfrentamiento.
Engels y la posteridad bélica
Entre varios asuntos de su interés, Engels tuvo una preocupación constante en el estudio del desarrollo de las Fuerzas Armadas y el análisis de las guerras que acompañaron el surgimiento simultáneo del capitalismo y del Estado nación moderno. Eso se complementó perfectamente con el trabajo de Marx, mayormente abocado a la economía. Y no es que este pensara muy diferente a su colega y amigo, habiendo estado también interesado en las guerras de su tiempo.
Para el sociólogo alemán Wolfgang Streeck, las reflexiones de Engels sobre la guerra muestran que el principal beneficiario del progreso de la tecnología militar, es decir de los «medios de destrucción», era el Estado, antes que la sociedad y/o su orden económico. Desde la segunda mitad del siglo XIX, el creciente poder de destrucción de las Fuerzas Armadas estaba encaminado a desencadenar una competencia entre Estados, que se adicionaba a la también creciente rivalidad entre los monopolios emergentes y los cárteles en las economías capitalistas.
Marx y Engels pensaron mucho sobre los conflictos armados contemporáneos. Estimaban que las guerras interestatales del presente podían contener importantes lecciones para las guerras revolucionarias del futuro y la destrucción del capitalismo. Sin embargo, existía un problema: si el camino hacia el socialismo implicaba el uso colectivo de la violencia, ¿era viable la fase militar de la lucha de clases entre los trabajadores y los capitalistas en un mundo de Fuerzas Armadas profesionales, disciplinadas y equipadas como nunca antes?
Desde la perspectiva del último Engels, en la futura guerra mundial (que predijo con gran exactitud en 1887), el proletariado en armas de los países que estarían arruinados apuntaría sus fusiles contra los enemigos de clase y el Estado, alzándose contra el poder y haciendo la revolución. La guerra librada como lucha nacional por vastas masas de ejércitos de conscriptos ayudaría a fortalecer a la clase trabajadora, en los países derrotados y en los victoriosos. Sin embargo, a excepción del Imperio Ruso, el final de la Primera Guerra Mundial no trajo revoluciones triunfantes.
¿Qué fue lo que falló en el cálculo? Entre diversos factores, podemos avanzar sobre el siguiente: podríamos suponer que el capitalismo permaneció prácticamente intacto no sólo debido a las relaciones de fuerzas internas. El orden interno de los Estados nacionales también dependía en parte de su posición militar internacional. En la era del capitalismo industrial, un Estado enemigo armado hasta los dientes podía causar más daño a una sociedad que cualquier crisis económica, por ejemplo. En este sentido, un Estado extranjero se presentaba como un adversario más peligroso que la burguesía nacional. La clase dominante de cada país se presentó a través de las Fuerzas Armadas del Estado como la protectora de su pueblo. Por eso, podríamos suponer, la amenaza de una guerra internacional bloqueó el camino de la guerra de clases: las relaciones internas se ataban a las externas.
No obstante, el desarrollo de los medios de destrucción iría en paralelo al de aquellos de producción. La Segunda Guerra Mundial puede entenderse como una guerra entre tres versiones de la sociedad industrial moderna: capitalismo, fascismo y comunismo, todas sostenidas por Estados fuertemente armados. Siguiendo la línea planteada por Engels, podríamos decir que la hipertrofia de los Estados en el siglo XX fue el resultado de su función para la guerra y los medios de exterminio que desarrolló, alcanzando su pico histórico en la era atómica iniciada en 1945. Seguramente, este planteo podría dialogar con los de Carl Schmitt y Giorgio Agamben respecto del creciente poder del Estado mediante la instauración de estados de excepción cada vez más extendidos en el tiempo y el espacio, como una tendencia de largo plazo.
Cabe destacar, además, que el último Engels –que escribió regularmente en las principales revistas teóricas del Partido Socialdemócrata Alemán–, había avanzado sobre posiciones en línea con vías legales, electorales y parlamentarias al socialismo, sin renunciar a la revolución. La idea engelsiana, según diversos autores, parecía ser, en esos años, la de una fusión entre reforma y revolución (algo que la corriente leninista impugnó posteriormente y que condujo a controversias entre socialdemócratas y comunistas). Sus posiciones fueron decisivas e influyentes sobre Karl Kautsky, teórico socialdemócrata que también recogió análisis sobre la guerra en diversos trabajos. Y también sobre Eduard Bernstein, el padre del revisionismo.
Lo cierto es que el pensamiento bélico constituye una de las fuentes y partes integrantes del marxismo (¿hoy abandonadas?), tanto desde una perspectiva epistemológica como estratégica. La evolución y maduración durante medio siglo de las ideas sobre la política y la historia de los fundadores del materialismo dialéctico tuvo lugar en un diálogo teórico, conceptual y empírico con las guerras posteriores a las revoluciones de 1848. El aporte de Engels resulta superlativo porque trazó los elementos para observar el desarrollo de los medios de destrucción en paralelo con el de los medios de producción y los procesos de formación/consolidación del Estado moderno. Algo muy necesario de recordar, tanto para criticar enfoques desmedidamente «economicocéntricos», como para entender el siglo XX (¿y el XXI?), atravesados por la sombra de la guerra, la masacre y el genocidio.
Ilustración: Saatchi Art
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