12/12/2020

celebramos la copia




Los autores de este artículo abordan el “affaire” Lezano y el escrache punitivista que la fotógrafa descargó sobre la artista plástica Mariana Esquivel, para dejar planteados algunos interrogantes: ¿Qué relación hay entre la originalidad y la reproductibilidad técnica; entre el arte contemporáneo y la copia? ¿Acaso el mundo de la publicidad y las redes sociales no se han encargado de hacer estallar el copyright? ¿Se puede pensar el arte con el código penal en la mano?


Por Esteban Rodríguez Alzueta y Leandro de Martinelli*

(para La Tecl@ Eñe)



“-¿Viste que buena la foto de Marcos López?” “-No, no es de López, es de Nora Lezano!” Este diálogo no existió, pero nos sirve para hacer las siguientes preguntas: ¿Qué relación hay entre la originalidad y la reproductibilidad técnica; entre el arte contemporáneo y la copia? ¿Acaso el mundo de la publicidad y las redes sociales no se han encargado de hacer estallar el copyright? ¿Se puede pensar el arte con el código penal en la mano? Las preguntas tampoco son originales, sino una copia de la copia, son las mismas preguntas con las que se midieron artistas de la talla como Andy Warhol.

El 4 de diciembre la reconocida fotógrafa Nora Lezano se comunicó con el Museo Provincial de Bellas Artes de San Juan para avisarles que iba a iniciar acciones legales si no le retiraban el premio a una artista plástica que había basado su pintura al óleo en una fotografía que Lezano hizo para una banda de rock. La pintora en cuestión es la sanjuanina Mariana Esquivel. Acababa de ganar un premio de 80.000 pesos -con fallo unánime- por su obra Tiempos de confinamiento Covid-19. ¿Qué tiene que ver una foto promocional de una banda con una escena sobre el confinamiento? Que una imagen copiaba a la otra.

Hace rato que la originalidad ha estado puesta bajo la lupa del código penal. Sobran los ejemplos. Lo hizo María Kodama con Pablo Katchadjian y ahora Lezano con Mariana Esquivel. Pero esta vez las amenazas no llegaron por telegrama del Correo Argentino sino a través de la prensa nacional. Es lo que dijo Lezano en el diario La Nación: le hizo saber a la pintora que estaba en sus planes presentar una demanda en los tribunales. Pero las amenazas no quedaron en una extorsión judicial. Los conflictos ya no se tramitan judicialmente sino a través de ceremonias de degradación moral que buscan difamar al otro, mancharlo, marcarlo, expulsarlo. La difamación se organiza y trama a través del escrache. 

En efecto, en paralelo a la amenaza judicial -que implicaba no solo al Museo, sino también al jurado del concurso y a la pintora-, la fotógrafa optó por publicar en sus redes una denuncia de plagio en tono sarcástico que invitaba a buscar “las 7 diferencias” entre la fotografía publicada en el librito de un CD y una pintura al óleo de 90×120 cm. Este posteo mordaz lanzado a sus 40.000 seguidores de Instagram encontró, los primeros dos días, un montón de adhesiones. Gente indignada que escribía mensajes que iban desde la solidaridad al desborde verbal en defensa de los “derechos vulnerados” de Lezano. De eso se trata el autobombo de Instagram: reclutar likes.

Las consecuencias fueron inmediatas. La pintora renunció al premio y el Museo aceptó la renuncia sin chistar. Estamos hablando de Lezano y sus 40 mil seguidores, muchos de ellos más famosos que la propia Lezano. Es difícil pensar problemas bajo amenaza judicial y una lluvia de piedras virtuales. No hubo tiempo para reponer los debates de estos últimos cien años de artes visuales. Había que salir rápido del entuerto. Y eso hicieron en San Juan.

Sin embargo la corriente de opinión fue virando. Al tercer día, otros integrantes del mundo de las artes intervinieron en la conversación pública para dar sus pareceres, mostrando matices y disidencias.

Al cuarto día la taba se dio vuelta, el escrache quedó desfondado y entre debates sesudos sobre artes visuales y acusaciones de vigilancia policial, Lezano entendió que mejor borraba las huellas de su movimiento punitivista. Si total, para ese momento, la venganza estaba consumada: le habían retirado el premio a la artista y muchos portales de noticias nacionales daban por seguro que se trataba de un “plagio” sin derecho a réplica, un periodismo a las apuradas que nunca le dio voz a la pintora. Decime cuan famosa eres y te diré si te damos la palabra.

Resulta un lugar común imaginar a la ciudad de San Juan como un feudo conservador, donde para algunos el arte legítimo debe ser el ecuestre o el paisajismo. A partir de este escándalo podemos asegurar que un sector del arte sanjuanino no defrauda nuestros prejuicios: artistas de los más variados, algunos de larga trayectoria, se sumaron al coro de Lezano. ¿Se perdieron 100 años de debate sobre artes visuales? ¿Se arrodillaron frente al porteñocentrismo? Ya había pasado algo similar con Mariana Esquivel cuando años atrás le encargaron un collage y alguien reclamó que una de las imágenes que integraban el collage era suya. ¡¡Un collage!! ¿Para esos artistas no existe la teoría del collage? Así que ahora Esquivel pasea por un pueblo fantasma que cree poder decir que ella ha plagiado. Todo ese conjunto de acciones solo ayudan a reproducir y perpetuar las desigualdades en el campo del arte.

A favor de Lezano hay que decir que publicó en su Instagram una tibia disculpa, donde habla en nombre de quienes la conocen para decir cosas buenas de sí misma.




Fotografía de Lezano, que pertenece al álbum discográfico de la banda Mi amigo invencible. 





Aquellos que salen a gritar “plagio” lo hacen con el argumento de que “está a la vista”, pero hace unos 102 años, cuando Kazimir Malevich publicó su Cuadrado blanco sobre fondo blanco, las artes visuales dejaron de ser solamente “lo que está a la vista”. Aquel que no esté interesado en debatir sobre arte sino sobre el plagio como categoría judicial, deberá enterarse de que al plagio hay que probarlo. YouTube está lleno de gente con mucho tiempo libre que se la pasa comparando canciones para sancionarlas como “plagio” y años después se enteran de que la justicia falla distinto. La última novedad es de octubre de 2020 cuando la justicia determinó que Led Zeppelin no había copiado el riff de Stairways to heaven. Por supuesto, YouTubesigue lleno de gente que dice otra cosa, y ya es fácil imaginar qué cosas dirán de Led Zeppelin estos sanjuaninos.

Al que le interese, antes que demostrar el plagio hay que demostrar que hay una obra de arte, y la caracterización de “obra de arte” se basa en la originalidad y el significado particular. En el caso de esta foto, es más fácil demostrar que podría ser de Marcos López (costumbrismo nacional, múltiples ejes, composición renacentista; le falta una botella de lavandina y es todo un Marcos López) que una de Nora Lezano. Y el significado de esa foto hecha para la prensa varía cuando se le cambia la técnica, la escala, el soporte y se la saca del circuito musical para ponerla a circular en el régimen de las artes visuales.

No está de más agregar que fue la misma pintora quien envió una foto de su obra al Instagram de la banda –Mi amigo invencible-, que luego de acusarla de plagio se la pasó a Lezano. ¿Qué clase de plagiario le envía el plagio a la fuente? Por eso, el plagio hay que demostrarlo, como a cualquier otro delito. Pero el punitivismo es tan sabroso, produce tanto goce escrachar al otro, es tan útil para mostrar la propia altura moral, que acá, desde los integrantes de Mi Amigo Invencible a Nora Lezano, pasando por toda la troupe de aliados, sintieron la oportunidad de mostrar de qué buena madera están hechos.

El código penal siempre ha sido un aliado de muchos artistas, sobre todo de aquellos que están preocupados en resguardar su estatus. Un artista parado detrás del copyright es un conservador que siente amenazado el prestigio acumulado, sobre todo cuando hay plata de por medio. Otras veces, el escándalo es la oportunidad para subirse otra vez a la tapa de los diarios. Cuando el artista empieza a copiarse a sí mismo, los escándalos suelen agregarle la adrenalina que ya no corre por sus obras.

Por su puesto que el escándalo también es una manera de revalorizar la propia obra, de volver a cotizar en la bolsa de San Telmo, de levantarle el precio a las obras. Porque lo que hay que agregar esta vez es que el problema no fue tanto la pintura sino el premio, es decir, el dinero. Una palabra maldita, no dicha en la polémica, pero que está como telón de fondo. Acá hay mucha tela para pensar, pero no es ahora el momento. 

La victimización como prolongación del arte. Me pongo en víctima luego soy. Si no hay justicia hay escrache. Esa fue la consigna de HIJOS para interpelar al Estado. Veinte años después, está en boca de todos los que hicieron de la víctima -del dispositivo víctima- una plataforma para subirse a los noticieros y ganar la atención. El escrache se ha convertido en un repertorio de acción para tramitar unilateralmente malentendidos o conflictos de distinto calibre. Lo usaron los veganos para manifestarse en contra de las carnicerías o mataderos, los protectores de animales para señalar a los cazadores furtivos, los vecinos alertas para correr a los gitanos del barrio o a los pillos, los trabajadores para sacarse de encima algún compañero, y algunos sectores del movimiento de mujeres para excluir a las personas que identificaron como violentas. Y, como no podía ser de otra manera, también algunos artistas para tramitar sus reproches. Artistas que se mueven como patrullas morales, juzgando la obra del otro que no pagó derecho de piso.



Para terminar, celebremos la copia. El aprendizaje se lleva a cabo copiando. Cuanto más venerado el original mejor tiene que ser la copia. Dice Byung-Chul Han: “La copia también funciona como una señal de respeto para con el maestro. La gente estudia, elogia y venera una obra copiándola. La copia es una alabanza (…) La copia de Manet del cuadro de Gauguin parece una declaración de amor. Las imitaciones de Van Gogh de las estampas japonesas de Hiroshige expresan admiración. Es sabido que Cézanne iba a menudo al Louvre para copiar a los maestros antiguos. Ya Delacroix lamentaba que se abandonara el ejercicio de la copia como fuente esencial e inagotable de conocimiento. El culto a la originalidad deja en un segundo plano esta práctica esencial para el proceso creativo. En realidad, la creación no es un acontecimiento repentino, sino un proceso dilatado, que exige un diálogo intenso con lo que ya ha sido para extraer algo de ello.”

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*Esteban Rodríguez Alzueta es Docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes. Director del LESyC y la revista Cuestiones Criminales. Autor entre otros libros de Vecinocracia: olfato social y linchamientos y Yuta: el verdugueo policial desde la perspectiva juvenil.

Leandro de Martinelli es Comunicador social y editor de Firpo Casa Editora

1 comentario:

Anónimo dijo...

cualquiera puede calcar una foto, un mapa y pintarrajearlo arriba. No me vengan conque es una obra de arte, es CALCAR lo que hizo la pintora. me extraña artemio! CALCAR LO PUEDE HACER CUALQUIERA