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12/06/2020

caso testigo

Venezuela, la Democracia y los Reyes Magos – Por Marcelo Brignoni






Marcelo Brignoni afirma en este artículo que en el marco del debate real sobre un mundo mejor, Venezuela es un caso testigo de lo que las potencias coloniales occidentales no quieren admitir, el derecho de los países a la justicia social, a su independencia económica y a su soberanía política.


Por Marcelo Brignoni*
(para La Tecl@ Eñe)


Más allá de lo que muchos pregonan y muchos menos creen, el sistema internacional que opera la institucionalidad del mundo que habitamos no funciona en base a valores, mucho menos universales, sino en base a acuerdos, intereses y equilibrios.

Por ende, la pretensión occidental de universalizar sus valores es en los hechos una actividad mucho más publicitaria que política.

La vocación de “pregonar” la “preocupación democrática” sobre Venezuela se inscribe en ese marco.

De hecho, el G20, el más poderoso organismo internacional vigente, reconoce en este 2020 el derecho de Arabia Saudí de presidirlo. Ninguno de los 20 países más poderosos del mundo que lo integran, entre los que están los que conforman el “Occidente Democrático”, ha hecho ninguna observación a la participación del gobierno de Salman bin Abdulaziz Al Saud, ni ha peticionado el cumplimiento de los DD.HH en un país que parece trozar opositores en sus embajadas y desaparecerlos, ante la complicidad del sistema occidental, más preocupado por las acreditaciones saudíes en sus bancos, que por la democracia o los DD.HH en ese país, o en cualquier otro.

Los estados más serios del mundo hablan de no injerencia y de respeto soberano para la organización de los sistemas políticos de cada país. Esto de hecho se cumple con la situación de Arabia Saudí, de China, del Reino Unido, de la Federación de Rusia, de Israel o del propio Estados Unidos. Lo que determina la capacidad autónoma de los países, es el poder defensivo nacional y regional que hayan podido construir y no la “preocupación occidental por la democracia”.

En todo caso lo que puede observarse es la “justificación democrática”, una fachada publicitaria de occidente, para promover desestabilizaciones internas o interrupciones del funcionamiento de los sistemas políticos de aquellos países que no admiten la pretensión de que las empresas y los bancos occidentales los saqueen.

Quienes se plantean un escenario de autonomía organizativa y política exterior soberana, sufrirán el escarmiento. Esta injerencia desestabilizante ya se ha aplicado en Libia, en Irak, en el bloqueo a Cuba o a la misma Venezuela. En ninguno de estos casos la preocupación fue y es la democracia.

En realidad, la preocupación real del poder sistémico de los gobiernos de Estados Unidos y de la Unión Europea, refiere a su vocación perennemente colonial por el control político de los países, a fin de imponerles su formato de sometimiento financiero y de expoliación extractiva de sus recursos naturales.

Cada vez son menos los países donde pueden lograrlo y de ahí su creciente y renovada preocupación por este nuevo mundo multipolar donde emergen Rusia y China.

Por estos días el hegemón unipolar atlántico de Estados Unidos y la Unión Europea, que a muchos analistas les pareció definitivo en un pasado cercano, es solo una pata de la mesa donde hay otros jugadores iguales o más potentes que estos.

El histórico papelón de pasear por los países a un personaje menor de la política venezolana como Juan Guaidó habla peor de los gobiernos que lo reconocieron como “presidente encargado” que del propio Guaidó, y habla también de la fortaleza política del proceso bolivariano en Venezuela que, asediado y condicionado, se mantiene vital políticamente y con un respaldo popular elocuente.

La pretensión enunciada por occidente de la búsqueda de la “estabilidad democrática” carece de verosimilitud. Lo mismo que la de los organismos conducidos sólo en lo formal, por personajes delegados, que suelen acompañar estos pronunciamientos como claque a su servicio, dentro del sistema multilateral global.

Esos mismos países cuya “insubordinación fundante” en el pasado los convirtió en las potencias que hoy son, no admiten que la soberanía de lo que ellos consideran sus “satélites geopolíticos” se proponga un escenario de autonomía e independencia económica.

En el marco del debate real sobre un mundo mejor, Venezuela es un leading case, un caso testigo de lo que las potencias coloniales occidentales no quieren admitir, el derecho de los países a la justicia social, a su independencia económica y a su soberanía política.

La mentira, de la preocupación democrática del Grupo de Lima y de otros carteles empresarios multinacionales similares, no puede ser creíble para alguien que ostente de buena fe una preocupación cierta sobre el futuro del mundo y de nuestra región latinoamericana.

De esto hablamos cuando hablamos de Venezuela, y de la “lucha por la democracia”, lucha que en realidad debiera redenominarse y llamarse lucha por la soberanía política. Lo que hay que defender es la soberanía política de los países, eso a lo que occidente se opone de modo cotidiano, con su pretensión colonial universalista.

La soberanía que se le reconoce a Estados Unidos, Francia, China o la Federación de Rusia, debe reconocérsele y defendérsele a Vietnam, Cuba o Venezuela.

De esto hablamos cuando hablamos de la democracia en Venezuela, de su legítimo derecho soberano a no rendirle cuentas de su organización política al occidente colonizador.

Venezuela elegirá sus integrantes de la Asamblea Nacional Bolivariana el próximo 6 de diciembre. Una enorme alegría ver que su pueblo vuelva a demostrar su soberanía y su vocación de designar a los 277 miembros que lo representaran.

La “preocupación democrática” de los países que asedian Venezuela es menos verosímil que la existencia de los Reyes Magos. Ya somos muy adultos para seguir poniendo pasto a los camellos imaginarios.

*Analista político. Columnista del programa radial Vayan a laburar, emitido por AM750.

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