11/28/2020

modus operandi

Piedra libre para los infiltrados de Larreta
Por Ricardo Ragendorfer




El operativo represivo del gobierno porteño en el adiós a Diego contó con los “servicios” de policías de civil que agredieron a un periodista y operaron en medio de La Doce. Cómo se orquestó la cacería y las burdas justificaciones de Santilli. Los antecedentes de las “banderas falsas” del macrismo, una nefasta práctica que, en este caso, convirtió un duelo popular en otro festival del garrote.

El 8 de diciembre de 2010, una acción conjunta de la Policía Federal y la (ya extinta) Metropolitana desalojaba del Parque Indoamericano a alrededor de 350 familias instaladas allí. Desde la retaguardia, el entonces ministro porteño de Espacio Público, Diego Santilli, supo decir: “Es un operativo valioso y prolijo; con algún problemita, claro. Pero sin incidentes graves”. 

En ese instante los noticieros comenzaban a informar sobre las muertes de dos pobladores y la existencia de heridos a granel.

Casi una década después, justo cuando en la Casa Rosada concluía a las apuradas el velatorio de Diego Maradona, este mismo sujeto, pero ahora como vicejefe de Gobierno porteño a cargo del Ministerio de Justicia y Seguridad, supo decir: “Nuestro límite es la violencia”.

En ese instante los noticieros comenzaban a mostrar cómo la Policía de la Ciudad –bajo su mando– arremetía con gases lacrimógenos y balas de goma contra la multitud, enturbiando así la tristeza popular.

¿Acaso fue un reflejo pavloviano de los mastines humanos del vicejefe o en semejante explosión represiva latía alguna otra intencionalidad?

La cacería

A esta altura ya se sabe la escaleta del asunto: no fue ajeno a su escandaloso epílogo la decisión –dispuesta por la familia del ídolo– de concluir el desfile del público ante el féretro a las 16:00. Una contrariedad, dado que convergían hacia la Casa Rosada unas 300 mil personas.

En tal contexto, dos horas antes se le pidió a la Policía de la Ciudad que cortara los principales accesos a la Plaza de Mayo. Y sin mediar palabra, sus efectivos lo hicieron a escopetazos y patadas.

Aquello –por caso– sucedió en el tramo de la Avenida de Mayo, entre Bernardo de Irigoyen y Bolívar, cuando el estruendo de los disparos deshizo la fila de manera súbita, ahuyentando a los presentes en diferentes direcciones. Algunos, alcanzados por las postas, trastabillaban o caían, y otros tropezaban con ellos, para ser remolcados de los cabellos por los uniformados, mientras crecía el número de heridos y contusos.

Exactamente a las 16.12, cuando la Avenida de Mayo ya se encontraba despejada, un ciclista fue derribado de un palazo por un policía antes de ser molido a golpes por otros hasta perder el conocimiento. Absolutamente fuera de sí, sus victimarios intentaban llevárselo detenido, arrastrándolo, pese a no haber recobrado el conocimiento. Sin embargo, frente a la gran afluencia de testigos, muchos filmando la escena con sus celulares, terminaron por desistir para darse a la fuga. Eso fue transmitido en vivo por varios canales.


Mientras tanto, la represión ya se había extendido a los alrededores de la Casa Rosada. La situación era institucionalmente surrealista: las autoridades del gobierno nacional quedaban así a la merced de una mazorca que obedece a un alcalde opositor, entre gritos, disparos, gases y sirenas.

En ese momento la gente comenzó a trepar las rejas de la calle Balcarce 50 para refugiarse en el Patio de las Palmeras. Y al vencer una de las rejas se produjo un ingreso descontrolado de personas a la sede gubernamental sin otro propósito que guarecerse de la represión, digamos, “larretista”.

A esa hora, el ministro del Interior, Wado de Pedro, les exigió a Horacio Rodríguez Larreta y a Santilli –en un posteo por Twitter– “que frenen ya esta locura que lleva adelante la Policía de la Ciudad. Este homenaje popular no puede terminar en represión a quienes vienen a despedir a Maradona”.


La respuesta de Santilli fue muy PRO: “Lamento que politicen uno de los días más tristes de los argentinos”.

La embestida de la Policía de la Ciudad llegaba a su cenit. A las 16.25, el movilero de C5N, Lautaro Maislin, seguía en la Avenida 9 de Julio a unos policías de civil que arrastraban a un detenido. Ellos lucían chalecos azulados con el logotipo de esa fuerza, de acuerdo al reglamento vigente. En aquellas circunstancias, un tipo algo obeso y de mala traza le cacheteó el micrófono, al grito de: “¡No mostrés cualquier cosa!”. Lautaro, al suponer que se trataba de un ciudadano ofuscado, le explicó que intentaba mostrar lo que sucedía. Pero el otro se mezcló con los policías. Era uno de ellos. 
  

Lo notable es que unos minutos antes, mimetizado entre el público, ese hombre le arrojaba cascotazos a los uniformados.

Un viejo modus operandi que bien vale refrescar.

Bandera falsa 

A fines de 2017, durante la marcha en la Plaza de los dos Congresos contra la sanción de la reforma previsional, el oficial de la policía porteña, Maximiliano Russo, recibió una lesión en la córnea. Su caso fue famoso porque Mauricio Macri lo visitó en el Churruca, y le dijo: “Tu mujer es muy linda para que la mires con un solo ojo”. La madre luego reveló que el pobre Maxi, infiltrado entre los manifestantes, resultó herido por sus propios camaradas al reprimir a los más revoltosos. Lo que se dice, un “cachiporrazo amigo”.

La clave de tal recurso se cifra en la intervención de tipos encapuchados para desatar con vandálicos incidentes la cacería de manifestantes. Una suerte de “foquismo” al revés. O sea, una operación de “bandera falsa”.


Esta expresión reconoce su origen en una táctica de los piratas del siglo XVI que consistía en disfrazar sus barcos con banderas ajenas para así lograr que las víctimas no huyeran ni se prepararan para la batalla. Y en la actualidad alude a maniobras de inteligencia que se cifran en la realización encubierta de algún acto repudiable y resonante con el objetivo de endilgárselo a terceros, ya sean personas, grupos o naciones enemigas.

La historia de la humanidad está salpicada por estos juegos de artificios. Claro que, durante el siglo XX, hubo al respecto ejemplos memorables, como –por ejemplo– el incendio del Reichstag y la “Operación Gladio”

El primero se refiere al fuego provocado en el edificio del Parlamento alemán en Berlín, el 27 de febrero de 1933. Un hecho atribuido por el naciente poder nazi (Hitler acababa de llegar a la Cancillería) a un comunista holandés de 24 años, ejecutado poco después. Todo el asunto fue ideado por el propio Führer (con producción a cargo de Hermann Göring), quien así legitimó una feroz cacería de dirigentes y militantes del Partido Comunista Alemán (KPD), sus más peligrosos adversarios.


A su vez, la “Operación Gladio” fue la puesta en marcha (con apoyatura de la OTAN y la CIA) de la red que impulsó en Italia la llamada “estrategia de la tensión”, durante los años setenta. Su método: el uso intensivo de elementos ultraderechistas para cometer atentados en nombre de la izquierda radicalizada (como la voladura de la Estación de Bolonia, con 85 muertos). Su finalidad: neutralizar, en medio de la Guerra Fría, el ascenso por las urnas de los partidos disidentes al alineamiento peninsular con los Estados Unidos.

Ante estos logros en el campo del ilusionismo, bien puede decirse que en la Argentina del régimen macrista el arte de la “bandera falsa” atravesó un patético momento.

Ese patrón operativo fue estrenado durante la emboscada con golpizas y arrestos arbitrarios a mujeres luego de la marcha organizada el 8 de marzo de 2017 por el colectivo Ni una Menos. Se repitió al mes en el sorpresivo ataque a docentes que armaban la Escuela Itinerante en la Plaza de los Dos Congresos y, en junio de aquel año, durante la celada a los cooperativistas movilizados ante el Ministerio de Desarrollo Social. La gran gala en la materia ocurrió el 1º de septiembre, al concluir el multitudinario acto por la aparición con vida de Santiago Maldonado. Por tal razón, ni siquiera causó el menor asombro que en la convocatoria contra la sanción de la Reforma Previsional, ya en el transcurso del siempre filoso diciembre de aquel año, tal ardid fuera el plato fuerte del menú policial (donde fue herido el oficial Russo). Lo mismo pasó en agosto del año siguiente, cuando una horda de anarquistas apócrifos atacó el teatro ND Ateneo durante el estreno del documental El camino de Santiago, (de Tristán Bauer, con guión de Florencia Kirchner y Omar Quiroga, en base a una investigación de Juan Alonso), que reconstruye el primer crimen político del macrismo.


En todos esos episodios también fue filmado un apreciable número de falsos revoltosos (con capucha) que después (a cara descubierta) se mostraban con sus colegas de uniforme, como ahora el agresor de Maislin.

Tanto es así que el día del velatorio de Diego, ya durante la madrugada, algunos policías disfrazados se infiltraron entre los muchachos de La Doce, al costado de Plaza de Mayo; otros marchaban con las hinchadas de Los Andes y Gimnasia. Cabe destacar que, en algunos casos, el inicio de las hostilidades con los agentes porteños del orden corrió por cuenta de ellos. Y más de uno hasta incurrió en la audacia de refugiarse, junto a barras auténticos, en la Casa Rosada.

La ceremonia del adiós

Esta cosecha del caos dio tela para cortar entre los tuiteros de siempre. Tal fue el caso de Patricia Bullrich. Su posteo fue: “Demagogia y barrabravas son la cara de la misma moneda. La responsabilidad de lo que está sucediendo es del Presidente por permitir el velatorio en Casa Rosada. Quisieron apropiarse de un símbolo y sólo generaron violencia y destrucción”.


Y el insigne Fernando Iglesias desenvainó su cuchillo de claridades para pontificar: “Lo de ayer es un ejemplo de su absoluta incapacidad de gobernar. Y lo vemos con imágenes de los barrabravas tomando la Casa Rosada: treinta gordos en bermudas los dejaron en ridículo”.

Los ejemplos son variados e inabarcables en un solo artículo.

En cambio, conviene reparar en las justificaciones esgrimidas desde el Ministerio de Justicia y Seguridad porteño.

En diálogo con Contraeditorial, una fuente de dicha cartera resumió lo ocurrido con una lógica aplastante: “Desde el gobierno nacional nos ordenaron que cortemos las filas a las dos de la tarde. Eso hicimos, y bue… hubo algunos que lo tomaron a bien, y otros lo tomaron a mal. Eso fue todo.

Santilli, por su parte, repitió ante todo micrófono que se le puso a tiro la misma argumentación: “El operativo de seguridad estuvo a cargo del gobierno nacional y la Policía de la Ciudad solo cumplió sus órdenes”.

Únicamente le creyeron quienes ignoran que la jurisdicción en la zona de los incidentes es únicamente de aquella fuerza. 
  

También dijo: “La orden de interrumpir la fila la dieron las fuerzas de seguridad nacionales. En ese momento, un grupo de violentos empezó a tirar piedras y palos Parece una costumbre echarle la culpa al otro”

Entonces insistió: “Nuestro límite es la violencia”.

Bastó un comunicado del Ministerio de Seguridad de la Nación para dejar a la intemperie su justificación “Es absolutamente falso que las fuerzas federales o de la Ciudad hayan recibido la orden de reprimir o de participar de la represión desatada en la zona de la Avenida 9 de julio. Porque es la Policía de la Ciudad la que tuvo la responsabilidad primaria del operativo”.

También se aclaró que, a través de un comando unificado de las fuerzas federales, el Poder Ejecutivo nacional coordinó el apoyo que se podría brindar a la Policía de la Ciudad”.

Más allá de estas desavenencias protocolares, lo ocurrido no dejó de ser un modo macrista de convertir un duelo popular en otro festival del garrote.

1 comentario:

jfc dijo...

https://www.parlamentario.com/2004/03/30/kirchner-solicito-al-congreso-la-intervencion-federal-de-santiago/
https://www.ellitoral.com.ar/corrientes/2020-5-3-2-6-0-en-60-anos-corrientes-tuvo-12-gobernadores-y-17-interventores

a grandes males , incluida la pretendida sobrecarga de los impuestos en los consumos ( tarjeta es lo q mas se usa en los supermercados)
y también la mano negra en los bonos contado con liqui
el facho no descansa
se le responde con alta facha