10/12/2020

polémica




Por Horacio González*
(para La Tecl@ Eñe)

El amor por los lugares comunes, en política, puede ser una pasión persistente. Pero suele ser dañosa y contradictoria, además de oportunista. Si tuviéramos una Escuela de Periodismo Radial y necesitáramos dar una clase tanto sobre el uso del clisé desafortunado como sobre el calculado desprecio de los pensamientos que se ofrecen para la discusión, ya sabríamos qué recomendarle a los alumnos. Elegiríamos el editorial del sábado pasado de Eduardo Aliverti, donde condena con sus modulaciones graves y silencios cavernosos, un conjunto de opiniones sobre el voto argentino con relación a los derechos humanos en Venezuela. El conjunto de frases despreciativas y contrahechas que usó revela que escuchó lecciones, revisó manuales, investigó rápidamente a quien quería lisonjear y a quienes deseaba atacar por ser más frágiles, y luego de sentirse protegido, se palpó las municiones que pensaba usar esa mañana radiante de gran editorialista, espíritu fustigante a los imberbes que escapan del redil de sus mayores y “le hacen el juego a la derecha”. Ya comenzó con novedosos conceptos.

Es la tonta frase mil veces empleada por los aprendices de la política que creen estar ya en la superestructura de los genios, pero muestran con insistencia que siguen tan indigentes como el primer día en que pensaron en las consecuencias de toda acción humana. Si fuera por esta opinión perezosa, no diríamos nada. Sería una vez más la aplicación de un esquema de pensamiento mil veces desgastado que alguien puede creer que les gusta a los oyentes por su grado de ostentosa de simplificación. Y más si lo dice con tono solemne alguien que está notablemente enamorado de su voz. Pero tenemos la obligación de no pasar por alto las demás cosas que se dijeron, que entrañan una gravedad inusual en este momento del país, donde nadie puede atribuirse el saber superior de decidir “qué le interesa a la gente”. Esto sí que es asombroso porque el amigo Aliverti se dispuso a dar lecciones de comportamiento político sobre un tema que advirtió que “no le interesaba a nadie”. Lógico, con los problemas que hay, establezcamos prioridades, y como hombre sensato que desea primero asegurar la estabilidad material de la existencia… “doppo filosofare”… ¿por qué va a interesarse entonces en los problemas de Venezuela? Sin embargo, él nos va a hacer el favor de dedicarle unos minutitos preciosos de aire, a este tema tan ínfimo, para brindar sus enseñanzas a unos personajes “flotantes” que de espaldas a la realidad, se entretienen divagando por senderos que la audiencia no desea transitar. Ya sabeos que el conductor radial cuida la salud de la audiencia y sabe siempre lo que ella reclama.
A esos personajes flotantes los llamó con imaginativa precisión “kirchneristas flotantes”, atribuyendo la autoría del despectivo concepto a funcionarios gubernamentales que no identificó, pero dejando claro que esos pobres náufragos eran seres que precisan de orientación, de un enmarque, de conducción, y por lo tanto, siendo benevolentes, por lo menos de “contención”, expresión que emplean los asistentes sociales. Comenzó entonces designando a sus destinatarios, los desubicados de siempre, los batidores líberos, los francotiradores que todo militante responsable, como él, desde su micrófono, sabría muy bien cómo disciplinar. Pasemos entonces a las frases plenipotenciarias que escucharemos en su propia meditación pastoral. No nos detendremos en su idea sobre lo que interesa o no interesa a los radioescuchas y al pueblo en general. ¿Él lo sabe? ¿Nosotros lo sabemos? ¿O más bien somos los hijos de una memoria que en su fuero íntimo posee la intuición irrefutable de que estos temas son nuestros temas?

Es que más grave que legislar desde su asiento radial sobre qué es lo que interesa “a la gente”, es su opinión sobre la crítica. Resulta ahora que “la crítica es un goce”. Este descubrimiento sorprendente que descalifica milenios de literatura y filosofía sería jactanciosos si no significase un irresponsable uso de conceptos y palabras. Con esto nos lleva a la aniquilación de toda intencionalidad en el juicio político, a la pérdida de la mínima objetividad que deben tener, y al ultraje de la vida política no basada en un respeto abstracto a un orden, un jefe o una situación de hecho que parece inmutable y pétrea. Al combinar los distintos niveles donde suelen aparecer estas dos ideas -la crítica en el mundo real y el goce en el mundo subjetivo-, se lanza al precipicio de una jerga que empleada al voleo, es tan dañina como carente de posibilidad de explicar cualquier cosa que sea. ¿No habría primero que decir que, si es un goce la crítica, comparte ese signo con las demás actividades humanas y que si así fuera, no puede ser tan brutal la actividad de reducir una a otra, que desmerezca todo argumento en disconformidad, declarándolo un capricho de los narcisistas? No parece que psicologizar la historia e historizar el plasma íntimo de las vidas, sea un acto de explicación pertinente para tirarlo al aire como quien tira arroz a los novios en el atrio. La carencia absoluta de seriedad de esta idea chabacana pero entradora, en quienes crean que allí hay conocimientos, es seguida por el audaz Aliverti por la afirmación de que ese goce oscuro del crítico es propio de las almas bellas. Eso, si las almas bellas gozasen. Pero dejemos estos intríngulis maliciosamente contradictorios para divanes más sapientes que el nuestro.






El concepto de “alma bella” está en la Fenomenología del espíritu y otros escritos de Hegel. Pero Hegel tuvo suerte, como si fuera un popular locutor de radio, y su concepto se difundió tan intensamente que se olvidó su erudito origen y su significado más intenso. Evidentemente, esta es una figura compleja porque lo que el alma bella piensa de sí misma -evidentemente su desgracia, su frustrada divinidad, su mala infinitud-, es difícil que lo pueda concretar en términos de la inmortalidad que busca. Pero Hegel no se burla de ella pues es el propio Cristo el poseedor de esa alma, el que no separa sus pensamientos de esa posibilidad del infinito. Lejos de tantas consideraciones que harían inapetente la mañana radial de sábado, Aliverti, confundido por sus asesores filosóficos, enchufa el alma bella a lo que no querría someterse al crudo imperio de la realidad, si es posible, aferrada a su incurable abstracción. No como hace él todos los días, poner las manos en el barro, comprender lo complicado y aceitoso de toda historia y medir con su centimetraje de decibeles, qué se puede decir y qué no se puede decir para “no hacerle el juego”…etc., etc. No le gusta jugar, está bien, comprendemos, hay una derecha apostada detrás de las banderas de Patricia Bullrich y otros notorios truchimanes, por lo tanto… ¡nada de gozar con la crítica!

Todo el tema de estos improperios que el político maduro le propina al “izquierdista infantil”, viene por el voto argentino en la cuestión de Venezuela, ya lo dijimos. A muchos no nos gustó ese voto y nos pareció más grave que el retroceso frente el caso de Vicentin, y aprovechamos para decir, que no coincide con otras actitudes valientes que el gobierno había tenido, alojando a perseguidos como Evo y despreciando a la marioneta rellena de papeles de diario grasientos que Estado Unidos reconocía como presidente venezolano, ese tal Guaidó. Acá es momento de aclarar lo obvio: que respetamos al Presidente, que respetamos al Canciller, no nos burlamos ni nos reímos, comprendemos la tarea de un gobierno atacado por todos los flancos por el conglomerado más hostil y mañoso de las derechas corporativas de las últimas décadas. No ignoramos dónde estamos parados, opinamos libremente con la confianza de que no medimos lo que decimos en tablas de supuestas conveniencias ni nos guiamos por el criterio de “cómo viene la mano”. No precisamos que Aliverti nos discipline ni somos flotantes de nada. Ni siquiera nos auxilia el salvavidas del “significante flotante”. Simplemente apoyamos al gobierno con voz propia y a diferencia de los sermones de Aliverti, hablamos con franqueza y sin cálculos respecto a con quienes hay que quedar bien. Creemos que vale más nuestra disconformidad de hoy con esa decisión desafortunada, que los aplausos de los rápidos voceros que se presentaron para reeducar almas bellas y gozadores del juicio, siempre sentadas en sus cómodos sillones, no como los bullentes y arriesgados micrófonos militantes donde Aliverti combate sudoroso ofreciéndole correctivos y flotadores a los “kirchneristas sueltos”.

No obstante, si cualquier ciudadano alerta quiere volver a escuchar el sentencioso editorial proveniente de Aliverti, verá que a él también no le gustó demasiado ese voto, porque llamó a tragar sapos. Y citó a una cierta voz venezolana grabada que afirmaba que el voto argentino había sido “acordado”. Puede ser, aunque no es creíble. Si lo fuera no cambia el fondo del hecho, No pensamos la política contrastando lo visible que no nos gusta con un supuesto secreto que la radiofonía sigilosa del locutor poseería. ¿Tiene él un dato que los demás mortales desconocemos? ¿Eso le gusta a Aliverti, el adjetivo rápido, despectivo y la prueba con nula capacidad probatoria? Además, la advertencia sobre tragar sapos nos avergüenza un poco. ¿Eso tiene para decirles a sus escuchas, luego de condenar las almas bellas? A estas supuestas almas, que si no les gusta algo, lo dicen. Al estómago de Aliverti no le gusta algo y lo traga. No veo cuál situación es mejor. Lo que veo es que después de descargar su ira contra los kirchneristas flotantes vagando por la atmósfera -con lo cual debe haber quedado bien en su imaginación de hombre atento y conserveta-, luego dice que el episodio venezolano no estuvo tan bueno, al punto que hay que tragarlo -con lo cual su imaginación quedaría bien ahora con sus radioyentes de “centro izquierda”. ¿Es que arrojar miel un poco para cada lado no es también un goce? En la edición del lunes de Página12, Aliverti publica una parte de lo dicho en la radio (la parte batracofágica) pero omite su injustificado ataque a quienes tenemos una voz libre y sin ataduras para apoyar lo que consideramos digno de ser apoyado. ¿Pensó que la letra impresa, que fija los pensamientos de otro modo que la oralidad ingeniosa, no era una masilla adecuada para dejar grabados sus agravios? En fin, son apreciaciones mías. Lo cierto es que esa advertencia radial, alivianada en su reaparición escrita, contiene problemas que sería bueno discutir de otra manera. No esparciendo inagotables afirmaciones sin fundamento, tomadas de la última clase de filosofía al paso que recibió en su primer día de escuela. Le recomendamos que se aplique más en sus estudios.

Sociólogo, ensayista y escritor. Ex Director de la Biblioteca Nacional.

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