10/29/2020

elecciones en usa: "tiemblo de pensar que pudiéramos ver una sorpresa en noviembre"

 

¿Por qué iban a apoyar a Donald Trump los trabajadores de cuello azul?




Virginia Heffernan ha hablado con Kathleen Kingsbury y Farah Stockman, del consejo editorial del New York Times, sobre el conjunto de artículos aparecidos en la publicación durante el fin de semana, acerca de las experiencias de Stockman con la clase trabajadora que votó a Trump y de la manera en que la normalización del comercio con China ha reestructurado de manera fundamental las manufacturas norteamericanas. Se ha editado y condensado esta transcripión parcial por mor de la claridad.

Virginia Heffernan: Farah, tú has vivido o has llegado a entender a los votantes de clase trabajadora a los que se despacha simplemente generalmente en las costas [Costa Este y Costa Oeste metropolitanas de los EE.UU.] como racistas, pero descubriste muchas más cosas de ellos. Háblame de su trabajo periodístico y de la acusación de que la preocupación económica no es más que una tapadera del racismo.

Farah Stockman: Pasé cerca de siete meses siguiendo a algunos trabajadores siderúrgicos cuando cerró su fábrica de Indiana. Luego los seguí en años posteriores para hacerme una idea de lo que había pasado. Seguí a una mujer blanca, a una mujer negra y a un hombre blanco. Debería decir que no todo el mundo votó por Trump en la fábrica, y que su sindicato respaldó a Bernie Sanders. Pero muchos de ellos votaron por Trump, probablemente la mitad de los trabajadores blancos. Aprendí muchísimo de estas personas.

La razón por la que elegí esta fábrica fue que Trump mandó un tuit mencionándola, tuiteó sobre sus trabajadores, hizo que se sintieran personalmente importantes. Llegó a llamar al jefe de la fábrica para decirle: esto se tiene que acabar. No puede seguir así: otra más que se va a México. Se acabó. Estaba dando voz a lo que ellos llevaban diez años diciendo, daba voz a lo que solían decir los demócratas. Sherrod Brown [senador demócrata por Ohio] sigue diciéndolo, pero ya no hay esa variedad de demócrata. Trump se quedó con las páginas del sindicalismo puro y duro. Explotó el vacío que habían dejado muchos líderes democráticos cuando se convirtieron en centristas.

Una de las cosas que aprendí es que la clase trabajadora no es blanca. La mayoría, o muchas, de estas fábricas tenían muchas personas negras. La fábrica que yo seguía tenía un 40 % de negros. ¿Y entonces la acusación de que las gentes de cuello azul no son más que intolerantes y racistas? Es comprensible en cierto modo, porque la historia de los sindicatos es una historia de exclusión de los negros, y de exclusión de las mujeres, pero en los años 70, tras las Ley de Derechos Civiles [Civil Rights Act], muchas de esas fábricas tuvieron que compartir sus empleos, tuvieron que abrirse. Y esa fue exactamente la época en la que las fábricas empezaron a deslocalizarse. Los liberales abogan por la idea de la acción afirmativa, y de distribuir estos puestos de trabajo de manera equitativa y justa, pero se han olvidado por completo de esta noción de mantener aquí las fábricas, garantizando que subsistan los empleos.

Lo que me resultaba muy sorprendente es que blancos y negros, hombres y mujeres, todos hablaban de los políticos como de unos granujas. Su rasero era muy bajo. A ti y a mí, personas con formación universitaria, nos educaron para creer que nuestra voz importa, que mi compromiso cambiará las cosas. A esta gente la educaron para creer que te van a ignorar. No te están escuchando de verdad, no escuchan de veras tus inquietudes.

Lo han visto una y otra vez. Cada cuatro años, esta gente va al salón sindical, le estrecha la mano a todo el mundo y luego se marcha. Y luego hay más fábricas que se deslocalizan, y desaparecen más puestos de trabajo. Esos eran los afortunados, los que todavía tenían empleos sindicados a 25 euros la hora con prestaciones sanitarias. Eran como los últimos de los mohicanos en Indianápolis. Íbamos a estas reuniones fuera de la fábrica y la gente les hacía un corte de mangas a los trabajadores sindicales. Porque era gente que estaba en la nueva economía, en una economía de trabajitos, donde ganas 11 dólares a la hora. Por supuesto, el desempleo es bajo, porque te hacen falta dos trabajos para sobrevivir.

Esa gente se había sentido tan abandonada que la verdad es que no estaba votando. Entrevisté a muchísima gente que había votado por primera vez en su vida haciéndolo por Donald Trump en 2016.

Me temo que si hubiera más gente así que sale de la nada, podríamos tener una absoluta sorpresa en noviembre. Hay mucha gente que se siente completamente abandonada por el sistema político. Cuanto más entendía su punto de vista, menos podía discutirlo. Nuestra economía se ha diseñado y configurado de acuerdo con la política comercial, con la política fiscal. Se ha diseñado para gente con formación universitaria. Y la gente con formación universitaria supone hasta un tercio de los adultos norteamericanos de los Estados Unidos.

Tiemblo de pensar que pudiéramos ver una sorpresa en noviembre. He decidido hacer caso omiso de eso.

Kathleen Kingsbury: No creo que puedas hacer caso omiso. Pasé este verano cuatro meses en Wisconsin, de donde son mis padres. Vivía en el condado de Waukesha County, donde todavía queda mucha, mucha gente que apoya a Donald Trump. Hay mucha gente en este país que tiene la impresión de que está a punto de quedarse atrás, aunque les vaya muy, muy bien.

No creo que hayamos visto todavía un cambio total. Ya han votado treinta millones de personas. Esa es una buena señal para los demócratas. Pero la gente tiene todavía que salir a mover el voto, la gente tiene todavía que ir y depositar su voto si quieren cambio.

Farah Stockman: Si el mensaje es que estas personas son estúpidas y racistas, ¿cómo puedes esperar que esta gente vaya y vote a tu partido? Ese ha sido el mensaje. Ha sido que no existe la preocupación económica, es todo preocupación racial. Hablamos de estas cosas en compartimentos estancos, como si no guardaran relación. Con la ironía, o la hipocresía, de la gente de un bufete de abogados o una redacción periodística que es abrumadoramente blanca —bastante más blanca que la fábrica — que se da una vuelta y les dice que son racistas. Algunos de estos artículos no se molestan siquiera en citar a un partidario de Trump. Nos hemos apartado de la tarea de convencer. Los demócratas tienen un gran argumentario que presentar a estas gentes de cuello azul. Solían ser demócratas. Y les abandonamos, no nos dejaron ellos.
 
estudió en la Universidad de Georgetown y la Escuela de Periodismo de Columbia, antes de trabajar para la revista Time (como corresponsal en Hong Kong) y el diario The Boston Globe, pasando luego al New York Times, donde se ocupa de las páginas de opinión. Ha colaborado en medios como Reuters, The Daily Beast, BusinessWeek o Fortune, y en 2015 recibió el Premio Pulitzer por una serie de reportajes sobre las abusivas condiciones de trabajo en el sector de la restauración.
 
estudió en el Radcliffe College de la Universidad de Harvard y fue profesora en Kenia, desde donde colaboró con medios como Voice of America, Reuters o The Christian Science Monitor, cubriendo el genocidio de Ruanda. A su vuelta a los EE. UU. trabajó en The Boston Globe para pasar al New York Times en 2016, año en el que recibió el Premio Pulitzer por un conjunto de artículos sobre los efectos de la lucha por la integración racial escolar en Boston.

2 comentarios:

Diego dijo...

Entré a la nota con todos mis prejuicios pensando que una progre iba a pegarle mal a Trump, pero resulta que me confirmó en mis prejuicios de que le están errando con la discriminación por sexo o raza. ¡Sigue siendo la economía, demoócratas!

oti dijo...

Ja, ja. Qué candoroso. Se tendrían que haber acordado de los "olvidados" un poquito antes. Ahora ya es tarde, no?