9/19/2020

volver al viejo estado de bienestar resulta imposible

¿El ocaso del Estado de Malestar? – Por Hernán Brienza


Hernán Brienza reflexiona en este artículo sobre la posibilidad de que lo que conocemos como Neoliberalismo pueda llegar a su final para dar paso a la construcción de una alternativa creíble, exitosa y por lo tanto realista, capaz de superar al realismo capitalista que con su racionalidad voraz e insaciable ha sembrado de males el mundo.


Por Hernán Brienza*

(para La Tecl@ Eñe)



¿Y si lo que conocemos como el Neoliberalismo puede llegar a su final? La pregunta no es mera retórica. Es decir, lo que se trata de desentrañar es si el mundo diseñado por el Consenso de Washington, dibujado por Ronald Reagan y Margaret Thatcher con su “no hay otra alternativa”, esté viviendo sus últimos estertores. La hipótesis no abarca a el capitalismo como sistema económico, político y social sino estrictamente a las formas que adquirió tras la crisis del petróleo y el final de los “años gloriosos” del Estado de Bienestar (1945-1975). Disciplina fiscal, achicamiento del Estado, suspensión de las inversiones sociales de los gobiernos, fin del incentivo de la demanda, supuesta libertad de mercado, son algunas de las características del proyecto de globalización que prometía ser exitoso. Pero las verdaderas consecuencias que hoy padecemos los humanos –más allá de los deseos imaginarios de sus propagandistas- son una brutal concentración de la riqueza, el empobrecimiento relativo de sectores mayoritarios, Estados a disposición de las corporaciones económicas, fundamentalmente trasnacionales, un sobredimensionamiento del capitalismo financiero por sobre el productivo, las transformaciones hacia el interior del mundo del trabajo (el denominado post-fordismo) y un mundo de aislamiento, de híper-individualismo, auto-explotación y virtualización enajenante (esto último bajo sospecha de que lo verdaderamente enajenante no sea la propia realidad). Y a esto hay que sumar una pandemia como la del Coronavirus que estaría suspendiendo los lazos comerciales y productivos tradicionales, y marcando la emergencia de dos nuevos jugadores internacionales como China, ya principal potencia económica, y la siempre “regresante” Rusia en todas sus versiones.

¿Y si no hay neoliberalismo qué? Si se analiza el flujo y reflujo de ciclos capitalistas, en términos macro históricos, se podrían establecer cuatro grandes momentos: a) creación de mercados nacionales como consecuencia de la Revolución Industrial, b) expansión del Estado liberal clásico a mediados del siglo XIX, exportación del librecambismo, división internacional del trabajo, primera etapa de globalización a través de las políticas imperialistas de las grandes potencias, democracias de baja intensidad, c) repliegue sobre los nacionalismos, Estados de Bienestar o de compromiso, neokeynesianismo, inyección de demanda, políticas de pleno empleo, procesos de democratización en Occidente luego del trauma de los totalitarismos d) Neoliberalismo, estados neo gendarmes, segunda globalización a través de corporaciones financiero internacionales, exportación del modelo cultural neoliberal.

Si la historia cumpliera cierta lógica pendular, si se repitiera en ciclos amplios, la próxima etapa del capitalismo debiera –aunque se trata solo de una prescripción fáctica más que de una hipótesis- replegarse sobre nuevas formas de reparación del sistema de demanda y de consumo, de protección social y de repliegue sobre las estructuras productivas por sobre las financieras. Esta hipótesis puede efectivizarse si la racionalidad política primara sobre el egoísmo de las principales riquezas globalizadas. Pero no pareciera ser la lógica del capitalismo en sus siglos de vida.

Por supuesto que las lógicas de cada una de las etapas no reproduce con identidad los procesos de las formas precedentes; solo vehiculiza en una dirección determinada. Y asume diferentes compromisos. Porque hay algo que es necesario tener en cuenta: excepto para aquellos que han logrado acumular riquezas extraordinarias, el capitalismo neoliberal ha sido un fracaso absoluto: no ha generado un mayor aumento, en términos absolutos, de riquezas que los 30 años gloriosos del Estado de Bienestar, empeoró las condiciones de desigualdad, no ha generado más libertades para las personas sino una restricción vía pobreza de las posibilidades de acción de los individuos ni tampoco la reducción del Estado ha redundado en mejoras sustanciales para las economías ajustadas. Es decir, el Neoliberalismo no ha demostrado ser ni más eficiente ni más eficaz que el Estado de Bienestar. Y la pandemia del Coronavirus ha empeorado las cosas.






Ya son varias las señales de “retiradas estratégicas” de líderes neoliberales. El presidente francés Emmanuel Macrón, hasta hace poco tiempo un líder indiscutido de la centro derecha europea, homenajeó cuando comenzó la pandemia al viejo sistema de salud del Estado de Bienestar. Y su par alemana Ángela Merkel, la locomotora económica del continente, anunció que estudia la posibilidad de instaurar un “ingreso ciudadano universal por tres años”. Es decir, en Europa están repensando la condena absoluta al tipo de Estado que garantizó no sólo los negocios de las grandes empresas sino que también homogeneizó los servicios sociales y, como si fuera poco, mantuvo tasas de crecimiento no registradas desde hace varias décadas por lo menos.

Ahora bien ¿fue el Estado de Bienestar el paraíso? Ya en los años 80 y 90, los politólogos Anthony Giddens y Claus Offe habían marcado sus limitaciones y contradicciones: la rebelión de los contribuyentes, es decir, el desgaste del concepto de “solidaridad social”, el conformismo y abulia de los sectores medios y protegidos, la irracionalidad fiscal, el engorde de una burocracia ineficaz, los supuestos desincentivos para la inversión que suponían las cargas fiscales, la sobrecarga de la demanda y las pujas distributivas. A estas críticas generadas desde el neoliberalismo conservador en los años setenta, se les deben sumar los cuestionamientos de la izquierda: su carácter represivo y la construcción de un entendimiento falso de la realidad social y política dentro de la clase obrera. Evidentemente, el Estado de Bienestar encontró sus limitaciones y por eso se produjo su declinación, por lo tanto, al no dar respuestas adecuadas no constituyó una panacea perdurable.

Por supuesto que viendo el estado general de los sectores ligados al trabajo productivo, me refiero a esa gran clase de precarizados por el neoliberalismo que van desde los desocupados a los pequeños y medianos empresarios que sufren los procesos de desapropiación y centralización de la riqueza, aquel viejo Estado de Bienestar puede ser mirado con nostalgia. Pero esa melancolía debe extenderse a las sociedades que lo hicieron posible: el sistema de producción fordista, la familia patriarcal como unidad básica social y el Estado Nación como paraguas o justificación de una solidaridad colectiva.

Hoy esos tres elementos están prácticamente desaparecidos. Un mundo del trabajo atomizado, híperindividualista, tecnologizado y vinculado al área de servicios; una unidad familiar pluralizada y/o diversificada y con un alto porcentaje de hogares unipersonales; y por último, un concepto de nacionalidad que ha ido perdiendo lenta pero inexorablemente su fuerza como elemento aglutinador y solidario. Por lo tanto, aquel viejo Estado de Bienestar no tiene ya dónde regresar. Pero las grandes preguntas a hacerse son: ¿Es posible reinventar un Estado protector y recrear los lazos de solidaridad social mínimos desde el individualismo en el que estamos encerrados desde antes de las cuarentenas? ¿Qué políticas pueden llevarse adelante más allá de las identidades sectoriales y los reclamos de minorías? ¿Es posible pensar con un grado mínimo de factibilidad el ingreso universal ciudadano mínimo? ¿Cuál es el nuevo sujeto político merecedor de los derechos básicos que tenía el consumidor en el viejo sueño americano? ¿Cómo se reconstituyen las prácticas y los discursos de lo público tras la pandemia neoliberal? ¿Qué apelaciones colectivas deberán construirse para convocar a la solidaridad de los “contribuyentes” que pagan sus impuestos “para que los pobres tengan hijos y cobren planes”? ¿Qué amenazas serán necesarias –como lo fueron los totalitarismos y el comunismo soviético en la segunda posguerra mundial- para obligar a las corporaciones a pactar una nueva redistribución de riquezas a través de los estados?

Volver al viejo Estado de Bienestar resulta imposible. Conformarse con el actual Estado de malestar resulta invivible. Es necesario ser creativos para constituir una alternativa creíble, exitosa y por lo tanto realista. Porque solo una posibilidad realista podrá enfrentar, como diría el malogrado Mark Fisher, al realismo capitalista que, con su racionalidad voraz e insaciable ha sembrado de males el mundo y está punto de esterilizar la Tierra, como diría el poeta Thomas S. Eliot.

* Politólogo y periodista.

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