El buen pobre y la izquierda melaza
Parece que no hayamos salido de ese país de burguesía provinciana y paleta de ‘Plácido’. Pero esta burguesía ya no solo es católica, conservadora y de orden, ahora pasa por ser de izquierdas, cosmopolita y comprometida.
Algunos recordarán la película Plácido. Exacto: “Ponga un pobre en su mesa”. La comedia de Berlanga, cáustica y entrañable, repartía al pobre en la mesa de algunas familias principales de una ciudad de provincias en la cena de Navidad. La hilaridad se desprendía del desprecio (y el miedo), apenas encubierto, al menesteroso que contrastaba con la urgencia de salvación espiritual por la vía y la gracia de las buenas obras. En realidad, poco ha cambiado desde entonces. En todas las Navidades, la caridad cristiana se estimula con imágenes de políticos y filántropos dando la mano (¡cuidao! sin guantes) y algo de comer a los desamparados.
Pero no es del pobre de puchero y Nochebuena del que pretendo hablar. Sino del pobre imaginado por el intelectual comprometido, el político comprometido, el homínido y homínida de izquierdas. El pobre que le sirve de pretexto y razón de ser. El pobre al que se remite toda política verdaderamente pública, y al que es obligado invitar a nuestra mesa, la mesa de esta nuestra sociedad. Exacto, repitamos con nuestros políticos en esta crisis: “No dejaremos a nadie atrás”.
A este pobre, no obstante, se le hacen algunos requerimientos justos y necesarios, básicamente de decoro. Pues para ser pobre, “para ser nuestro pobre”, debe ser bueno:
Y a unos se le dice: “No okupe usted esta casa del banco, pues esa es una acción individual y egoísta”. O aún peor: “Puede ser víctima de terribles mafias. Espere a que nuestras políticas sociales atiendan su problema”.
Y a otros: “No venga usted a este país, somos ya muchos, y no hay nada que le venga bien por aquí”. O aún peor: “Puede ser víctima de terribles mafias. Espere a que nuestras políticas de desarrollo inviertan en su país, ya verá cómo su vida mejora. Tenemos muy buenas ONGDs”.
Y a otras: “No se prostituya, degrada la condición de las mujeres”. O aún peor: “Puede ser víctima de terribles mafias del proxenetismo. Espere a que nuestras políticas le ofrezcan una alternativa. Si de todos modos se prostituye, degradándose infinitamente como mujer y como persona, déjenos que la salvemos. Somos especialistas en el rescate de almas”.
Y a todos: “No cometa delitos, por favor, no robe. Disponemos de estupendos servicios sociales. Y ahora hemos sacado una medida nueva y definitiva, el Ingreso Mínimo Vital, que ya disfrutan (tachan, tachan) más de 80.000 familias, de las que 74.000 son receptoras de prestaciones a las que se les ha cambiado poco más que el nombre.
Sí, han adivinado: de este pobre, convertido en moneda y fetiche, traído de aquí para allá, mencionado siempre pero rara vez conocido, se espera (siempre caso improbable de un encuentro) toda la gratitud hacia quien habla en su nombre. Ni se desea, ni se anima, ninguna afirmación activa de su parte. Y aún cuando muchos de estos izquierdistas se reclaman herederos del movimiento obrero y de la “clase universal”, es como si no recordaran la declaración con la que se abrían los estatutos de la Primera Internacional, aquello de “que la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos”, no de filántropos y voceros. Menos, de expertos.
Parece que no hayamos salido de ese país de burguesía provinciana y paleta que se describe en Plácido. Pero esta burguesía de mesa puesta y cubertería de plata ya no solo es católica, conservadora y de orden, ahora pasa por ser de izquierdas, cosmopolita y comprometida.
Así, con su infinita bondad y su corazón inmenso, esta izquierda es como la melaza. No se me ocurre mejor metáfora. Como la melaza, es pringosa: se adhiere como un ungüento contra todo lo que no sea decoro, y así lo cubre y lo sumerge en su dulzura. Como la melaza, es viscosa: embadurnarse en ella es perder agilidad y capacidad de movimiento. Como la melaza, su consumo empalaga y, tras una corta excitación, embota el cerebro. Y como la melaza, esta izquierda envenena, destruye el páncreas y el hígado, el lugar en el que miles de pueblos consideraban residía el alma activa del ser humano.
Por ahorrarnos más literatura, en lo que viene, no caben muchos remilgos con esta izquierda. El único criterio, de aquí en adelante, es si estos “pobres” son capaces de rebelarse y si son capaces de hacerlo por sus propios medios, incluidos aquellos que consideramos inaceptables. Si lo son, la izquierda melaza solo tiene una función: apoyar. Y aún si estos montan el follón más espantoso y abominable que esta sociedad envejecida y adocenada es capaz de soportar (como hoy ocurre ya en EE.UU.), de nuevo, apoyar. Nada más.
-----------------------------------------------
Emmanuel Rodriguez
es historiador, sociólogo y ensayista. Es editor de Traficantes de Sueños y colaborador de la Fundación de los Comunes.
-----------------------------------------------
Emmanuel Rodriguez
es historiador, sociólogo y ensayista. Es editor de Traficantes de Sueños y colaborador de la Fundación de los Comunes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario