9/19/2020

de canillita a campeona

La parábola de Pato continúa: de guerrillera a golpista








Patricia Bullrich fue la elegida de Macri para “bolsonarizar” el Pro, pero como presidenta del partido, en pocos meses, lo puso al borde de la ruptura. De las recientes declaraciones golpistas al discurso del odio a través del ejército de trolls que controla y un estrecho vínculo con el espionaje ilegal macrista. 

A las ocho de la mañana del 14 de septiembre de 1976 un Rastrojero celeste y un Peugeot 504 amarillo permanecían estacionados sobre la calle Paraná, de Olivos, a 30 metros de la avenida Maipú. Sus ocupantes –dos por vehículo, y todos enfierrados– no se movían de las cabinas.

Eran militantes montoneros. Y ese lugar era el punto de encuentro para una acción armada. Debía llegar alguien más. 

La calle estaba desierta, demasiado desierta. Y el silencio enrarecía esa quietud. Hasta que, de pronto, se desató el infierno: desde las esquinas, desde los árboles, desde los autos estacionados, incontables siluetas comenzaron a gatillar al unísono. Los cuatro murieron acribillados por los primeros disparos. Se trataba de Miguel Lizaso, Cristián Caretti, Sergio Gass y un muchacho que se hacía llamar “Ramón”.


“Somos mirados por la sociedad como la posible sustitución a este gobierno en la medida de las elecciones de 2021”, fue la proclama golpista de Bullrich.

Aquella cita estaba cantada.

La sinfonía de balazos llegó con nitidez a sus oídos. Ella se encontraba escondida en el jardín de una casa, detrás de un ligustro, a una cuadra y media del sitio de la matanza. Era la persona que faltaba. Y temblaba como una hoja.

Había bajado de un colectivo en la avenida Maipú poco antes de la hora establecida. En aquel instante advirtió el dispositivo de la celada. Y sin variar el ritmo de sus pasos, enfiló hacia la dirección opuesta hasta quedar fuera del campo visual de los represores. Entonces echó a correr. Y finalmente saltó la cerca de un chalet para zambullirse en el pasto.

Segundos más tarde, “Cali” –así como le decían a Patricia Bullrich en aquellos días– oyó los primeros disparos.

Exactamente 44 años después; o sea, el 14 de septiembre de 2020, esa misma mujer, en su carácter de cabecilla formal del PRO, el partido fundado por quien fuera el mandatario más reaccionario desde 1983 en adelante, se permitió una suerte de proclama golpista: “Somos mirados por la sociedad como la posible sustitución a este gobierno en la medida de las elecciones de 2021” (las cuales son legislativos y no presidenciales). Vueltas de la vida.

Quien esto escribe publicó en septiembre de 2019 el libro Patricia/De la lucha armada a la seguridad, una biografía de la entonces ministra, ya cuando la derrota de Juntos por el Cambio (JxC) en las PASO había desdibujado toda posibilidad de que Mauricio Macri pudiera ser reelecto en los comicios del 27 de octubre. En aquel momento su porvenir era incierto. Pero, a su modo, ella siguió en carrera. Bien vale explorar la actual etapa de su existencia.


La marketinera de la represión

Días antes de abandonar la Casa Rosada, Macri anunció que la señora Bullrich era la única candidata para, a partir de febrero, ocupar la presidencia del PRO. Al fin y al cabo, ella era una funcionaria muy apreciada por la parte sana de la población. Y entre otras razones, por una originalidad. 

En los ciclos democráticos transcurridos desde mediados del siglo XX hasta estos días se contabilizan oleadas represivas como la aplicación del Plan Conintes durante el gobierno de Arturo Frondizi. Y el accionar de la Triple A, junto a grupos policiales y militares, cuando María Estela Martínez de Perón ejercía la primera magistratura. Luego, una vez concluida la última dictadura, los presidentes Raúl Alfonsín y Carlos Saúl Menem no incurrieron en el abuso de la fuerza para sofocar expresiones y reclamos adversos a sus políticas, con excepción de hechos desatados por gobiernos provinciales. Tampoco Néstor y Cristina Kirchner cayeron en esa tentación. Pero sí Fernando de la Rúa con la matanza del 19 y 20 de diciembre de 2001, y también Eduardo Duhalde con los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Claro que mientras los dos primeros casos eran fruto de la puja por las “fronteras ideológicas” de la Guerra Fría, los restantes fueron la reacción agónica de gestiones al borde del precipicio. En cambio, con Macri en el sillón de Rivadavia, Bullrich supo imponer un nuevo paradigma de control y castigo social; algo sin duda ideado con encuestas y focus groups: la represión como factor de marketing.


Bullrich fue elegida presidenta del PRO en sugestiva consonancia con el “boom Bolsonaro” en la región.

Fue un logro tal vez involuntario, acuñado con hitos tan extremos como los asesinatos de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel en el sur del país, junto con un promedio anual de 370 casos de gatillo fácil y muertes por imposición de tormentos en sedes policiales. Por tal estadística algunos la aplaudían.

De modo que, en consonancia con el “boom Bolsonaro”, el 5 de febrero fue oficializada su designación en la cima partidaria. Aquel día ella estampó en su cuenta de Twitter: “Quiero agradecer a dirigentes y afiliados del PRO por confiar en mí para llevar adelante este enorme desafío que cumpliré con orgullo y seriedad”.

Bullrich tocaba el cielo con las manos. Pero justo ese miércoles moría su gran amigo, el juez federal Claudio Bonadio, por una penosa enfermedad. ¿Acaso fue un mal presagio? Porque siete meses y medio después, el PRO está al borde de su ruptura a raíz de una furiosa interna. En paralelo saltan a la luz los pliegues más oscuros de su paso por la función pública, como el papel que le cupo en el espionaje ilegal realizado desde la AFI, entre otros deslices. Pero vayamos por partes.

La agitadora

A 50 días de su entronización partidaria, ya bajo la cuarentena, Bullrich subió un simpático video a las redes sociales para mostrar, en su rol de “influencer”, las precauciones que tomaba al salir de compras por el barrio. Había que verla, enmascarada con gorra, gafas oscuras y barbijo, al explicar a sus seguidores que siempre lleva “un guante, el gel y unos pañuelitos”, no sin exhibir dichos elementos, uno por uno, ante la cámara. 


Poco después trascendió –en un informe del periodista Mariano Martín– que Bullrich en realidad circulaba libremente con un permiso apócrifo que la acreditaba como funcionaria de la Secretaría de Ambiente del Gobierno de la Ciudad, autorizado por el titular del área, Eduardo Maquiavelli.

A la semana tuvo un baño de protagonismo al atribuírsele el cacerolazo que sonó desde algunos balcones para reclamarle a la dirigencia política con cargos en la función pública una rebaja de sus sueldos. Ella, desde luego, negó haber organizado el asunto, calificándolo de “espontáneo”, ya que –según sus palabras– la convocatoria “se hizo a través de las redes sociales”.

Es un secreto a voces que el ejército de trolls del macrismo es manejado por ella desde que Marcos Peña abdicó a su control. Y que en tal actividad la secundan los diputados Waldo Wolff y Fernando Iglesias.

Desde aquella usina invisible también se convocaron los “banderazos anticuarentena” en el Obelisco, con gran afluencia de terraplanistas, militantes “libertarios”, macristas de paladar negro y adoradores de la última dictadura, con consignas tan diversas como el apoyo al directorio de Vicentin, el rechazo al congelamiento de tarifas y “las dos vidas”. Quedó grabado en la memoria el “banderazo” del 9 de julio, cuando cronistas y camarógrafos de C5N fueron brutalmente agredidos El ataque, que incluyó golpes y la rotura del móvil de aquel canal, ante ausencia de la Policía de la Ciudad.


Recién en la marcha del 17 de agosto contra la cuarentena Bullrich hizo acto de presencia. Su participación consistió en pasar con un vehículo por el Obelisco cuando comenzaba el “banderazo” y si bien no brindó declaraciones a la prensa, descendió del auto para grabar un video que remató al grito de “¡Abajo el confinamiento!”. Entonces fue aplaudida por aquella abigarrada mezcolanza de contagiadores y posibles contagiados.

Su siguiente mensaje por Twitter fue: “Quiero contarles que di positivo de Covid-19. Estoy bien, cuidándome. Gracias por los mensajes de apoyo”. En ese trance padeció dos internaciones en el Centro Medicus Azcuénaga, donde, entre otros síntomas, padeció una insuficiencia respiratoria. 


Ya recuperada, reconoció que ignoraba cómo se había infectado de la enfermedad, pero sin descartar que podría haber sido “por alguna botella”. Si; esa fue precisamente su hipótesis.

En el ínterin el PRO ya se debatía en una profunda crisis de cuyo origen –a comienzos de julio– ella no fue ajena.

Durante el amanecer del primer sábado hubo un hecho conmocionante en El Calafate: el crimen de Fabián Gutiérrez. Era un ex secretario privado de CFK que había declarado como “arrepentido” ante Bonadío en la causa de las fotocopias. Pero su asesinato ocurrió al ser violentamente extorsionado por un grupito de jóvenes para sacarle dinero, en el marco de una relación a primera vista. El caso fue esclarecido en horas. Pero “Pato” no pudo con su angurria política y fue artífice de un comunicado de JxC, donde se calificaba el hecho de “extrema gravedad institucional”. Para colmo, ella lo difundió a hurtadillas cuando el texto aún era debatido internamente.


“La Piba” –así como a esa dirigente sexagenaria le gusta que la llamen– acababa de dar un paso decisivo en el incendio de JxC.

Su efecto inmediato fue en detrimento de su propia autoridad, dado que el ala “dialoguista” (integrado por Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal, secundados por Cristian Ritondo y Néstor Grindetti, entre otros) logró limitar su poder al exigir la puesta en funcionamiento de una mesa ejecutiva del PRO donde ella –y por ende, Macri– no decidirían más nada por su cuenta.

Con el correr de los días, aquel cisma no cicatrizó.

La jefa formal 

Por sobre su trayectoria zigzagueante, Bullrich supo conservar un patrón de conducta: la acumulación de poder, pero siempre como ladera del ganador de turno. ¿Macri cumple actualmente con esta condición?

Lo cierto es que el tipo va dando tumbos como un autito chocador. Su viaje al Paraguay (para tratar con el ex presidente Horacio Cartes negocios que ambos mantienen en secreto), sus prolongados períodos vacacionales, tanto en Villa La Angostura como la Costa Azul y Suiza, junto con sus desafortunadas incursiones discursivas para forzar un ilusorio posicionamiento como líder del “ala dura” de la oposición, lo ubica en un callejón sin salida.


Patricia Bullrich y su “jefe” Mauricio Macri siguen atados a los expedientes que investigan el espionaje ilegal a ex funcionarios kirchneristas y figuras del PRO.

La columna para el diario La Nación que algún ghost writer le escribió (¿acaso el secretario Darío Nieto?) con el objetivo de “romper el silencio” es una prueba palmaria de tal impostura. Pero sus antiguos adláteres lo dejaron pedaleando en el aire; ningún referente de JxC se suma a su retórica.

El “autoallanamiento” de Macri a su quinta Los Abrojos –ordenado por el juez Juan Manuel Culotta, un viejo amigote del Colegio Cardenal Newman– fue sin duda su manifestación más patética de soledad política.

A este hombre está atado el destino de la ambiciosa “Pato”.

Ambos además están atados a los expedientes que investigan el espionaje ilegal a ex funcionarios kirchneristas y figuras propias: Rodríguez Larreta, Vidal, Cristián Ritondo, Diego Santilli, Nicolás Massot y Emilio Monzó, entre otros. Un pecado difícil de pasar por alto.

Ya se sabe que en este asunto Bullrich no fue una pieza menor.


En este punto bien vale retroceder al invierno de 2016, cuando el militar carapintada Juan José Gómez Centurión recorría los canales de TV en defensa de su honor, tras ser eyectado de la Aduana por una denuncia anónima. “¡Esta cama me la hizo Bullrich y (Silvia) Majdalani!”, repetía sin cesar. Todo indica que aquel hombre no se equivocaba.

Ya entonces era de dominio público la gran sintonía entre la ministra y la subdirectora de la AFI. En los pasillos de la realpolitik no era desconocida la afinidad entre ellas. Un vínculo que se remonta a los días en que la “Turca” –como a Majdalani todos la llaman– presidía la Comisión de Inteligencia de la Cámara Baja y Bullrich, la de Legislación Penal. También se podría decir que ambas fueron compañeras de estudios, ya que asistieron juntas a los cursillos para legisladores y jueces impartidos en la Escuela Nacional de Inteligencia.

Allí, la señora Majdalani quedó deslumbrada por uno de sus profesores: Diego Dalmau Pereyra. De modo que años después, al acceder a la cúpula del organismo de la calle 25 de Mayo, lo puso en la jefatura de Contrainteligencia, el mismo puesto que el famoso Antonio Stiuso había dejado de mal modo.


Se dice que esa vez la Turca le había hecho caso omiso a Pato, quien le había sugerido –desinteresadamente, claro– otro candidato para ese cargo.

El candidato era Alan Ruiz. Un tipo de porte intimidatorio y mandíbula de piedra que acostumbraba a posar para las cámaras con Bullrich en los actos, como coordinador de Asuntos Legales; luego, del Programa de Búsqueda de Prófugos, hasta que la buena de Patricia se lo cedió a su amiga Majdalani. Ella lo puso al frente de Operaciones Especiales, una dirección interna de la AFI que absorbió tareas y atributos del área a cargo de Dalmau Pereyra.

De modo que Ruíz pasó a ser una pieza clave del espionaje macrista; el gran titiritero, cuya singularidad radicaba en seguir reportando a Bullrich.

Ella sabía de todos los correligionarios espiados.

Y ahora es la jefa (formal) del PRO.

 Más!!!

1 comentario:

Anónimo dijo...

el nieto mantenido del 13 ya se recuperó de covid o hay chances de que se haya abrazado y besado con el gordo merquero esta noche?