Martín Kohan se pregunta en esta nota sobre la insistencia en definir las circunstancias sociales con relación a la pandemia, que son notoriamente distintas de las que atravesamos entre marzo y abril, bajo un mismo término: “cuarentena”.
Por Martín Kohan*
(para La Tecl@ Eñe)
Agradezco a Graciela Charpin, a Santiago García, a Juan Schmukler y a Mariano, la motivación para escribir este artículo.
Las circunstancias en las que nos encontramos hoy, respecto de la pandemia, son notoriamente distintas de las que atravesamos entre marzo y abril, cuando todo empezó. Lo suficientemente distintas, según creo, como para preguntarnos por qué razón habríamos de definirlas bajo un mismo término: “cuarentena”. No me propongo discernir criterios epidemiológicos, pues no es mi asunto; pero sí considerar la forma en que se relacionan las palabras y las cosas. La palabra “cuarentena”, con todas sus resonancias específicas, señaló en su oportunidad una situación por demás efectiva: el aislamiento social, la reclusión de cada cual en sus lugares privados, el vaciamiento consiguiente de los espacios urbanos, la virtual suspensión de la ciudad y sus dinámicas.
El estado de situación es hoy con toda evidencia muy otro. Entre otros factores, porque hay cosas que ahora se saben y por entonces no se sabían; desde la utilidad preventiva del uso de barbijos, hasta la evidencia de que el riesgo de contagio en espacios abiertos es más bajo que en espacios cerrados (esta reformulación fue decisiva incluso en términos de los imaginarios sociales, pues revirtió la clásica premisa ideológica que establece que las casas son los espacios seguros y las calles los del peligro). Ya no vivimos bajo aquel repliegue impuesto, las calles desde hace mucho dejaron de estar vacías. Son otras las restricciones y las regulaciones imperantes, que pueden a su vez respaldarse o cuestionarse; lo que pasó entre marzo y abril, y a lo sumo hasta parte de mayo, no es lo que empezó a pasar después ni lo que está pasando ahora.
¿Por qué mantener entonces esa denominación puntual, la de “cuarentena”, desglosada en todo caso en fases de numeración incierta? ¿Por qué insistir con el concepto de “aislamiento” o con el de “confinamiento”, que cesaron como imposición acatada y viraron desde hace bastante hacia una interacción social a distancia y con cautelas? Lo que se alarga no es tanto la cuarentena, como la denominación. Y esto por parte de algunos sectores del oficialismo, no menos que por parte de algunos sectores de la oposición (unos la encomian y otros la deploran, pero ambos se obstinan en usar esa misma palabra. Al igual que en una cinchada, que es como a menudo funcionan: tirando para un lado unos, tirando para el otro los otros, pero agarrados todos de una misma soga, sosteniéndose mutuamente aunque parezca lo contrario).
Las palabras no determinan las cosas, ya lo sabemos; pero sí predisponen, y también lo sabemos, las maneras de pensarlas. La idea de un tiempo quieto, suspendido, estancado, uniforme, o la vivencia en principio frustrante de estar metidos siempre en lo mismo, sin variación ni progreso, se agravaban, al menos en parte, por efecto de la denominación. A ese factor se agrega otro, igualmente perjudicial: el de un desfasaje alarmante, por lo amplio y por lo notable, entre aquello que el discurso político declara y aquello que en la realidad de los hechos acontece.
Si es que no se trata, en definitiva, intencionalmente de eso: de aferrarse a la palabra cuarentena para poder reivindicar lo actuado, si al final resulta bien, o de sostenerla a rajatabla para poder recriminársela al gobierno, si las cosas al final resultan mal. Mientras tanto, en las calles, en los parques, en las plazas, en las veredas, pasa otra cosa: mucha gente sale e interactúa; y no siempre parece estar claro cuánto es más o menos un metro, qué es lo que pasa con el fumar, qué es lo que hay que hacer con la nariz y sus agujeros, cómo es que la voz humana traspasa las telas y no es preciso bajarse el barbijo se si habla por teléfono. Cosas así: concretas, sencillas, pero vitales para los cuidados; cosas que quedan negligentemente desatendidas con la porfiada presunción de que la cuarentena es eterna, que luce firme, que sigue ahí.
*Escritor. Licenciado y doctor en Letras por la Universidad Nacional de Buenos Aires.
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