DERECHA Y NUEVAS TECNOLOGÍAS
EXTREMISMO EN TIEMPOS DE ALGORITMOS
Por Alejandro Campos
¿Qué relación hay entre el auge de extremas derechas en todo el mundo y las nuevas redes sociales y tecnologías digitales? Alejandro Campos aborda esta pregunta que se ha vuelto crucial en la región a partir de la figura de Bolsonaro y de ciertas manifestaciones donde priman los discursos de odio.
El sistema inteligente de una conocida plataforma de la industria del turismo, al registrar el creciente deseo de un usuario por realizar su viaje a algún determinado destino, hace variar su tarifa de acuerdo a la frecuencia de los clicks que registra. Sin intuirlo, el usuario, condicionado por la lógica de esa programación, modifica automáticamente el precio del pasaje. Su deseo acaba costándole caro. El algoritmo parece reproducir así las antenas intuitivas de cualquier hábil comerciante capaz de detectar en un cliente la intensidad de su deseo. En su ya clásica “Posdata sobre las sociedades de control” Gilles Deleuze advertía que las sociedades disciplinarias y su lógica de encierro estaban siendo atravesadas por una crisis de todos los “adentros” y que sobre la erosión de sus dispositivos comenzaban a montarse otros que poco a poco irían desplazando o hibridándose con los anteriores constituyendo una sociedad de control. Éstas se caracterizan, entre otras cosas, por una operatoria que funciona no a través de moldes –la emblemática escena de The Wall con filas de alumnos avanzando hacia una picadora a través de una cadena de montaje, constituye un claro ícono de aquéllas– sino a través de una constante modulación. El ejemplo inicial da cuenta de ese proceder de contornos volátiles y elásticos que se adhieren al usuario, acompañando las oscilaciones de sus propios movimientos.
Recopilación y registro de datos (Dataveillance), ordenamiento automatizado de los mismos (Datamining), cálculos probabilísticos y prospectivos para trazar escenarios futuros (Datanticipating). Así describen Antoinette Rouvroy y Thomas Berns las tres fases de la operatoria algorítmica, acuñando el concepto de gubernamentalidad algorítmica para dar cuenta de esta vigilancia “distribuida e inmanente a través de los perfiles de las redes”.1 Distribuida, ya que no precisa de la concentración de los cuerpos que suponía el encierro. Inmanente, debido a que la modulación actúa de modo serpenteante, componiendo a partir de las modulaciones que registra y no a través de la imposición de un código universal.
Acaso porque la lógica cibernética, con su carácter interactivo y reticular, parecía confrontar con la verticalidad y la lógica representacional, quizás la esfera política haya sido la que más demoró en transformarse y dejarse afectar por la aparición de una sociedad en red. Los grandes agentes económicos, los medios de comunicación y las relaciones sociales abrazaron la novedad a mayor velocidad. Una temporalidad más lenta y pausada, propia de la política, demoró en encontrar la manera de componer con la dinámica de esas nuevas tecnologías. Quien primero logró hacerlo fue Barack Obama durante la campaña que acabó dándole el triunfo en 2008. Sería el antecedente de toda una década marcada por el creciente trasvasamiento de la comunicación política al universo de las redes. Aunque sin sustituirla, las redes fueron cobrando protagonismo en detrimento de la “pantalla chica”, que lo era tan solo en comparación con aquélla otra, magnánima y envolvente, del cine. En el trayecto que va del espectador al usuario, pasando por el televidente, hemos asistido a una progresiva miniaturización de las pantallas, evolución correlativa a la personalización del vínculo entre éstas y les humanes. No obstante, que el usuario actual se encuentre infinitamente más controlado que el espectador no impide que se sienta más libre toda vez que replicando un gesto con reminiscencias soberanas aprueba con su pulgar levantado toda publicación que resulta de su agrado. Este protagonismo de las redes ha coincidido con la irrupción de fenómenos políticos de distinta índole que englobaremos en el término de neofascismos. ¿Es posible establecer algún vínculo entre la incorporación de estas tecnologías a la dinámica política y el auge de las extremas derechas en todo el mundo?
En la madriguera
Hace tiempo que los estudios de comunicación social han desestimado las teorías que sostenían que los medios construían a su antojo las opiniones de los espectadores. La más emblemática de ellas fue la elaborada por Harold Laswell, conocida como Teoría de la aguja hipodérmica, según la cual los mensajes de los medios de comunicación eran “inyectados” en los receptores del mensaje. Se remonta a la década del 20 y en buena medida refleja el contexto de alta pregnancia que tenía el mensaje de diferentes dictaduras y totalitarismos en las masas, así como la importancia que había cobrado la propaganda durante la primera guerra mundial. Actualmente ésta es percibida como reduccionista y simplista, y ya desde hace décadas el eje de los análisis en la comunicación ha tendido a desplazarse hacia la instancia receptiva del mensaje. Y si bien los medios de comunicación actuales son muy diferentes a los de aquél entonces, es difícil encontrar un período histórico cuyas características epocales (mayormente, el grado de aislamiento y enajenación) se asemejen tanto a nuestra situación actual. ¿No es lógico pensar que el grado de influencia de los medios de comunicación sufre variaciones en el tiempo? Y si así fuera, ¿la atomización de una sociedad no constituiría una variable en el grado de influencia que un medio de comunicación o red social puede ejercer sobre la opinión pública?
Uno de los casos que más resonancia ha cobrado en relación a la influencia de las redes en la opinión pública es el de Caleb Cain.2 El joven estadounidense sintetiza su experiencia apelando a una metáfora de Alicia en el país de las maravillas, la caída en la madriguera [the rabbit hole]. La metáfora figura con precisión la lógica rizomática que opera en estas redes. El periplo que fue conduciendo a Cain hacia posiciones propias de lo que se denomina la alt-right3 tuvo su comienzo a partir de una búsqueda de videos que poco tenían que ver con temas políticos, ligados en cambio a las soluciones que pretendía encontrar a la depresión que atravesaba. La sucesión de recomendaciones fue luego deslizándolo hacia videos con un contenido de sesgo neofascista, la mayoría de las veces difundido por presentadores que cuelan su opinión política a partir de videos acerca de otros temas. Según su experiencia, fue adentrándose progresivamente en la madriguera sin advertir que al hacerlo comenzaba a adoptar posiciones cada vez más extremas. El aislamiento en el que se encontraba producto de su depresión generó las condiciones para que el influjo de la información que recibía fuera absorbido a una mayor velocidad.
Cuando a la tecnología se le adhiere el adjetivo de “intuitiva”, haríamos bien quizás en escuchar literalmente esa adjetivación, no como mero adorno retórico. Y a partir de allí extraer las consecuencias que se desprenden del hecho de pasar varias horas al día conviviendo con tecnologías que poseen un carácter que hasta hace poco tiempo se concebía como privativo de la condición humana. Algo que convoca la atención en el relato de Caleb Cain es la forma relativamente sutil y progresiva en la que fue deslizándose hacia el extremismo. Si llegó a adentrarse tan hondo en la madriguera pareciera que ello se debió a que fue sucediéndole de a poco, como conducido lentamente por el algoritmo. Su historia despierta resonancias con las experiencias de aquellas personas que cuentan sus caídas en sectas. Una situación de frustración y depresión, un creciente aislamiento respecto a su entorno y la seducción de un discurso capaz de volver a otorgar sentido a una vida que merodea en el extravío. De modo que bien podríamos escuchar “intuitivo” no con la connotación más bien amena que despierta la palabra en el sentido común, sino al contrario, con la peligrosidad que trae cuando ésta se encuentra en vecindad con las nuevas tecnologías inteligentes. La intuición que se despliega en estos relatos pareciera emparentarse con la función de cualquier líder o miembro de una secta, hábiles captores de las debilidades y flaquezas de sus presas. Si una plataforma tiene la habilidad de detectar el estado de ánimo, la vulnerabilidad y la susceptibilidad de un usuario –determinada simplemente por los contenidos que busca–, así como su mayor o menor grado de permeabilidad a ciertos contenidos, entonces estamos tratando con tecnologías que suponen cierto riesgo.4
Así lo entiende Zeynep Tufekci, investigadora dedicada a estudiar redes sociales, quien define a YouTube como “uno de los instrumentos radicalizadores más poderosos del siglo XXI”.5 Según su análisis, el sistema de inteligencia artificial instalado en 2016 por YouTube con el fin de “comprender el comportamiento de consumo de contenidos de los usuarios” puede ser vinculado a la velocidad con la que se propagaron en varios países contenidos de extrema derecha muchas veces ligados a teorías conspirativas. El sistema fue concebido con el objeto de captar más tiempo de atención de usuarios, induciendo recomendaciones que condujeran de un video a otro.
La máxima del marketing y la publicidad se escuda en la supuesta espontaneidad de la demanda, tras el argumento de que no hace más que satisfacer deseos y necesidades. No otro es el escudo retórico de estas plataformas. Se torna preciso entonces cuestionar el objetivo central de estas programaciones, es decir, la maximización que persiguen con la implementación de sus sistemas. ¿Estos criterios de programación garantizan reflejar una supuesta espontaneidad o en cambio actúan sobre sus audiencias a la manera del hábito lúdico de un gato doméstico tentado a aproximar de a poco hacia un extremo de la mesa cualquier objeto liviano, hasta arrojarlo?
Resfriadiño
Basta con observar lo que sucede en la región para constatar que el fenómeno de polarizar a la opinión pública no es privativo de Estados Unidos, sino que impacta fuertemente en Sudamérica. El ejemplo más nítido de este fenómeno lo podemos constatar en Brasil. Farshad Shadloo, vocero de YouTube, a instancias de una investigación llevada adelante en Brasil por The New York Times, admitió que “hemos visto que el contenido autoritario es muy popular en Brasil y es uno de los contenidos más recomendados en el sitio”.6 No obstante, procuró necesario dejar en claro que el sistema de inteligencia artificial de la plataforma no privilegia ningún punto de vista o contenido en particular, sino que solo busca aumentar el tiempo que los usuarios pasan en la plataforma. Según la citada investigación, el canal de videos más visto del mundo fue crucial a la hora de popularizar las posiciones de extrema derecha a través del desvío sistemático de usuarios hacia videos de múltiples personajes que la difunden. Es exagerado concluir que la propia tecnología fue la responsable de la generación de las condiciones para que Jair Bolsonaro accediese a la presidencia, pero sin dudas es difícil explicar la rapidez de su ascenso sin tener en cuenta el efecto de amplificación que jugó tanto esta plataforma como otras redes, logrando catapultar en poco tiempo a un candidato relativamente marginal al centro de la escena política brasilera.
El vértigo de ese ascenso preelectoral se inscribe sin embargo en un proceso de una temporalidad de mayor duración. Ese proceso está marcado por una profundización del viraje hacia la extrema derecha en amplias capas de la población brasilera, un giro que permitió la destitución de Dilma Rouseff y que luego, en lugar de detenerse y cristalizarse, se extremó aún más durante el período de gobierno de Michel Temer, para desembocar en la elección de Bolsonaro. Es un proceso que aún se encuentra en curso y amenaza con ahondarse toda vez que el militar brasilero provoca tanto al parlamento como al Tribunal Superior de Justicia, coqueteando con la idea de encabezar una dictadura.
Un equipo de investigadores coordinado por Virgilio Almeida, de la Universidad de Minas Gerais, concluyó que “los canales de derecha en Brasil habían logrado expandir sus audiencias mucho más rápido que otros”,7 propagación que coincidía con el momento posterior a la adopción de un nuevo sistema algorítmico aplicado por la empresa, en el año 2016. El nuevo sistema de recolección y agrupación de datos derivó en la rápida conformación de una enorme audiencia de canales de extrema derecha que en muchos casos divulgaban contenido conspirativo. Uno de ellos era el del militar retirado Jair Bolsonaro. Esa red conformó un ecosistema de odio que es sin dudas una de las variables que permite explicar la posterior disparada meteórica que tendría el militar una vez agudizada la crisis política en el país carioca.
Las redes parecen haber tenido la función de ser catalizadoras (y amplificadoras) de un malestar social. Provocando el estallido de ese descontento (antes que encauzándolo) y aumentando el ritmo y la intensidad de su propagación. Esa función, en el contexto actual de una pandemia, adopta un matiz que bordea el comportamiento suicida, lanzando a esas subjetividades aturdidas a la calle, a vociferar en la vía pública las teorías conspirativas maquinadas en la soledad de sus pantallas. La aparición del virus, el consiguiente aislamiento social y la adopción repentina y global de un conjunto de medidas de excepción son factores que en su confluencia detonaron los espasmos de una buena parte de la opinión pública. Y este fenómeno en Brasil, lejos de constituir una novedad, supone la profundización de lo que ya se insinuaba en relación al Zika, cuando en 2019 los médicos brasileros se referían al “Doctor Youtube” para advertir que la información con contenido conspirativo era la otra viralización con la que tenían que vérselas al momento de atender pacientes que se negaban a tratarse refiriendo como excusa teorías que habían visualizado en la plataforma. Este devenir muestra que el proceso es exponencial y expansivo y que ya ha colocado a buena parte de la población en un estado de susceptibilidad cada vez mayor a este tipo de mensajes.
Es coherente con esta trayectoria reciente que el militar que gobierna Brasil hable de “resfriadiño” para referirse al coronavirus. Esta declaración hecha en cadena nacional le permitió avispar a su militancia virtual –sus bolsominions, arrinconados al comienzo de la pandemia– e inocularles la efervescencia que volvió a lanzarlos a las calles. Para esta militancia cibernética, la furia funcionó como antídoto a la depresión. Al adoptar un discurso lindante en el negacionismo, el relato del propio Estado brasilero quedó colocado en una peligrosa proximidad con las teorías conspirativas.
Micro / Macro
De la variedad de fenómenos singulares que nos ha traído la pandemia, hay dos que nos interesan particularmente en el marco de este análisis, Por un lado, el ya consolidado salto a la calles de las teorías conspirativas antes diseminadas y mayormente recluidas al ámbito del consumo privado. Y, por el otro, la resonancia que esas teorías han encontrado en los gobiernos de los dos países más importantes y poblados del continente (Brasil y Estados Unidos) que encabezan la lista de los más perjudicados por el COVID-19.
La convergencia entre la diseminación de aquéllas en la población y el eco que esas narrativas encuentran en estos gobiernos quizás pueda darnos pistas para evaluar si efectivamente existe una afinidad intrínseca entre el protagonismo de las redes sociales en la comunicación política y el ascenso que han adquirido las derechas extremas.
Podríamos argumentar que las redes también han contribuido al estallido de diversas insurrecciones anticapitalistas y de un ímpetu transformador en la última década. Desde la Primavera Árabe hasta el intenso ciclo de protestas en Chile, pasando por movimientos como Occupy Wall Street o el fenómeno de los indignados en España. Y de esta forma concluir que entonces estas herramientas tecnológicas no tenderían a favorecer más a un extremismo de derecha que a posiciones y expresiones anticapitalistas.
¿Adónde podríamos encontrar esa afinidad entonces? Es oportuno subrayar la reactividad en la que se sustentan estos sistemas de inteligencia artificial que maquinan las subjetividades. Éstos persiguen la búsqueda constante de reacción en los usuarios. Si podemos pensar la conciencia como una instancia que precisa de un intervalo (un desvío) entre un estímulo y una reacción, podríamos deducir que estas tecnologías (de inspiración entre conductista y neurocientífica) buscan reducir tendencialmente ese intervalo a su mínima expresión. Las teorías conspirativas excitan los instintos más básicos de supervivencia. Son narrativas que encienden alertas. En un contexto como el actual, atravesado por una creciente frustración, este tipo de narrativas encuentra el medio ideal para su propagación. El resentimiento y el miedo se esparcen con mayor velocidad que otros sentimientos y emociones, pero más aún si la infósfera en la que circulan está tomada por la reactividad. El resultado es la creación de una suerte de masa relativamente homogénea cuyos lazos se caracterizan, como diría Hannah Arendt, por la solidaridad negativa que los mantiene unidos. En un medio homogéneo y cargado de reactividad, la propagación del malestar toma velocidad. Maximizar el tiempo de atención del usuario es al mismo tiempo conducirlo al extremo, en tanto esa captura procede seduciendo con contenidos exponencialmente sensacionalistas. Maximizar y extremar son dos operaciones que se retroalimentan.
Las teorías conspirativas funcionan entonces como píldoras narrativas de la ultraderecha y en buena medida deben su eficacia al contorno preciso con que delinean un chivo expiatorio que funciona como blanco perfecto para un público con sed de castigo. Apelando a estereotipos ya presentes en la sociedad, no tienen más que amplificarlos. Arrojan así esas píldoras como migajas para consumo masivo de almas frustradas que se aferran a ellas en ánimo desesperado.
Está claro que las izquierdas y las fuerzas emancipadoras no podrían proceder de este modo. Si varios neofascismos triunfan en el mundo es en buena medida por su desfachatez y su falta de escrúpulos que vuelve para muchos verosímil el hecho de que estas fuerzas puedan reivindicar para sí la encarnación epocal de lo “políticamente incorrecto”. Tan cierto es que las redes han contribuido a expandir la manifestación de expresiones y proyectos emancipadores como la amarga certeza de que la efervescencia insurreccional de la última década ha logrado muy pocas conquistas. La distancia entre el ímpetu transformador y los logros concretos emerge como un dato abrumador. Por el contrario, las derechas han canalizado el fascismo capilar que creció en la última década, haciendo confluir las dimensiones micro y macropolítica de un modo que las izquierdas y progresismos no han podido.
Si los rasgos de heterogeneidad y pluralidad que suelen caracterizar a las expresiones anticapitalistas y antineoliberales resultan al mismo tiempo menos eficaces que la homogeneidad reactiva de los neofascismos, la solución no puede encontrarse jamás en la mímesis. La imitación de las estrategias de la derecha conduciría a izquierdas y progresismos a un devenir-fascista. La emergencia de un fenómeno insurreccional posee siempre un carácter intempestivo, la intrusión de otra temporalidad que sacude los calendarios y el tiempo cronológico. No hay insurrección ni rebelión que no suponga una dislocación del tiempo, acontecimientos así rasgan el presente y dejan ver los estratos que la hegemonía de cada época oculta. La temporalidad de las luchas implica un tiempo que no es el de la viralización cibernética, tan afín a las derechas y sus espasmos de protesta. La apuesta por seguir multiplicando las luchas y sus vasos comunicantes resulta una tarea urgente en un presente tironeado por dos extremos que pretenden imponerse como las únicas dos opciones posibles: un neoliberalismo a ultranza (que en este contexto alcanza dimensiones suicidas) y un neofascismo que repone el imaginario del Estado-Nación a fuerza de un discurso xenófobo y gregario. Constituyen dos caras del mismo proceso, e incluso en algunos casos –es el ejemplo de Brasil– ambas expresiones convergen en un mismo fenómeno político.
A contracorriente de la tendencia continental, Argentina ha podido revertir la avanzada de la derecha en la dimensión macropolítica. La herencia política argentina indica que entre el binarismo de dos posiciones existe siempre otra alternativa que logra escapar a la encerrona que ambas ejercen. Aquélla reversión continúa su andar cauteloso en medio de un campo minado por un discurso opositor que comenzó a mutar hacia posiciones extremas, lanzando retóricas con las que se animó a coquetear recién en el ocaso del período de gobierno que encabezó. Macerar un discurso de odio lleva tiempo y es la apuesta de una oposición radicalizada que busca replicar en el país los experimentos ya probados en otros países. Hay una diferencia no menor que abre un margen de optimismo de cara al futuro: Bolsonaro encuentra la mayor cantidad de adeptos entre la población más joven, mientras que los diferentes discursos de derecha en Argentina seducen principalmente a los mayores y encuentran mucho menos éxito en los jóvenes. Quizás el corrimiento de una parte del arco opositor hacia un extremismo a la vez libertario y neofascista implique una apuesta por perforar los límites de su electorado tradicional. Trabajar para que esa tentativa fracase es una tarea urgente si queremos evitar que el país caiga en una barbarie.
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1 Rodríguez, P. (2019). Las palabras en las cosas. Saber, poder y subjetivación entre algoritmos y biomoléculas. Buenos Aires: Cactus
2 Roose K. (2019). The Making of a YouTube Radical. Recuperado de https://www.nytimes.com/interactive/2019/06/08/technology/youtube-radical.html
3 Alt – Right hace referencia a los movimientos de una derecha “alternativa” cuya actividad en buena medida se expresa en la cibermilitancia. De origen estadounidense, fueron un factor importante en la victoria de Donald Trump. Su ideología se caracteriza por sostener la supremacía de los blancos, cuya posición siente amenazada en la sociedad.
4 Sería deseable ponderar estas características de las tecnologías que nos circundan para poder evaluar cabalmente el modo en que permean nuestras sociedades, sin que esto implique adoptar una posición tecnofóbica. La asepsia de algunos discursos respecto al impacto de las tecnologías (como si sus efectos positivos y negativos se compensaran, o como si fueran neutrales y solo dependiera del uso que de ellas hagamos) parece políticamente inconducente.
5 Tufekci,Z.(2018)Youtube, O grande radicalizador . Recuperado de https://www.gazetadopovo.com.br/opiniao/artigos/youtube-o-grande-radicalizador-3zeveo0urp47emy5xzfvagxe0/
6 Fisher, M. y Taub, A. (2019). Youtube ayudó al surgimiento de la derecha y la radicalización en Brasil. Recuperado de www.nytimes.com/es/2019/08/14/espanol/america-latina
7 Fisher, M. y Taub, A. (2019). Youtube ayudó al surgimiento de la derecha y la radicalización en Brasil. Recuperado de www.nytimes.com/es/2019/08/14/espanol/america-latina
Alejandro Campos es Lic. en Ciencia Política (FSOC – UBA), especializado en Comunicación, género y sexualidad (FSOC-UBA). Es profesor regular de las materias de filosofía en Instituto Peac y Comunicación y Cultura en Profesorado Hans Christian Andersen. Coordina talleres de masculinidades y de filosofía en espacios culturales y escuelas secundarias. Ha incursionado en el cine a través del guión y la realización de “Revés”, cortometraje acerca del bullying vinculado a la discriminación por orientación sexual.
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