Por Rodrigo Daskal
En nuestro país y en buena parte del mundo, los deportes y particularmente el fútbol se han constituido como grandes espacios de -entre otras cosas- recreación y vivencia de emociones, en línea con un proceso histórico más amplio de pacificación social y consecuencia del surgimiento de la modernidad capitalista, los estados nacionales y el autocontrol pulsional.
Además de constituirse en una gran industria y un espectáculo masivo, el fútbol ha cristalizado, a lo largo de más de un siglo y bajo diferentes formas y momentos, claves identitarias de cada cultura o grupos sociales o personas. En ese devenir, y como bien lo ha mostrado Julio Frydenberg, los hinchas de los clubes de fútbol en Argentina se han considerado, de una forma u otra, una parte más de ese espectáculo. Consumidores, claro, pero también más allá; actores sociales del mismo, directamente afectados y capaces -en su propia visión- de influir hasta en el resultado mismo de un partido de fútbol. Con el paso del tiempo y hacia la década del 90, la llamada “cultura de aguante” los puso en el centro de escena.
El día 26 de junio de 1996 en Buenos Aires se disputa en Buenos Aires la segunda final de la Copa Libertadores de América entre el club local, River Plate, y el colombiano América de Cali. Los registros fílmicos del instante en el que los jugadores locales ingresan al estadio muestran una inmensa nube de humo que torna casi imposible la visibilidad, producida por una gran cantidad de bengalas de luz de color rojas distribuidas en los distintos sectores de plateas y tribunas, y que acompañan a miles de banderas que se agitan y gran cantidad de papeles arrojados al aire. Una observación despreocupada de esas imágenes puede dejar librado al azar su aparición durante el ingreso de los equipos. Sin embargo, dicho paisaje no fue una consecuencia espontánea o natural, sino el resultado de la acción coordinada de un grupo de hinchas que a comienzos de la década del ´90 comenzaba a organizarse para acompañar al primer equipo de fútbol de River Plate, para alquilar micros y poder asistir a los partidos de visitante, aunque también para ir organizando otro tipo de actividades en conjunto o llevar banderas identificatorias de lugares, personas o con frases a mostrar. Y principalmente, que sienten que deben jugar su partido, el de la fiesta en la tribuna que generan los hinchas con su color, sus cantos, sus papeles, sus tiras, sus globos o mosaicos, a lo que dedican organización y tareas diversas. Con el paso de tiempo el poder de movilización de estos grupos se afirmará no sólo en esas actividades, sino que se hará extensible a otras más allá del fútbol, algunas de índole benéfica y solidaria que desarrollaban desde sus inicios. Un momento de inflexión ocurriría en el año 2001, cuando al cumplirse el centenario de River Plate organizan una caravana para festejar el aniversario de club que unió el viejo estadio en las actuales avenidas Libertador y Tagle de la CABA con el actual, en la avenida Figueroa Alcorta. Organizada con mucho sacrificio y métodos artesanales, la movilización representó una acción cuyo esfuerzo y realización eran un fin en sí mismo, sin otra motivación que ser partícipes de ella y verla concretada.
El proceso por el cual estos hinchas van conformando una sociabilidad de cancha y también en el club y sus espacios, los llevará a conformar agrupaciones (Todo Por River, AgruPasión Gallina y Siempre River), a editar sus propias revistas relacionadas a lo que iba ocurriendo con el fútbol del primer equipo (y en ocasiones, a cuestiones que exceden en mucho a lo futbolístico), y tiempo después a proponer -siendo aceptado por la gestión política del club- la institucionalización de sus actividades al crearse la Subcomisión de Hincha en el año 2002. De esta manera comienzan a volcar sus emociones no sólo en la fiesta en la tribuna los días de partido sino mediante otro tipo de acciones simbólicas o concretas, como la creación del Día Internacional de Hincha de River, o integrarse a colaborar en otras áreas de la institución. Posteriormente y ante la evidencia de que modificar ciertas cosas de la realidad del club sólo eran posibles desde el compromiso político, muchos de ellos dan el paso en esa dirección creando su propia agrupación (denominada Caravana Monumental) y comienzan a ser parte de las contiendas electorales, y a colaborar más activamente aun en distintas áreas de la institución, aunque esto último determinado por el tipo de vínculo con la gestión política del oficialismo de cada momento. Este movimiento de ser meros hinchas militantes del fútbol a ocupar espacios formales en la arena política no implicó dejar de lado la fiesta en la tribuna (institucionalizada y complejizada), los asados grupales como espacios sociales y políticos o las actividades solidarias que pretendían, además de realizar una acción benéfica, evangelizar con los colores riverplatenses, o la política en las calles.
Si la modernidad implicó moderar y recortar las emociones de nuestras vidas cotidianas en nombre de la razón y la lógica del costo y beneficio, si el espectáculo del fútbol se bambolea cada vez más entre lógicas de racionalización, control y limitación, los hinchas militantes de River lograron encauzar su pasión de forma pacífica, para dar luego el paso al campo de la política. El caso permite discutir también respecto de las subjetividades modernas, sobre un tipo de militancia política y de grupos en los que la conformación de una forma de comunidad emocional, permite renovar un debate clásico como lo es el de sociedad y comunidad. Los hinchas conforman, por un lado, una comunidad cerrada en tanto el sentido de sus acciones limita y excluye, pues no solamente es requisito para ser parte de la misma una adhesión emocional y concreta a un club, sino un umbral mínimo de compromiso personal para con el mismo. Pero a la dimensión de la adhesión emocional y afectiva debemos sumarle la vinculación con la idea de comunidad en tanto sentido de ser y estar con otros frente al mundo, y dónde el concepto de efervescencia colectiva se torna una efervescencia creadora e integradora: mientras, la adhesión emocional conforma una pertenencia grupal de características singulares, tal vez posibles de pensar en tanto estructura de sentimiento.
Acerca del autor / Rodrigo Daskal
Sociólogo (UBA), Doctor en sociología (IDAES-UNSAM), investigador (Centro de Estudios del Deporte) y docente universitario (UNLP y UNDAV). Recientemente ha publicado HINCHAS. Pasión y política en River Plate (1996-2013), Grupo Editorial Sur, 202
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