7/05/2020

nunca luchó para hacer daño a la gente


Rugbiers y Memoria
Fusilado en Trelew


Escribe Carola Ochoa

Con esta nota, Socompa inicia una serie a cargo de Carola Ochoa, quien se ha dedicado a investigar durante años la historia de los jugadores de rugby que fueron víctimas del terrorismo de Estado. Hoy, la historia de Jorge Alejandro Ulla, fusilado en Trelew el 22 de agosto de 1972.

Entre la noche del 21 y la madrugada del 22 de agosto de 1972, militantes revolucionarios de FAR, ERP y Montoneros fueron fusilados por la Marina. Entre ellos, el santafecino Jorge Alejandro Ulla.


Jorge practicaba rugby desde muy niño, en el Cha Roga Rugby Club de Santa Fe. Jugaba en las inferiores del equipo denominado popularmente como “El Cangrejo”, donde gracias a su gran habilidad pudo jugar en distintas posiciones, como fullback y apertura, pero tuvo gran prevalencia como medio scrum. Junto a su hermano, Julio Cesar iban a los entrenamientos y compartían además amigos y todo lo que dos hermanos con solo un año de diferencia, podían compartir.


Jorge era un pibe alegre, con una simpatía arrolladora. Su madre había fallecido durante su infancia, por lo que el vínculo que tenía con su padre y hermano era muy fuerte.

En su adolescencia cultivó una sensibilidad muy especial que lo llevó a ser un incipiente artista autodidacta. Pintaba, esculpía, escribía sus poesías y escuchaba los poemas de Nicolás Guillén. Años después, esa misma sensibilidad lo llevó a asumir la responsabilidad política.

A mediados de los ‘60 se fue a estudiar Arquitectura a La Plata. En esa ciudad tomó contacto con políticos y empieza a cultivar ideas revolucionarias, influenciadas por el Mayo Francés y la Revolución Cubana. Por esa época se incorporó al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).

“Cuando se habla de violencia y de subversión, los que tuvimos el privilegio de conocer a estos muchachos o entrar a un Penal y conversar con ellos para saber quiénes eran, solo puedo decir que era gente de extraordinaria sensibilidad. Yo creo que eran seres humanos muy especiales, y estoy hablando de la gran mayoría, que asume la responsabilidad histórica de terminar con una dictadura y pelear contra ella y no había un camino democrático para pelear, asumieron la violencia como forma de decir basta a esa situación. Y creo que fue un presagio, porque parte de la sociedad, en aquel momento, no tenía esa sensación de que estábamos frente a una dictadura tan asesina y tan drástica como la que vino después. Y ellos si vislumbraban esa situación y así llegan a la militancia”, dice Julio Ulla, hermano de Jorge.

Jorge pertenecía a una familia de clase media. Tenía todo para desarrollarse. Su padre lo apoyaba incondicionalmente para estudiar cualquier carrera.

Para su familia fue un golpe tremendo cuando decidió pasar a la clandestinidad.
La cárcel

Más tarde cayó detenido en Córdoba junto a Mario Roberto Santucho, el Gringo Domingo Mena y Humberto Toschi.

Ni su padre ni su hermano pudieron tener un mínimo contacto con él. En el Servicio de Inteligencia lo torturaron durante días hasta que su padre y hermano lograron visitarlo cuando lo trasladan a Devoto, ya detenido. Luego lo trasladaron a Rawson.


“Y allá a Rawson fuimos con mi padre a visitarlo. Papá viajó en avión y yo viajé desde Córdoba en un colectivo donde viajaban los familiares de detenidos, algunos eran de Santa Fe y Paraná, en esos viejos colectivos de circulación urbana llamados “los loros”, que eran terriblemente duros y altos”, cuenta Julio.

Pese a que ser familiar era un riesgo, el padre y hermano de Jorge, llegaron al desierto más árido de la Patagonia Argentina durante un amanecer en el que divisaron el paisaje de casas bajas y las antenas que recortaban esas casas bajas, en el lugar más frío.

“Allá en el Penal de Rawson, en la última visita que yo le hago, él me pide de despedirse de mi porque había gente que tenía familia y quería que se quedara más tiempo. Cuando yo me despido, le doy un abrazo. Él cruza un patio y llevaba un banco largo de madera, de un lado él y de adelante el Gringo Mena. Se para y en ese contraste del atardecer frío del sur, con su brazo un poquito torcido porque había un balazo anteriormente y había quedado con esa lesión, se para, se despide y me tira un beso. En ese momento tuve una sensación muy triste, como un presagio tremendo, esa imagen no me la puedo olvidar. Y seguramente me quedé al lado de la puerta y una lágrima se me cayó. Y en ese momento me golpean la espalda y era Mariano Pujadas, a quien no conocía de antes y quien salía del pabellón de visitas. Se acerca a mi oido y me dijo: ‘Mirá, hermano, no hay mal que dure cien años’. Se rio, me dio un abrazo, me dio un beso y se fue. Ya también tuve la sensación de que se iban a ir y se lo transmití a mi padre, quien dijo ‘¿Adonde se van a ir en el medio del desierto?’. Yo, pero ellos podían realizar cosas imposibles”, sigue contando Julio.

La fuga de Rawson

La fuga de Rawson, el 15 de agosto de 1972, fue parcialmente exitosa. Un primer grupo de seis militantes, lograron abordar un avión que los llevó a Chile. Otro grupo de 19 llegó tarde al aeropuerto y debió entregarse, mientras que el resto de los que inicialmente iban a fugarse no pudo salir del penal. Jorge quedó en el segundo grupo.

Luego de que se entregaran, ningún familiar pudo tener alguna comunicación para saber de sus familiares. Los abogados que llegaban a Trelew eran detenidos por lo que se vislumbraba un gran riesgo de vida llegar a la Base Naval. El padre de Jorge estaba decidido a llegar hasta allí, pero su hijo Julio lo detuvo ya que necesitaban más información. Esperaron a que amaneciera.

En la mañana del 22 de agosto, Julio se levantó en su casa de Córdoba y miró las montañas. Fue en ese instante que escuchó en la radio que los militantes revolucionarios habían muerto durante un nuevo “intento de fuga”.


Pero le resultó algo impensado que intentaran una nueva fuga, tratándose de gente con gran experiencia militar, en medio del desierto, sin armas, en un lugar que no conocían.

Para Julio era cantado que los habían matado.

Los fusilamientos

En la noche del 21 de agosto, los militares dieron la orden:

– ¡Salgan de las celdas con la vista fija en el piso y deténganse en la puerta en dos hileras!

Fue entonces cuando los uniformados comenzaron a disparar sus ametralladoras.

Sobrevivieron solo tres, René Haydar, Alberto Camps y María Antonia Berger. Los heridos fueron trasladados al hospital y los operaron. Los que quedaron muy malheridos fueron rematados uno a uno, que fueron muchos. Pero tres sobrevivieron.

“De ellos, yo conocí al ingeniero Haydar, que visitó nuestra casa en Santa Fe y me contó la historia tal cual e incluso me relató: ‘Mirá, Julio, cuando yo entré a la celda creo que Jorge estaba levemente herido y desde la celda de al lado escuché la voz de tu hermano, la cual conocía perfectamente, después de tanto tiempo de estar detenidos juntos, cuando grita: ‘¡Dispará, asesino, hijo de puta!’. Y escuchó el estampido con que él muere”, relata Julio.

El estampido era el disparo a quemarropa hecho a muy corta distancia sobre la tetilla izquierda donde quedó el halo de pólvora.

Un velatorio multitudinario

El padre de Jorge denunció al dictador Alejandro Lanusse como responsable de la masacre, a pesar del peligro que podría representar su denuncia. El velatorio congregó a una multitud.


“En el velatorio, yo le dije a papá: ‘Mirá, Jorge ya no nos pertenece. Jorge es de todos estos militantes que lo están esperando abajo. Bajá y entrégaselos. Jorge está muerto. Que hagan lo que quieran. Que se arme lo que se arme’. Cuando lo bajamos, lo pusimos en el féretro, la movilidad que llevaba el féretro se recalentó, a la cuadra tuvimos que empujarla. Miles y miles de tipos empujando, hasta que en la esquina de San Lorenzo y Crespo, entró el Ejército y empezaron a los tiros. Yo me zambullí adentro de la movilidad que llevaba el féretro y me agarré al cajón. A mi familia la pusieron en un carro de asalto en medio de los tiros y balazos del Ejército. Llegamos al cementerio y no sé cómo habían llegado esos miles de compañeros de Jorge. Parecían pajaritos arriba de los panteones, con banderas. Allí, esos militantes dijeron lo que quisieron. A la salida, salvo algunas trifulcas, no pasó más nada”, recuerda julio.

La lucha y la justicia

La familia Ulla continuó con los reclamos de justicia.

“Mi hermano nunca luchó para hacer daño a la gente sino para lograr una sociedad más justa. Pero nunca se le ocurrió tener campos de concentración para matar, para tirar gente arriba de los aviones, para violar, para robar bebés, para despedazarlos a tiros y dejarlos morir. Solo las mentes perversas de dictaduras pueden hacerlo. Lo de Jorge era una gesta revolucionaria y la violencia tiene esas situaciones que la lucha te da y que una vez asumida es para lamentarse. Pero no es lo mismo una cosa que la otra. Yo no participo de la teoría de los dos demonios. Aquí hubo un solo demonio que fue la dictadura. Y hay dos actores. Unos que lucharon por una revolución y los otros para mantener la situación de privilegio de la dictadura”, dice ahora Julio.

El 19 de marzo de 2014 la Sala III de la Cámara Nacional de Casación Penal ratificó las condenas a prisión perpetua de Luis Sosa, Emilio Del Real y Carlos Marandino, suboficial. Anuló, además, las absoluciones del ex jefe de la base aeronaval Almirante Zar de Trelew, Rubén Paccagnini y el exjuez militar Jorge Bautista.

En una audiencia abierta al público, los jueces Liliana Catucci, Alejandro Slokar y Mariano Borinsky calificaron por unanimidad los fusilamientos de Trelew como “delitos de lesa humanidad”.

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