OPINIÓN.El trumpismo busca concentrar sus esfuerzos en recuperar su dominio en lo que considera su histórica área de influencia o “patio trasero”, frente al creciente rol de China y Rusia en la región.
Por Gabriel Merino y Julian Bilmes (Integrantes del Grupo Geopolítica y Economía desde el Sur Global).
“Nuestro objetivo con el ALCA es garantizar a las empresas estadounidenses el control de un territorio que va del Polo Ártico hasta la Antártida, y el libre acceso, sin ningún obstáculo y dificultad para nuestros productos, servicios, tecnología y capital en todo el continente.” Colin Powell, Secretario de Estado de EE.UU. (2001-2005)
Si bien la frase de Colin Powell es sobre el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA), el modelo, el diseño y la concepción estratégica desde la cual se propuso ese acuerdo -y que se usó como estándar normativo para un conjunto de acuerdos globales- fue el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN, o NAFTA por sus siglas en inglés). Acuerdo vigente desde 1994, integrado por Estados Unidos, Canadá y México, en pleno auge de la globalización neoliberal, el mundo unipolar y el Consenso de Washington.
Donald Trump asumió el gobierno diciendo a gritos que el TLCAN era “el peor acuerdo comercial que se haya firmado” y amenazó con salirse del mismo, como sucedió con otros. Pero en este caso el verdadero objetivo era forzar una renegociación en función de los intereses de las fuerzas nacionalistas-americanistas de los Estados Unidos, en las cuales militan importantes corporaciones industriales tradicionales, amenazadas por la competencia global de empresas de China, pero también de Alemania, Japón y otros países. Finalmente, el pasado 1 de julio entró en vigor el flamante Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC, o USMCA en inglés) que actualiza, pero bajo dos acuerdos bilaterales, el viejo TLCAN. Y resulta fundamental ver qué se firmó porque es la hoja de ruta de lo que propone una parte importante de los grupos de poder estadounidense para el continente.
La activación del T-MEC se produce en medio de la profunda recesión global que ha producido la pandemia, en que las fronteras entre los tres países se encuentran parcialmente cerradas y con sus economías muy golpeadas. El COVID-19 aceleró un conjunto de tendencias de la actual transición histórica y espacial, y este “NAFTA 2.0”, en tanto institucionalidad supranacional, cristaliza una relación de fuerzas en América del Norte, con proyección a todo el continente americano e implicancias globales.
Hoy día, en que Asia-Pacífico se ha constituido como el nuevo polo dinámico de acumulación global, este bloque geoeconómico norteamericano, que abarca un mercado de casi 500 millones de personas y representa cerca de un quinto del PBI mundial, es fundamental para defender la posición de Washington en el mundo. Especialmente en un mundo en que desde 2008 está estancado el proceso de globalización económica (el cual llevaba a que, por cada punto de crecimiento del PBI mundial, crecieran dos puntos el comercio y tres puntos la inversión extranjera directa), emergen fuerzas “desglobalizantes” en el Norte Global y hay tendencias que parecen apuntar hacia la regionalización productiva ante la pandemia en curso (aunque contrarrestadas por las contratendencias transnacionalizantes). Ello, claro está, debe interpretarse dentro de la geoestrategia americanista-nacionalista y antiglobalista de los EE.UU. de Trump.
La renegociación del TLCAN constituía un objetivo estratégico para el trumpismo, siendo responsable ese tratado, según la nueva administración, del superávit combinado de más de US$ 70.000 millones anuales que tuvieron México y Canadá sobre EEUU entre 1995 y 2016, y de la pérdida de cerca de un tercio de los empleos manufactureros estadounidenses en los Estados de la región del Medio Oeste. Un fenómeno que se ha denominado Rust Belt (“cinturón del óxido”), a raíz de la desindustrialización producto de la deslocalización productiva de crecientes segmentos de las cadenas industriales tradicionales (la “ciudad fantasma” de Detroit es el ejemplo paradigmático), en particular automotriz y trasladada hacia México en este caso, en donde la mano de obra se paga entre 6 y 12 veces más barata. Aunque ello también es producto de saltos tecnológicos en la industria que tienden a expulsar trabajadores.
El T-MEC se enmarca en la doctrina America First (“Estados Unidos primero”) y el giro proteccionista en nombre de la “seguridad nacional” estadounidense, con un fuerte componente de nacionalismo económico, en pos de mantener/recuperar la preeminencia mundial de forma unilateral, asegurando una sólida base industrial, disputando el liderazgo en la nueva revolución tecnológica e industrial en curso y buscando impedir el ascenso de los polos de poder alternativos, en particular China.
Cambios del T-MEC: ganadores y perdedores (o la política de “palo sin zanahoria”)
Si bien es motivo de controversia qué tan sustanciales son los cambios en el nuevo tratado, Trump logró imponerse en muchos puntos clave: cambiándole el nombre (punto importante en términos de marketing político electoral), pero también para acentuar su condición de que son acuerdos bilaterales específicos de Estados Unidos con Canadá y con México, entendiendo que el multilateralismo debilita la posición dominante de Washington. Además, rediseñando un bloque comercial menos aperturista y liberalizado, es decir, más a la medida de los intereses económicos y políticos que sustentan el trumpismo. Entre éstos se deben destacar a ramas industriales rezagadas y con menor competitividad global frente a China y países aliados (como las siderometalúrgicas), un sector del complejo militar-industrial del Pentágono que ve como una amenaza para la seguridad nacional estadounidense la pérdida de su base industrial, una fracción conservadora del poder financiero, y también pymes y sindicatos mercadointernistas.
Los principales cambios del T-MEC refieren a un conjunto de disposiciones actualizadas en un conjunto de sectores y aspectos. Mencionaremos sintéticamente los que consideramos de mayor relevancia estratégica. En cuanto a la industria automotriz, se elevaron las reglas de origen desde 62 a 75% (total de componentes) para que los productos sean considerados originarios del territorio norteamericano y por ende beneficiarios de las rebajas arancelarias a tasa 0, golpeando contra el sistema de maquila de las grandes transnacionales en México. También se definió que un 40/45% de las autopartes deben haber sido realizadas por trabajadores que cobren al menos US$ 16 la hora para 2023, y se definió que debe haber un contenido de 70% de acero y aluminio proveniente de esa región.
La industria farmacéutica fue anunciada por Trump como otra de las ganadoras del acuerdo, el cual aumentó las barreras de acceso a medicamentos genéricos y biocomparables, otorgando 10 años de monopolio a las empresas en las patentes de medicinas y técnicas médicas. En cuanto a propiedad intelectual, un punto neurálgico de la guerra comercial impulsada por Trump, quien ha acusado sistemáticamente a China de robar innovaciones y conocimientos estadounidenses, se proporcionan protecciones más fuertes en términos de derechos de autor, patentes y licencias. También se intensifican los controles al permitir detener en todos los puertos mercaderías sospechosas de haber sido falsificadas. Ello obviamente favorece profundamente a las empresas estadounidenses, asegurándose ganancias extraordinarias a través del aseguramiento de monopolios tecnológicos.
En cuanto a comercio digital, luego, un punto muy relevante ante el creciente peso que ha cobrado a todo nivel el uso del Big Data (materia prima del “capitalismo de plataformas” de este siglo XXI), se protege a compañías de internet para que no se hagan responsables de los contenidos que producen sus usuarios. A su vez, no se permiten restricciones a la transferencia internacional de datos, con niveles de protección y privacidad, un tipo de regulación que sostienen muchos países y la misma Unión Europea, la cual ha tenido conflictos con las grandes transnacionales del sector, como Google o Facebook.
Por otro lado, se publicitó la inclusión de estándares medioambientales como signo de “modernización” del acuerdo, junto con ciertas medidas beneficiosas para la producción agropecuaria estadounidense. Recordemos que ya producto del TLCAN anterior, México, considerado el país del maíz, tuvo que comenzar a importar dicho alimento (perdiendo seguridad alimentaria) a subsidiados productores estadounidenses, ayudados para participar del “libre comercio”. Ello generó la quiebra del campo mexicano.
Estados Unidos también logró imponerse en la eliminación del sistema de arbitraje independiente (que era la instancia en la que México y Canadá podían obtener fallos favorables frente a las medidas proteccionistas dictaminadas por Washington) y la inclusión de una cláusula de terminación por la cual puede darse por finalizado el nuevo pacto de forma unilateral.
Un último aspecto a destacar, pero de primer orden de relevancia, es la cláusula 32, impuesta para contrarrestar la creciente influencia de China en la región, en el marco de la fuerte disputa entre las dos mayores economías del mundo, porque Estados Unidos entiende que el ascenso chino amenaza su preeminencia mundial. Esta cláusula expresa que los integrantes del tratado deben informar a los otros miembros sobre sus intenciones de iniciar un tratado de libre comercio con algún país que no opere bajo condiciones de “libre mercado”, contemplando que cualquiera de las tres partes implicadas puede rescindir el T-MEC en caso de que uno de los integrantes no cumpla con esta cláusula. En este sentido, a fines de 2017 EE.UU. había denegado el carácter de economía de mercado a China, algo que Beijing reclama desde su ingreso a la OMC en 2001.
Es que China se ha convertido en los últimos años en un muy importante socio comercial de los tres países del T-MEC como proveedora de bienes industriales de todas las complejidades, lo que implicó la pérdida de participación de los tres países en sus mercados vecinos a expensas del gigante asiático. Representa esta cláusula 32 una clara limitación a sus países vecinos por parte de EEUU, ya que Canadá y China habían comenzado negociaciones en ese sentido, y México había firmado una Asociación Estratégica Integral con China, como muchos de los países de América Latina con el correr del siglo XXI.
Implicancias para México y América Latina
México aparece como el país que más concesiones hizo para garantizar que se sostuviera el tratado norteamericano, lo cual se comprende a raíz de la desnacionalización, pérdida de grados de soberanía y subordinación periférica que le ha implicado su apertura y liberalización neoliberal en las últimas décadas. Habiendo sido Peña Nieto quien comenzó las negociaciones, sorprendía que el nuevo mandatario, López Obrador, aceptara e incluso reivindicara el nuevo acuerdo. Ello parece obedecer a la gran dependencia de esa economía para con sus vecinos, y EEUU en particular: mientras que más del 80% de sus exportaciones de bienes y servicios se destinan a este país, se estima que por cada dólar de exportaciones mexicanas, cuarenta centavos son estadounidenses y veinticinco centavos son canadienses. Este condicionamiento estructural impone límites a la voluntad política (como en un sentido inverso vimos a Jair Bolsonaro chocar con la dependencia exportadora de Brasil hacia China en sus intentos de seguir la política estadounidense de enfrentamiento con Beijing).
Si bien ciertas condiciones del T-MEC resultan perjudiciales para ciertos sectores económicos mexicanos (siderometalúrgicos, agropecuario, tecnologías digitales, etc.), una victoria de AMLO constituye la eliminación del tratado de la apertura del sector energético mexicano al capital privado y la integración norteamericana del sector, en base a la propuesta trumpista de incorporar ese rubro que no estaba incluido en el TLCAN en pos de conformar un bloque energético conjunto de América del Norte, para favorecer las proyecciones geopolíticas estadounidenses al apuntar al acceso ilimitado a los recursos energéticos de la región. Ello era visto como un riesgo a la soberanía por el nuevo mandatario, en sintonía con su oposición a la Reforma Energética de Peña Nieto en 2013, de apertura y desregulación de la gran petrolera nacional Pemex, y en base a la importancia del petróleo en la economía mexicana. También AMLO ha impulsado un plan para refinar mayor cantidad de petróleo en México, en la búsqueda de generar valor agregado, mayor desarrollo nacional y disminuir las enormes importaciones de combustibles desde Estados Unidos (hacia donde exporta el petróleo crudo de menor valor agregado). Por lo cual fue inflexible en ello en las negociaciones.
El TLCAN ha sido tremendo para México. Mientras la ortodoxia neoliberal publicita el aumento de 67% de su PIB entre 1994 y 2016, este crecimiento fue no sólo bastante pobre incluso comparado con otros países de la región, sino enormemente desigual, dando lugar a “islas de modernidad” dependientes en los enclaves ensambladores (maquilas), a costa de más del 40% de la población sumida en la pobreza y niveles de desigualdad de los más altos de la región. A su vez, tal modelo de “desarrollo del subdesarrollo” implicó una industrialización dependiente sin desarrollo de núcleos tecnológicos-propios y una enorme transferencia de valor sur-norte. Además, como se señaló, generó una profunda dependencia alimentaria, emigración rural masiva y mayor dependencia frente a EE.UU. Incluso, se enmarca también aquí el auge del narcotráfico, debido a la proximidad con el principal mercado de consumo y circulación de las drogas del mundo, y donde se encuentra la ingeniería financiera y se realiza el proceso de lavado de dinero. La violencia organizada, los enormes intereses en pugna, los territorios en disputa por los narcos que corren al Estado y la “guerra” contra las drogas desde 2006, significaron un genocidio de más de 30.000 desaparecidos y 250.000 muertos en una década.
En este marco de gran debilidad, sumado a los enormes impactos económicos y sociales de la pandemia, México busca, al igual que sus vecinos, que el nuevo acuerdo lo ayude a recuperar el crecimiento y beneficiarse de la “integración más profunda” que promete el T-MEC. Para ello será vital desarrollar encadenamientos productivos nacionales, ya que la enorme mayoría de sus insumos son importaciones asiáticas, lo cual a su vez puede chocar con el nacionalismo industrial de Trump, representante de los capitales industriales tradicionales y existencialmente amenazados de Estados Unidos.
En cuanto a las perspectivas para América Latina, para finalizar, el T-MEC supone mayor poder y proyección estadounidense sobre Norteamérica y el Caribe, en el marco de la geoestrategia americanista unilateral del trumpismo, de revitalización de la Doctrina Monroe (“América para los americanos”) en una situación de declive relativo de Estados Unidos y occidente en un mundo multipolar. Implica una política de “palo sin zanahoria”, como lo comprobaron varios gobiernos alineados con Washington en la región, que guarda estrecha relación con el declive periférico que implica quedar subordinado a una potencia en declive (gran dilema regional, que bajo ese esquema no puede garantizar ni siquiera el esquema de desarrollo del subdesarrollo).
El trumpismo ha buscado concentrar sus esfuerzos en recuperar su dominio en lo que considera su histórica área de influencia o “patio trasero”, frente al creciente rol de China y Rusia en la región. Mediante la guerra comercial, el proteccionismo y las negociaciones bilaterales, los EE.UU. de Trump vienen buscando restaurar su supremacía. Aunque está por verse si éste logra la reelección y profundiza su programa, o si vuelve una geoestrategia globalista de la mano de Biden. En cualquier escenario, seguramente continuará una situación de “empate” hegemónico en Estados Unidos, con una grieta política y estratégica que se profundiza, sumada a una creciente movilización anti-establishment por abajo que se aceleró al calor del desastre sanitario, económico y social de la pandemia. Un escenario complejo, pero que a su vez puede generar un espacio importante para una estrategia de unidad continental suramericana, comenzando por el fortalecimiento del MERCOSUR.
Sobre los Autores
Gabriel Merino es Docente en la Universidad Nacional de La Plata e investigador del CONICET.
Julián Bilmes es Sociólogo UNLP y becario CONICET en IdIHCS (UNLP-CONICET).
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