6/04/2020

un parto

Infectadura y bolsonarismo

Nada peor en política que la falta de timing.


Pablo Papini

La carta anti-cuarentena que publicaron 300 militantes macristas auto-caracterizados como intelectuales llegó justo cuando los dos presidentes más negacionistas del virus, Donald Trump y Jair Bolsonaro, pasan su momento más difícil. Nada peor en política que la falta de timing.

El arrugue de los propios firmantes a muy pocas horas de lanzado el manifiesto, por el repudio mayoritario que el texto mereció, sirve para comprobar, una vez más, que el consenso del aislamiento es mayoritario. Ya se había visto cuando fracasó el segundo cacerolazo por la mal llamada liberación de presos. Argentina no discute la salida del confinamiento sencillamente porque eso está en marcha desde hace bastante allí donde es posible; y donde no (el famoso AMBA, nudo de la cuestión), porque no es momento aún. Se piensa, en cambio, cómo sostenerlo. Así se comprende el intento de la carta de equiparar a “la hora del Estado” anunciada por el presidente Alberto Fernández con la proclama que escribió Leopoldo Lugones (La hora de la espada) para sustentar ideológicamente la primera interrupción del orden institucional de nuestra historia, en 1930. Se trata de deslegitimar la posibilidad de que sea pública la redefinición de ganadores y perdedores del país post-coronavirus.


El contrapunto sobre el pronunciamiento entre Luis Tonelli y Marcelo Leiras sirvió para aclarar muchas cosas que el texto insinúa pero no termina de decir. El politólogo radical excusó en la necesidad de llamar la atención la utilización de algunos exabruptos (“infectadura”, “la democracia está en peligro como nunca desde 1983”). De otro modo, abundó, no habrían despertado tanta repercusión. ¿Acaso no confían en sus argumentos? De cualquier manera, es cierto que es una técnica para polemizar que existe. Luis D’Elía suele utilizarla, pero no en pandemia, y en tales casos no cuenta con complicidad mediática para con sus excesos.

Más adelante, Tonelli acabó por sincerar el real malestar de ese sector de la oposición. Tras reconocer (porque habría sido demasiada pelea con la realidad) que Fernández administra la cuarentena en coordinación con gobernadores e intendentes opositores, se quejó de que no pase lo mismo “con el Congreso”. Donde, detalle, la representación de quienes gestionan es menor porque las listas las confeccionó mayormente Mauricio Macri, estandarte del ala dura que no quiere ningún acuerdo con el peronismo. Ahí está el núcleo del conflicto: el drama de los cartistas no es que Alberto no le lleve el apunte a su programa, sino que los poderes ejecutivos del cambiemismo residual no lo hacen. No entran en guerra con Casa Rosada.

Esto más allá del contrasentido de llamar al consenso desde las bancas de Fernando Iglesias o Waldo Wolff, que directamente tildan al actual oficialismo de mafia. O del eterno disparate conceptual al que el no-peronismo nos somete cuando le toca ser oposición: la pretensión de que se haga lo que quiere la minoría. O del conveniente olvido de que Cambiemos no se destacó precisamente por su apego al debate legislativo: designaron ministros de Corte por decreto simple, Macri amplió con su firma el blanqueo restringido por los legisladores, con un DNU derogaron 19 leyes y modificaron otras 140 y nunca se trató el pacto con el FMI, como habría correspondido. Y 2018 y 2019 fueron, junto a 1987, los años de menor actividad parlamentaria de la democracia. Grave sobre todo en el par, en los electorales es más común.

Como politólogo, Tonelli le habrá leído a su colega italiano Gianfranco Pasquino que aún en regímenes parlamentarios la iniciativa legislativa es mayormente de los poderes ejecutivos. No es una disfuncionalidad, sino la lógica sistémica. Tanto más en emergencias como la actual: ¿cuánto más debate pretenderían abrir? ¿No es más razonable que, por estas semanas, el Congreso ejerza de contralor de los ministros, como lo viene haciendo virtualmente? Menos seguro es que sean tan duros con el Poder Judicial, responsable de su propia cuarentena, y que todavía no se muestra proactivo para volver como sí CFK y Sergio Massa. Claro: los jueces son custodios por excelencia de los intereses del statu quo.

Recapitulemos: en definitiva, la famosa carta es apenas otro capítulo del difícil parto del bolsonarismo local. Que no es inexistente, pero que –por suerte- aún no escala peligrosamente. Los topes democráticos del Nunca Más siguen siendo un dique de contención. Quedaría por preguntarse qué lleva a quienes por aquellos años militaron dicha causa a funcionar ahora como furgón de cola de los fascistas argentinos. Pero la verdad es que la deriva del radicalismo es un asunto cada vez menos interesante. Que se arreglen.

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