4/22/2020

amenazante perspectiva de ruina para las empresas norteamericanas de petróleo

Los señores del petróleo juegan una partida mortífera




A -37  dólares el barril, el mundo del petróleo está experimentando una severa contracción, debido a la guerra de precios entre Arabia Saudí y Rusia y a la drástica caída de la demanda internacional, deprimida por la pandemia y la crisis económica que la acompaña. En solo unas semanas, el consumo ha caído de 100 millones de barriles al día a 75 millones, una disminución del 20%.

Mientras el desconcertado Trump, que se encuentra al borde de una crisis impensable, hacía una llamada a Putin el lunes [30 demarzo], se dibuja una amenazante perspectiva de ruina para las empresas norteamericanas de petróleo de esquistos, pero lo que es más importante, para pueblos y países enteros, que viven de las exportaciones de “oro negro”. 

El mundo árabe y el Golfo están al borde del derrumbe, Irán se encuentra en estado de crisis debido a las sanciones y, en el norte de África, de Egipto a Argelia y Túnez, se atisba una recesión sin precedentes, acompañada de conflictos interminables y crisis de legitimidad de regímenes que, como mínimo, tienen que lograr dar de comer a su pueblo.

Se trata de una desestabilización que afecta a Irak, Siria, Irán, Líbano, Jordania y los millones de refugiados que deambulan y están varados en los márgenes de países cada vez más pobres que ahora se ven asolados por la epidemia del coronavirus.

Es éste un mundo que depende más o menos directamente del “oro negro” y de las inversiones ligadas a la industria petrolífera para poder llegar a fin de mes y simplemente sobrevivir. Mientras hasta los países del Golfo, los más ricos, están cerrando la billetera, las perspectivas son aun más aterradoras para todos los demás. Así, por ejemplo, Qatar tendrá que cubrir el coste de los 150 millones de dólares que acaba de donar a Gaza.

Al fondo todo esto figuran los Estados Unidos, y no se han ido en absoluto lejos: no abandonan su meta de cambiar el régimen de Teherán, epicentro en Oriente Medio del COVID-19, mientras Turquía ajusta cuentas con los kurdos asesinando a Nazife Bilen, la mujer de más alto rango entre los combatientes del PKK. Esto es únicamente lo que hay que esperar, pues las crisis — siquiera las peores— no paran las guerras ni detienen a los tozudos carniceros de pueblos enteros, como Erdogan, que sigue librando una lucha incesante contra Asad en el infierno humanitario de Idlib.


Están ocurriendo cosas que no tienen precedentes, ni siquiera en la Gran Depresión: se está pagando a las empresas para que se lleven el excedente de petróleo. Los productores ya no saben dónde almacenarlo, razón por la cual una serie de países y varias multinacionales han empezado a cerrar pozos de petróleo e incluso refinerías. Cuando termine la crisis del coronavirus, bien podría suceder lo contrario: podría no haber bastante oro negro en los mercados.

La guerra petrolífera la desencadenó el impulsivo rechazo de recortar la producción, como había pedido Arabia Saudí en el marco de la “OPEP+1″, el acuerdo del histórico cártel petrolífero con Moscú que había mantenido a flote los precios del petróleo. Trump se agarra ahora a Putin, tratando de persuadirle de que suba los precios después de convencer al “príncipe negro” Mohamed Ben Salman de recortar la producción. Moscú, sin embargo, no quiere ceder, está empeñado en sacar del negocio a las empresas norteamericanas, abrumadas por las deudas, y está dispuesto a quemar las reservas del Fondo Soberano Ruso (150.000 millones de dólares) para cubrir los ingresos perdidos. En juego está el liderazgo del mercado energético, no solo del petróleo sino del gas, en el que Rusia domina los suministros en Europa, tanto de modo directo como con ayuda de la conexión de la Turquía de Erdogan.

Esta es la razón por la que el precio del petróleo tiene implicaciones estratégicas formidables: se trata también de influir en los acontecimientos en una inmensa zona, del Mediterráneo a Oriente Medio y al norte de África. Pero hasta el zar podría pensárselo mejor: el juego de tirar los precios puede resultar mortífero.

Los compañías norteamericanas de petróleo de esquisto se encuentran en respiración asistida. Comenzaron su ascenso en 2008, cuando el coste del barril había llegado casi a 150 dólares, un precio extravagante que empujó a las empresas a invertir en innovación, pero también a endeudarse. Encontraron dificultades ya en 2016, cuando comenzó el declive de los precios del crudo, y ahora no saben qué hacer para devolver sus deudas, y sus existencias se han visto desvalorizados hasta llegar a un nivel casi de baratillo. Desde ese año ha habido docenas de bancarrotas en ese sector, con deudas por encima de los 120.000 millones de dólares.

Hay llanto y crujir de dientes de toda la gente del sector. Los efectos de la caída del precio podrían ser comprensibles desde un punto de vista económico, pero la situación parece mucho más apurada desde una perspective estratégica: si continua esta situación durante un periodo más largo, los presupuestos de los países productores, ya en dificultades debido tanto a factores internos como internacionales, como es el caso de Irán, sometido a embargo, Argelia, en una frase de transición muy crítica, Irak, asolado por las revueltas, y Libia, estrangulada por la guerra civil, podría sufrir golpes fatales. En estos países el petróleo lo paga todo, o casi todo: del pan en la mesa para la gente corriente al chantaje de las milicias a las que nadie es capaz de mantener a raya.
 
prestigioso periodista italiano, ha sido investigador del Istituto per gli Studi degli Affari Internazionali y, entre 1987 y 2017, enviado especial y corresponsal de guerra para el diario económico Il Sole 24 Ore en Oriente Medio, África, Asia Central y los Balcanes. En 2007 recibió el premio Maria Grazia Cutuli de periodismo internacional y en 2015 el premio Colombe per la Pace. Su último libro publicado es Il musulmano errante. “Storia degli alauiti e dei misteri del Medio Oriente”, galardonado con el Premio Capalbio.

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