El juego de la grieta, al que siguen apelando, por ahora no funciona
El lock out sojero 2020 fracasó porque, al revés que en 2008, esta vez las grandes ciudades, claves en aquel éxito, le dieron la espalda a la protesta. La marcha en defensa de la intervención de la justicia jujeña por el gobernador Gerardo Morales, convocada en las inmediaciones del Congreso nacional, pudo haber servido de excusa para conectar distintas células de antiperonismo: no pasó. Los medios, cruciales hace doce años, participaron de dicho triunfo a un alto costo: si bien siguen siendo potentes --qué duda cabe--, ya no son unánimes. Empezaron a perder consenso a partir de su exagerado desequilibrio durante la batalla por la resolución 125. Y, fundamentalmente, ya no se les sigue el juego de la grieta, al que siguen apelando.
En 2008, una sociedad cuyos ingresos crecían (nunca tanto como la renta sojera, claro) tal vez se sintió reflejada en el levantamiento de un sector al que el Estado le pidió, por ganancias extraordinarias, un esfuerzo adicional. “¿Y si un día también a nosotros nos quieren definir el bolsillo?”, habrán pensado algunos, con la habitual facilidad que tienen ciertas clases medias para sentirse representadas por intereses empresarios que, en verdad, les quedan lejísimos.
En 2020, el segmento agrario alcanzado por medidas muy moderadas del presidente Alberto Fernández es de los pocos que quedan en pie. Bastante mal habrá caído su reacción desmedida ante un gesto prudente mientras casi todos soportaron en paz cuatro años de ajuste permanente de Mauricio Macri, contestando solamente a través del voto, como corresponde en democracia.
Funcionó ofrecerle la otra mejilla a un ataque. La famosa segmentación, ofrecida esta vez de entrada y no al cierre del proceso como en 2008, cuando ya no servía porque el mal llamado campo iba por todo. Se acertó así en la fractura del bloque agrario. Asimismo, haber actuado vía ley, en lugar de hacerlo por mera firma del Poder Ejecutivo, le quitó excusas a Corea del Centro.
Por último, la unidad del peronismo sigue rindiendo frutos. Lo explicó hace poco Manolo Barge: se trata de negarle, a eventuales desestabilizadores, cabeceras de playa al interior del movimiento, cuyos gobiernos sufren sólo cuando estallan peleas entre familias de compañeros.
De cualquier forma, no debería el gobierno nacional relajarse tras salir airoso de este desafío a su autoridad. Como escribiera Horacio Verbitsky en 2009, las patronales sojeras y sus aliados no luchan “por un punto más o menos de rentabilidad sino por la imposición de una hegemonía, que implica un proyecto que va mucho más allá de una u otra medida económica”. No está claro que superadas las circunstancias que debilitaron este lock out, un próximo recorra el mismo camino. Este litigio determina la posibilidad misma de viabilidad social de Argentina (el precio de los alimentos fija el poder adquisitivo de los salarios) y de su desarrollo. Si no se equilibran competitividades entre actividades dispares, no alcanzarán los dólares para un país justo ni empleo para todos. La soja tiene con qué insistir: le sobran fierros, voceros, de todo.
Y si bien no lograron esta vez mezclar con otros descontentos, en modo alguno puede descartarse que vayan a conseguirlo en un país al borde del default y con el cisne negro del coronavirus rondando. Si puede que sobren motivos para que hipotéticos enojados se reconozcan en idéntico estado de ánimo, los condimentos políticos que construyeron esta victoria deberán ser reforzados.
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