Por Pablo Papini
Las presiones para que Alberto Fernández, entre la vida y la economía, elija lo segundo
Como era de esperarse, muchos de quienes simularon patriotismo en la previa del dictado del DNU de aislamiento (y en las primeras horas posteriores) ya se curaron y volvieron a su normalidad miserable. Mientras los infectados y los cadáveres por el COVID-19 se multiplican en el primer mundo, presionan a Alberto Fernández para que entre la vida y la economía elija lo segundo, cuando es por haberse inclinado por lo primero que hoy el mundo civilizado lo está aplaudiendo. Como si una pila de fallecimientos fuese gratuita, por otra parte. El freno vendría igual, sólo que con el agregado de un darwinismo bestial. El jefe de Estado argentino rechazará el chantaje vía un razonamiento inscripto en las mejores tradiciones de su país, cuyo juzgamiento al genocidio es ejemplo a nivel global. La muerte, sencillamente, resulta intolerable en Argentina.
Cierto es que una detención brusca de los negocios también podría sentirse en la salud de quienes sobrevivan. Menos empleo y menos salarios derivan en menos posibilidades de curarse. La mala sangre, la psiquis dañada por el encierro, menos dinero para remedios, menos recaudación impositiva para que el Estado pueda correr en auxilio de los lastimados. En fin. Cualquiera de las dos variables (vida y economía) llevada al extremo con total despreocupación por la otra termina mordiéndose la propia cola. Hay un tenso equilibrio a resguardar entre ambas, cosa que sólo puede hacer el Estado, único capaz de coordinar una salida lo menos costosa posible.
Por la manera en que ha venido actuando el gobierno nacional, lo más probable, si hay segunda fase de cuarentena, es que venga acompañada de más medidas. Será necesario que en ellas se atienda a quienes han quedado excluidos de las primeras. Hay una lógica entre graduar las etapas de aislamiento y los paliativos. “Si lanzas todo de una, y luego se agrava, ¿qué?”, resumió alguien.
Pequeños comerciantes, Pymes, monotributistas no alcanzados por el Ingreso Familiar de Emergencia, entre otros. Sobre ellos se descargará la acción psicológica de los medios de comunicación comprometidos con el desprecio a la salud, que se acrecentará en las próximas horas. Se intentará romper el lazo entre Alberto y la población, que a raíz de la crisis sanitaria se ha robustecido por encima de las fronteras partidarias. Y que es un segmento de la ciudadanía más oscilante en sus preferencias políticas, cuyo ir y venir ha definido las dos últimas elecciones presidenciales entre el rechazo a CFK II y a la infinitamente peor gestión de Mauricio Macri. La base de la pirámide está bastante bien atendida ya, entre los refuerzos a la AUH y a las jubilaciones mínimas, el IFE e intendentes que están, literalmente, proveyendo almuerzo y cena.
Claro que ello implicaría una caradudez inmensa por parte de aquellos que aplaudían mientras el macrismo llevaba a la quiebra a la mayoría de las empresas nacionales, con tarifas que pasaron de dos a cuatro, cinco o hasta seis cifras. “Porque los servicios hay que pagarlos lo que valen.” Haría mal el Frente de Todos si se quedara en ese señalamiento. Debe ganarse a quienes se verán atacados por falsa propaganda contrarrestando eso con realidad efectiva, contante y sonante.
No hay por qué temer en esta hora en que hasta EEUU aceita sus impresoras.
También debería Fernández cuidarse un poco más, ahora que pasó de Albertitere a Stalin sin escalas, en otro desopilante giro de los que nunca se preocupan por el archivo. En su prestigio está cifrado el éxito de esta batalla, no puede arriesgarlo tanto, más allá de lo bien parado que suele salir de los reportajes. Porque si un día patina, por cómo se planteó este duelo (con o contra él), irá a la lona sin medias tintas. Hacen falta algunos valientes que salgan a abollarse la causa.
Tampoco hay que sorprenderse tanto. El universo conceptual del neoliberalismo viene siendo sopapeado duro y parejo por el desparramo que armó un virus cuya potencia estaba fuera de todas las previsiones. Pero tampoco iban a retirarse sin dar pelea. Resulta alentador ver que buscan camuflarse debajo de los intereses de pequeños empresarios a los que, superada esta dificultad, volverían a pisar como a una cucaracha (en definitiva, eso los creen). No pueden salir al combate a cara descubierta. Pero el Estado debe evitar que vuelvan a pintarlo como malo de la película
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