Presencias del 24 – Por Luis Bruschtein
Por Luis Bruschtein*
(para La Tecl@ Eñe)
Pensé hacer una lista de mis desaparecidos para colgar en las redes, empezando por mis hermanos Noni, Víctor e Irene y mi viejo Santiago, pero me di cuenta que hubiera sido larguísima y además incompleta. Seguro que habría quedado alguien muy querido en el tintero. Pata, Cacho, Mario, Chufo, Arielito, Vicky, el Negro Eduardo, el Gordo Julio, Carlitos, Martita, Cristina, la Gallega, el Príncipe, el Yaya y así seguiría más y más. Me pasa cada 24 de marzo cuando veo las fotografías que llevan a la marcha y que publican en las redes.
A pesar de todo el tiempo que pasó, es un día denso para los veteranos. Se nos llena la azotea de fantasmas, de los buenos pero también de los que duelen. Yo soñé con mi madre porque escribí algo sobre ella. Una amiga me dijo que soñó con Pacho, un compañero de JTP que era dirigente del SMATA. Y Pacho le decía en el sueño que lo mejor que habíamos hecho era haber sido como fuimos, ser nosotros mismos.
Pacho murió en un enfrentamiento, una acción innecesaria donde era una locura que participara un cuadro sindical representativo como él. Blanca fue la primera en criticar la concepción militarista y vanguardista que había llevado a esa situación. En el sueño de Blanquita, lo que reivindica Pacho no es eso. Es más enredado el asunto.
Veo sus imágenes en las marchas y siento un orgullo enorme de todos ellos. Los que no los conocieron no lo podrían entender. El diario del lunes convierte en sabio a cualquiera. Hice todas las autocríticas del mundo y en lo personal nunca pasé de la militancia de base porque hacía muchas críticas y a veces había compañeros que eran muy cabeza de chapa, muy cuadrados.
Y sin embargo, lo mejor que hicimos fue haber sido como fuimos. Y decirlo me da hasta un poco de vergüenza porque yo hubiera querido ser mejor. Carajo, esas fotos. Lo veo en sus ojos, en la convicción natural y poderosa que emana de esas imágenes que sobrevuelan las marchas del 24. Se ve el gesto generoso y amoroso que se da por descontado, que ni siquiera se menciona, y que se porta como quien se pone los zapatos para caminar o se sienta cada día a la mesa y va a trabajar y come lo que le toca comer y hace el trabajo que le corresponde.
Me autocrítiqué de las metidas de pata de las que formé parte y recuerdo también las discusiones y las críticas que hacía sobre algunas decisiones y las dudas sobre otras, pero era el menú que nos había servido la historia. Ojalá, con esa energía inmensa que tenían los compañeros, la historia hubiera iluminado otras opciones mejores.
Hablo de una consciencia-emoción colectiva de la juventud que se negaba a seguir de largo con orejeras ante las injusticias en un país que hablaba de una justicia que no había, de una democracia que no había, de una libertad que no había, de una paz que no había. El pueblo quería a Perón y de Perón no se podía ni hablar, se ocultaban los fusilamientos y los bombardeos y todo el mundo hacía como si no hubieran existido. Las dictaduras se sucedían igual que los golpes militares a pesar de que el peronismo estaba proscripto, igual que el comunismo.
La consciencia indignada de todas esas mentiras y la emoción intensa de que era una generación que tenía que luchar por un mundo sin ellas era algo que se compartía, se respiraba en el aire. Seguramente había mucha soberbia, pero de esa no me autocritico, simplemente lamento no haber tenido más madurez. Porque era una generación casi sin adultos. Y esas mentiras consentidas constituían el basamento de la sociedad que las había sostenido año tras año. Podríamos haber hecho lo mismo y seguir de largo y no ser como fuimos. No lo sé. El alma de esa generación traía una marca para dejar en la historia. Había sido producto de un proceso histórico y estaba definida para intervenir como lo hizo. La historia había cargado una mochila muy pesada sobre sus espaldas.
Es un trazo grueso. No se trata de explicar el despelote de aquellos años, simplemente trato de explicar lo que siento. Ya todos leímos el diario del lunes, sabemos lo que deberíamos haber hecho y lo que estuvo mal, y todo bien con el diario del lunes. Pero como le dijo Pacho en el sueño a Blanquita: lo mejor que hicimos fue ser como fuimos. Ellos son los 30 mil, a los que extrañaré hasta el último de mis días, a los que llevaré siempre en la memoria. Y siempre sentiremos que una parte nuestra se fue con ellos.
Buenos Aires, 24 de marzo de 2020
*Periodista
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