Yanis Varoufakis sobre la crisis del COVID-19: “El capitalismo europeo está suspendido”
Juan Delgado
En el marco de una serie de charlas vía streaming a cargo del movimiento DIEM25 (Democracy in Europe Movement 2025)[1], Yanis Varoufakis, ex ministro de finanzas de Grecia durante los primeros meses de gobierno de Alexis Tsipras en 2015, brindó una conferencia llena de reflexiones útiles para pensar la particular coyuntura actual.
La conversación, guiada por el filósofo croata Srecko Horvat, se detuvo en el análisis de las principales causas que llevaron a que esta crisis social global que atravesamos adquiera la magnitud actual. Además, propuso -como representante de su movimiento- una larga serie de medidas urgentes para el pueblo europeo, lo que no excluye su utilidad para la realidad latinoamericana. La principal categoría con la que el economista griego define el actual colapso económico mundial es la de suspensión del capitalismo, al menos en Europa (aunque, repito, probablemente puede extenderse a diferentes partes del globo).
Con esto se refiere a una idea muy simple: la premisa fundamental del capitalismo -el intercambio de bienes en el mercado- se encuentra de todo punto suspendida por dos motivos que se identifican con sus dos vectores principales (la oferta y la demanda). Por un lado, la oferta de bienes materiales, es decir su producción, se ha detenido estrepitosamente a causa del potencial riesgo de contagio de trabajadores y directores de fábrica en espacios confinados. Por otro lado, y aún más importante, la demanda de productos ha caído a niveles sin precedentes en el Siglo XXI, no solo por el aislamiento obligatorio de todos los individuos y familias en una gran parte del mundo, sino también por la respuesta del sector corporativo de despedir trabajadores, reducir salarios y, en conjunto, destruir el poder adquisitivo de la mayor parte de la población mundial.
Varoufakis utiliza una comparación en principio útil para comprender esta categoría. Según él, nuestra coyuntura actual puede equipararse al capitalismo europeo durante la Segunda Guerra: el Estado fijando prioridades, compensando falencias del sector privado, determinando precios máximos, redefinidiendo estrategias productivas. No obstante, la diferencia sustancial es que mientras la totalidad de Estados intervinientes en la II GM se adaptó (con resultados diversos) a una “economía de guerra”, hoy en día las instituciones financieras nacionales y transnacionales en los principales centros del capitalismo mundial están reproduciendo su estrategia de salida a la crisis desatada en 2008. La clave para comprender esto, como muchos analistas vienen señalando (incluido Varoufakis), es que la crisis actual es el segundo coletazo a escala global de aquella crisis que comenzó con los impagos de los créditos subprime en los EEUU. El paradigma económico desde entonces no ha tenido capacidad de resiliencia. El modo de producción no se modificó sustancialmente, como sí había sucedido en gran medida en los años posteriores al crack del 29’.
Como señalan Francisco Louçã y Michael Ash en su último libro “Sombras…”, recientemente editado en español, desde 2008 en adelante no atestiguamos otra cosa que la profundización del modo de producción financiarizado. La inestabilidad propia de un sistema construido sin el menor reparo por el bienestar general no resistió en su momento una crisis de pagos de hipotecas de la misma forma que ahora no supo resistir la propagación de un virus.
En los últimos días y semanas, la respuesta de la Unión Europea (UE) de algún modo siguió el razonamiento de Varoufakis. Trató de interpretar la bancarrota de las corporaciones y de las clases medias como en su momento lidió con el colapso del Deutsche Bank, es decir, como un problema de liquidez. De esta forma, la incapacidad de pago de las deudas que solventaron la salida a medias de la crisis de hace 12 años fue atacada con la misma estrategia: la inyección de liquidez. En otras palabras, las instituciones europeas estarían intentando compensar las falencias sistémicas que el COVID-19 manifestó mediante préstamos.
En suma, el diagnóstico de Varoufakis, apoyado por su movimiento DIEM25 (que consiguió alrededor de un millón y medio de votos en las últimas elecciones europeas), llega a la conclusión de que la UE alcanzó un estado de fragmentación política que solamente determinará su desaparición en manos de los nacionalismos neofascistas de los últimos tiempos. Dicho resultado, nos dice, se debe a una serie de deficiencias institucionales y políticas que son inherentes a las instituciones europeas tal como fueron concebidas a mediados del Siglo XX, es decir, para la defensa de los cárteles productivos y financieros.
Estos déficits pueden ser resumidos en: la falta de una transición organizada hacia una economía verde, la ausencia de una política organizada de gestión de la crisis de refugiados, la inexistencia de una política de combate a la pobreza estructural; todo esto sumado a la fragmentación de las crisis de deuda y de la política bancaria y al completo absurdo que representa la política exterior y de defensa de la UE como institución regional (en este último punto coinciden numerosos expertos y expertas, tal como Rafael Poch).
¿Cuál es la propuesta de Varoufakis? De acuerdo con su perspectiva, nos encontramos en un momento bisagra. Si tantas veces el progresismo identificó livianamente un tenue sismo en el capitalismo global como “la última crisis capitalista”, esta vez es el deber del pensamiento progresista/anticapitalista afrontar esta coyuntura actual con la seriedad que requiere un momento cúlmine. No se trata del inexorable fin del capitalismo. Ni mucho menos debemos identificar las políticas intervencionistas de los gobiernos más identificados con las medidas de austeridad y retraimiento estatal (como Boris Johnson o Donald Trump) como “el fin del neoliberalismo”. Por el contrario, a mi entender, esta situación única puede o bien asestar un golpe del que difícilmente se recuperaría el neoliberalismo, o bien puede resultar en la apropiación de las banderas del progresismo en clave neoliberal, como es la salud pública, el acceso a la vivienda, etc.
En otras palabras, un escenario posible sería una suerte de “revolución pasiva”, un concepto mediante el que Antonio Gramsci explicó cómo las élites capitalistas se apropian y llevan adelante políticas en principio transformadoras, con el objetivo de recomponer el formato de la sociedad.
Varoufakis señala, atinadamente en mi opinión, la necesidad de pensar medidas inmediatas que nos depositen en el poscapitalismo. No podemos confundir estas propuestas con la desaparición de las relaciones sociales capitalistas, pero sí como una doctrina del shock a la inversa – como señaló Sociedad Futura en su último editorial a propósito del coronavirus en Argentina-. Entre ellas, Varoufakis menciona:
La apropiación ciudadana de las aplicaciones de vigilancia à la China. En el gigante asiático, una de las herramientas fundamentales para detener la propagación del COVID-19 fue el desarrollo de una aplicación de vigilancia de movimientos de los ciudadanos, junto a un articulado sistema de reconocimiento facial en las cámaras de seguridad de la vía pública. El resultado fue un complejo pero efectivo control de los movimientos de los residentes para evitar el ingreso en zonas de contagio, facilitar la detección de individuos infectados que circulaban en las calles chinas, entre otras posibilidades. El peligro de este tipo de herramientas es obvio: llegado a caer en las manos equivocadas (ya sea una corporación o el Partido Comunista Chino), provocará una herida de muerte a las principales libertades civiles. No obstante, hay que tener cuidado con olvidar que el manejo de datos privados existe actualmente en Occidente, con la salvedad de que es gestionado por gigantes informáticos del sector privado como Google y Facebook.
Varoufakis resalta la necesidad de generar estas herramientas bajo el estricto control ciudadano, haciendo lo posible por evitar que los datos privados de miles de millones de individuos se utilicen para manipulaciones comerciales, electorales o para la persecución.
El desarrollo de una Renta Básica Universal para todos los ciudadanos, en su caso, europeos. Afortunadamente, es una medida que se encuentra en discusión en muchos países de Europa, América del Norte y Latinoamérica. Varoufakis identificó que en la Unión Europea sería necesaria una inversión de 750 mil millones de euros, una suma en principio grandilocuente, pero que fue fácilmente destinada por el Banco Central Europeo (BCE- presidido por una conocida en Argentina, Christine Lagarde) para inyectar liquidez en los bancos europeos. Se trataría, simplemente, de una relocalización de gastos.
Una medida como la Renta Básica Universal (RBU) es urgente a nivel mundial, por lo menos durante el plazo que dure la pandemia. En términos filosóficos puede fundamentarse variadamente, llegando a consensos y disputas varias. Pero su necesidad inmediata para alivianar deudas y reflotar el consumo (con caídas calamitosas en todos los países afectados por el COVID-19) es indiscutible. Existe el peligro, como mencionábamos, de la apropiación de la bandera de la RBU por la derecha. De hecho, el ex ministro de finanzas de Mariano Rajoy (presidente responsable de las principales medidas de austeridad en España para gestionar la crisis de deuda), Luis de Guindos, en su rol de vicepresidente del BCE, defendió la idea de una renta de emergencia para todos los ciudadanos.
La diferencia fundamental radicaría en la financiación y la función de dicha renta básica. Para Varoufakis, como para el grueso del progresismo y la izquierda a nivel mundial, debería ser financiada por los sectores corporativos mediante un sistema de impuestos progresivo [2] y su principal función sería complementar las existentes prestaciones públicas universales (como la salud y la educación) para aumentar los niveles de libertad y seguridad económica de la población. Los sectores conservadores, neoliberales y demás, preferirían una renta financiada por el reemplazo de dichas prestaciones públicas de la época del Estado de Bienestar y con el objetivo de debilitar la capacidad de negociación colectiva de los trabajadores en general frente a los sectores concentrados de la economía.
La creación, en Europa, de la Organización Europea de Inversiones, un ente destinado a la gestión de fondos recolectados por el ya existente Banco Europeo de Inversiones. Varoufakis subraya que es urgente la necesidad de destinar de forma anual 500 mil millones de euros anuales en concepto de bonos garantizados por el BCE para desarrollar la transición verde. Además otros 500 mil millones anuales para el mantenimiento y desarrollo de los servicios públicos como salud, educación y transporte; y por último, aquellos 750 mil millones de euros mencionados para la financiación e implementación de la RBU.
Es evidente que esta es una propuesta netamente radicada en el horizonte de posibilidades europeo. No por ello debemos dejar de traducir esta mirada como una puerta hacia la reflexión sobre las mejores posibilidades de garantizar y defender los servicios públicos en Argentina y en la región, dada su particular situación histórico-económica.
Finalmente, el economista griego alerta sobre la capacidad de discutir el rol del empleo. Como con todo, el presente colapso no significa el fin del empleo como núcleo organizativo del capitalismo. Pero, como con todo también, se nos despeja el camino para pensar nuevas formas de organizar nuestras vidas que lo desplacen como principal mecanismo de dominación. La coyuntura actual nos permite pensar colectivamente nuevas políticas que, junto a la renta básica, nos otorguen el título de propiedad de nuestras vidas. Una posible reducción de la jornada laboral, como en muchas partes del mundo se implementa, es una chance. También podemos reflexionar sobre la urgencia de erradicar por completo algunos oficios (call centers, deliverys-esclavos de aplicaciones, etc). La progresiva acumulación de tecnología puede ayudarnos a repensar al trabajo remunerado sin necesidad de perder puestos de trabajo.
En síntesis, como ya argumenté más arriba, la presente crisis puede desembocar en una catástrofe o en un nuevo horizonte de posibilidades para hacer frente a los sectores más concentrados del poder económico y político. Varoufakis repara en la situación europea, lógicamente, pero no deja de ser una oportunidad especial para que busquemos en nuestras latitudes nuevos caminos de democratizar los poderes económicos para darle verdadera vida a nuestros espacios públicos. No es el fin del capitalismo. Pero bien puede ser el comienzo de una nueva etapa.
[1] DIEM25 es un movimiento paneuropeo fundado en febrero de 2016 y encabezado por Yanis Varoufakis. Cuenta con la participación de numerosos referentes políticos, académicos y culturales, como Noam Chomsky y Gael García Bernal.
[2] Las precisiones de este esquema escapan al presente artículo. Sin embargo, pueden consultarse los trabajos de David Casassas, Daniel Raventós, entre otros, publicados principalmente en la revista SinPermiso (sinpermiso.info)
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Juan Delgado es politólogo de la Universidad de Buenos Aires y miembro del Comité de Redacción de la revista socialista argentina "Sociedad Futura".
Fuente: http://sociedadfutura.com.ar/2020/03/24/yanis-varoufakis-sobre-la-crisis-del-covid-19-el-capitalismo-europeo-esta-suspendido/
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