CLAVES DE LECTURA
El mes de marzo de 2020 va a ser un punto de inflexión en la historia económica moderna. El COVID-19 implicó un fuerte cimbronazo en la economía mundial, que desató la preocupación colectiva y generó fuertes caídas en las bolsas mundiales y en los pronósticos de crecimiento.
Nuestra economía resulta un capítulo aparte, ya que a pesar de ser uno de los países que menos recortó su proyección a partir del COVID-19, ya venía de una estimación bastante magra para 2020. Argentina ingresa en un entorno de elevada fragilidad, ya que sería el tercer año consecutivo de crisis económica y, al mismo tiempo, la caída más importante de toda América Latina.
A partir de esto, el gobierno lanzó un paquete de ayuda fiscal y crediticia del orden de 2,6% del PIB. Este paquete luce conservador al lado de los que están lanzando los países de Europa continental e incluso EE.UU., aunque también es cierto que por el momento la economía doméstica se está viendo menos golpeada por la pandemia, debido a las rápidas y particularmente restrictivas medidas que fueron tomadas por el gobierno.
Lo cierto es que Argentina, en medio de un proceso de restructuración de deuda y con un riesgo país por encima de los 4.000 p.b., no tiene crédito a disposición que le permita financiar un mayor déficit. A pesar del apoyo explícito del FMI, es probable que esta situación se sostenga en los próximos meses, aunque el reloj de los vencimientos con privados y con organismos internacionales siga corriendo. En este escenario, el principal desafío del gobierno será lograr capear la tormenta sin desestabilizar la economía en el intento.
La complejidad de lidiar con esta pandemia es doblemente desafiante para el gobierno argentino, ya que además del problema sanitario tiene que definir cómo maneja la cuestión social y, en particular, la elevada fragilidad que presenta el mercado laboral, el sector más golpeado durante los últimos cuatro años. |
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