Proyecto de psicología para políticos – Por Sebastián Plut
Restituir el sujeto en el análisis de los fenómenos sociales es el gran acierto de la piscología aplicada. Eros y ananké – amor y necesidad-, dijo Freud, son los progenitores de la cultura humana, de modo que cuánto un gobierno disminuye el hambre de la población y cuánto incita a la ternura son las dos variables fundamentales y que nunca podrán reducirse a un consenso.
Por Sebastián Plut*
(para La Tecl@ Eñe)
I- Cuando Freud sostuvo que la sociología es psicología aplicada, en tanto trata la conducta humana en sociedad, restituyó al sujeto en el análisis de los fenómenos sociales. Este aserto permite delimitar la contribución del psicoanálisis a la política, sobre todo en virtud de las expectativas que se crean a partir de un nuevo gobierno y sobre la base de lo que se reinstaló en cuatro años de neoliberalismo.
Dicha delimitación deslinda, pese a sus zonas de intersección, cuatro grandes sectores: la economía, la justicia, el pensamiento y el afecto. En todos ellos la ciencia freudiana tiene algo que decir, pues la subjetividad está en el fundamento de las decisiones que se tomen en uno u otro terreno.
II- Aquello a lo que un grupo político, y en particular su líder, aspira como posible, como deseable y como imperativo, y a su vez, las estrategias a las que apela para lograr una mayor conciliación entre esas tres exigencias, determinará los desenlaces.
III. En el análisis de un caso del siglo XVII Freud afirmó que “se obtienen dos explicaciones que rivalizan entre sí sin excluirse”. Esta conclusión puede ser inaceptable para ciertas epistemologías, no obstante la jerarquizamos y la juzgamos fundamental para un proyecto político. Ya desarrollamos en otras páginas dos hipótesis freudianas que tenemos por centrales: la del antagonismo como expresión de un conflicto irreductible y la de la insuficiencia esencial de todo código normativo. Digamos ahora que para entendernos mejor y para disminuir la violencia no hallaremos una vía ni en la proclama de falsos consensos ni en las figuras de presuntas normalidades que solo crean estigmatizaciones. Por el contrario, rivalizar sin excluirnos será el único camino fecundo.
IV- Lo que nace para eslogan nunca llega a ser proyecto y así ocurrió con la repetida frase que Mauricio Macri se ocupó de balbucear desde el inicio de su gobierno: “unir a los argentinos”. Como con la mayoría de las promesas de la alegría, Macri no cumplió con aquel propósito. Por un lado, pues promovió todo lo contrario, en una gestión que no ahorró persecuciones políticas, estigmatización, represión, cinismo y una verba de indudable cuño hostil. Sin embargo, la segunda razón por la cual no acertó en su empresa de unir a los argentinos fue porque se trataba de una aspiración imposible, más aun, de un plan falso propio de la banalización política que padecimos estos últimos cuatro años.
La fragmentación, la heterogeneidad de deseos y tradiciones, la diversidad de significaciones de la realidad y la pluralidad de singularidades es, en rigor, lo que caracteriza a los sujetos y a los colectivos. Resulta notable cómo los autoproclamados republicanos ensalzan la diferencia, pero no demoran en soltar su grito sofocador ante la expresión de los desacuerdos. Podemos decirlo de otro modo: mientras el neoliberalismo instala la dispersión de los idénticos (suprimiendo a quienes no adhieren a dicha identidad) el populismo estimula la reunión de los diferentes.
V- Las leyes, sostuvo Freud, son tan necesarias como insuficientes, aunque dicha insuficiencia no consiste en un déficit particular, contingente, sino en un límite esencial, un límite que, necesariamente, le impide a cualquier código normativo recubrir y resolver la conflictividad intersubjetiva. Sin embargo, para Freud el problema es que los seres humanos nos negamos a admitir aquella insuficiencia. Si el conflicto es irreductible, la omnipotencia legislativa es imposible, mera ilusión.
Es esta una de las razones por la cual entendemos que la política, otro imposible según Freud, es la actividad que desplegamos para afrontar la inevitable insuficiencia del sistema legal. Lo judicialización de la política, extremada por el gobierno que ahora llegó a su fin, sirvió para la persecución política, para la estigmatización del adversario, pero también para socavar la política, toda vez que intentó encender la ilusión de que el sistema legal puede agotar la regulación de los vínculos.
VI- El derecho, según Freud, se desarrolló a partir de la unión de muchos débiles y de potencia desigual, en contraposición a la arbitrariedad del más fuerte. Cuanto menos dos consecuencias se derivan de ese origen; por un lado, se advierte allí que unidad y diferencia coexisten, no son términos mutuamente excluyentes. Por otro lado, será necesario que las leyes y su aplicación expresen de algún modo la debilidad y la desigualdad de origen.
El Estado cumple dos funciones constitucionales, la protección y la prohibición; debe ser el garante ante los riesgos de la existencia y, también, el agente de las sanciones. El populismo se plantea cómo pensar un problema que, por su parte, el neoliberalismo omite brutalmente: ¿qué hacer cuando un sujeto que ha estado excluido de la protección debe ser sancionado por la prohibición estatal?
VII. ¿Por qué Freud entendió que los hallazgos de Darwin configuraron una herida narcisista? Precisamente, porque los descubrimientos del naturalista inglés pusieron en cuestión no solo el afán humano por dominar a las otras especies sino, sobre todo, su pretensión de interponer un abismo entre unos y otros. Hacia el final de su obra Freud retoma la figura del abismo y, especialmente, la importancia de salvarlo. De hecho, sostuvo que si admitimos la herencia de la especie “habremos tendido un puente sobre el abismo entre psicología individual y de las masas”.
VIII. Rivalizar sin excluirse y un puente sobre el abismo son las dos figuras freudianas que recuperamos y subrayamos aquí. Freud también se refirió al encuentro de la afinidad en la diferencia. La eliminación de uno de esos términos siempre será un riesgo, ya sea la supresión de la afinidad, de lo cual resulta la exclusión absoluta del otro; ya sea la supresión de la diferencia, de lo cual resulta una homogeneización empobrecedora. Un signo de cualquier gobierno autoritario será la pérdida de la diferencia hacia el interior del propio grupo y la pérdida de la afinidad con el grupo adversario.
IX. ¿Qué nexos posibles hay entre un discurso presidencial o las medidas de un gobierno y la subjetividad de los ciudadanos? El político podrá incitar determinados pensamientos, favorecer ciertos afectos, promover un conjunto de acciones o bien estimular a sus destinatarios. En tal caso, el discurso resultará representativo de ciertas subjetividades en tanto respete las legalidades psíquicas. Sin embargo, el discurso también podrá resultar disruptivo, intrusivo respecto de tales legalidades, en cuyo caso serán afectadas. Así ocurre cuando un gobierno transgrede la prohibición de abusar injustamente del poder sobre el otro, cuando impone afectos y los manipula, cuando perturba el pensamiento del otro o cuando intrusa el organismo o la economía del otro.
X- A muchos asombró –pese a no ser un fenómeno nuevo ni exclusivamente argentino- que millones de ciudadanos voten por un gobierno que hambrea al pueblo. Más aun, escuchamos a tantos sujetos decir “voy a votar a Macri aunque me cague de hambre” (si bien podemos dudar que quienes así hablaron efectivamente padezcan hambre). Ahora deseo solamente señalar que el hambre (o la situación económica) corresponde a ese sector que Freud llamó realidad, y es solo uno de los amos a los que responde el yo. En efecto, y Freud lo señaló a comienzos de la década del ’30, cuando luego de elogiar las bonanzas que derivaron de las transformaciones económicas en Rusia sostuvo que el superyó fue desestimado por los marxistas, especialmente en cuanto a la eficacia del pasado que pervive y no se modifica fácilmente en el curso de pocas generaciones.
XI- Consenso y antagonismo son dos modos, no equivalentes, de entender la diferencia. El consenso –que es el nombre que el neoliberalismo le da a la democracia- presupone que todos podríamos estar de acuerdo, en cuyo caso no habría órdenes ni determinaciones exógenas al sujeto. Tal como ocurre en la retórica inconsistente del management se instala una creencia ficticia: “lo hago porque yo quiero”. La banalización implícita en el llamado trabajo en equipo, en la infatuada autoafirmación del “yo soy mi propio patrón”, pretende desconocer que hay otro que me ordena hacer, y se sustituye por una acción realizada por presunto deseo del sujeto. Allí es donde el consenso se enlaza con la meritocracia cuya gravedad, además de encubrir las desigualdades sociales, resulta de trasladar la escenografía del conflicto, desplazándolo del campo social, intersubjetivo, al terreno intrapsíquico. Si alguien me da una orden, yo podré oponerme, rebelarme o discutirla. En cambio, si creo que lo que debo hacer en realidad es lo que quiero hacer, ya no habrá un otro al cual oponerme, pues solo podré oponerme a mi supuesta motivación.
En el populismo las determinaciones políticas son manifiestas, expresas, y por eso generan, en quienes no están de acuerdo, un marcado sentimiento de injusticia que conduce a una oposición también evidente. En cambio, al neoliberalismo se lo describe como un gobierno de CEO’s, precisamente, porque trasladaron aquella lógica empresarial al ámbito de la política. De hecho, los votantes del macrismo nunca hablaron de las medidas de su gobierno pues lo vivieron como un gobierno que no intervino, que no determinó nada y que, a lo sumo, no pudo resolver los problemas económicos. Esto es, no lo observan como un gobierno que tomó medidas concretas que hundieron la economía del país.
Todo ello es lo que está incluido en la fraseología del “sí, se puede”, una retórica vacía de la motivación que al promover la creencia de que yo hago lo que quiero, no solo enciende un individualismo atroz, sino que concluye, invariablemente, en un estado de desgano y desvitalización en tanto, como señalamos más arriba, la única salida es la oposición no a un otro sino a mi propio deseo.
XII. Hay dos componentes de la subjetividad que el populismo, por sus propias cosmovisiones, suele dejar de lado: por resaltar el valor de lo colectivo y la solidaridad no suele expresar un discurso que represente al egoísmo. Asimismo, por jerarquizar las garantías constitucionales, no encarna el sadismo que puja en gran parte de la sociedad. No se entienda que invito a los líderes populares a fogonear ya sea el individualismo, ya sea la crueldad que pueda anidar en cada quien, pero sí es necesario hallar alguna figurabilidad para representar esas pulsiones que, de lo contrario, quedarán siempre a la espera de un dirigente que las encienda y aproveche.
XIII. Eros y ananké (amor y necesidad), dijo Freud, son los progenitores de la cultura humana, de modo que cuánto un gobierno disminuye el hambre de la población y cuánto incita a la ternura son las dos variables fundamentales y que nunca podrán reducirse a un consenso.
*Psicoanalista. Doctor en Psicología. Autor de El malestar en la cultura neoliberal (Ed. Letra Viva) y Escenas del neoliber-abismo (Ed. Ricardo Vergara).
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