El 30 de noviembre sucederá la Noche de los Templos. Y uno de los lugares a visitar será el templo dedicado a Iemanjá, un culto perseguido por la dictadura y denunciado por el padre Grassi. Hugo Watenberg, pai del culto, desmiente leyendas negras y oficia ritos donde la alegría ocupa un lugar privilegiado.
No existe el pecado, ni el demonio, ni el infierno. Eso fue lo primero que le interesó a Hugo Watenberg de la religión africanista. Cuando habla de su familia judía narra una batalla ganada, como si la conversión hubiera sido su mayor triunfo o la posibilidad de una nueva familia donde – de algún modo- reencontrar a su madre. Hugo Watenberg no es un pai umbanda. Hoy, a los 60 años, es Baba Hugo, hijo de Iemanjá, una de las cinco personas que trajeron la religión africanista a la Argentina. Su apellido debería haber sido Vatenberg, si no fuera porque su padre tuvo que huir de los nazis en Rumania. Con falsos documentos rusos y la V cambiada por la W, emigró como tantos, pero se rehusó a reemplazar también la N por M para darle a su apellido un origen alemán.
Yo la N la sigo teniendo¾ explica Hugo y conserva en esa letra, como lo hizo su padre, algo de su origen. Vestido íntegramente de blanco, incluido el polar, sandalias y medias, en una pequeña sala del templo, rodeado de esculturas de ébano que representan a Iemanjá. Su hermano mayor se convirtió al catolicismo para casarse, el del medio es judío ortodoxo y Hugo, el menor, apenas alcanzó la mayoría de edad se ordenó como sacerdote africanista tradicional en Porto Alegre, hace 39 años.
Cuando su madre murió, Hugo tenía 14 años. Si ya hubiera sido africanista, habría podido creer, como ahora, que cada persona tiene un Ori en la cabeza, que ese Ori es una guía, similar a un “ángel de la guarda”. Que el Ori proviene de la masa energética creada por Olodumaré, único dios de los africanistas. Que a ese Ori hay que asignarle un orixá, un santo para que lo cuide. Hugo habría pensado a su madre como un Egum, la representación de los espíritus que ya no tienen cuerpo. El Ori tarda siete días en regresar a la masa energética para luego retornar al mundo material en otro ser vivo. No es reencarnación. El Ori que vuelve es energía reasignada, sin marcas de la vida anterior.
Foto. Natalia Zito
La religión es energía pura, dice Hugo. No hay infierno para quien no llevó una buena vida. El Ori queda suspendido en el bajo astral, una suerte de resto, de lastre. Del bajo astral, los peligros del mundo. Si la familia de Hugo hubiera sido africanista, la ceremonia habría comenzado un día y habría finalizado a las 12 de la noche del día siguiente, con cantos, sacrificios y comida. En el cajón, Adela habría salido con los pies hacia adelante, calzada y con su ropa blanca de religión. La habrían balanceado para hacer lo que se denomina teteco, para que el Ori se desprenda de este mundo con alegría. Para los africanistas, morir es volver a casa.
Pero cuando tenía 14 años, Hugo pertenecía a una familia judía patriarcal en la que los hombres hacían dinero. La panadería del padre creció hasta tener seis repartos que abastecían a pueblos vecinos de Alberti. Las divisas también trajeron compra y venta de propiedades. Adela ayudaba en la panadería y se ocupaba de los hijos. Pero a sus 49 años, un cáncer hizo que Hugo perdiera algo más que a su madre. Al poco tiempo, por alguna razón que prefiere callar, Hugo se fue a Buenos Aires, con unos familiares de Recoleta, a los que llama con esa paradójica distancia. El 25 de abril de 1977 Videla ya era presidente de facto. Hugo tenía 18 años, ojos celestes bien redondos y el porte de Freddie Mercury, pero con bigote rubio y todavía más elegante. Estaba con cuatro amigos en un templo, que no era más que un departamento con un altar. Había algo de amor o de familia en esa amistad de apellidos judíos.
Estaban levantando una ofrenda a Ogum, el orixa de la energía. Si alguien tiene falta de trabajo o voluntad, para los africanistas, debería hacer una ofrenda a Ogum. Esa noche, Hugo y sus amigos terminaron metidos en un Falcon y más tarde encerrados en algún lado de Corrientes y Billinghurst. Cuando su padre se enteró, no buscó un abogado, ni quiso tener noticias, nadie sabe siquiera si tuvo miedo. Lo más liviano, lo que Hugo se atreve a contar es que, además de los golpes, los ponían desnudos frente a un caño con lluvia, les tiraban un pedazo de jabón y cuando estaban enjabonados, les cortaban el agua ¿Vos sos Huguito, el hijo de Adela? ¿Sabes quién soy yo, qué haces en la macumba?¾ El médico lo transportó a sus 8 años, cuando todavía tenía madre y los santos no eran necesarios. Adela se atendía con este doctor De los Santos. Hugo la veía subir a un pedestal -así lo llamaría él- y mientras le aplicaban inyecciones esclerosantes en las piernas, él comía caramelos. El 13 de junio de 1977, luego de casi 50 días detenidos, Hugo y sus amigos se salvaron gracias a que el doctor dijo que eran judíos buena gente. La familia es absolutamente todo para la religión africanista, todos somos familia.
Hugo se separó hace muchos años, no dice cuántos, ni de quién y en eso hay historias que también prefiere callar. No tuvo hijos. Sin embargo, dice “mi hijo” cuando habla de los hijos de la religión y es notorio el gozo, tanto como cuando lo llaman baba o pai (padre). Fanático de River, con foto en facebook de camiseta firmada por el plantel. Fuera de lo religioso se sonroja con gestos que no consigue dominar. Llegó a ponerse el despertador para ver a Del Potro a las 5 de la mañana. Le gusta el teatro y todo lo escénico. En su casa, dice, es un tipo normal. Todo está impecable, como él, jean, camisa, el jarrito de leche, las masitas, el brillo de las estatuas de ébano sobre los muebles laqueados. Estatuas que representan a Iemanjá, el cordón umbilical de la religión como familia. Baba Hugo fue invitado por primera vez al Tedeum del 25 de mayo de 2018 y tiene estrecha relación con el INADI en asuntos de diversidad cultural. No obstante, le negaron cinco micros para trasladar fieles a la Fiesta de Iemanjá en Mar del Plata. Estoy de acuerdo con la separación de la iglesia católica del Estado. Creo que el Estado tiene que tener relación con todas las religiones, pero no hacerse cargo de ellas. Nosotros somos la religión más pobre del país. Pero no estoy de acuerdo.
Foto. Natalia Zito
A Hugo Watenberg no le incomoda responder sobre su economía y la del templo, al contrario, de pronto parece un contador. ¾He tenido despensa y un tiempo me dediqué a la venta de indumentaria, pero hace 10 años que ya no. Tenemos dos maneras de sostenernos. Una es el templo y otra, el sacerdote. El templo se mantiene por los socios y todo aquel que se asiste religiosamente. El sacerdote prepara sacerdotes. Ellos me dan un axe, donación. El sacerdote es sostenido por su familia religiosa. La donación es por acto religioso, luego mensual y de por vida. Cuando Hugo dice que tiene mucha familia y casas de religión, se refiere -entre otras cosas- a entradas de dinero. Luego aclara que él es un referente muy conocido, que la realidad es que hay sacerdotes que son choferes de colectivo. La cuota actual de los hijos de religión es $350 mensuales. El que no puede pagar, no lo hace y el que puede más, aporta.
Yo soy un obispo en esta fe. Tengo 39 años de sacerdote. Pago monotributo como presidente de la institución. Si me jubilo, voy a cobrar $8800. Mientras que un obispo católico se está jubilando con $48000. No sé si me explico¾ No hay datos oficiales, entre otras razones, porque mucha gente prefiere no decir que es africanista por miedo a la estigmatización, pero se dice que en Argentina hay tres millones de personas que practican estos cultos. La sede central del Reino de Iemanjá B’omí cuenta, según sus propios datos y solo la sede de Hugo, con 1600 hijos de religión. Queda en el límite entre Villa Luro y Parque Avellaneda, esas zonas de Buenos Aires donde el tiempo es de pueblo. Es herencia del padre, como el departamento de Caballito donde vive. El Reino tiene además otras 32 filiales en todo el país. Aunque muchos textos antropológicos expliquen que los sacrificios para las ceremonias equivalen a la preparación de carne kosher, que cortan la vena para que el animal de corral no sufra y que eso es legítimo en la cultura occidental. Aun así, el saber popular todavía asocia umbanda y africanismo con rituales satánicos. Hugo le atribuye gran parte de esa mala fama a la campaña que, según dice, el Padre Grassi emprendió en 1992. Ese año, apareció una joven, Liliana, descuartizada en Paso del Rey, cerca de lo que entonces era La casita, donde Grassi cumplía su “labor pastoral”, antes de “Felices los niños”. Grassi afirmaba en televisión que, dado que la madre y otro allegado a la víctima eran umbandistas, era probable que el asesino fuera el Pai Carlos en ocasión de un sacrificio religioso. El Pai Carlos estuvo detenido durante tres meses. Al poco tiempo de salir en libertad, falleció de un paro cardíaco.
Foto. Natalia Zito
No tenemos problemas con la gran mayoría de las religiones. Solo con dos: la Iglesia Universal y una de las ramas Evangelistas. Los de la Iglesia Universal están constantemente hostigando en televisión. Son todas mentiras. Nunca han tenido una prueba de nada. Toda una payasada¾ Dicen que, en Salto -cuenta Hugo- la mañana previa al día de Pancho Sierra, los de la Iglesia Universal llenan el pozo del aljibe frente al cementerio con una manguera. Al día siguiente, venden la botella de “agua milagrosa”.
La fiesta de Iemanjá es el mayor orgullo de Hugo Watenberg, el momento en el que ostenta el volumen de su creación: el Reino Iemanjá de B`omi. Se realiza cada primer domingo de febrero en Mar del Plata, desde hace 35 años y fue declarada de interés cultural y turístico. B’omi significa -en idioma yoruba- del agua. Por asociaciones de fonética y significado, Hugo traduce Iemanjá como la madre cuyos hijos son los peces. De ahí el agua y las ofrendas al mar. El último febrero Hugo logró reunir frente al mar, según el informe oficial, a 12.000 personas para rendirle culto a a Iemanjá, la madre de los orixás, a su madre.
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