Hay que desdolarizar a la Argentina
No es un fenómeno natural
Por Noemí Brenta
En las últimas semanas, a partir de la devaluación post PASO, hoy investigada por la justicia, y a medida que el gobierno reveló sus dificultades para atender la deuda, el público grande y chico busca hacerse de dólares. Algunos, para protegerse de la pérdida de valor del peso y de la eventual restricción de los depósitos bancarios; otros, para ganar con el arbitraje y negocios varios. Conforme aumenta la dolarización de las carteras las reservas del Banco Central caen, y crece la desconfianza de que alcancen para todos las obligaciones de pagos en divisas: importaciones, deudas, intereses y utilidades del capital extranjero, depósitos; el efecto manada lleva al embudo de la puerta 12. Pero hete aquí que apareció el Estado y ordenó un poco las cosas, con un broche en la nariz. Un control cambiario acá, una obligación de liquidar las divisas de exportación allá, las tasas en las nubes, y en ese estilo caótico que usa cuando el libreto escapa a las novelas de Ayn Rand, el gobierno logró frenar la devaluación y atenuar la sangría de reservas, sin conseguir que sus socios del norte repongan los verdes prometidos, insuficientes de todos modos para compensar las pérdidas y restablecer la confianza.
Los precios de todo lo directa o indirectamente exportable o importado y todos los demás treparon con el dólar, acelerando la inflación y la pobreza. Para amortiguar el sablazo en el bolsillo y en el resultado electoral, el gobierno eliminó transitoriamente el IVA de algunos alimentos y postergó los aumentos de los servicios públicos y los combustibles, todos dolarizados por esta misma administración. Imposible decir que esta inflación obedece a excesos de demanda o de emisión monetaria, sino al pass through y al altísimo costo del capital de trabajo de las empresas por las tasas de interés estratosféricas que el BCRA sostiene, con la excusa de domar al dólar.
Estos saltos retornaron al tapete la cuestión de la dolarización y la necesidad de recuperar la soberanía monetaria. La bimonetización no es un fenómeno natural, sino que depende del marco institucional que lo fomente o disuada, el que a su vez refleja los intereses en pugna y sus fuerzas relativas para validarse en las distintas coyunturas. En Argentina la dolarización empezó con la última dictadura, a través de las reformas institucionales que configuraron una economía rentística financiera, y se profundizó durante la convertibilidad y las relaciones carnales con Estados Unidos. Tras el default, y comprobar que la mayor parte del producto bruto argentino no es transable ni tiene relación con el dólar, y que de repartir las reservas al público a cambio de los pesos, el país se quedaría sin liquidez para los acreedores, llegó la hora de desdolarizar.
La dolarización volvió en la era Cambiemos, que reeditó el alineamiento con el tío Sam, redolarizó tarifas y precios básicos, facilitó las importaciones, volvió a privilegiar al capital financiero sobre la economía real, y agigantó la deuda. De nuevo fueron los cambios institucionales los que incentivaron la dolarización y su inestabilidad inherente. Incluso reaparecieron economistas ultraliberales conminando a dolarizar, a eliminar al Banco Central y a poner a los bancos bajo control extranjero. Dolarizar, dicen, eliminaría desde la inflación hasta las paritarias, para ellos, todos derivados de la mala moneda. También argumentan que el gobierno haría lo que el público pide al revelar sus preferencias por la moneda extranjera. Pero el público también prefiere tener trabajo y vida digna, ¿por qué conceder unas preferencias y negar las otras?
No es cierto que la historia inflacionaria argentina provoca la huida de la moneda doméstica, porque la mayoría de los países latinoamericanos tuvieron hiperinflaciones, y salvo unos pocos, conservan sus propias monedas hasta para las operaciones inmobiliarias. Pero también conservan la prudencia de regular la entrada y salida de capitales, y de mantener el endeudamiento en moneda extranjera en niveles acordes a su capacidad de repago.
En suma, el uso de moneda extranjera para transacciones dentro del país no es necesario ni inevitable, sino contingente y regulable. Privarse de una moneda nacional es eliminar uno de los principales instrumentos de política económica y dispositivo de flexibilidad del sistema. Hay que desdolarizar a la Argentina.
*Economista UBA y UTN FRGP
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