Las 3 Victorias – Por Ricardo Aronskind
Ricardo Aronskind analiza en esta nota los tres niveles que necesariamente deberán ser superados por las fuerzas populares para llegar a configurar un modelo nacional que se imponga a la trampa neoliberal y dé respuesta permanente a las necesidades de las mayorías.
Por Ricardo Aronskind*
(para La Tecl@ Eñe)
No, no estamos hablando de sucesivas victorias electorales en las PASO, en la primera vuelta electoral nacional y en el eventual ballotage en caso de que no se definiera la Presidencia de la Nación en la primera instancia.
Estamos hablando de tres niveles distintos que necesariamente deberán ser superados por las fuerzas populares para llegar a configurar un modelo nacional que dé respuesta permanente a las necesidades de las mayorías: un país integrado social y productivamente, avanzado en sus instituciones y en sus prácticas públicas, y con capacidades suficientes –productivas, tecnológicas, culturales- para ejercer con plenitud su autodeterminación.
Estos niveles en los que deberíamos lograr sucesivas victorias los podemos describir sintéticamente como
1) el nivel político-electoral actual,
2) el nivel de la gobernabilidad y la gestión eficaz a partir de 2020, y
3) el nivel estratégico de la transformación del país.
El nivel político-electoral:
Es el desafío inmediato, y del cual dependen los otros dos. El campo popular se encuentra ante un bloque de poder abierto y confeso como nunca ocurrió en nuestra historia, desde la época en que la oligarquía manejaba todos los hilos de la vida institucional.
Se está en presencia de un régimen que trata de destruir la división de poderes republicanos, que controla la inmensa mayoría de los medios de comunicación y que cuenta con el respaldo de lo más concentrado del capital local y de los gobiernos occidentales, sus empresas y bancos.
Durante éstos años ha mostrado una notable capacidad para la manipulación de la opinión pública, la creación de climas artificiales favorables a la continuidad de sus desastrosas políticas y la coordinación de hechos políticos-mediáticos y judiciales para beneficio de la confusión pública.
El campo popular, que había reposado excesivamente en la estatalidad del poder kirchnerista, se encontró de pronto en el llano sin medios, sin recursos, sin adecuada organización, e hizo lo que pudo para revertir la situación. Si pensamos que el esquema político que había ideado la derecha Argentina –y que había presentado en Davos en 2016- para los próximos años constaba de dos patas: Macri (Derecha Neoliberal) y Massa (Peronismo Neoliberal), podemos observar que la resistencia social a los diseños de gobernabilidad del establishment ha sido capaz de frustrar esos esquemas de laboratorio. Pero no alcanzó para revertir completamente el cuadro de situación, porque el bloque de poder neoliberal es fuerte, cuenta con el Estado y con un respaldo externo formidable, y también porque parte de los sectores populares orbita ideológica o culturalmente en el mundo del individualismo aspiracional macrista.
Durante éstos años de Cambiemos, pudimos observar que no existe una correlación clara entre los intereses materiales de la población y sus preferencias políticas, y que a pesar del marcado daño al nivel de vida de dos tercios del país, eso no se tradujo en un similar cuadro de alineamiento partidaria. Pero este experimento no es estático, y la continuidad del deterioro económico y social, que no sólo afecta a pobres, sino a sectores económicamente endebles y a franjas medias cada vez más amplias, va horadando la base de adhesión al macrismo. La decisión de Cristina Kirchner de proponer una fórmula presidencial que abrió puentes a fracciones del peronismo centrista o de escasa politización, ha roto el cerco que había construido la derecha comunicacional en torno al invento del “kirchnerismo chavista” y favorecido una ampliación de la apelación a un voto menos definido ideológicamente.
La prudencia que está mostrando el campo popular sobre los resultados de las próximas confrontaciones electorales tiene razones fundadas: a) la voluntad de permanecer en el poder del actual bloque de intereses económicos es muy fuerte y la inescrupulosa administración Trump está muy comprometida con la continuidad macrista, y b) la posibilidad que se intenten maniobras de fraude, como las que se realizaron en Tucumán aún durante el gobierno kirchnerista, o las que se ensayaron en la provincia de Buenos Aires en 2017. Nadie confía en la honestidad del macrismo y sus medios de comunicación, y es sano que así sea.
En todo caso, pensamos que el espacio popular debería movilizarse ahora, con toda su energía y potencial, con la enorme cantidad de gente valiosa que existe a lo largo y ancho del país, para afirmar el resultado. Desplegar la creatividad y el ingenio populares. Recordemos en ese sentido la notable campaña a pulmón y espontánea que desarrollaron las bases en el período previo al ballotage de 2015, cuando desde la organización partidaria no llegaba ningún tipo de propuesta o consigna.
Ésta movilización de las energías populares, que requiere coordinación discursiva y de modos de intervención pública, no es sólo importante para consolidar el triunfo electoral. También será imprescindible en la etapa siguiente.
El nivel de la gobernabilidad a partir de 2020:
Cristina, luego de abandonar el gobierno, hizo un fenomenal aporte a la comprensión democrática. Afirmó, en una entrevista, que cuando ella estuvo al frente del Estado, no tuvo más que “el 25% del poder…”
Más allá de porcentajes, el mensaje es fundamental. En el capitalismo actual, con la extraordinaria concentración de poder económico –que se traduce en control de medios, de políticos, de jueces-, el Estado sólo es una parte de la administración del poder social. Nadie crea que con una mayoría parlamentaria, o con jueces decentes, se resolverán los problemas de gobernabilidad. Sobre todo si el gobierno no se inclina ante un poder económico que no tiene nada bueno para ofrecerle a la sociedad, como lo ha demostrado la gestión macrista.
El gobierno popular enfrentará una situación objetivamente muy difícil, dado el estado del aparato productivo, de las finanzas públicas, de las deudas pendientes. Pero además enfrentará una situación social muy agravada y la persistencia de un sistema de medios casi totalmente controlado por la derecha económica. No importa qué política pública quiera implementar, será necesario poner en tela de juicio insólitos derechos adquiridos por el sector más rico de la sociedad (a la especulación cambiaria, a las remarcaciones arbitrarias, a los sobreprecios abusivos, etc.), que insiste que esa es la “normalidad” en el capitalismo contemporáneo.
Para dar mínimamente satisfacción a las expectativas y demandas acumuladas, el gobierno deberá ser capaz de tomar medidas concretas y efectivas, y al mismo tiempo eludir el boicot de una derecha que se ha vuelto crecientemente antisocial en sus prácticas económicas. No hay que perder de vista que ese sector viene derivando hacia un discurso de capitalismo salvaje, del cual sólo puede asumir el salvajismo, ya que la parte de inversión y acumulación que caracteriza ese cuadro histórico, no aparece ni apareció en sus prácticas ni siquiera durante su gobierno, el macrismo.
Satisfacer necesidades populares y construir gobernabilidad serán las tareas inmediatas del próximo gobierno. Es evidente que no alcanzará con el esquema que en su momento instaló el kirchnerismo, que otorgó mejoras en forma continua desde el Estado, pero que no educó políticamente y convocó a respaldar personalmente esas mejoras, lo que introdujo una paradójica falta de involucramiento político en los amplios sectores de trabajadores, desocupados y jubilados beneficiados por las políticas públicas de ese gobierno. El consumo ampliado no genera ciudadanía.
Quienes piensen que el 10 de diciembre de 2019 se vuelve al país 9 de diciembre de 2015 están equivocados. El mismo empeño y la misma movilización popular necesarias para ganar las elecciones de éste año, deberán continuar durante la gestión Fernández-Fernández para sostener esa gestión, permitirle cumplir con sus promesas y que no sea desestabilizada por el poder económico. Apagar el incendio provocado nuevamente por la derecha argentina no será sencillo, pero es posible. Y allí aparece el tercer nivel del desafío: ¿cómo hacer para que los gobiernos populares no actúen meramente como bomberos de los desastres económicos que nos regala la derecha local cada vez que está en el poder?
El nivel de la transformación del país:
Es un nivel difícil y complejo, pero no más desafiante que los niveles anteriores. Pensémoslo de esta forma: el gobierno de Raúl Alfonsín recibió un país en estado económico deplorable resultado del experimento de Martínez de Hoz, y debió tratar de conducir la economía en condiciones locales y externas complejísimas. Intentó llegar a acuerdos con el empresariado local, pero finalmente sucumbió debido a un golpe de mercado, que permitió condicionar completamente al gobierno de Carlos Menem, que optó por seguir los lineamientos que le reclamó el poder económico local e internacional. Fueron los ´90 de la convertibilidad y el Consenso de Washington. Esas políticas desastrosas desembocaron en la catástrofe de 2001 y la caída del gobierno de De la Rúa en medio de una profunda conmoción social. Duhalde primero, y Kirchner después, debieron hacerse cargo otra vez de un país devastado por otro experimento neoliberal. El primero tomó medidas durísimas para desmontar la fantasía financiera llamada convertibilidad, y Kirchner apretó el acelerador del crecimiento económico y de inclusión social.
El poder económico, que estuvo detrás del experimento de Martínez de Hoz durante la dictadura, y del experimento de Cavallo durante el gobierno menemista, pretendía que una vez apagado el incendio social y encauzada la economía, los políticos convocados para actuar de bomberos se retiraran para dejar nuevamente a los sectores concentrados en el comando del destino del país.
Se deshicieron de Alfonsín con relativa facilidad: el crimen de su remoción anticipada producto del caos económico quedó impune. En cambio, los Kirchner les resultaron un hueso duro de roer. No los pudieron despedir, y no los pudieron voltear. En cambio, se dedicaron a boicotear parte de su gestión, y a financiar la fenomenal campaña de odio mediático que viene asolando el país desde hace años, intoxicando política y culturalmente a parte de la población.
Desde el poder real, se ve a los políticos como meros fusibles llamados a aplicar el plan de negocios de las corporaciones. Alberto Fernández y Cristina Kirchner no comparten esa visión de la política. El odio hacia Cristina tiene ese origen social, que después, por efecto de la hegemonía político cultural, se disemina hacia sectores sociales subordinados. Fernández-Fernández enfrentarán un desafío extremo: cómo eludir el destino coyuntural que les reserva el poder concentrado.
La pregunta entonces es cómo transformar una gestión “de emergencia” en un sendero de progreso permanente para el país. Cómo hacer, por ejemplo, para que la salud pública esté a la altura de las necesidades sociales en forma permanente, y no por unos años. Cómo hacer para que los investigadores y científicos argentinos cuenten con un respaldo permanente, que les permita desarrollar sus tareas y suministrar un flujo constante de ideas y mejoras para toda la sociedad, sin temor a ser desfinanciados o expulsados del sistema por falta de fondos.
Cómo hacer para que los empresarios que inviertan, que innoven, que apuesten a producir riqueza, capacitar personal, realizar exportaciones, no sólo reciban suficiente respaldo, sino que no se encuentren dentro de unos años con que unos aventureros vienen nuevamente a jugar el destino nacional a la timba financiera, condenándolos a la quiebra por haber apostado a la producción.
Argentina, desde la dictadura cívico-militar de 1976, parece oscilar entre intentos de construcción del país y de mejora social –con errores y perfectible, desde ya-, y experimentos que sólo generan destrucción y subdesarrollo.
Los neoliberales mediante la quiebra industrial, los grandes endeudamientos y la fuga de capitales, le han causado al país sucesivas sangrías que determinaron una baja tasa de crecimiento, cuando podríamos tener una ingreso per cápita mucho mayor y una sociedad con estándares sociales y culturales sumamente elevados.
Parte de la misión del nuevo gobierno, aunque sea prematuro plantearlo así, será salirse del rol de “bombero” de los desmanes causados por los experimentos de los sectores empresarios concentrados, carentes de visión de futuro y de sentido de pertenencia nacional.
La gran tarea será la de abrir el cauce para salir de la trampa neoliberal, y que se consoliden en el poder, con un proyecto de largo aliento, los sectores auténticamente comprometidos con el país, y no aquellos que lo ven sólo como una oportunidad de negocios ocasionales.
*Economista y magister en Relaciones Internacionales, investigador docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento.
1 comentario:
Excelente como siempre Aroskind.Su prédica es fatalmente cierta,y si el próximo gobierno,no discrimina con acierto a cual sector ayudar a desarrollar,no se hace de medios de comunicación importantes,y consigue asociar al denominado sector campo,con la agroindustria,el camino será fácilmente deandable. Lo urgente,no nos debe tapar lo necesario.Lo necesario es dinámico y progresivo,no aflojar,movilizar,no cometer errores evitables,será el camino.
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