Por Gustavo Córdoba Director de Gustavo Cordoba y Asociados y Marcos Roggero Doctor en Gobierno y Administración Pública (UCM)
Luego de la provincia de Buenos Aires, Córdoba se ha transformado en el escenario más importante en la pelea por la hiperpolarización que ha planteado a modo estratégico la campaña de Juntos por un Cambio. Ante dicha importancia, los precandidatos de ambos polos arriban a Córdoba con estrategias electorales, más precisamente comunicacionales, no siempre las más acertadas, quizás por desconocimiento de algunas particularidades de este distrito electoral. Van algunas reflexiones.
Hay un argumento que en Córdoba siempre se repite en las campañas nacionales. Córdoba, la isla; Capital vs Interior; Centralismo porteño vs Federalismo de las provincias; “aportamos más de lo que recibimos”; “la Nación nos debe”; etcétera. Y se repite por la simple razón de que mantiene su vitalidad y, por ende, es efectivo.
Es un argumento simple y concreto (fácilmente comunicable), cargado de historia, que se actualiza sistemáticamente en los hechos políticos y sociales que estructuran la relación Nación-provincia. Se funda también en la magnitud de la población y la fortaleza económica y social de Córdoba, indudablemente, que la posicionan políticamente en el espectro nacional.
La estrategia parecería ser el respeto a este cordobesismo como carta de presentación, para a partir de allí, poder ser escuchado.
Pues bien, el que no entienda esa cuestión difícilmente podrá “llegar” al electorado cordobés. Es un argumento cuya jerarquía está por encima de muchos otros clivajes que se explotan en los momentos de campaña electoral de jurisdicción nacional.
Esto parece ser algo que no fue contemplado por Alberto Fernández (o sus asesores de campaña) durante algunos tramos de su último paso por Córdoba. Más allá de lo que poco y nada que uno pueda compartir de lo que dice un periodista, la idea de “bajar” a Córdoba para “poner en su lugar” (en términos políticos) al cordobés que sea, no parece ser una estrategia que calce bien en esta provincia. La dicotomía Nación-Provincia, Capital-Interior, Centralismo porteño-Federalismo provincial, tiene rango superior a la dicotomía parcialidad-imparcialidad, en lo que a la mayoría del electorado cordobés refiere.
En ese sentido, Roberto Lavagna (quizás asesorado por un gobernador de una provincia igualmente federalista) fue más pragmático diciendo “los cordobeses tienen una cultura política superior a la media”. Igualmente, cuatro años atrás Mauricio Macri (o sus asesores) diciendo “los cordobeses son como los catalanes” o “me siento un cordobés más”.
En definitiva, la estrategia acertada para cualquier candidato a Presidente que quiera abordar masiva y eficazmente al electorado de Córdoba, parecería ser el respeto absoluto a este cordobesismo, como carta de presentación, para recién luego empezar la conversación y ser escuchado.
Más allá de cualquier consideración sobre lo endogámico y negativo que pueda ser el argumento de isla política y electoral, se observa que aquellos candidatos que subestimen el cordobesismo electoral y el conservadurismo clásico de la provincia, van a generar más rechazos que adhesiones. Y provocarán eso en un contexto donde el voto nacional se definirá precisamente por aquel candidato que genere menor resistencia y rechazo.
En este contexto de polarización, la estrategia electoral del Gobernador de Córdoba va a depender de varias cuestiones para ser acertada. Restringido por la responsabilidad gubernamental de cuatro años por delante, no quiere arriesgarse inclinándose por uno o por otro candidato. En términos del clásico autor Max Webber, no puede anteponer la ética de la convicción por sobre la ética de la responsabilidad. Ante un escenario de incertidumbre sobre quién será triunfador y un electorado cordobés dividido o indeciso, la boleta corta es la solución para surfear las diferentes olas en un país extremadamente presidencialista.
No obstante, esta estrategia corre un riesgo importante. Decir que su electorado es prescindente de cualquier candidato presidencial, puede ser correspondido con una actitud equivalente por quien resulte triunfador.
Para minimizar ese riesgo, el libre juego de sus dirigentes puede ser de gran ayuda. No hace más que multiplicar o bien potenciales interlocutores ante el futuro gobierno o bien potenciales fusibles que resguarden la relación políticoinstitucional del Gobernador con quien sea el futuro Presidente.
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