Los mileniales tienen la cultura más sexualizada de la Historia y un sinfín de facilidades para practicar el sexo, desde la relajación de las normas morales a las aplicaciones de encuentros. Sin embargo, lo practican menos que sus padres o abuelos. El extremo individualismo y el rechazo de lo cotidiano explican esta abstinencia voluntaria.
El 9 de septiembre de 2013 sale a la luz el videoclip de Wrecking Ball, interpretado por Miley Cyrus, una oda a la liberación sexual con la que continúa la demolición de la ya fuertemente dañada moralidad puritana estadounidense. Tras el lanzamiento del vídeo, la artista recibió numerosas críticas —además de ser diagnosticada de “síntoma de declive en los estándares morales”— e incluso una carta de la cantante irlandesa Sinéad O’Connor, preocupada por la reducción de la joven a un simple objeto sexual de la industria musical. A pesar del escándalo, este episodio no constituye sino un ejemplo más de la creciente sexualización de la cultura popular occidental, corriente iniciada en los años 80 por Madonna. Si la joven artista representa la regla y no la excepción, ¿por qué ha causado semejante revuelo mediático?
La importancia de Miley Cyrus reside sobre todo en su calidad de icono, abanderada de la llamada Generación Milénica o Millennial, término acuñado por los sociólogos Neil Howe y William Strauss para definir a aquellos nacidos entre mediados de los años 80 y principios del 2000. Los jóvenes de esta generación son descritos por los medios de comunicación en términos de “perezosos y narcisistas”, más materialistas e individualistas que la generación de sus padres y abuelos. Una generación, en definitiva, que tiene todo al alcance de su mano de forma instantánea —para bien o para mal—, incluido el sexo.
Cuando uno piensa en la suma de mileniales y sexo, la primera palabra que viene la cabeza es Tinder. La célebre aplicación que ha normalizado los encuentros a través de internet es el causante principal de esta visión que caracteriza a los mileniales, basada en la instantaneidad y la recompensa sin esfuerzo. Sin embargo, pese a la creciente disponibilidad de encuentros y la facilidad para tenerlos, la generación que toma a la sexualizada Miley Cyrus como referente cultural es también la que menos sexo tiene.
Fuente: Millennials Rising, N. Howe y W. Strauss, 2000
A mayor sexualización, menos sexo
Suena paradójico afirmar que las sociedades occidentales actuales, marcadas por la pérdida de influencia de la religión y de los valores morales tradicionales, sean el perfecto caldo de cultivo para jóvenes asexuados, pero es precisamente la conclusión a la que llegan diversos estudios. Una de las principales publicaciones estadounidenses sobre cuestiones sexológicas, Archives of Sexual Behavior, publicó en 2015 un extenso informe sobre hábitos sexuales en jóvenes de diferentes generaciones, con lo que se deconstruía la idea generalizada sobre jóvenes mileniales promiscuos con un gran número de encuentros sexuales.
Según el estudio, el porcentaje de estadounidenses de 20 a 24 años que no han tenido compañero sexual después de los 18 años aumenta progresivamente en función del año de nacimiento —y, por tanto, de la generación a la cual pertenecen—. De esta manera, los pertenecientes a la llamada Generación X —nacidos entre 1965 y 1983— tendrán con mayor probabilidad una pareja sexual en comparación con los mileniales.
Sorprendentemente, la generación más liberada de la Historia es también la más oprimida en términos sexuales, lo que nos lleva a preguntarnos las causas de este marcado desinterés por el sexo a la par que intentamos descubrir cuáles son sus consecuencias en aquellos ámbitos que exceden los límites del catre.
Razones para una abstinencia sexual voluntaria
Una de las características más común de los mileniales es la búsqueda de la diferenciación, la explicación de uno mismo en contraposición con el resto de la sociedad, la individualidad en su cénit. Este rasgo, sin embargo, no es aplicable a las causas que explican su abstinencia sexual, que pueden ser fácilmente agrupadas en dos categorías: cambios histórico-culturales e implicación tecnológica.
Aquellos que —erróneamente— consideran los jóvenes de la actualidad como los más promiscuos de la Historia esgrimen la alta presencia de contenidos sexuales en su vida cotidiana: anuncios, videojuegos y películas normalizan el sexo y las relaciones sexuales como un aspecto más de las relaciones humanas. Esta normalización del sexo supone que sea visto como un ámbito al alcance de todos, sin dificultad, lo que, para una generación anclada en el rechazo por lo rutinario, supone una distracción más que una necesidad. El sexo, utilizado como arma arrojadiza contra la moralidad política y social durante los años 60 y 70, tuvo una gran importancia en los movimientos revolucionarios de la época; hippies y sesentayochistas a lo largo de Occidente enarbolaron la bandera de la revolución sexual para provocar así cambios reales en el sistema. El sexo era subversivo; ahora resulta sometido.
Los movimientos revolucionarios de la época fueron de la mano de un profundo cambio social: la progresiva pérdida de importancia de la religión, materializada con el extenso artículo de la revista estadounidense Time “¿Está muerto Dios?”. La reducción del impacto moral cristiano en las sociedades, junto con los movimientos de emancipación femenina enmarcados en la segunda ola del feminismo, tuvo un peso relevante en el movimiento del amor libre, que defendía una concepción del amor no anclada en la institución del matrimonio, así como prácticas sexuales no tradicionales. Los hippies hicieron del amor libre su himno, pero, una vez entraron en declive a mediados de los 70, el movimiento cayó con ellos. El sexo fuera del matrimonio fue siendo aceptado gradualmente y con ello terminó su carácter revolucionario.
Los mileniales, aunque comparten con este movimiento el creciente desapego por el matrimonio, ven en la disponibilidad del sexo un arma de doble filo: al no ser innovador, tampoco resulta atrayente. El fin del tabú sexual conlleva el fin de su atractivo. Pero el tabú sexual no es lo único que ha terminado con los mileniales, también la era analógica, ya que la generación del milenio es la primera en haber nacido completamente encapsulada en el mundo virtual y tecnológico. La manera de comunicarse entre los jóvenes está fuertemente marcada en la actualidad por el mundo virtual, lo que se traduce en un gran peso de la comunicación a través de dispositivos como los smartphones en detrimento de la comunicación presencial. Como la forma de interactuar socialmente está afectada por la tecnología, la sexualidad, aspecto intrínseco de las relaciones humanas, se ve influenciada por ella de la misma forma.
Cantidad de horas que invierte cada generación a los diferentes medios. Los mileniales son con diferencia los que más tiempo dedican a teléfonos y redes sociales. Fuente: TNS Sofres
Tinder es un claro ejemplo de esta influencia tecnológica en la sexualidad. A pesar de la trayectoria histórica de las aplicaciones de encuentros —Meetic fue creada en 2001, PlentyOfFish en 2003—, la revolución llegó en 2012, cuando se alumbra la llama de Tinder. La aplicación ha tenido un gran calado entre los mileniales a causa —o como consecuencia— de su personalidad fuertemente individualista y enmarcada en la cultura de lo inminente. La posibilidad de conocer un alto número de personas compatibles con uno mismo sin necesidad de salir de casa, de mantener una conversación cara a cara, demuestra que un importante porcentaje de los encuentros sexuales que ocurren no son resultados de un encuentro, sino más bien de una búsqueda virtual. La utilización de datos de Facebook también ha ayudado al éxito de la aplicación al dotarla de una precisión innovadora dentro del universo de las aplicaciones de encuentros.
Ligado al fenómeno Tinder se encuentra una de las prácticas sexuales características a los mileniales: el sexting o envío de mensajes o imágenes de contenido sexual a través de dispositivos electrónicos. Skype, WhatsApp o Telegram no solo funcionan como redes sociales, sino como medios por los cuales una generación poco celosa de su privacidad mantiene relaciones sexuales desde la más analógica soledad. Por otro lado, el fenómeno del sexteo es consecuencia inherente de la globalización: la creciente movilidad de ciudadanos a escala internacional supone un crecimiento en las relaciones a distancia, cuya falta de contacto físico se suple con contacto virtual.
La tecnología no solo constituye un medio por el cual tener relaciones, sino que para los mileniales supone en gran medida el aula en la cual aprender sobre sexualidad, en lo que la pornografía juega un relevante papel. Para una generación nacida en la era tecnológica, las páginas pornográficas son el primer referente sexual, lo que provoca en gran medida una visión irreal sobre el sexo y, en última instancia, el desapego hacia él. En palabras de la autora feminista Naomi Wolf, “por primera vez en la historia de la humanidad, el poder y el atractivo de las imágenes han suplantado el de las mujeres de carne y hueso desnudas. Hoy las mujeres de carne y hueso desnudas solo son mal porno”.Mientras que las causas principales de la abstinencia milenial pueden ser clasificadas en dos grandes bloques, sus consecuencias afectan a numerosos ámbitos; además, al ser la generación más amplia en Estados Unidos actualmente, sus actitudes conformarán los cambios sociales venideros. Una sociedad progresivamente más asexuada, menos necesitada del resto para autorrealizarse, unido a factores como la creciente competitividad laboral —especialmente visible tras la crisis económica de 2007-2008— o el creciente mercado del ocio personalizado, favorece al desarrollo de una generación anclada en el individualismo y en la que la visión comunitaria es sobrepasada por las aspiraciones propias.
Un claro ejemplo de esta coyuntura es un estudio publicado por la Asociación Americana de Psicología que revelaba que los jóvenes nacidos después de 1982 consideran los valores extrínsecos —dinero, imagen personal o fama— más importantes que los relacionados con valores intrínsecos —aceptación personal, afiliación o comunidad—. A largo plazo, los rasgos individualistas asignados a mileniales, a pesar de liberarlos en mayor medida de imposiciones sociales, como la necesidad de comprometerse en matrimonio o tener un empleo fijo —en lo que no están exentas de influencia las consecuencias de la crisis económica—, también implican unos patrones negativos, como el consumismo o la incapacidad ante el compromiso, ya sea social, laboral o en otros ámbitos. La poca importancia del sexo constituye una causa por la cual estos patrones de comportamiento narcisistas existen; una sociedad donde la sexualidad ocupase un lugar más relevante sería también una sociedad menos individualista.
El máximo exponente de esta realidad en la actualidad puede encontrarse en Japón. Una encuesta realizada en el año 2011 descubrió que el 61% de hombres solteros y el 49% de mujeres de entre 18 y 34 años no tenían ningún tipo de relación y que un tercio de los menores de 30 años nunca habían tenido alguna. La gran presencia de la tecnología en los jóvenes mileniales nipones suple de manera virtual lo que físicamente resulta cada vez más irreal, lo que los lleva a desarrollar comportamientos que pueden llegar a acarrear problemas de salud como disfunción eréctil, en el caso de los hombres. Más allá del plano personal, la poca relevancia de la sexualidad en los jóvenes japoneses supone que el país del sol naciente se enfrente a graves problemas estructurales.
La falta de relevo generacional es una consecuencia directa de esta situación: por décimo año consecutivo, los fallecimientos superan los nacimientos, lo que pone en jaque las perspectivas económicas a largo plazo e incluso amenaza el Estado del bienestar. A pesar de las diferentes iniciativas del Gobierno de Shinzō Abe, la actual situación demográfica no presenta ninguna perspectiva de cambio, lo cual no solo compromete la vida sexual de los jóvenes japoneses, sino también el futuro del país.
A pesar de que Japón no constituye el paradigma mundial, el creciente desapego y desinterés por el sexo y la sexualidad en los jóvenes mileniales supone un importante reto para el largo plazo, pues pone en peligro las bases del desarrollo económico y el bienestar social. La normalización del sexo y la progresiva sexualización de la sociedad han hecho más accesibles las relaciones esporádicas, no convencionales y libres, pero a su vez han terminado con el interés que su misterio generaba. El foco se centra en el desarrollo personal y en la imagen que uno proyecta en contraposición al resto, en detrimento de las interacciones sociales. El creciente individualismo del siglo XXI, en su afán liberador, ha acabado constriñendo uno de los aspectos más liberatorios de las relaciones humanas: el sexo. El escándalo provocado por el alto contenido sexual del videoclip de Miley Cyrus solo es un ejemplo más de esta ironía que acompaña a la asexuada Generación Millennial.
1 comentario:
El amigo Durán Barba, conciente de esto, elabora el mensaje de Miauricio dirigido a una mente de nueve años.
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