De consensos, rupturas en esta palabra política
Cuando el equipo argentino de fútbol decidió no jugar en Jerusalén, la expresión pública de una coincidencia grupal hasta ese momento casi impredecible tomó la escena: el partido no se jugó por efecto de la manifestación de una posición compartida, pero hasta entonces profesionalmente callada, contra la política del gobierno derechista israelí.
Por Oscar Steimberg*
(para La Tecl@ Eñe)
Sabemos que la palabra política nos llega de maneras múltiples, y que nos ocurre asumirla también de distintos modos, a veces poco claramente instalados en nuestra memoria personal. La memoria colectiva relacionada con el proyecto por la Interrupción Voluntaria del Embarazo terminó incorporando en un tiempo breve, en el tramo reciente de un ya inabarcable desarrollo histórico, una información histórica y científica amplia y ordenada. Había ocurrido también que esos datos y saberes se procesaran y asumieran… ¿como parte de los modos contemporáneos de búsqueda del saber? En todo caso, de ese saber que puede repentinamente convertirse en un objetivo de lucha. Otra vez nuevo. Con instancias y personajes en buena parte impredecibles.
Y puede ocurrir entonces que la asunción pública de unos saberes se reinaugure. En tiempos de gobierno macrista hubo otros momentos de asunción de tramos de la memoria histórica que el oficialismo se negaba a convocar, como el del rechazo multitudinario del 2X1. Y esos estallidos de memoria histórica fueron seguidos, como siempre, por los diferentes tipos de retorno al debate público de cada tema; como siempre, en enunciaciones de la palabra política, que serían después verbalizadas en unos espacios sociales e institucionales sí, y en otros no.
Sabemos que en la palabra de las figuras del deporte con público masivo, por ejemplo, la política suele estar, en general, escrupulosamente ausente. ¡Pero! en los tiempos presentes de caída general de las expectativas acerca de la vida del país insisten sin embargo los efectos renovadores de novedades de la cultura; novedades en sus modos de producción, de circulación, de asunción personal y grupal del pensamiento o la opinión.
Cuando el equipo argentino de futbol decidió no jugar en Jerusalén, la expresión pública de una coincidencia grupal hasta ese momento casi impredecible tomó la escena: el partido no se jugó por efecto de la manifestación súbita de una posición compartida, pero hasta entonces profesionalmente callada, contra la política del gobierno derechista israelí.
Jacques Rancière decía, en Momentos políticos, que “un momento político ocurre cuando la temporalidad del consenso es interrumpida…(ya que) la política (…) “necesita que una manera de describir se oponga a otra, y que se oponga significativamente”. Ahí, desde Platón, la irrupción de la opinión será percibida como eso que da cuenta del conflicto y que en otra instancia del pensamiento podrá ser profundizado después.
Podría decirse que se interrumpió entonces un silencio estratégico, habitual dentro del repertorio de maneras de no complicar los diálogos con la afición de las grandes formaciones deportivas. Desde siempre, de las pertenencias políticas de las estrellas del deporte se habla sólo en momentos de decaimiento de la conversación; sólo entonces, para que algún disenso fuera de tiempo no acabe de golpe con la charla compartida exhibiendo diferencias insolubles.
Ahí el decaimiento de la conversación cumple además una función política de cuidado, quitando vigor confrontativo a los signos de los desacuerdos inevitables: algo absolutamente necesario en la socialidad y la conversación de la tribuna deportiva, esa que, entre otras funciones, tiene la de permitir abrazos y peleas absolutamente separados de lo que cada cual definiría como parte del temario de lo político en tanto tal. Ser de un club de fútbol u otro, según nuestras definiciones más espontáneas y queridas, será algo de lo que se esperará nos constituya más allá de toda posibilidad de búsqueda política a compartir.
En la cancha se podrá vocear alguna vez el nombre de una figura política fundacional, pero en una situación excepcional y no futbolística de uso del espacio. Aunque fuera de la cancha la probabilidad del surgimiento de un tema político pueda insistir en la conversación entre interlocutores que, en ciertos casos, pueden ser los mismos que los de la charla sobre fútbol. Sólo en ciertos casos, y con límites absolutamente estrictos, que son los de la identidad política ya aceptada por el amigo, el familiar, el vecino, el compañero de trabajo… Sabemos que en esos tiempos y espacios sí puede llegar a articularse pertenencia política con opinión futbolera; pero que eso sólo ocurrirá entre conversadores claramente cómplices; interlocutores que hasta en el tono de voz demostrarán la condición compartida del respeto a esa restricción, la que impide hablar de política cuando hay riesgo de interrupción de la práctica de esa otra socialidad, con invariable nombre de club, en la que unas límpidas pertenencias de tribuna sustituyen a los históricos, complejos y siempre potencialmente trágicos emplazamientos de partido.
Pero siempre llegan cambios, aunque la repetición parezca haber insistido desde siempre. Llegan tiempos que pueden mostrarse, decíamos, impredecibles; tiempos de complejización general de lo sabido y de lo dicho. Nos toca percibir que se viven tiempos en los que el discurso político ha pasado a incluir todos los géneros y todos los lenguajes de la comunicación; pero en los que, paradójicamente también, los recursos discursivos no considerados políticos pueden formar naturalmente parte de toda palabra política.
Y se ha múltiplemente señalado ya que todo esto puede tener –tiene- unos efectos de estilo que hacen, ellos también, a los modos de la cultura de época. Esa cultura que hace que todo dirigente político trate de demostrar que puede recorrer en su palabra la misma pluralidad de temas y modos de contacto de sus eventuales oyentes o lectores; que puede volver a hablar de economía o de política apelando a la variedad de recursos de una conversación intrafamiliar, o a la jerga de los aficionados a cada deporte o espectáculo conocido. Y ese dirigente político tendrá que aceptar que interlocutores de todos los espacios sociales y laborales apelen a una diversidad y mutabilidad expresiva tan poco predecible como la suya.
Una parte a considerar de los efectos del (por un tiempo se dijo así) neobarroco contemporáneo puede encontrarse en esas sorpresas enunciativas que pueden estar presentes hoy en todo tipo de discurso, quebrando una previsibilidad que se quiso extra política. Unos futbolistas se niegan a adornar con su desempeño un campo de batalla escenificado para servir a la estrategia política de unos detentores del poder. Y no hay puesta en escena. La política no puede no ser parte también, hoy, de las refundaciones comunicacionales de la contemporaneidad.
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