12/10/2017

no todo lo que reluce es oro

El mito danés

Dinamarca es mundialmente conocida por sus paisajes verdes, sus bicicletas y, sobre todo, su modelo de bienestar. Pero no todo lo que reluce es oro en el sistema danés; la llegada masiva de inmigrantes a Europa, la difusión de ideas contrarias a los pilares en los que se sustenta el sistema de este pequeño país y los recortes impuestos para hacer frente a las nuevas amenazas no han dejado indiferente al modelo envidiado por una mayoría de las naciones.
Dinamarca es un país pequeño de algo más de cinco millones de habitantes, pero esta no ha sido siempre la realidad del país. Su reducido tamaño es el resultado de decisiones desafortunadas que motivaron la pérdida de territorio a lo largo de su Historia. En un principio, las expediciones llevadas a cabo por los vikingos apuntaban maneras: sus por aquel entonces revolucionarios barcos permitían a los daneses llegar hasta Inglaterra, Francia e incluso Rusia. Sin embargo, sus rudimentarias prácticas y la falta de un sistema eficiente de control hacían que sus conquistas nunca pudieran convertirse en imperios duraderos.
La primera gran pérdida de territorio de Dinamarca sucedía tras la separación de Suecia de la Unión de Kalmar, por la cual se habían fusionado Noruega, Suecia y Dinamarca en 1397 bajo la Corona de Margarita I de Dinamarca. Pero la independencia de Suecia, la consecuente rivalidad entre ambos países y la destrucción causada por la guerra de los Treinta Años hacían una segunda pérdida palpable. El rey sueco, consciente de la flojedad danesa, intentó expandir sus alas, lo cual hizo que Holanda e Inglaterra tuviesen que salir al rescate de la Corona danesa. Esta ayuda le costaría a Dinamarca la cesión de sus provincias escandinavas al este de Øresund; la población del país pasaría de unos 800.000 habitantes a algo menos de 600.000.
Aunque Dinamarca elaboró una nueva forma de gobierno basada en una monarquía hereditaria que le permitía mantener un poder absoluto sobre los territorios que aún mantenía, una tercera gran pérdida fue inevitable. El debilitamiento causado por las guerras napoleónicas era utilizado una vez más en su contra. Esta vez era Noruega la que se independizaba, de tal manera que la Corona danesa ahora comprendía solo el territorio danés y unos ducados al noroeste de Alemania, que en 1864 Otto von Bismark obtendría con satisfacción en la última gran humillación danesa.
No obstante, son estas pérdidas —entre otras cosas— las que han permitido a Dinamarca diseñar y disfrutar de un modelo socioeconómico y de bienestar envidiado y aspirado por muchas naciones. Su pequeño tamaño ha permitido que dentro de un sistema capitalista y de libre mercado se cree una sociedad en la que todos se benefician de las ganancias. Tal es su éxito que durante su campaña electoral a la presidencia estadounidense en 2016 el demócrata Bernie Sanders hacía apología del modelo. Sin embargo, este sistema que tanto ha permitido al país desarrollarse no es tan idílico como aparenta; incluso sus pilares más sólidos parecen no poder escapar de los temblores causados por la llegada de nuevas amenazas e ideologías.

Mentalidad hygge: ¿la llave hacia la felicidad infinita?

En 2011 Naciones Unidas adoptaba la primera resolución que llamaba a los países miembros a incrementar los niveles de felicidad en sus territorios. Desde entonces, se publica anualmente el Informe de Felicidad Mundial, en el que hasta ahora Dinamarca siempre ha estado en el grupo de los cinco más privilegiados. La razón por la que este país, al igual que sus vecinos escandinavos, lidera la lista parece evidente a simple vista: goza de un bienestar que para muchos es un sueño inalcanzable. Sin embargo, no es solo el sistema socioeconómico que los daneses han diseñado el que permite al país ser tan feliz; la predisposición ante la vida de sus habitantes también juega un rol crucial. Obviamente, sería ingenuo negar la relación que existe entre la concepción de la vida y el nivel de bienestar que la persona en cuestión disfruta, pero, independientemente de eso, el caso danés es interesante y peculiar.
El último informe (2017) posiciona a Dinamarca en segundo lugar. Se tienen en cuenta el PIB, las ayudas sociales, la esperanza de vida al nacer, la posibilidad de tomar decisiones libremente, etc. Fuente: Informe de Felicidad Mundial
Uno de los principales motores tras la felicidad de la sociedad danesa es que ha aprendido a encontrar el bienestar en las pequeñas cosas de la vida, lo que suscita una sensación de confort y satisfacción, o por lo menos así lo confirma el localismo hygge. Este es un término que, naturalmente, solo existe en danés y no tiene una traducción exacta. De hecho, poner en palabras lo que hygge significa es complicado hasta para los daneses, pues implica un sentimiento; algunos lo comparan con la sensación de beber un té caliente al lado de la chimenea en un día frío de invierno. Tal es el poder que reside tras este vocablo que muchos habitantes de países occidentales buscan hacer un cambio en su estilo de vida aproximándose más a la mentalidad danesa, que además se rige por la idea del ocho: ocho horas de ocio, ocho de trabajo y ocho de sueño. Esta idea está asimismo ligada con la concepción que los daneses tienen sobre el trabajo: trabajar para vivir, no vivir para trabajar. Los daneses trabajan una media de 36 horas a la semana y unas 1.563 anuales, que contrastan con las 1.739 que se trabaja de media en los países de la OCDE. Trabajar menos que la media no es solo una decisión tomada por muchas empresas para aumentar la motivación y satisfacción de sus empleados; también es una medida posible debido al nivel de bienestar danés.
La industrialización, aunque llegó a Dinamarca algo tardía comparada con el resto de los países del mundo, permitió que en los años 60 la producción industrial empezase a sobrepasar a la agrícola y llenase las arcas danesas. Así, pronto llegaba el momento adecuado para crear un programa de bienestar basado en el principio de que todo ciudadano tiene derecho a recibir beneficios y ayudas sociales. Este es el resultado de una idea que desde el siglo XIX empezó a  calar en la población danesa. Tras las pérdidas territoriales y demográficas, el país decidió adoptar una mentalidad desafiante que le permitiese seguir compitiendo con el resto de naciones y compensar sus pérdidas externas a través de sus ganancias internas. Este pensamiento se traducía en la explotación de recursos propios para crear paulatinamente una clase obrera que permitiese al Estado alcanzar sus propósitos. Hoy esas aspiraciones son visibles en la calidad de vida de sus ciudadanos. Es uno de los países que más impuestos paga del mundo —hasta un 53% las rentas más altas y un 25% de IVA sobre todos los productos, independientemente de si son básicos o de lujo—, pero es gracias a ellos que ha podido crear una sociedad equitativa en la que todos contribuyen al sistema y reciben según lo que necesitan. La educación, incluyendo la universidad, es totalmente gratuita; los estudiantes nacionales reciben una paga mensual, y la baja por maternidad, que también incluye a la pareja, está estipulada por ley en 52 semanas, en las que normalmente se recibe hasta el 100% del salario.
El consumo de alcohol entre los jóvenes menores de 18 es problemático. Los motivos pueden ser múltiples, incluyendo la idea de que la felicidad que los informes muestran está relacionada con la idea de satisfacción y no felicidad —en el sentido de encontrar significado a la vida o ser parte de algo grande—. Fuente: OCDE
Ciertamente, este sistema no podría haber sido posible de no ser por la homogeneidad y el consenso social que singularizan a la población danesa. La influencia de la Iglesia luterana y la uniformidad de la población debido a los años de monarquía absolutista, la posición geográfica del país —que hace que solo sea accesible por tierra a través de Alemania—, así como el compromiso social que caracteriza la política danesa —desde 1909 el Estado se rige por Gobiernos minoritarios de consenso—, son los responsables de este escenario. Pero, por muy idílico que suene el sistema de bienestar, el país viene enfrentándose a varios problemas desde hace unos años. Ser el país más feliz del mundo no le ha impedido que el consumo de antidepresivos haya aumentado estrepitosamente en los últimos años; además, con la llegada de inmigrantes parece que la idea en la que se basa el sistema de contribuir con lo que tienes para recibir lo que necesites está transformándose en una demanda para recibir en proporción a la contribución.
Para ampliar“El suicidio del Ártico”, Marcos Bartolomé en El Orden Mundial, 2016

¿Hacia un país más verde?

Energías renovables y protección del medioambiente son para muchos sinónimos de países escandinavos, en especial de Dinamarca, dado que este fue uno de los primeros países en establecer un Ministerio de Medio Ambiente en 1971 y, tres años más tarde, era el primer país en aprobar una legislación medioambiental. Además, el uso masivo de bicicletas en todo el país y el hecho de que estas exceden el número de residentes lo ha convertido en una referencia mundial en la protección medioambiental. Igualmente, el proyecto llevado a cabo en Samsø, que permite a la isla vender sus excedentes de energía renovable a su Gobierno, ha sido aplaudido por la comunidad internacional.
Para ampliar“El derecho al medio ambiente”, Lorena Muñoz en El Orden Mundial, 2017
Sin embargo, el progreso de la nación hacia el fin de la emisión de gases de efecto invernadero se ha puesto en tela de juicio recientemente. En el Índice de Cumplimiento del Cambio Climático de 2017 Dinamarca descendía radicalmente del puesto cuarto hasta un puesto 13.º, que, lejos de mejorar, ha continuado empeorando en el índice de 2018 hasta llegar al puesto 17.º. Esta bajada puede relacionarse con diferentes factores. En primer lugar, los análisis llevados a cabo por el país en los que se demostraba que había reducido en un 21% las emisiones de 1990 a 2013 eran engañosas, pues no habían tenido en cuenta las emisiones danesas fuera de su territorio soberano. Al incluir las emisiones de producción de bienes y su transporte hacia Dinamarca, las emisiones aumentaban hasta un 23% desde 1990. En segundo lugar, las medidas tomadas por el nuevo Gobierno, que ha priorizado sus recursos para hacer frente a la llegada masiva de inmigrantes, hace imposible que el país alcance sus metas de reducir en un 40% las emisiones de gases de efecto invernadero para 2020 y utilizar únicamente energías no contaminantes para el año 2035.
Dinamarca tiene una población bastante más reducida que España, pero la supera en producción de energía a partir de fuentes de carbón. En 2012 el bienal Informe Planeta Vivo de la WWF afirmaba que el impacto medioambiental de Dinamarca era uno de los mayores en el mundo. Fuente: Banco Mundial
Pero, desgraciadamente, la cosa no queda ahí. Dinamarca también está recibiendo críticas por las conocidas cazas de ballenas en su territorio de ultramar. Groenlandia, aun teniendo un estatuto jurídico de autogobierno, sigue siendo dependiente de Dinamarca y, por lo tanto, de las medidas que se acuerdan en la Convención Internacional para la Regulación de la Caza de Ballenas, de la cual Dinamarca es signataria. La Comisión Ballenera International otorgó a Groenlandia un estatus especial para cazar ballenas debido a su pasado aborigen y a la unión que existe entre la caza de estos mamíferos y su cultura. No obstante, desde hace ya unos años diversas ONG vienen alarmando a la comunidad internacional sobre el aumento anual de caza de ballenas, incluyendo especies en peligro de extinción. La presión que los mercados modernos están ejerciendo en el primitivo sistema groenlandés está motivando el uso de prácticas menos éticas, pero más efectivas, para hacer de la caza una actividad comercial y atraer a turistas con su original gastronomía. Es por esto que Dinamarca está bajo el radar de la Unión Europea y la Comisión Ballenera para que regule esta situación.

Un paso atrás en la protección de los derechos humanos

Dinamarca, como buen país del norte, ha sido considerado un protector de los derechos humanos o, al menos, esa es la imagen que ha conseguido proyectar al exterior. Aunque no fue capaz de evitar el poder de Hitler y aceptaba una ocupación pacífica en 1940, en la que el Gobierno llegó a colaborar con las fuerzas de ocupación, fue considerado como un poder aliado y admitido en las Naciones Unidas. La labor llevada a cabo por la resistencia popular permitió limpiar la imagen del país y aparecer ante el escenario internacional como una fuerza pacífica. En su afán por demostrar su compromiso con la protección de los derechos humanos, el país se convertía en uno de los primeros en ratificar la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados y en 1989 era el primer país del mundo en reconocer la unión civil entre parejas del mismo sexo. Además, cuando de guerras se ha tratado, generalmente ha preferido mandar barcos y ayuda humanitaria antes que soldados.
La cantidad total destinada por el país a la ayuda y el desarrollo se ha ido reduciendo al pasar los años, de 2.923 dólares en 2013 a 2.370 en 2016. Fuente: Ministerio de Asuntos Exteriores de Dinamarca
No obstante, Dinamarca no ha conseguido eludir las amenazas postradas por el terrorismo ni la llegada masiva de inmigrantes y refugiados, lo que ha permitido al populismo invadir su terreno. La llegada al Gobierno de partidos de extrema derecha como el Partido Popular Danés (PPD) no ha mejorado el panorama. Cada vez son más los daneses convencidos de que el modelo de bienestar danés solo es para los nacionales y que los refugiados no tienen lugar en su país, aunque sería erróneo achacar todos los méritos al PPD. Los referéndums de inclusión a la UE han demostrado continuamente el escepticismo danés a dar su brazo a torcer y abandonar su modelo de bienestar por el del resto de los países comunitarios. La sociedad homogénea que tanto ha permitido avanzar a Dinamarca es la que está poniendo trabas a la llegada de nuevas culturas. Consecuentemente, no era de extrañar que la llegada de refugiados viniese de la mano del rechazo. Tales son los límites a los que ha llegado el país que el Comité para los Refugiados —convenio del cual el PPD promueve que Dinamarca se retire— ya ha expresado públicamente su preocupación.
Para ampliar“La cesión de espacio de la socialdemocracia danesa a la extrema derecha”, Inés Lucía en El Orden Mundial, 2016
Pese a que un 10% de la sociedad danesa es descendiente de inmigrantes, en tan solo dos años ha habido una bajada drástica en el número de solicitudes de asilo, así como una mayor llegada de menores sin compañía. Fuente: Refugees.dk
Parece que el país está dispuesto a casi cualquier cosa con tal de evitar ser el objetivo de aquellos que buscan mejorar sus vidas. Tan solo hace unos meses el Gobierno sacaba a la luz su plan para financiar métodos anticonceptivos en lugares con infraestructuras deficientes y con escasas oportunidades para las jóvenes para frenar la llegada de posibles inmigrantes en un futuro. Esto demuestra que Dinamarca no está en la disposición de aceptar a más refugiados ni inmigrantes y sí de acometer cualquier proyecto con tal de proteger a sus nacionales, aunque esto suponga hacer temblar los pilares morales de su sistema.

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