9/05/2017

brasil: el 2018 promete ser dramático ...


A un año del golpe en Brasil

Gabriel Esteban Merino
Dr. en Ciencias Sociales
IdIHCS-UNLP-CONICET

A un año del golpe en Brasil, se realizó un importante acto en el centro de Río de Janeiro cuya última oradora fue Dilma Rousseff. Antes de ella hablaron dirigentes del Movimiento Sin Tierra de Brasil (MST), del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST), del movimiento Volta Dilma, de los sindicatos, de la juventud, del movimiento de mujeres, de los distintos partidos de izquierda y populares, y un conjunto de legisladores. Todos ellos constituyen el núcleo de organizaciones y dirigentes populares que se encuentran en la base del PT.

Organizado por el diputado federal del Partido de los Trabajadores (PT) Wadih Damous y por el periódico Brasil de Fato, el acto estuvo cargado de emotividad combativa. También de crítica y autocrítica, de palabras claras y fuertes, de reconocimiento de lo que se avanzó y de todo lo que faltó, de la debilidad de la lucha popular, de la desmovilización popular que se sintió cuando más se necesitaba, en pleno golpe.

Sorprendía la soltura con que los dirigentes lanzaban sus críticas más o menos explícitas frente a Dilma y que al finalizar ella los abrazara y luego los retomara. Quizás un aprendizaje de la necesidad de conducir desde la persuasión y desde lo que en Bolivia se denominan las tensiones creativas: en lugar de hacer de cada contradicción antagonismo y de convertir a los críticos del campo popular en adversarios, intentar construir desde dichas tensiones la condición para el avance, para la vitalidad del movimiento, para contener toda su heterogeneidad, para transitar sin fisuras la contradicción entre lo general y lo particular, para encontrar las síntesis más creativas y las mejores soluciones para cada problema. ..
El objetivo trazado por todos los oradores fue claro (y creíble por la pluralidad real de los discursos): lograr la mayor unidad posible, no sólo en la calle sino también en la política, para enfrentar el golpe y todas sus políticas neoliberales de entrega del patrimonio nacional, privatizaciones, ajuste y empobrecimiento generalizado del 90% de la población. Fue claro que ante el golpe no hubo una respuesta popular que desbordara las calles, pero eso de a poco se está re-articulando, a medida que se recompone la fuerza moral.

Esa falta de respuesta popular ante el golpe tuvo que ver con una afirmación que hizo el propio Lula en relación al triunfo electoral de Dilma a fines de 2014: “ganamos la elección pero al otro día la perdimos”. Recuerda a la frase de Néstor Kirchner luego de la derrota de 2009, “perdimos por no profundizar más”. Luego de las promesas profundizadoras con las que Dilma ganó la batalla presidencial –en una campaña polarizada contra Aécio Neves—, el ajuste lanzado a partir de 2015 junto al giro liberal en algunas áreas de gobierno fueron centrales para producir una profunda crisis de la alianza “lulista”, que concedió mayores espacios de poder a actores representantes de las fuerzas neoliberales y neodesarrollistas conservadores con la esperanza de calmar a las fieras (el poder económico y las presiones geopolíticas del norte). Pero las fieras ven sangre y se ceban, más en la actual situación de crisis económica y transición geopolítica mundial, que Francisco define como Guerra Mundial Fragmentada.

El problema de la frazada corta se hizo presente en Brasil a partir de 2013-2014 en un escenario de crisis global y estrepitosa caída de los commodities. Cuando la economía crece, se pueden crear ciertas ecuaciones en las que todos ganan. Pero con la crisis, algunos ganas y otros pierden, y las pujas para definir a quién le toca una cosa u otra se acrecientan. Es insoslayable que las crecientes tensiones políticas entre las distintas fuerzas de la coalición en el gobierno están estrechamente relacionadas con esta cuestión. De hecho, claramente se veía dos programas de gobierno en la coalición liderada por Dilma.

A partir de 2015 se pone de manifiesto la incompatibilidad entre el programa del PT y del PMDB de Michel Temer. El lulismo contiene estas dos alas, donde el capital concentrado (con la famosa burguesía paulista crecientemente financiarizada) y las fuerzas más conservadoras se expresan con el PMDB (con su clásica oscilación oportunista), y las fuerzas de las clases populares se expresan en un debilitado y desmovilizado PT (donde también hay una “izquierda y una “derecha”). Ambos programas chocan en cómo resolver la encrucijada en que se encuentra Brasil: profundizar la senda popular o retroceder y ceder a las presiones del capital concentrado y las fuerzas de “derecha”, lo que también implicaba abandonar las pretensiones de regionalismo autónomo y apuestas geopolíticas que molestaban a buena parte del establishment angloamericano.

Dicha tensión es constitutiva de la propia articulación lulista y en esta encrucijada histórica deviene antagónica. La crisis implicaba un ajuste y la cuestión era sobre quién recaía el ajuste. Si Rousseff ganó con un discurso en línea con la primera opción, desde el primer día de su segundo gobierno se impuso la segunda opción. Los 54 millones de votos que la dieron como ganadora pronto se licuaron en la rosca parlamentaria. El imponente número electoral terminó por horadarse, ajuste mediante, por las operaciones del monopolio mediático Red Globo fortalecido ante la desmovilización de las bases del PT y el entramado judicial que maniobró sobre los escándalos de corrupción para direccionarlos a debilitar las fuerzas nacionales del Brasil.

La crisis, la debilidad y los errores fueron aprovechados como una “oportunidad histórica” por parte del capital financiero global y local (los baqueros), el oligopolio mediático, los grandes terratenientes (todavía esclavistas y racistas casi declarados), grandes sectores de la burguesía industrial (desarrollistas mientras no se aumenten los salarios), los sectores más rancios del poder judicial y policial, y ciertas iglesias ultraconservadoras de un sector de los neopentecostales (con enorme y sorprendente poder político y económico en Brasil).

Pero el golpe –completamente viciado de corrupción, donde está aflorando las enormes coimas que se pagaron para que los legisladores voten en contra de Dilma— no se da por los errores sino por los aciertos. Aun con un “reformismo débil”, las transformaciones durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) fueron tremendamente importantes:
1) Hasta el año 2014, se habían reducido un 75% la pobreza extrema y un 65% la pobreza (según FAO).

2) Disminuyó de manera notable la desigualdad en uno de los países más desiguales del mundo: si en el año 2000 el 10% más rico se apropiaba del 47% del ingreso nacional, mientras que el 10% más pobre se quedaba con el 0,5%, para el año 2009, el 10% más rico se había quedado con el 43% de la riqueza nacional según los ingresos del hogar per cápita, mientras que la proporción del 10% más pobre había subido a 1%, es decir, se había duplicado. Además, el índice de Gini pasó de 0,58 en 2002 a 0,53 en 2010, y el ingreso del 10% más pobre creció 456% más que el del 10% más rico.

3) Hubo un aumento del 70% en el salario mínimo, lo que generó un enorme crecimiento del mercado interno y sacó a millones de trabajadores de la pobreza.

4) Los programas de acceso a la universidad (Pro-Uni) y de garantías de ingresos mínimos como Bolsa Familia y Hambre Cero volcaron millones de dólares en recursos para las clases populares, garantizando derechos básicos.

5) La nueva ley de regulación de la actividad hidrocarburífera (2010) aumentó el control del Estado de la renta petrolera (redistribuida a educación, salud e investigación y desarrollo) y avanzó en el desarrollo PETROBRAS y del complejo indutrial y tecnológico alrededor de dicha empresa, compitiendo con las gigantes transnacionales.

6) El crecimiento de la Banca Pública fue muy importante: el crédito de los bancos estatales creció de 9,8% al 19,5% del PBI entre 2003 y 2010, gran parte del cual fue a financiar a la burguesía local y los programas de vivienda, a tasas muy por debajo de las impuestas por el poder financiero.
7) El avance en el Complejo Industrial-Militar bajo una concepción nacional de defensa de los recursos también fue notable.

El programa de Temer y del entramado Financiero Neoliberal es claro y harto conocido –como lo son sus consecuencias sociales que ya engrosaron la cantidad de desocupados al 13% (insólito para Brasil), 22 millones de hogares no cuenta con ingresos laborales de ningún tipo y vuelve a crecer la pobreza y la desigualdad:

1) El increíble congelamiento de la inversión pública por 20 años que ata de pies y manos al Estado;

2) la recientemente votada ley de flexibilización laboral que avanza junto al ajuste para reestablecer en todo su esplendor las condiciones de superexplotación de la fuerza de trabajo;

3) el programa de privatizaciones que va desde aeropuertos hasta la gigante Electrobras y la joya más preciada y apetecida, Petrobrás, junto con la enorme riqueza del Presal;

4) el remate de reservas naturales de la Amazonía, entregando el patrimonio nacional;

5) las maniobras conjuntas con las fuerzas armadas de los Estados Unidos en territorio brasilero, más específicamente en la triple frontera con Perú y Colombia, lo que constituye la parte más visible de un conjunto de acuerdos para poner el complejo industrial-militar de Brasil bajo el ala del Pentágono y reducir sus niveles irritantes de autonomía;

6) el abandono progresivo de la estrategia de regionalismo autónomo (MERCOSUR, UNASUR, CELAC y BRICS), para avanzar en el paradigma de regionalismo abierto, que no cuestiona el lugar de periferia y el papel subordinado en la división internacional del trabajo, busca estrategias de adaptación al capitalismo mundial, plantea una alianza estratégica con los Estados Unidos y, en términos más amplios, con Occidente, y está centrado en el libre mercado y en la integración de las cadenas globales de valor dominadas por el capital transnacional.

Todos los protagonistas del entramado golpista tienen terminales en las fuerzas neoliberales y neoconservadoras de los Estados Unidos, el polo de poder angloamericano y el establishment occidental. Y es necesario remarcar esto último, porque en plena transición histórica, en plena lucha de poder por la reconfiguración del orden mundial, en Latinoamérica hay una batalla profunda, que se agudiza con el lanzamiento de la Alianza Pacífico en 2011 y traza dos grandes opciones: somos Latinoamérica como bloque de poder propio o somos el territorio neocolonial del establishment occidental expandido. Por ello, la puja regional se da entre un regionalismo autónomo (con todas sus heterogeneidades y contradicciones) y un regionalismo abierto subordinado al capitalismo financiero global y, geopolíticamente, al establishment Occidental.

Como resaltó Dilma Rousseff y otros oradores en el acto, lo que está en juego ahora es la continuidad del golpe. En 2018 el golpe se reproduce, y logra pasar a una nueva fase, o se contiene. Para ello, importantes sectores del Poder Judicial está trabajando para impedir que retorne Dilma Rousseff al gobierno al ser nula la sesión en la que se votó por su destitución –debido fundamentalmente a las coimas recibidas por los legisladores para votar por el impeachment, cuyas pruebas ya se encuentran en la justicia y demoran su tratamiento. La otra cuestión fundamental es impedir a Lula que participe en la elección del próximo año, en donde según todas las encuestas ganaría con claridad en primera y en segunda vuelta. Para ello el inefable juez Sergio Moro condenó a Lula sin prueba alguna, más allá de las delaciones premiadas, a 9 años y medio de prisión, condena que debe ser ratificada por una segunda instancia. Esto ha provocado un revuelo en las facultades de derecho del país, no ya desde la cuestión política sino como escándalo jurídico de envergadura. Sin embargo Lula declaró que “suelto o preso, condenado o absuelto, vivo o muerto” va a ser candidato. Habrá que ver la magnitud de la crisis política y la reacción de las fuerzas populares de producirse la proscripción.

El problema en Brasil es que el entramado golpista no logra consensuar un candidato. Además se estima que una propuesta neoliberal no ganaría una elección. Por otro lado, la “centro-derecha” moderada del PSDB, esa mezcla entre neoliberalismo y neodesarrollismo que entró en crisis en el 2001-2002 (y fue fundamental para el triunfo de Lula pues el neodesarrollismo conservador lo apoyó) está debilitándose con este proceso, floreciendo con fuerza los ultraconservadores radicalizados. Es decir, no resurge el partido del Estado, de reconciliación de las clases dominantes, de unidad del establishment. Y en este escenario, Temer quizá debe continuar, a pesar de toda su debilidad, porque une programáticamente a dicho entramado siendo completamente débil para procurarse cualquier autonomía política. Por lo tanto, también está en el horizonte la suspensión de las próximas elecciones presidenciales.

Otra hipótesis del establishment elaborada al calor de la crisis es avanzar a una suerte de parlamentarismo, donde el “primer ministro” a lo Temer surja de pragmáticos y comprables legisladores, menos propensos a practicar cierta autonomía política del poder económico. Siempre en Latinoamérica el problema fue de los presidencialismos fuertes que, representando demandas populares y articulaciones de amplias fuerzas nacionales, se autonomizan del poder económico y el establishment neocolonial.

Después del acto mencionado y luego de varios diálogos con dirigentes sindicales, sociales, políticos e intelectuales se puede observar que todavía hay brasa encendida en Brasil –aunque todavía estén en proceso de rearticulación, reconstrucción de la fuerza moral y redefinición programática. La puja político estratégica que vive la región, en plena transición histórica, está en pleno desarrollo y se están gestando las condiciones para un nuevo flujo ascendente de las fuerzas nacionales populares y latinoamericanas. El resultado en Brasil, que en diversos aspectos es casi la mitad de Suramérica, va a inclinar para un lado o para el otro la balanza en la región. El 2018 promete ser dramático.



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