- La “irrupción” del populismo de derechas
Una potente corriente de estupefacción se instaló en los estómagos de analistas, académicos, políticos y amplios sectores de la población europea cuando Jean Marie Le Pen, entonces líder del Front Nacional (FN), fue votado por más de 4,8 millones de franceses en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2002. Con un 16,86 por ciento de los votos, pasaba a segunda vuelta un líder político veterano de la Legión Extranjera, bregado en las guerras coloniales de Indochina, Suez y Argelia, y conocido por su declarada simpatía por el nazismo. Esto ocurría el 21 de abril. El 6 de mayo del mismo año, un activista ambientalista asesinó al líder político holandés Pim Fortuyn, famoso en toda Europa por su discurso abiertamente islamófobo. Nueve días después de su asesinato, su partido, Lijst Pim Fortuyn (LPF), obtuvo el segundo puesto gracias a más de 1,6 millones de votos (17 por ciento). En noviembre del mismo año, casi 6 millones de austríacos eran llamados a las urnas para elegir a sus representantes en el Nationalrat. El ÖVP (Partido Popular Austríaco) vencía por primera vez desde 1996 a los socialdemócratas, y una fuerza con un evidente parecido de familia al FN francés y al LPF holandés, el FPÖ (Partido de la Libertad de Austria), comandado por el popular Jörg Haider, también destacado por sus ambigüedades con respecto al pasado nazi de su país, alcanzaba la tercera posición, con cerca de medio millón de votos.
Partidos como estos, calificados usualmente en los medios de comunicación y en los debates políticos públicos como filonazis, ultras, de extrema derecha, fascistas o neofascistas, no eran sin embargo una novedad en el panorama europeo. Desde los años 80, una oleada de partidos nacidos de la familia ideológica de la extrema derecha comenzaron a articular nuevos discursos que los iban alejando paulatinamente de sus raíces fascistas y ultras, configurando una nueva familia de partidos que ha sido calificada como “nueva extrema derecha” (Ignazi 2003). La calificación de “nueva extrema derecha” se fundamentaba en dos claves interpretativas básicas: 1) el recurso a actitudes xenófobas como columna vertebral de su programa electoral y 2) la plena asunción del sistema político democrático liberal, algo que diferencia a estos partidos de la familia política matriz de la extrema derecha clásica y del fascismo (Rodríguez Jiménez, 2006). Por razones que explicitaré más abajo, nosotros llamaremos a estas formaciones simplemente como Partidos Populistas de Derecha (PPD).
Estos partidos han seguido una carrera relativamente ascendente a nivel electoral, pasando por al menos tres fases (Antón-Mellón y Hernández-Carr, 2016). Hasta los 80[1], estas formaciones no lograron grandes porcentajes de apoyo electoral, y se ubicaban en los márgenes del sistema, rodeados por un férreo cordón sanitario establecido por los partidos políticos y los medios de comunicación del establishment, abiertamente reacios a aceptarlos como miembros de pleno derecho del sistema. En los años 90 se percibe un paulatino crecimiento electoral y se asiste a su introducción en los sistemas políticos, con aún algunas resistencias del status quo, hasta que en el año 2002 asistimos al terremoto Le Pen en Francia. En los anexos que siguen a este texto, puede vislumbrarse el avance en porcentaje de voto en elecciones generales (Tabla 1) de partidos de esta índole. Una segunda tabla está dedicada a mostrar la presencia parlamentaria actual de estos partidos, y la Tabla 3 muestra su irrupción en las elecciones al Parlamento Europeo de 2014. Por razones de espacio, no hablaremos de los significativos avances que han precedido a los datos mostrados en estas tablas en los ámbitos local y regional de los diversos países europeos.
- Populismo… ¿de derechas?
Poco antes de la celebración de las elecciones europeas de mayo de 2014, la actual líder del Front Nacional, Marine Le Pen, al que todas las encuestas auguraban un éxito arrollador, fue entrevistada en Estrasburgo por la periodista española Ana Pastor. La primera pregunta de la entrevista fue muy directa: “(…) de usted se ha dicho que es ultraderecha, extrema derecha, xenófoba, racista… ¿Cómo se define Marine Le Pen?”. La respuesta fue igualmente directa, y ataca, como un látigo, al núcleo duro de la dicotomía política que al menos desde 1789 y, hasta finales de la Guerra Fría, dividía la arena política en dos espacios amplios y heterogéneos, pero claramente delimitados: el espacio de la izquierda y el espacio de la derecha:
“También se ha dicho que soy de extrema izquierda, como el general De Gaulle en su época. Creo que lo que eso demuestra es que estoy donde debo estar. En defensa de la nación, del pueblo, de la democracia. En la defensa de una política de sentido común. Que consiste en rechazar los aspectos negativos de la Unión Europea para volver a los orígenes de la democracia, que es la soberanía”.
Declaraciones como esta “cortocircuitan” los intentos de clasificación taxonómica que tanto nos obsesionan en medios académicos. ¿Cómo calificar a toda una miríada de partidos que, genealógicamente emparentados con eso que llamamos extrema derecha, nos hablan hoy de soberanía popular y se declaran defensores de la democracia? En relación al discurso contra las élites, por ejemplo, la mayoría de los PPD demandan la introducción de mecanismos plebiscitarios para democratizar el sistema político y romper la corrupción política sistémica. Están hablando de “democracia directa” como procedimiento para limar las aristas desigualitarias de la “democracia representativa” y combatir el enorme abismo que separa al pueblo y las élites.
Así, en sus discursos y programas, partidos como el Frente Nacional conjugan elementos que derivan de la agenda liberal clásica, de la neoliberal, de las izquierdas y de la tradición de derechas conservadora. La opción de simplemente descalificar como oportunistas y demagogos a estos líderes y partidos no parece ya una opción. Especialmente teniendo en cuenta la creciente presencia electoral que estas formaciones políticas están adquiriendo tanto en Europa del Norte como en Europa del Este (en menor medida en el Sur) que clama por un análisis político más fino. Además de la relativa influencia que están ejerciendo en determinadas cuestiones públicas que forman parte de su acervo programático (inmigración, seguridad, euroescepticismo) y los evidentes triunfos que están consiguiendo en cuestiones vitales, con un claro respaldo popular, como ha sido el caso del referéndum de salida de la Unión Europea del Reino Unido, en cuya defensa partidos como el UKIP de Nikel Farage han jugado un papel de primer orden.
Partiendo de la premisa de que cada uno de estos partidos debe ser analizado en profundidad al interior de su contexto histórico, cultural, nacional y regional, asumo que comparten dos conjuntos de características que permiten que denominemos a estos partidos como “populistas” a la vez que “de derechas”. Un primer conjunto de características hace referencia a “su forma”, que es la que dota, siguiendo a Laclau (2005) de carácter “populista” a estas formaciones. El segundo conjunto de características se refiere a su “contenido” programático, que es en nuestra opinión lo que le asocia a la familia política de las derechas, no solo por procedencia genealógica, que es veraz para casi todas estas agrupaciones políticas, sino especialmente por la manera de “construir pueblo”, recurriendo a una versión actualizada del clásico nativismo (una especial mezcla de racismo y xenofobia). Además, relacionado con lo anterior, muestran una clásica actitud, propia del pensamiento conservador, de querencia por la “ley y el orden” en términos que solo pueden calificarse de autoritarismo (Mudde 2007)[2].
Así, en primer lugar, por su forma, este tipo de partidos pueden ser ubicados en la órbita del populismo. Entendido este no como una ideología, ni como un conjunto de propuestas programáticas de políticas públicas o una forma específica de Estado sino como una forma de construir lo político, en la que la división de la sociedad en dos campos (el pueblo, el no-pueblo) se convierte en la tarea fundamental y en la base a partir de la cual se pretende articular un nuevo campo de fuerzas políticas que se plantea abiertamente la confrontación con el statu quovigente (o con sectores del mismo) (Laclau 2005, Mouffe 1999, 2007).
En segundo lugar, en cuanto al contenido, este tipo de partidos pueden ser ubicados en el lado derecho del sistema. Proponemos ubicarlos en esta familia política por la preeminencia que en su discurso político y en sus programas electorales poseen algunos de los tropos más fácilmente reconocibles en el pensamiento de derechas: la obsesión con la seguridad frente a la igualdad, la tendencia a criminalizar y judicializar los problemas sociales y la construcción de un nacionalismo excluyente, con tintes etnicistas o culturalistas. Estos contenidos concretos son los que dan sustancia a la forma populista de derechas. El “pueblo” construido no es solo un puebloque debe configurar su identidad frente a las élites del statu quo (característica que comparten con el populismo de izquierdas), sino que, además, es un pueblo marcado por otra división interna: la que distancia a los nativos de los no nativos. Es la conocida tesis del chivo expiatoriotan afín al pensamiento de derechas. Ese chivo expiatorio es el inmigrante, preferentemente los que proceden de países no europeos, y con especial inquina aquel cuyo “origen” es rastreable hacia un país de preeminencia religiosa musulmana, pero también, como hemos visto en el caso del Brexit, aplicable a los “nativos europeos”, especialmente si proceden del Sur o del Este. Esta nueva forma de racismo adquiere tintes culturalistas, dado el desprestigio que las tesis racistas tienen desde el derrocamiento del fascismo, y se enarbola precisamente en defensa de la democracia, atendiendo a la noción de la incapacidad de integración en la sociedad moderna de determinadas culturas, especialmente “la musulmana”.
Sin embargo, autores como la filósofa argentina Luciana Cadahia (2017) prefieren, en lugar de denominar de derechas o de izquierdas a estos partidos, utilizar otros apelativos, como podrían ser los de populismo reactivo frente a populismo emancipador. La tesis de Cadahia es convincente, y se apoya en potentes argumentos, por lo que merece la pena destacar su lúcido aporte al debate. Básicamente se refiere a “los signos de agotamiento” de los que adolece la dicotomía, y a la creciente falta de identificación con este clivaje clásico en cada vez más amplias capas de la población. Cifrando la clave de la distinción entre derecha e izquierda en la defensa de la conservación o el cambio, respectivamente, llama la atención sobre la ambigüedad que ha adquirido esta diferenciación. La izquierda, por un lado, al defender “el cambio” se repliega identitariamente en lo que considera “la esencia del cambio verdadero” (lo que constituye en efecto un movimiento de conservación), mientras que la idea de la “conservación” en la derecha se ha aderezado con elementos provenientes de la esfera de la izquierda, hegemonizando incluso la consigna del cambio (como bien podemos observar en el discurso del partido “Ciudadanos” en España, o en las consignas de la oposición de derechas anti-correísta en Ecuador, o del anti-kichnerismo en Argentina). Así, concluye Cadahia:
“Por todo esto, creo que si bien el juego cambio-conservación ha dado mucho de sí y en algún momento fue clave para perfilar las alternativas políticas, considero que hoy no sirve para inscribir el lugar de la actual disputa” (Cadahia 2017, 2).
Comparto con Cadahia su reflexión en torno a la existencia de una doble pulsión en el momento populista que se vive actualmente y el hecho de que el rostro reactivo del populismo ahonda sus raíces en el viejo problema, reactualizado, del aislamiento del individuo y la ausencia de certezas en un mundo que destruye paulatinamente el tejido social, generando la reacción que denomina inmunitaria frente al otro inmigrante. Sin embargo, y a pesar de la lucidez y lo sugerente de tal propuesta, defiendo que esta objeción a la validez de la diferenciación entre izquierda y derecha es “acertada pero no decisiva” (Bobbio 1994). Porque la dicotomía, de hecho, sigue funcionado en el acervo social; a pesar de todos los matices y todas las ambigüedades en las que se ha inscrito desde que el neoliberalismo y la socialdemocracia contemporánea construyeron este mundo que algunos llaman de la post-política, consistente básicamente en el (imposible) ejercicio de anular, en pos del consenso, el carácter conflictivo de lo político.
Por otro lado, la distinción derecha-izquierda no se basa únicamente en el polo conservación-cambio, sino que está asociada, si bien de manera difusa y con una alta gama de matices, en otras cuestiones clave, como las referidas al tipo de igualdad por el que se combate, el tipo de democracia (más o menos inclusiva) que se defiende, el papel que se le otorga a un Estado interventor, a la justicia, a las fuerzas de seguridad, a la amplitud o cierre que se cierne sobre las libertades públicas, por citar solo algunos de los elementos comunes en los que aún es posible diferenciar, aún, un espíritu de izquierdas o de derechas.
- Las causas del momento populista en Europa
Este populismo reactivo o de derechas debe su relativo éxito electoral a una combinación particular entre su forma populista y su contenido reactivo/de derechas o emancipador/de izquierdas. En primer lugar, si bien fenómenos como la corrupción política, la pérdida de soberanía nacional, la falta de discurso verdaderamente político en las dos grandes opciones de los partidos del establishment, los efectos de la crisis económica y las políticas de austeridad, explican en parte la apertura de una brecha de oportunidades para una irrupción populista, el éxito de su propagación no depende tanto de su contenido como de su capacidad de agregación de demandas. En el Sur europeo, un cierto populismo de izquierdas ha tomado fuerza en regiones como Portugal, España y Grecia (donde también se ha desarrollado un fenómeno estrictamente neonazi, como Aurora Dorada), sin hacer referencia a los componentes reactivos de la pulsión populista, mientras que precisamente es en las regiones menos azotadas, proporcionalmente, por los males que posibilitan el momento populista, es decir, en el Norte y Centro de Europa, donde el populismo de derechas ha logrado romper una lanza a su favor.
El populismo de derechas no ha inventado ninguno de los elementos programáticos que forman parte de su propuesta (asociación de inmigración a criminalidad y disgregación de la patria, preocupación por los elementos “securitarios”, retorcimiento antidemocrático de la legislación, etc); todo ello estaba ya presente en las mentalidades colectivas europeas, y forma parte de la herencia que la oleada neoliberal conservadora de los años 80 imprimió en la cultura política. El populismo de derechas simplemente marca el acento en cuestiones que son sentidas por una parte relevante de la población y les dota de una forma “novedosa”, la forma populista, que, frente a la anomia de la inexistencia de alternativas, el sometimiento al mercado sin bridas o el creciente desplazamiento de mecanismos de control democrático de las élites políticas desde lo nacional (más controlable) a lo supranacional (absolutamente descontrolado), propone un nuevo proyecto común, basado en una idea de “pueblo”, re-dignificación de la nación, recuperación de soberanía y de los destinos de la sociedad. Propone un retorno a lo político, y, con ello, la confianza en la capacidad de las sociedades humanas para dotarse de algunas certidumbres en un mundo en constante disolución de lo sólido.
Esta es en nuestra opinión la clave fundamental en la que nos debatimos. El neoliberalismo, apoyado en su lado derecho (los socialcristianos) y en su lado izquierdo (la socialdemocracia) ha alumbrado las posibilidades que permiten la erosión de su propia hegemonía. Ha quebrado el famoso y cacareado consenso social, piedra angular de todo el sistema gestado tras la Segunda Guerra Mundial. Aquí hay un componente de larga duración. Nos encontramos en una era bisagra, una época en la que han terminado de disolverse las grandes certidumbres que caracterizaron el período de la Guerra Fría. Lo que está aconteciendo en Europa no es otra cosa que la erupción de una potente crisis de representación. De representación política, en el sentido de una creciente erosión de la hegemonía de los partidos del pacto de posguerra, de sus modos de entender la política (los mecanismos institucionales democráticos, el tipo de políticas públicas, los juegos de alternancia en el poder, las trampas de los sistemas electorales, el consenso entre los grandes partidos del establishment) y de entender lo político, en el cual se oblitera su dimensión conflictiva, aludiendo a un mundo utópico e imposible marcado por la inexistencia de confrontación y conflicto, donde no existen alternativas a lo existente y todo queda pospuesto sine die a ese futuro brillante y armónico donde las fuerzas del mercado gestionarán con eficacia, justicia y eficiencia los destinos de las sociedades humanas. El ideal post-político está en crisis, y el populismo de derechas no es más que una de las propuestas en liza, basada en el repliegue defensivo. Su avance es el síntoma de la enfermedad que azota al neoliberalismo. Pero es un síntoma que debe preocuparnos, porque puede suponer el inicio de algo nuevo, que aún no ha acabado de nacer, que bien pudiera estar cortando de raíz las posibilidades emancipadoras que se abren en todo momento de crisis.
Referencias:
[1]Según Norris (2009), a inicios de los 70 se pone de manifiesto que el sistema de partidos producto del pacto de posguerra europeo comienza a erosionarse. Se refiere a la fundación en 1972 del Fremskridtspartiet (Partido del Progreso) en Dinamarca, que un año después accedería al Danish Folketing en segundo lugar con un 16% de los sufragios. Según la autora, el éxito de este partido movió a algunos a tratar de reproducir su éxito imitando algunos de sus postulados y formas discursivas, caso del National Front británico (fundado en 1967), el Front National francés (1972) y el Fremskridtspartiet de Noruega (1973).
[2]Este “autoritarismo” es definido por Cass Mudde como la defensa de una sociedad estrictamente ordenada en la cual sea severamente castigado el desafío a las autoridades y el incumplimiento de las leyes. Esto se concretaría en una estricta sociedad de “ley y orden” que reclama más policía con más atribuciones y menos involucramiento de la política en la judicatura. Para estos partidos lo habitual es judicializar y criminalizar los problemas sociales, defendiendo sentencias duras, menos derechos para los criminales y más disciplina en las escuelas. El crimen y la inmigración son directamente interconectados (Mudde 2016).
Bibliografía
Antón-Mellón, Joan, y Aitor Hernández-Carr. «El crecimiento electoral de la derecha radical populista en Europa: parámetros ideológicos y motivaciones sociales.» Política y Sociedad, Vol 53, Nº 1, 2016: 17-28.
Bobbio, Norberto. Derecha e izquierda. Punto de Lectura: Madrid, 2000.
Cadahia, Luciana. «Amor y Emancipación: apuntes para el debate populista.» La Circular, 2017.
Ignazi, Piero. Extreme right parties in Western Europe . Oxford: Oxford University Press, 2003.
Jiménez, Rodríguez, y L. «De la vieja a la nueva extrema derecha (pasando por la fascinación por el fascismo).» Historia actual, 9, 2006: 87-99.
Laclau, Ernesto. La Razón Populista. Buenos Aires: FCE, 2005.
Laclau, Ernesto, y Chantal Mouffe. Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia. Buenos Aires: FCE, 2004.
Mouffe, Chantal. «El fin de la política y el desafio del populismo de derecha.» En El populismo como espejo de la democracia, de Francisco Panizza, 71-96. Buenos Aires: FCE, 2009.
—. El retorno de lo político. Comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia radical. Barcelona: Paidós, 1999.
—. En torno a lo político. Buenos Aires: FCE, 2007.
Mudde, Cas. «Populist Radical-Right Parties in Europe Today.» En Transformations of Populism in Europe and the Americas. History and Recent Tendencies, de Jhon Abromeit, York Norman, Gary Marotta y B.M Chesterton, 296-307. Londres: Bloomsbury Publishing, 2015.
Mudde, Cas. «Three decades of poplist radical right parties im Western Europe: So what?» European Journal of political Research, 2013: 1-19.
Mudde, Cass. Populist radical right parties in Europe. Cambridge: Cambridge University Press, 2007.
Norris, Pippa. Derecha Radical. Votantes y partidos políticos en el mercado electoral. Madrid: Akal, 2009.
Licenciado en Geografía e Historia. DEA en Ciencias Políticas y Sociología. Cursa la maestría de sociología en FLACSO.
https://cubaposible.com/partidos-populistas-derecha-europa/
1 comentario:
¿qué hay de la asociación de populismo con socialismo como negativo?
¿qué puede decir de las denominaciones de populistas hacia los gobiernos democráticos, especialmente el plebiscitario venezolano y el referendario de Bolivia, como negativos, que se ha podido leer en los grandes medios monopólicos y el contraste con la tendencia originaria de estos gobiernos nacionales y populares a intercambiar todo lo posible, fortalezas entre si, de este sxxi?
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