A 150 años de «El capital»
De los libros con que los reformadores sociales del siglo XIX buscaron redimir a la clase obrera, solo El capital alcanzó el carácter de obra consagrada, e incluso sacralizada como «Biblia del proletariado». Se trata de un libro complejo, a menudo más reconocido (y venerado) que leído. Leer El capital, traducirlo, editarlo, comprometía las más diversas estrategias. La historia de sus ediciones en lengua española es una verdadera saga transatlántica, atravesada por revoluciones, guerras, dictaduras y exilios. Y, no menos importante, por querellas sobre tales o cuales conceptos que nunca fueron meramente «técnicas», sino que trasuntaban concepciones enfrentadas de cómo entender la lucha política y la emancipación humana.
Por Horacio Tarcus
Nota: este artículo es una versión abreviada de una ponencia presentada en el iii Seminario Internacional «El capital 150 aniversario», Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 3 a 6 de octubre de 2016.
Relata Francis Wheen en su libro La historia de El capital de Karl Marx que, en febrero de 1867, poco antes de enviar su opera magna a la imprenta, «Marx le insistió a Friedrich Engels para que leyera La obra maestra desconocida, de Honoré de Balzac. Según le dijo, la historia era en sí una pequeña obra maestra, ‘repleta de la más deliciosa ironía’»1. El relato habla de Frenhofer, un gran pintor que dedica diez años de su vida a trabajar sin descanso en un retrato que debía revolucionar el arte al proporcionar «la más completa representación de la realidad». Pero tras perfeccionarlo sin fin, el retrato se fue desfigurando por las sucesivas correcciones. Al final, Frenhofer contempló su propio trabajo y admitió: «¡Nada! ¡Nada! ¡Y pensar que he trabajado diez años!». Finalmente, quemó sus obras y se suicidó2.
Por sorprendente que nos parezca hoy, 150 años después de la publicación del primer tomo de El capital, la identificación de Marx con Frenhofer y su «obra maestra desconocida» no es en absoluto descaminada. Según el testimonio de su yerno Paul Lafargue, «[n]unca estaba Marx contento de lo que hacía»3. Y el testimonio de Lafargue reviste especial interés para nosotros porque nos muestra dos caras opuestas de El capital: por una parte, es la obra que consagra mundialmente a Marx, que conoce reediciones y traducciones ya en vida de su autor.
Pero la consagración de Marx y la temprana sacralización de El capital contrastan con la otra imagen que nos ofrece Lafargue y que refrenda su correspondencia: la de un autor-artesano, siempre inconforme con los resultados de más de dos décadas de labor, que hace y rehace sucesivos borradores que luego desecha para volver a comenzar una nueva redacción, que pospone una y otra vez la entrega de los originales prometidos a sus editores. No obstante este sentimiento, afortunadamente Marx no los quemó, y luego de diversas vicisitudes, sus manuscritos pasaron al Partido Socialdemócrata Alemán (spd, por sus siglas en alemán) y, finalmente, con el advenimiento del nazismo, fueron albergados en el Instituto de Historia Social de Ámsterdam.Nuestra comprensión de la obra cumbre de Marx está mediada por la sucesiva publicación de varios manuscritos: el tomo 2 de El capital fue publicado por Engels en 1885 y el 3, en 1894; Teorías de la plusvalía fue editado por Karl Kautsky entre 1905-1910; los Manuscritos de 1844 y La ideología alemana se dieron a conocer en 1932; el capítulo vi inédito de El capital, en 1933, y los llamados Grundrisse, entre 1939 y 19414. No cabe la menor duda de que sin la publicación póstuma de estos manuscritos, nuestro conocimiento de Marx sería pobre y parcial.
Sin embargo, es necesario resaltar que el trabajo de sus editores –por calificadas que estuviesen figuras de la talla de Engels, Kautsky o David Riazánov– nunca se limitó a una cuestión de competencias técnicas o intelectuales, sino que respondió sobre todo a una cuestión de autoridad. A la hora de poner en circulación una nueva obra, la pregunta de fondo giraba en torno de qué persona (Engels, Kautsky, etc.) o qué institución (el spd, el Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú, etc.) poseía la suficiente autoridad para dar a luz aquello que Marx tanto se resistió a mostrar, para hilvanar los fragmentos que el propio autor no había logrado integrar en un todo, para completar sus puntos suspensivos o sus frases inacabadas.
Pero la consagración de Marx y la temprana sacralización de El capital contrastan con la otra imagen que nos ofrece Lafargue y que refrenda su correspondencia: la de un autor-artesano, siempre inconforme con los resultados de más de dos décadas de labor, que hace y rehace sucesivos borradores que luego desecha para volver a comenzar una nueva redacción, que pospone una y otra vez la entrega de los originales prometidos a sus editores. No obstante este sentimiento, afortunadamente Marx no los quemó, y luego de diversas vicisitudes, sus manuscritos pasaron al Partido Socialdemócrata Alemán (spd, por sus siglas en alemán) y, finalmente, con el advenimiento del nazismo, fueron albergados en el Instituto de Historia Social de Ámsterdam.Nuestra comprensión de la obra cumbre de Marx está mediada por la sucesiva publicación de varios manuscritos: el tomo 2 de El capital fue publicado por Engels en 1885 y el 3, en 1894; Teorías de la plusvalía fue editado por Karl Kautsky entre 1905-1910; los Manuscritos de 1844 y La ideología alemana se dieron a conocer en 1932; el capítulo vi inédito de El capital, en 1933, y los llamados Grundrisse, entre 1939 y 19414. No cabe la menor duda de que sin la publicación póstuma de estos manuscritos, nuestro conocimiento de Marx sería pobre y parcial.
Sin embargo, es necesario resaltar que el trabajo de sus editores –por calificadas que estuviesen figuras de la talla de Engels, Kautsky o David Riazánov– nunca se limitó a una cuestión de competencias técnicas o intelectuales, sino que respondió sobre todo a una cuestión de autoridad. A la hora de poner en circulación una nueva obra, la pregunta de fondo giraba en torno de qué persona (Engels, Kautsky, etc.) o qué institución (el spd, el Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú, etc.) poseía la suficiente autoridad para dar a luz aquello que Marx tanto se resistió a mostrar, para hilvanar los fragmentos que el propio autor no había logrado integrar en un todo, para completar sus puntos suspensivos o sus frases inacabadas.
El caso de la historia de las ediciones de El capital ofrece un plus de sentido respecto de la publicación de cualquier otro libro. Pues de todas las obras profanas que los reformadores sociales del siglo xix destinaron a la redención del proletariado, solo El capital alcanzó semejante grado de consagración. Un libro al mismo tiempo complejo, cuyo alto nivel de abstracción teórica hizo que fuera más reconocido (e incluso venerado) que leído. Esto hizo que su edición, su presentación, su lectura misma excedieran con creces la relación simple, directa y profana entre el lector y un libro cualquiera. El acceso del lector a una obra como El capital debía ser mediado por toda una serie de personas e instituciones «autorizadas», que ofrecieran garantías de canonicidad y fidelidad a un original celosamente resguardado. Y así como la Biblia judeocristiana estuvo sometida durante siglos a las querellas por su canonicidad, el siglo xx dio lugar a una querella no menos intensa respecto a la «edición autorizada» de la «Biblia del proletariado».
Primeros pasos
La edición original del primer volumen de Das Kapital apareció en Hamburgo en 1867, con una tirada de 1.000 ejemplares. Una segunda versión, corregida por el propio Marx, apareció en fascículos entre junio de 1872 y mayo de 1873. Si bien la portada dice «1872», el posfacio de Marx, datado el 24 de enero de 1873, prueba que fue en ese año cuando terminó de imprimirse (el volumen completo no salió a la venta sino a mediados de este último año). Una tercera edición «aumentada» a cargo de Engels vio la luz en 1883, poco después de la muerte de Marx; allí se incorporaban las correcciones manuscritas que su autor había realizado sobre sus ejemplares de la segunda edición alemana y la edición popular francesa. Finalmente, Engels introdujo nuevos agregados en una cuarta edición aparecida en 1890, aprovechando algunas adiciones de la edición inglesa de 1887 que habían traducido el doctor Samuel Moore, amigo de Engels, y el biólogo Edward Aveling, yerno de Marx. Los volúmenes ii y iiiaparecieron en 1885 y 1894, respectivamente, editados por Engels después de la muerte de Marx en la misma casa editorial donde había salido el primero: Verlag von Otto Meissner, de Hamburgo5.
Las reediciones alemanas son numerosas y solo nos interesa retener aquí algunas de ellas, en la medida en que servirán de base a las traducciones españolas. Señalemos que Kautsky publicó en 1914 una edición popular (Volksausgabe), que conoció numerosas reimpresiones. El teórico socialista trabajó sobre la segunda edición alemana; introdujo modificaciones sobre la base de cartas y manuscritos de Marx que tuvo la fortuna de tener a la vista. Para hacerla más accesible al lector, interpoló algunos pasajes de la edición popular francesa traducida por Roy y vertió al alemán las citas de obras de terceros que Marx había mantenido en su idioma original. Además, estableció una tabla de obras y de nombres citados, así como un índice de materias.
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1.Carta de Marx a Engels, 25 de febrero de 1867 en: Correspondencia Marx-Engels, mega, tomo iii, p. 376.
2.F. Wheen: La historia de El capital de Karl Marx, Debate, Bogotá, 2007
3.P. Lafargue: «Recuerdos personales de Carlos Marx» [1890] en Karl Marx. El hombre de pensamiento y el hombre de acción, Ediciones Jasón, Barcelona, s/f [c. 1930], p. 139.
4.Maximilien Rubel: Bibliographie des oeuvres de Karl Marx, Marcel Rivière et Cie., París, 1955.
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