Cecilia Gonzalez Bonorino
Uno de los latiguillos del equipo económico de Cambiemos es que en los últimos años nuestro país repelía los capitales externos y no llegaba un dólar de inversión extranjera. Este tipo de enunciados tiene como trasfondo una visión ideológica miope, que simplifica aspectos fundamentales del funcionamiento de nuestra economía, además de otros relativos a la dinámica del mundo en el cual estamos insertos. Subestimar la importancia del mercado interno, y la consecuente necesidad de fortalecer el poder de compra de los trabajadores, como vector de crecimiento económico, es desconocer las motivaciones que mueven a la inmensa mayoría de los empresarios, en la actualidad.
Uno de los latiguillos del equipo económico de Cambiemos es que en los últimos años nuestro país repelía los capitales externos y no llegaba un dólar de inversión extranjera. Este tipo de enunciados tiene como trasfondo una visión ideológica miope, que simplifica aspectos fundamentales del funcionamiento de nuestra economía, además de otros relativos a la dinámica del mundo en el cual estamos insertos. Subestimar la importancia del mercado interno, y la consecuente necesidad de fortalecer el poder de compra de los trabajadores, como vector de crecimiento económico, es desconocer las motivaciones que mueven a la inmensa mayoría de los empresarios, en la actualidad.
Existen dos factores principales por la cual
un proyecto productivo decidirá relocalizar su producción desde el país de
origen del capital hacia otra economía foránea.
Una es la seguridad de contar
con una matriz de competitividad superadora, entendida como precios más bajos de
sus factores productivos. Existe una dificultad en compatibilizar esta premisa
con la tradición de los gobiernos nacionales y populares en argentina, ya que
–afortunadamente- siempre se priorizó el crecimiento con salarios altos y mejoras
de la participación del trabajo en la distribución funcional del ingreso. Si se
descarta por socialmente indeseable la posibilidad de aplicar un modelo de
crecimiento en base a salarios bajos, se deberá reparar en el segundo factor
influyente a la hora de que un empresario decida invertir: un mercado interno sólido
y lo suficientemente estable como para sostener la demanda en el tiempo.
En su adhesión a los principios
neoliberales, los referentes económicos de Cambiemos vinculan unívocamente el motor
del crecimiento a las exportaciones y la robustez de la economía a la llegada
de inversiones extranjeras. Esta idea, instalada en los noventa y arraigada en
el sentido común, pondera al capital extranjero como proveedor de tecnología,
productividad y empleo con virtuosos derrames productivos. Critican la “falta
de reglas claras” que deterioran la confianza de los inversores externos, y las
reglamentaciones que limitan su capacidad de acción, particularmente sobre las
de divisas.
En este sentido, la expectativa del gobierno
es enviar señales “amigables” a los mercados, que impulsen las inversiones
extranjeras para compensar la recesión generada por el ajuste, y reactivar la
economía. En esta lógica se deben circunscribir, por ejemplo, el acuerdo con
los fondos buitres, los recientes encuentros del presidente y su gabinete
económico con empresarios extranjeros en “Mini Davos” y la nueva auditoría del
FMI para evaluar la economía argentina. También buscan optimizar las
oportunidades de negocios, asegurando mayor rentabilidad a los empresarios,
reduciendo los costos laborales a costa de menores salarios y mayor
flexibilización laboral.
A pesar de las concesiones y los gestos
amigables a los empresarios, las inversiones continúan sin llegar. Por el
contrario, según los datos oficiales del balance cambiario, la inversión
extranjera directa en el primer año del macrismo se redujo a la mitad en 2016,
cayó 52% respecto 2015.
Evolución de la Inversión Extranjera Directa – 2003 a
2016
En contraposición a la idea que el kirchnerismo
ahuyentó la inversión extranjera, según los datos de la Comisión Económica para
América Latina y el Caribe (CEPAL) entre 2003 y 2015 la Argentina fue uno de
los tres países de Sudamérica donde más aumentó la IED. Cuando Néstor Kirchner asumió
la presidencia, la IED alcanzaba solo 1.652 millones de dólares. Doce años
después, Cristina Fernández dejó el gobierno en 2015 con 11.655 millones de
dólares en concepto de IED, esto es, siete veces mayor que en 2003 y 130% más
que en 2014. Las únicas dos grandes caídas de la IED se deben al impacto de la
crisis mundial en 2009, y a la salida del Grupo Repsol en 2014 por la
estatización de la mayor empresa estatal del país, YPF.
En contraste, la actual caída de la IED bajo
el gobierno de Cambiemos se explica fundamentalmente por la eliminación de
requisitos de reinversión de utilidades sobre compañías de capitales
extranjeros y la preferencia de los inversores internacionales por los activos financieros.
Es por esto que la supresión de las regulaciones sobre el mercado cambiario, en
conjunto con la suba de la tasa de interés local para contener la huida de los
dólares, y la caída del consumo, promovieron la especulación financiera en
detrimento de la inversión en la economía real. Si se observan los datos del
MULC, la formación de activos externos en 2016 alcanzó un valor de 12.329
millones de dólares, de manera que por cada dólar que entró como IED, 2,2
dólares se fugaron al exterior. Paralelamente, la formación bruta de capital
fijo se redujo 4,5% respecto a 2015.
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