TRUMP EN SIRIA. LA VUELTA A LAS TRADICIONES
Por Horacio Lenz
La reciente intervención de Estados Unidos en Siria significa el reingreso de la potencia mundial en el escenario de Medio Oriente. A contramano de sus anuncios en la campaña electoral, la política internacional de Donald Trump retorna a las viejas fuentes de la política imperial
Con la decisión política del presidente Donald Trump de bombardear con misiles Tomahawk desde una plataforma naval en el Mar Mediterráneo la base aérea Siria de Shairat, en la provincia de Homs -supuestamente responsable de albergar la unidad aérea que atacó el depósito de armas con gas sarín y que tuvo consecuencias devastadoras en la población circundante-, Estados Unidos vuelve a poner un pie en Medio Oriente luego de la retirada táctica que llevó adelante la administración Obama; derivada del fracaso de la política de respaldo a la primavera árabe que terminó con dictaduras de otro calibre o en el peor de los casos, una vuelta a luchas tribales irresolubles constituyéndose esos espacios en Estados fallidos, tal el caso de Libia.
Los EEUU tuvieron un control casi monopólico de esta región conflictiva desde los acuerdos de Camp David de 1979, promocionados e impulsado por el entonces presidente James Carter, que culminaron con la firma del tratado de paz entre el Presidente Anwar el-Sadat por Egipto y el Primer Ministro israelí Menájem Beguín. Estos Países limítrofes se habían enfrentado bélicamente en cuatro oportunidades desde la creación del Estado Hebreo en 1948 hasta la última en 1973, llamada la Guerra del Yon Kippur. Durante ese periodo Israel se afianzó como un Estado Nación y propició la instalación de valores occidentales en Medio Oriente.
La caída del comunismo en los finales de la década del 80 como espacio geopolítico y el desmantelamiento de la URSS contribuyó a un afianzamiento de la presencia norteamericana en el área, no sin conflictos, asumiendo un rol de actor central en los continuos acuerdos que generaron paz y estabilidad siempre precarias. La retirada de la otra potencia -la URSS- que equilibraba las fuerzas en el balance de poder regional, derivó en el nacimiento y desarrollo de fenómenos políticos novedosos que sintetizaron acciones militares fundamentadas a la vez en lo político y lo religioso. Así, una serie de grupos de religión islámica se apropiaron y modificaron una interpretación del Corán que transformó virtudes metafísicas en razones políticas de orden terrenal y llevaron adelante acciones de perfil militar convencional y otras que sembraron el terror en ciudades de toda la región y en varias del resto del mundo.
Los EEUU, como potencia global, no podían dejar esta área vacía de influencia y huérfanos de respaldo a sus aliados históricos. La negociación del P5 + 1 que se inició en el 2015 en Viena ya lleva dos años de trabajos y es un hecho central para ese propósito. Si bien el acuerdo se presentó como una acción para limitar el desarrollo nuclear de la República Islámica de Irán (chiitas), dicho acontecimiento permitió también al país persa ser reconocido por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (EEUU, Gran Bretaña, Francia, Rusia y China) más Alemania, como una potencia regional y una nación con la que se puede acordar temas globales. Con este acuerdo, EEUU logró volver a entrar a la región a partir de una aproximación indirecta y, sin embargo, produjo un gran cimbronazo en sus aliados tradicionales e históricos de occidente, como lo son Arabia Saudita (sunitas) e Israel. La diplomacia oficial y la paralela fueron tranquilizando a los aliados disconformes y por ahora sus protestas son silenciosas y fuera de la esfera pública.
Con los bombardeos recientes, EEUU se reinstala en esta zona conflictiva anoticiando al gobierno sirio de Bashar al-Assad que ha vuelto a la región y a su vez desafía al Presidente ruso Vladimir Putin a un nuevo compromiso negociado, orientado a compartir influencias en ella bajo la amenaza de iniciar un conflicto de baja intensidad de consecuencias impredecibles y poco recomendables.
Cada vez resulta más evidente el divorcio que está teniendo el Presidente Trump entre sus posiciones de campaña y sus acciones de gobierno, tanto en la política interna -centralmente con los miembros de su propio Partido Republicano que le objetan sus opiniones sobre el NAFTA- como en la política internacional y sus posiciones en contra del Acuerdo del Transpacífico y del comercio con la República Popular China.
El cambio es rotundo. De la misma manera en la que las políticas internas están siendo conducidas lentamente por los caminos de la negociación tradicional a través de las instituciones de la república –los partidos políticos y el Congreso-, en la política internacional se observan acciones que marcan también una vuelta a las tradiciones. Aquellas que se diseñaron después de la Segunda Guerra y se actualizaron a partir de los acuerdos de Nixon con el líder Mao Tse Tung en 1972, consecuencia de una compleja negociación secreta que duró mucho tiempo entre el ex Secretario de Estado Henry Kissinger y el Primer Ministro Zhou En Lai. Recordemos que estos acuerdos le permitieron a China consolidarse como potencia regional e impidieron, para beneficio americano, que la ex URSS pudiera expandirse geopolíticamente hacia los mares cálidos y templados de los Océanos Pacífico e Índico.
La reciente reunión del Presidente Trump y el líder chino Xi Jimping recicla ese acuerdo estratégico. Por lo tanto, a Rusia le han vuelto a quedar como espacios de salida marítima el NE del Pacífico, las aguas congeladas del Océano Ártico, y la vía de los estrechos de Bósforo y Dardanelos, importante para la movilidad de la flota asentada en Sebastopol –península de Crimea, en el Mar Negro-, pero pasando de modo inevitable por territorios de soberanía de Turquía -hoy miembro de la OTAN-. Por esta razón, para la Federación Rusa sostener el gobierno sirio es central, ya que en ese espacio geográfico tiene bases con capacidad de control aéreo de la zona, como así también una base de la armada en Tartus –N.O de Siria-, sobre las aguas del Mediterráneo.
En este escenario y circunstancias, es evidente que EEUU está volviendo a una tradición marcada por los últimos cincuenta años de su política internacional, sólo interrumpida por algunos meses de confusión. La base de esta política consistió -y todo aparenta que va a seguir siéndolo- en el control del Océano Pacífico, en la alianza no sin conflictos con China, en una política homogénea en el continente americano desde Alaska a Tierra del Fuego y en el sostenimiento del espacio de aliados europeos hasta la frontera de Ucrania -no incluida-. Finalmente, y ello podría interpretarse como un legado del viejo Imperio Británico, el propósito de controlar los mares y océanos que son la vías por donde circulan los grandes flujos comerciales que alimentan y son el insumo básico del capitalismo global.
Acerca del autor/a / Horacio Lenz
Horacio Lenz es Profesor de Geografía. Ex Director de Relaciones Internacionales de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación. Actualmente es Asesor en temas internacionales del Bloque de Diputados del FPV PJ.
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