Yo soy peronista de verdad
Hugo Chávez
Hoy se cumplen veinticinco años de la insurrección cívico-militar liderada por el Comandante Hugo Rafael Chávez Frías, que marcó el inicio a la revolución Bolivariana en la Venezuela de finales del siglo XX,, e impulsó el ciclo de la experiencias popular democráticas en el continente americano.
Publicamos esta mirada sobre el liderazgo de Hugo Chávez a modo de recordación, pero también de debate sobre una figura singular que sin duda es referencia central a la hora de explicar los procesos revolucionarios regionales.
* Facultad de Ciencias Sociales – Carrera de Ciencia Política. (UBA)
El artículo parte de la siguiente pregunta: cómo el outsider Hugo Chávez accede a la presidencia de Venezuela, en un país reconocido desde el Pacto de Punto Fijo por su notable estabilidad institucional? Es con este interrogante que nos proponemos analizar el liderazgo de Chávez. El análisis se desarrolla bajo dos ópticas: una, de corte sistémica, basada sobre la teoría laclauniana de conformación del populismo y sobre las características del escenario socio económico y político de la Venezuela desde 1958. La segunda pone el foco sobre el líder Chávez e indaga qué es el chavismo. Nuestra respuesta se fundará tanto en su matriz ideológica como en su accionar político. Indagaremos luego las implicancias que, a nuestro entender, genera el liderazgo chavista sobre la sociedad venezolana y finalmente, a la luz de estas conclusiones, sugeriremos algunos escenarios que nos parecen posibles para la Venezuela post- Chávez.
El liderazgo populista de Hugo Chávez Frías, características e implicancias sobre la ciudadanía venezolana.
Por: Thomas Colombet*
Introducción
Como bien lo destaca Steve Ellner, “el triunfo de Hugo Chávez es excepcional, pues aquí se trata de un oficial de rango medio con ideas radicales que ya había liderado un golpe de Estado” 1. Buena parte del presente trabajo gira alrededor de la siguiente pregunta: cómo explicar el acceso a la presidencia venezolana de este outsider que es Chávez, por añadidura en un país que gozó durante varias décadas de una notable estabilidad institucional? Una de las explicaciones reside, a nuestro entender, en determinadas condiciones socio económicas y políticas que fomentaron paulatinamente el surgimiento del populismo en Venezuela. Sobre esta línea de análisis trataremos de definir y explicar al chavismo como una forma de ejercer el poder fundamentalmente populista.
Decíamos que Hugo Chávez es un líder excepcional, y lo es indudablemente. No podíamos sin embargo dar cuenta cabalmente de su liderazgo solamente desde el prisma del populismo. En una segunda parte estudiaremos, no ya de un modo tan general los resortes y la dinámica propios al populismo, sino más bien las variables que hacen de Venezuela un caso específico con un líder atípico. Hugo Chávez no es un líder fácil de clasificar y la apuesta de esta segunda parte consistirá en ir descifrando las influencias ideológicas en las que él nutre su pensamiento para entender mejor su proyecto político. Abordaremos también los rasgos salientes de su liderazgo que nos llevan a hablar de Chávez como de un líder populista atípico.
La tercera parte indagará sobre las implicancias que tiene el populismo sobre la ciudadanía. Retomando la idea del populismo como lógica política sui generis veremos de manera crítica los lazos que se establecen entre Estado y sociedad. Desde esta óptica intentaremos demostrar los peligros incurridos al abrazar al populismo que son, a nuestro juicio, el “fetichismo político” – para retomar un concepto desarrollado por Pierre Bourdieu –, la polarización de la sociedad y la desinstitucionalización del escenario político. La pregunta que muchos venezolanos y numerosos observadores se hacen al respecto es obviamente ¿que va a pasar en los próximos años? A la luz del análisis anterior, nos atreveremos a formular algunos posibles escenarios.
Antes de desarrollar, permita el lector alguna aclaración previa sobre el abordaje empleado a lo largo del trabajo. El enfoque del mismo reúne por un lado conceptos teóricos con cierto nivel de abstracción, por otro lado explota diversos datos biográficos sobre Hugo Chávez así como también otros líderes quienes, al formar parte de la constelación ideológica chavista, presentan como tales una valiosa herramienta heurística. Pretendemos de esta forma entender con mayor profundidad su liderazgo. Quizás la mezcla entre conceptos y datos, superponiendo régimen y líder, resulte un tanto heteróclita de prima facie. Asumimos esta postura, por diversas razones. La primera y quizás más obvia es que nos pareció imposible disociar el populismo del líder, al tratarse precisamente de un fenómeno político vinculado de forma casi simbiótica con dicho líder a tal punto que la imagen de un Leviatán no resulta inapropiada. En segundo lugar estudiar la relación populismo – ciudadanía sólo en términos de régimen nos habría hecho perder de vista el carácter singular de Venezuela. Por otro lado poner únicamente el foco sobre Chávez nos habría también limitado al no poder destacar variables constantes, en definitiva nos habría llevado abordar al chavismo desde una perspectiva histórica pero no politológica.
La segunda aclaración concierne el titulo. Porqué utilizar el termino “ciudadanía” en un estudio sobre el populismo? Por cierto el populismo es un concepto que remite de forma casi natural al pueblo, pero no necesariamente al de ciudadanía. El motivo tiene que ver esencialmente con una visión crítica que mantenemos hacia el populismo, y la tercera parte de este trabajo debe leerse en esta clave: no hablamos de pueblo – cuya frontera con la masa no es del todo nítida – sino de ciudadanía, con la intención no disimulada de proveer una mirada critica sobre el populismo y las implicancias que consideramos por lo menos nefastas sobre la calidad democrática e incluso sobre la sociedad.
I. Cómo entender al populismo
Orígenes del concepto
El término populismo puede remontarse a la experiencia de la República romana que vio en sus últimos años el enfrentamiento abierto entre dos facciones: por un lado los populares, es decir literalmente los de la facción del pueblo, por el otro los optimates constituidos por una clase aristocracia deseosa de limitar el poder de las asambleas populares y aumentar el del Senado. Las políticas popularis que impulsaron los hermanos Tiberio y Cayo Graco a partir del año 133 a.C., como las leges agrariae y la ampliación de la ciudadanía romana, respondían a reivindicaciones de la plebe a las que se negaron violentamente los optimates reacios a cualquier intento de reforma. La causa popular luego fue recuperada por generales de las legiones romanas: Mario, Julio César y Marco Antonio. Como lo subraya Alberto Baldioli: “Este atributo los hacía no sólo políticos reformistas de la plebe, sino también caudillos militares del pueblo. Este momento es el inicio del populismo y del caudillismo, ligados ambos a la demagogia y al clientelismo” 2. Volveremos sobre estas cuestiones al estudiar más detenidamente al liderazgo de Hugo Chávez, en el que se entremezclan los aspectos populistas y militares.
En la era moderna, habrá que esperar la segunda mitad del siglo XIX para ver surgir nuevamente el término populista, con la creación en 1891 del Partido del Pueblo en los Estados Unidos. El People’s Party era conformado mayoritariamente por farmers del Oeste opuestos al patrón oro, fuertemente descontentos por la caída de los precios agrícolas y las tarifas impuestas por las compañías de ferrocarriles. Su programa, redactado por Ignatius Donnelly, proponía entre otras medidas la elección directa de los senadores, leyes contra los terratenientes extranjeros y el control nacional de los ferrocarriles. De un modo sorprendentemente similar a los populares romanos se trataba en el fondo de una fuerte protesta de los pequeños campesinos contra el orden económico vigente. Estos dos casos nos permiten apreciar, aunque por ahora de un modo algo intuitivo, que el populismo remite a un fenómeno que no se limita ni en el tiempo ni en el espacio.
El populismo en Sudamérica
Desde el advenimiento del sufragio universal, el populismo parece de algún modo indisociable a los gobiernos latinoamericanos, a tal punto que Carlos de la Torre declara al hablar de los viejos y nuevos populismos que estos “se niegan a desaparecer y continúan siendo un fenómeno recurrente de la política en América Latina”.
Una primera manera de aprehender al populismo como fenómeno político es observar diacrónicamente su evolución en el continente, y quizás lo más evidente a la hora de estudiar los numerosos casos de populismos latinoamericanos sea el análisis mediante la variable económica. Susanne Gratius expone en este sentido tres olas populistas diferenciadas entre sí por la orientación y el contenido de las políticas públicas. Es así que América Latina habría pasado por una primera ola populista, llamada “nacional-populismo”, caracterizada por la inclusión de los sectores obreros y un modelo económico de sustitución de importaciones. Juan Domingo Perón, Getulio Vargas y José María Velasco Ibarra son figuras paradigmáticas de lo que podríamos llamar populismo histórico. A fines de los 80 se observó un nuevo populismo, más proclive a aplicar el recetario ortodoxo del Consenso de Washington; los procesos de liberalización y de privatización que acompañaron los gobiernos de Alberto Fujimori y de Carlos Menem representan en este sentido un giro a 180 grados con las experiencias anteriores. Finalmente, a partir del notorio fracaso económico de dichas políticas neo liberales, estaríamos presenciando a los principios del siglo XXI una tercera ola populista, esta vez de orientación izquierdista con una intervención más marcada del Estado en la economía. En esta última etapa entran líderes tales como Evo Morales, Rafael Correa, Néstor Kirchner y Hugo Chávez Frías.
De lo expuesto hasta ahora es preciso hacer una primera advertencia. Como bien lo subraya Franco Savarino “es muy difícil clasificar al populismo dentro de los esquemas tradicionales de la ciencia política, en particular el trillado, pero nunca verdaderamente abandonado, eje bipolar derecha – izquierda. Hay populismos que parecen de derecha, otros de centro y otros más de izquierda. Un error frecuente en las investigaciones es la clasificación apresurada de los populismos acerca de uno de estos polos, sin reconocer su lateralidad, trascendencia o ambigüedad con respecto al eje”3.
Si bien no carece de interés heurístico, delimitar a los populismos en función de determinadas políticas económicas trae como principal inconveniente analítico el de no poder percibir al fenómeno populista en lo que tiene de permanente. Otro problema: parte del hecho para clasificar a los populismos pero no llega a aprehender como estos populismos de forman y mantienen, desde un plano dinámico. Uno de los objetivos de este trabajo es justamente demostrar que el populismo puede ser considerado como modelo político sui generis. Veamos a continuación como tratar la cuestión populista desde esta perspectiva.
El populismo como lógica política
Cuando Chávez asume la presidencia en 1999 declara sobriamente “Queridos amigos, sencillamente hoy ocurrió lo que tenía que ocurrir”4¿Que ocurrió exactamente? Hugo Chávez como cabeza del Polo Patriótico gana con el 56,44% de los votos frente a lo que podríamos denominar el aparato partidario “puntofijista” (encarnado principalmente por los dos partidos políticos tradicionales que son Acción Democrática y COPEI); lo que incluso hará decir a Alberto Müller Rojas, jefe de campaña de Chávez en aquel entonces, “la campaña se ganó relativamente fácil”5. ¿Cómo explicar este victoria aplastante y relativamente fácil de parte de un líder totalmente ajeno a la clase política – recordamos que Chávez no había ejercido ningún cargo público antes de asumir como presidente –, con un historial de golpista y sólo dos años de presencia en la escena política? Partimos de la premisa que dicha respuesta se encuentra en la dinámica populista, dinámica que supone la presencia de un conjunto de variables que nos proponemos exponer a continuación.
El mayor teórico del populismo, desde un ángulo neutral y si se quiere científico, es innegablemente Ernesto Laclau cuya obra La razón populista hace oficio de referencia. El objetivo de este aparte es modestamente leer los eventos que llevaron Chávez a la presidencia venezolana en clave laclauniana. Uno de los rasgos más salientes de la teoría de Laclau está en que concibe al populismo no como “una ideología o tipo de movilización de un grupo ya constituido” sino como una relación constituyente entre agentes sociales; en otras palabras su abordaje nos permite apreciar al populismo desde una perspectiva realmente dinámica.
Para Laclau lo especifico del populismo, lo que hace su esencia, reside en la que él llama “práctica articulatoria populista”. Este mecanismo articulatorio puede presentarse de la siguiente manera. Primero, existe una demanda social que puede ser satisfecha, y ahí se termina el problema, o no ser satisfecha, bien porque la demanda o reivindicación no llega a los tomadores de decisión, bien porque estos tomadores de decisión no quieren o pueden responder eficientemente a esta demanda. Con el tiempo, las demandas no satisfechas se acumulan, lo que tiende a generar un “vago sentimiento de solidaridad” entre los demandantes pero ya empieza a dibujarse una frontera interna entre el pueblo y los del que detienen el poder; se produce a la larga lo que Laclau llama una “dicotomización del espacio social” entre “los de abajo” y los representantes del régimen existente. En consecuencia si el sistema institucional permanece incapaz de absorber estas demandas de un modo “diferencial”, es decir de tratar cada una de ellas por separada, se establece una relación “equivalencial” entre demandas heterogéneas. Aquí está un importante punto de inflexión en la mecánica populista: las demandas dejan de ser democráticas y pasan a ser populares, y es realmente a partir de este momento que el pueblo surge como un actor histórico. Recapitulando tenemos por un lado la formación de una frontera interna antagónica que separa el pueblo de los que ejercen el poder, por otro lado una cadena de demandas equivalenciales. Laclau presenta un tercer elemento que permite la unificación y la trascendencia de las demandas en “un sistema estable de significación”. Ahí entramos en el nivel más alto de movilización política: se opera una unificación simbólica traducida por discursos apelando a la fibra nacional, la soberanía popular, la libertad etc. A este proceso de articulación populista que acabamos de resumir a grandes rasgos, le agregamos el rol central que juega el líder populista al ser el máximo portavoz de esta muchedumbre frustrada ahora constituida como pueblo legitimado.
¿Ahora acaso puede aplicarse este esquema a la realidad venezolana? La lectura de los eventos que hacemos a continuación es voluntariamente simplificadora y en cierto modo arbitrario; no obstante apuntamos esencialmente en subrayar los hechos que fomentaron y precipitaron el surgimiento del populismo en la Venezuela puntofijista.
Al fin de los 80, conocida como la década perdida, Venezuela venía sufriendo un deterioro económico notable: a la devaluación del bolívar asociado al viernes negro en 1983, se sumo una caída de los precios del petróleo del 30% y se profundizo un fenómeno conocido en todo el continente: el aumento de la deuda externa. La época de la Venezuela saudita parecía ya lejos para muchos venezolanos y el regreso a la presidencia en 1989 de Carlos Andrés Pérez, asociado al milagro económico, puede entenderse como la esperanza de volver a estos prósperos años. El contraste será aun más embargante para una población viviendo en el hambre cuando el mismo Andrés Pérez le anuncia un plan de austeridad de índole neoliberal marcado entre otros por la eliminación del control de los precios, la liberación a las importaciones y la congelación de los salarios. La chispa que hace explotar el polvorín social que se gestionaba a medida que la pobreza ganaba sectores de la población fue el brusco aumento de la nafta y de los precios de los transportes públicos. Los 27 y 28 de febrero de 1989 se producen fuertes protestas y saqueos conocidos como el Caracazo. La represión del ejército venezolano fue particularmente dura y cruenta al oponer “pobres sin uniformes contra pobres con uniforme”.
Retomando al modelo laclauniano podemos afirmar que el Caracazo representa innegablemente un hito, un punto de inflexión que muestra a plena luz una ruptura entre una sociedad civil exasperada y su clase política. La excesiva represión por parte del ejercito como respuesta del Estado no sólo terminó de estructurar relaciones de equivalencia entre los venezolanos, mostrando al desnudo un malestar general que iba más allá del aumento del transporte, sino que además cristalizó esta frustración y marcó una división – la “frontera interna antagónica” – de Laclau entre los ciudadanos y sus representantes. El costo político será altísimo para Carlos Andrés Pérez, su plan de reforma económica nunca logró el consenso necesario, su autoridad fue cuestionada y los repetidos escándalos de corrupción precipitaron el fin de su mandato, mediante juicio político.
Un segundo punto de inflexión será el fallido golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, encabezado por el entonces teniente coronel Hugo Chávez. A pesar de la derrota militar es de suma importancia rescatar la dimensión simbólica y el impacto que generó sobre la sociedad venezolana. A diferencia de los golpes de Estado que ocurrieron en 1962 bajo la presidencia de Rómulo Betancourt, golpes conocidos como el Carapunazo y el Porteñazo, el llevado a cabo por Chávez no generó rechazo sino más bien suscitó simpatía y el consentimiento implícito de gran parte de la población. Con 30 años de intervalo este solo dato simboliza agudamente cuanto se había evaporado del espíritu democrático desde la creación del Pacto de Punto Fijo. Rafael Caldera, uno de los protagonistas históricos con Betancourt del pacto, resumió la situación en estas palabras: “No se le puede pedir al pueblo que defienda la democracia, cuando tiene hambre”. Con el golpe del 1992 y el discurso televisivo en el que pide a sus compañeros insurrectos rendir las armas, Chávez se convierte en personaje público. El discurso es una joya de retorica y nos permitimos transcribirlo en su integralidad:
“Primero que nada quiero dar las buenos días a todo el pueblo de Venezuela, y este mensaje bolivariano va dirigido a los valientes soldados que se encuentran en el Regimiento de paracaidistas de Aragua y en la Brigada blindada de Valencia. Compañeros: lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital. Es decir nosotros acá en Caracas no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá, pero ya es tiempo de evitar más derramamiento de sangre, ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor. Así que oigan mi palabra. Oigan al comandante Chávez, quien les lanza este mensaje para que, por favor, reflexionen y depongan las armas porque ya, en verdad, los objetivos que nos hemos trazado a nivel nacional, es imposible que lo logremos. Compañeros: oigan este mensaje solidario. Les agradezco su lealtad, les agradezco su valentía, su desprendimiento, y yo, ante el país y ante ustedes, asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano. Muchas gracias”.
Siguiendo nuestra línea de análisis calificamos a este discurso, de poco más de un minuto, como el principio de unificación de las demandas en “un sistema estable de significación”. El golpe de Estado falleció pero los venezolanos acaban de encontrar en la persona de Chávez alguien que se erige firmemente contra el poder. Palabras como “por ahora” y “un destino mejor para el país” tienen una gran resonancia en un pueblo profundamente desengañado para con su clase política y dejan entrever una posibilidad de cambio real. La unificación simbólica tomara cuerpo, en particular mediante la imagen del libertador Simón Bolívar, pero en el fondo Chávez ira juntado apoyos sobre la más acerba critica hacia el régimen establecido denunciado como altamente corrupto y prometiendo la activación de un poder constituyente capaz de suplantar una Constitución juzgada “moribunda”.
Para concluir este primera parte, hemos tomado al Caracazo y al golpe del 4 de febrero como dos acontecimientos claves para el surgimiento del populismo en la Venezuela post 1958. En el primero se establece se articula una relación equitativa entre los venezolanos y se dibuja más nítidamente la frontera entre pueblo y clase política defensora del establishment. En el segundo se revela la figura del líder que viene de afuera y se unifica las esperanzas de un pueblo bajo un proyecto político renovador. En este sentido, la elección de Hugo Chávez Frías responde tanto a una reacción de rechazo como a una aspiración al cambio.
II. Un líder populista atípico: Hugo Chávez Frías
La excepcionalidad de Venezuela
Antes de abordar las características del liderazgo de Chávez es necesario describir brevemente el escenario político venezolano que, por un conjunto de rasgos propios, lo diferencia singularmente de cualquier otro país latinoamericano.
Un primer aspecto reside en la penetración que tuvo históricamente el ejército dentro de la sociedad venezolana. Como bien lo remarcan Cristina Marcano y Alberto Barrero Tyska: “No es azaroso que un salido de las filas del ejercito esté al mando del país. Tampoco es una novedad. Todo lo contrario: entre 1830 y 1958 el país estuvo gobernado por civiles únicamente durante 9 años. […] el caso particular de Hugo Chávez ofrece un territorio ideal para todo este andamiaje que legitima el caudillismo personalista y la hegemonía militar como única esperanza, como la gran solución política” 6. A partir de 1958 el Pacto de Punto Fijo no sólo permitió el asentamiento del régimen democrático sino que se buscó la inserción de los oficiales a la sociedad civil para evitar que se genere dentro de las Fuerzas Armadas un espíritu corporativista demasiado pronunciado. Bajo la impulsión del gobierno de Rafael Caldera, se estrena un nuevo programa académico que los militares debían completar en la universidad pública. Hugo Chávez será uno de los primeros licenciados en Ciencias y Artes Militares. Como una ironía de la historia, Chávez recibe su diploma de manos del que luego intentará derrocar: Carlos Andrés Pérez, quien en el año 1975 asumía su primera presidencia. Anécdota aparte, lo distintivo del caso venezolano consiste en que “a diferencia de otras instituciones militares en América Latina, el ejército venezolano ha tenido siempre un fuerte componente popular. La gran mayoría de sus filas están compuestas por muchos humildes como Hugo Chávez, que tienen la oportunidad de ascender a los grados más altos y manejar considerables cuotas de poder” 7. Este componente popular y la estrecha vinculación mantenida con la sociedad civil es quizás uno de los rasgos más salientes del caso venezolano. Nos permite entender porque la militarización del escenario político y la politización de las Fuerzas Armadas conviven dentro de un marco, formalmente hablando, democrático.
Otra característica “excepcional” de Venezuela lo generó el ya mencionado Pacto de Punto Fijo. Firmado el 31 de octubre de 1958, pocos meses después del derrocamiento de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, el pacto aseguraba la creación de un gobierno de unidad nacional que repartiera equitativamente el poder entre los firmantes: Acción Democrática, Copei y la efímera Unión Democrática República. Detrás de este arreglo se quería evitar fundamentalmente las derivas del Trienio 1945 y 1948, periodo marcado por el sectarismo exacerbado de AD. La praxis política se vio también sustancialmente modificada al defender un Programa Común Mínimo y garantizar cierta ponderación retorica. Todos estos principios tenían como tela de fondo consolidar los principios democráticos, privilegiar la cooperación y la gobernabilidad y atenerse a la Constitución redactada en 1961. Sin lugar a duda el Pacto de Punto Fijo representa una gran novedad institucional en un continente más acostumbrado a democracias débiles y regímenes autoritarios. Con el abandono de la URD a la coalición a fines de 1960 se fue perfilando un bipartidismo moderado entre adecos y copeyanos, alternándose sucesivamente en el poder (esta alternancia sólo se verá interrumpida a partir de la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez, sucediendo a otro presidente adeco Jaime Lusinchi).
No obstante el régimen puntofijista contenía ab ovo las premisas de su escisión. Primero, el Partido Comunista Venezolano fue excluido del pacto siguiendo la línea anticomunista de Betancourt y con la evidente intención de privilegiar la estabilidad a la representación. Esto relegó al PCV, por lo menos hasta 1968, a nutrir las filas de movimientos guerrilleros cuyos hitos fueron el Carapunazo y el Porteñazo. Más allá de esto, el puntofijismo marcó una seria tendencia a la atrofia democrática y sobre todo a la plutocracia, donde la corrupción desenfrenada fue provocada tanto por la riqueza natural del país como por la repartición asegurada de cuotas de poder. La crisis económica de los ’80 y la inmanejable deuda externa pusieron al desnudo esta situación y generaron dentro de la sociedad una grave e irreparable perdida de legitimidad para con su clase política.
Un tercero y último aspecto que debemos evocar para entender hasta que punto Venezuela presenta un escenario excepcional es la riqueza generada por las inagotables fuentes en petróleo que goza Venezuela. Michael Coppedge ve al respecto que el petróleo puede operar como un “lubricante que suaviza las fricciones sociales que se presentan en una democracia, y reduce por tanto la necesidad de tomar decisiones severas” 8. Sin embargo agrega “la volatilidad de los precios internacionales del crudo ha provocado unos ciclos de extremada prosperidad y fuerte recesión que pueden ser más peligrosas para el gobierno democrático que un crecimiento moderado pero estable” 9. Lo cierto es que el petróleo en Venezuela puede considerarse tanto como una oportunidad que una maldición. Se suele decir que la pobreza está mejor aceptada cuando está ampliamente compartida; en el fondo es más el contraste entre unos pocos privilegiados frente a una multitud empobrecida la que lleva al pueblo a indignarse. Acá está toda la tensión: Venezuela es un país rico, su población no lo es o sólo para unos pocos. Al carácter excesivamente desigual de la sociedad venezolana se agrega otro factor ligado a la actividad petrolífera: requiere poca mano de obra, lo que termina generando un modelo de poca producción con máximas ganancias. Es en este sentido que debe tomarse el petróleo como una maldición, difunde la idea que “el esfuerzo es una distracción y el destino no es un futuro para construir sino un cielo que ya existe, un tesoro ya ganado, que sólo que hay que saber repartir”. En resumen el petróleo en Venezuela, al ser un país casi mono productivo, influye decisivamente sobre la esfera política: no solamente favorece lo que describimos como régimen plutocrático sino que además predispone al clientelismo político.
La combinación de estas tres características – integración del ejército dentro de la sociedad civil, escenario político truncado por el puntofijismo y extraordinaria riqueza – demuestran la singularidad del caso venezolano y nos ayudan a contextualizar la llegada de un actor como Chávez. Es tiempo ahora de enfocar nuestro análisis sobre la figura del líder venezolano.
Matriz ideológica del chavismo
El objetivo de esta sección consiste en presentar una matriz ideológica que, parafraseando a Sartori, nos sirva de “carta de navegación en el mar de la política”. Desde esta perspectiva entendemos que la política no sólo es un juego de toma y daca entre actores racionales sino que ciertos ideales se ven plasmados en la acción política. En nuestro caso nos interesa descifrar lo que se da por llamar chavismo, concepto que, o por reduccionismo voluntario o por falta de comprensión, suele ser escamoteado. Debemos rescatar en primer lugar que el pensamiento chavista – lejos de las simplificaciones relevadas por los medios de comunicación – es en rigor de verdad bastante más complejo por la mezcla de influencias que presenta. La impresión de no poder resumir al chavismo bajo a una sola etiqueta, la dificultad también que muchos opositores sienten a la hora de confrontarse de manera coherente a Chávez, se debe precisamente al carácter sincrético de su pensamiento.
Este aparte se basará en gran medida sobre un análisis realizado por Alberto Baldioli 10, en el que caracteriza a la matriz ideológica de Chávez de la siguiente manera: militarización de la sociedad y espíritu de cuerpo, caudillismo tradicional, socialismo – teórico y sui generis – nacionalismo tanto regional como local, panlatinoamericanismo y profetismo anti imperialista. Estos conceptos ideológicos encuentran a su vez una expresión empírica en líderes que, cada uno a su modo, influyeron significativamente a Chávez: Douglas Bravo, Omar Torrijos, Juan Velasco Alvarado, Juan José Torres, Salvador Allende y Juan Domingo Perón. En nuestra búsqueda para acercarnos al movimiento chavista, desde su vertiente ideológica, nos proponemos indagar con más detenimiento la relación entre Chávez y estos líderes.
Empezaremos con el legendario guerrillero Douglas Bravo quien fue el que concibió la estrategia de infiltrar las Fuerzas Armadas venezolanas como requisito para la toma del poder en Venezuela. Según Alberto Garrido – uno de los mayores estudiosos del chavismo – “Hugo Chávez fue uno de los oficiales captados por esta prédica […] Durante los años que duró su amistad con Bravo (entre el 80 y el 89), absorbe todo el bagaje ideológico” 11. Vimos que Bravo aboga por un movimiento cívico militar, no tan lejos de las medidas impulsadas por Chávez una vez presidente, que fueron por ejemplo el programa PAIS o el Plan Bolívar 2000 donde las esferas civiles y militares se vieron entremezcladas. Por otra parte es esencial subrayar en Bravo la ruptura ideológica que marca con el Partido Comunista de Venezuela, lo que le valdrá su expulsión del PCV, al reivindicarse del ideario bolivariano, a menudo mencionado como el “árbol de las tres raíces” por ser basado en el pensamiento y la praxis de Simón Bolívar, su mentor Simón Rodríguez y el federalista Ezequiel Zamora, todas fuentes de gran inspiración para Chávez.
El segundo líder que queremos abordar es Omar Torrijos. Torrijos nos interesa porque se trata al igual que Chávez de un teniente coronel que participa a un golpe de Estado, en 1968. Cuando Torrijos asume la conducción política en 1969 su estrategia para consolidar su poder consiste en disolver los partidos políticos existentes y llamar a elecciones para crear un Asamblea Constituyente. La nueva Constitución le confiere poderes absolutos y lo erige como líder máximo de la revolución panameña. Esta estrategia de hacer tabla rasa del escenario político, mediante una Constitución refundacional, y de concentrar el poder en manos del presidente se reprodujo con la asenso al poder de Chávez. A modo de ilustración, el siguiente discurso realizado en el 2007 en la ciudad de Panamá por el ministro de relaciones exteriores de Venezuela, Nicolás Maduro, muestra la base ideológica sobre la que ambos líderes avanzaron:
“El general Omar Torrijos es responsable también de la Revolución Bolivariana. El general Omar Torrijos, con su pensamiento y con su ejemplo, dejó un legado que fue tomado por la generación bolivariana de militares patriotas, que con el comandante Hugo Chávez al frente levantó sus armas para defender al pueblo el 4 de febrero del año de 1992. […] Ese ejemplo, inmenso, de los hombres y mujeres que desde Panamá, encabezados por el general Omar Torrijos, levantaron las ideas de la soberanía, de la independencia, de la liberación nacional, en la década del sesenta y setenta, ese legado fue recogido por la generación de patriotas militares que levantó su bandera bolivariana un 4 de febrero del año 92 y que permitió el despertar del pueblo de Venezuela, y permitió la construcción de este hermoso proyecto bolivariano, de revolución social, de igualdad, de libertad absoluta, que está construyendo nuestra hoy República Bolivariana de Venezuela.”12
Más allá de la obligada retorica diplomática, el mensaje en sustancia puede resumirse de la siguiente manera: son los militares, en definitiva, los verdaderos defensores del pueblo y los únicos garantes de la soberanía nacional, son ellos que ponen en marcha la revolución y defienden valerosamente los principios de libertad e igualdad.
Siguiendo nuestra constelación de líderes trataremos brevemente a Juan Velasco Alvarado, del que el propio Chávez reporta: a los 21 años “conocí personalmente a Juan Velasco Alvarado. Una noche nos recibió en el Palacio […] El manifiesto revolucionario, los discursos de aquel hombre, el Plan Inca, me los leí todos durante años” 13. Para los fines de nuestro análisis, queremos destacar del liderazgo de Velasco Alvarado la imagen de Túpac Amaru II que empleó como símbolo del proceso revolucionario peruano, y su voluntad de definir un proyecto nacional autónomo bajo el lema “ni con el capitalismo ni con el socialismo”. Chávez también recurre a los símbolos, el más obvio de todos siendo sin lugar a duda el de Simón Bolívar. Aparte de la afección que tiene para con el libertador sudamericano, el símbolo Bolívar le permite desde un plano más pragmático desligarse de etiquetas políticas molestas como las de marxista o comunista. Para un líder populista como Chávez, Bolívar representa el componente federador por excelencia, no sólo le permite superar cualquier clivaje partidario sino que además le da proyección a nivel regional.
Con respecto al general Juan José Torres, efímero presidente del gobierno revolucionario de Bolivia (del 7 de octubre de 1970 al 21 de agosto de 1971), citaremos dos extractos del Mandato Revolucionario de las Fuerzas Armadas elaborado por el mismo. El primero pone de relieve el rol particular de las Fuerzas Armadas para liberar la patria y promover la justicia:
“Las Fuerzas Armadas de la Nación mediante esta decisión institucional se ponen al servicio de la Revolución y comprometen su concurso en la lucha por la justicia social, por la grandeza de la Patria y por la auténtica independencia nacional, hoy en riesgo de zozobrar por el sojuzgamiento extranjero.” 14 El segundo extracto presenta una mezcla de desarrollismo, no alineamiento ideológico, soberanía nacional y dignidad humana, conceptos como vimos presentes en el liderazgo de Juan Velasco Alvarado y de Hugo Chávez:
“El desarrollo de un país que, como Bolivia, pertenece al área de la miseria y la dependencia no puede basarse en un sistema exclusivamente capitalista ni en un sistema excluyentemente socialista, sino en el modelo revolucionario nacional, donde coexistan la propiedad estatal, la propiedad social, cooperativa y comunitaria de los medios de producción y la propiedad privada.[…] El desarrollo no es un fin en sí mismo, por cuya obtención deban sacrificarse la dignidad humana y la soberanía nacional, sino un instrumento para la conquista de la independencia nacional y la implantación de la justicia social en Bolivia.”15
De todos los líderes que figuran dentro de nuestra matriz ideológica, el único que no presente antecedentes militares es Salvador Allende. Al respecto Chávez tendrá este comentario: “Torrijos, me hice torrijista; Velasco, me hice velasquista. Y con Pinochet, me hice anti-pinochetista” 16. Si Chávez no se declara allendista probablemente lo debemos a que, por su formación y experiencia, el orden militar prima sobre el orden civil. Es precisamente sobre esta cuestión que Chávez y Bravo se apartan en 1991, a pocos meses del intento de golpe de Estado. Para Bravo Chávez desconfiaba de los civiles, y lo que iba a ser en principio un movimiento cívico-militar, terminaría siendo únicamente militar”. A pesar de no provenir del ejército, Salvador Allende representa un caso de estudio muy instructivo y no cabe duda que el fracaso del gobierno de Unidad Popular ejerció cierta influencia sobre el pensamiento de Chávez. El profesor emérito James Petras, que se declara a si mismo como anti-imperialista, analiza el contraste en la conducción política de ambos líderes y llega a la siguiente conclusión:
“Chávez, por una parte, puso en marcha un cambio político antes de emprender una profunda transformación estructural socioeconómica, para crear así un marco político y constitucional sólido, mientras que Allende aceptó el sistema político que existía y procedió a implementar cambios socioeconómicos radicales. Como consecuencia, Allende tuvo que enfrentar constantes bloqueos políticos y obstáculos institucionales que limitaron su capacidad para llevar a cabo el pleno potencial de los cambios estructurales. […] Tanto Allende como Chávez se enfrentaron a «cierres patronales» que promovieron las clases capitalistas con la intención de paralizar la economía, fomentar el descontento y derrocar al gobierno. En ambos países, la masa trabajadora, los técnicos y algunos gerentes intervinieron para apoyar a sus respectivos gobiernos. Sin embargo, mientras Allende devolvió la mayoría de las fábricas a sus dueños capitalistas, Chávez despidió a 15.000 gerentes y supervisores, que dirigieron el cierre empresarial y los sustituyó por trabajadores leales. De igual forma, mientras Allende le permitió a los generales de derecha hacer una limpieza de los militares leales en la víspera del golpe, Chávez expulsó y encarceló a los oficiales militares después del fallido golpe. […] En otras palabras, Chávez es un político realista que comprendió mejor que Allende los límites de la democracia burguesa, a la vez que estuvo dispuesto a hacer uso de las prerrogativas del poder Ejecutivo para defender las reglas de la democracia popular en contra de la oligarquía interna y de los enemigos imperialistas externos”. 17
Volveremos sobre este aspecto del liderazgo de Hugo Chávez en el próximo aparte. Todavía nos falta presentar un último líder, quizás el líder populista más acabado del siglo XX: el general Juan Domingo Perón, del que Chávez no vaciló en declarar “Yo soy peronista de verdad. Me identifico en este hombre y este pensamiento que pidió que nuestros países dejen de ser factorías del imperialismo” 18. Sobre el proclamado anti-imperialismo agreguemos que se trata más de un uso retorico que de una realidad, al juzgar por las relaciones económicas que ambos líderes mantuvieron con los Estados Unidos.
Pero más allá de este disfraz anti imperialista agitado como bandera política, lo que Chávez y Perón fundamentalmente comparten es cierta filosofía del poder y una relación casi simbiótica con el pueblo. Al hablar de los partidos políticos Perón decía “es que ellos han hecho toda su vida la política sin comprenderla, en tanto nosotros la hemos comprendido sin hacerla”. Encontramos la misma aversión por la vieja política en Chávez, en un país regido por la partidocracia y en el cual la dirigencia política se alejó peligrosamente de las necesidades del pueblo. En las veinte verdades peronistas se puede leer: “el Peronismo es esencialmente popular. Todo círculo político es anti popular, y por lo tanto, no es peronista.” Chávez cultiva la misma relación con el pueblo, quiere pegar al máximo con el pueblo como lo atestigua su programa semanal “Aló Presidente” o ve con mal ojos todo actor intermediario susceptible de poner trabas al régimen. Es en este sentido que deben apreciarse los esfuerzos para crear un sindicalismo dócil al chavismo que contrarreste a la Confederación de los Trabajadores de Venezuela (CTV). La Fuerza Bolivariana de Trabajadores (FBT) apunta a un grado mayor de cooptación hacia el sindicalismo, algo que permitió a Perón consolidar su poder.
Otro aspecto que nos interesa es el sentido de lo político que comparten ambos líderes. En el Manual de conducción política de la escuela peronista, se hace hincapié sobre la diferencia entre el líder y el caudillo: “La diferencia que existe entre el caudillo y el conductor es natural. El primero hace cosas circunstanciales y el segundo realiza cosas permanentes. El caudillo explota la desorganización y el conductor aprovecha la organización. […] Si un conductor, después de haber manejado un pueblo, no deja nada permanente, no ha sido un conductor. Ha sido un caudillo” 19. Como lo vemos la diferencia entre líder y caudillo según esta doctrina no reside en el cómo sino en el qué. El líder populista tiene cierta obligación de resultados para relegitimarse ante el pueblo y es lo que entendió Chávez al crear en el 2003 las Misiones Bolivarianas, más publicitadas y más visibles.
Para resumir la intención de esta matriz ideológica, enfocándonos sobre los líderes referentes para Chávez, fue la de resaltar ciertas características de su liderazgo y echar alguna luz sobre cómo aprehende el ejercicio del poder. La próxima sección sigue esta línea de investigación pero deja de lado los aspectos ideológicos y se concentra sobre el estilo de liderazgo de Chávez.
Rasgos del liderazgo de Hugo Chávez
Es difícil hablar del liderazgo de Chávez sin evocar su carisma. El controvertido Norberto Ceresole, quien asesoró a Chávez durante un tiempo, lo describe en estos términos: “Pude ver, en la práctica, cómo funcionaba el «carisma», algo que yo había estudiado «en los libros», pero que no había visto casi nunca en la realidad. Pude ver en definitiva, y en una época de «alto riesgo» a un político excepcional luchar contra las grandes adversidades de la historia y las pequeñas miserias de la vida cotidiana.” 20 Hugo Chávez es un indudablemente un líder carismático; para retomar el modelo de configuración populista de Laclau, el surgimiento de un líder carismático es casi una condición sine qua non dado que debe poder unificar sobre su figura las demandas populares. El líder potencia al populismo pero también es cierto que el populismo potencia al líder como veremos en la próxima sección. Decíamos que el líder populista tiene obligación de resultados para poder relegitimarse ante el pueblo, el carisma ayuda a ampliar sus márgenes de maniobra. En el caso de Chávez, si bien la pobreza y las desigualdades se mantienen en niveles alarmantes, las clases humildes le consagran una total lealtad, básicamente por dos motivos: primero sienten que Chávez es uno de ellos, segundo le reconocen el merito de haberles devolver su dignidad.
Pero Chávez es más que un hombre del pueblo en el poder. Una rápida mirada sobre su trayectoria nos enseña que estamos presenciando un líder determinado, con visión política y además con sentido de la Historia: el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, número tomado en homenaje al nacimiento de Bolívar o las reiteradas intenciones de quedar en el poder hasta el 2021 para conmemorar el bicentenario de la independencia de Venezuela no son sólo datos simbólicos, dan cuenta de un líder que quiere inscribirse en la memoria colectiva nacional. Dejando momentáneamente de lado nuestros juicios tanto sobre la relevancia como sobre la eficacia de sus políticas públicas, hay que reconocer que el proyecto de Chávez de revolución bolivariana, reformulado luego en el socialismo del siglo XXI, es un proyecto político en el sentido pleno de la palabra, en el que no se trata tanto de administrar bien sino más fundamentalmente de arrastrar con el pasado y originar una nueva sociedad. Maquiavelo, al hablar de los príncipes que se adquieren por el valor personal y con las armas propias, advertía la dificultad de dicho ejercicio:
“Nótese bien que no hay cosa más ardua de manejar, ni que se lleve a cabo con más peligro, ni cuyo acierto sea más dudoso que el obrar como jefe, para dictar estatutos nuevos, pues tiene por enemigos activísimos a cuantos sacaron provecho de los estatutos antiguos, y aun los que puedan sacarlo de los recién establecidos, suelen defenderlos con tibieza suma, tibieza que dimana en gran parte de la escasa confianza que los hombres ponen en las innovaciones, por buenas que parezcan, hasta que no hayan pasado por el tamiz de una experiencia sólida”. 21
Dentro de este contexto, James Petras define a Chávez de “político realista dispuesto a hacer uso de las prerrogativas del poder Ejecutivo para defender las reglas de la democracia popular”. Acá trasparece el rasgo decisionalista de su liderazgo, no opera dentro de un marco institucional determinado, sino que como soberano decide cambiar el propio marco. La adopción de una nueva Constitución, las mega elecciones (que juntaron al mismo tiempo elección presidencial, municipal, regional y parlamentaria) para relegitimar todos los poderes, el reemplazo del Congreso de la República por la unicameral Asamblea Nacional de Venezuela son unas de las medidas que reflejan el carácter decisionalista del liderazgo de Chávez, caracterizado por la voluntad de hacer valer la decisión política por encima de cualquier otra consideración.
El liderazgo de Chávez, además del corte decisionalista que acabamos de mencionar, se define también por su carácter originario y en este sentido pensamos que uno de los adjetivos que mejor describa su accionar político es el de la audacia. Karl Von Clausewitz calificaba a la audacia de “autentica potencia creadora”. Para él la audacia requería de intelecto, de visión política podríamos decir, sin esto se resumía a mera temeridad. Subrayaba también que “cuanto más ascendemos en las posiciones de comando, mayor preponderancia tendrá la labor mental, el intelecto y la sagacidad y, por lo tanto, más será desdeñada la audacia como propiedad del temperamento. Por ello, con menos frecuencia la encontramos en jerarquías elevadas, pero es allí donde más debe ser enaltecida. La audacia guiada por la inteligencia es el rasgo primordial del héroe: su audacia no consiste en lanzarse contra la naturaleza de las cosas, en producir un forzamiento de las leyes de probabilidad, sino en el respaldo de los cálculos que el genio con su determinación instintiva realizó con la celeridad del rayo y sobre los que decide incluso con la mitad de su conciencia” 22. Chávez es un líder audaz porque el peso de las responsabilidades no parece afectar su juicio político, al contrario cuanto más poder tiene más audaz es. A modo de ejemplo, cabe recordar que apenas las elecciones presidenciales del 2006 ganadas Chávez anuncia la fusión de su plataforma partidaria bajo el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), aunque – y valga la sutil aclaración – no se trata según voces oficialistas de la creación de un partido único sino unificado.
En resumen estos son los rasgos que nos parecen más relevantes a la hora de describir el estilo de liderazgo de Hugo Chávez: carismático y audaz. Teodoro Petkoff, fundador del Movimiento al Socialismo (MAS) y ahora feroz opositor a Chávez, le presta otra calidad: la de una gran habilidad política. El golpe fallido de 1992 y el que sufrió en el 2002 ponen en evidencia esta forma de inteligencia fría que lo llevó a no “inmolarse en nombre de la historia” como lo había hecho en su tiempo Salvador Allende y preferir la renuncia esperando luego que los vientos le sean más favorables.
III. Implicancias sobre la ciudadanía
El líder populista y el fetichismo político
En esta última sección queremos abordar la cuestión de las repercusiones que tiene el liderazgo populista de Chávez sobre la sociedad venezolana. La primera advertencia que debemos formular en contra al chavismo es lo que Pierre Bourdieu dio a conocer como el “fetichismo político”. En rigor de verdad Bourdieu aplicaba el término a toda forma de representación moderna pero quizás este fetichismo se expresa con más nitidez y agudeza dentro del populismo. Explica la paradoja inherente a cualquier representación política de la siguiente manera: “En apariencia, el grupo hace al hombre que habla en su lugar, en su nombre – es el pensamiento en términos de delegación –, mientras que en realidad es casi tan verdadero decir que el portavoz quien hace el grupo. Porque el representante existe, porque representa (acción simbólica), el grupo representado, simbolizado, existe y hace existir a su vez a su representante de un grupo. Se ve en esta relación circular la raíz de la ilusión que hace que, en el límite, el portavoz pueda aparecer como causa sui, puesto que es la causa de lo que produce su poder, puesto que el grupo que le otorga sus poderes no existiría – o, en todo caso, no existiría plenamente, en tanto que grupo representado – si no estuviese allí para encarnarlo.”23
Bourdieu ve que “en el limite, el portavoz puede aparecer como causa sui”. Claramente con el populismo nos encontramos en este límite. No solamente porque tiende a maximizar el rol del líder y en detrimento de las instituciones sino que además, y retomando una vez más el trabajo de Ernesto Laclau, la lógica populista opera como la reivindicación de la plebs (la parte) de gobernar en nombre del populus (el todo). Desde esta perspectiva son numerosos lo que denuncian el carácter excesivamente delegativo del régimen chavista, entre otros el ex compañero de ruta Douglas Bravo quien dice de régimen chavista: “hoy el pueblo no está participando. El pueblo está apoyando, que es otra cosa. El pueblo lo que hace es aplaudir y dar votos”.
Otros críticos subrayan el carácter mesiánico que reviste Chávez (nosotros preferimos señalarlo como un líder que tiene un agudo “sentido de la Historia”). Bourdieu habla al respecto del “efecto oráculo” mecanismo que consiste para el líder a hacer “hablar al grupo en nombre del cual habla, hablando así con toda la autoridad de este ausente inasible: anulándose completamente en provecho de Dios o del Pueblo el sacerdocio se hace Dios o Pueblo. Cuando me vuelvo Nada – y porque soy capaz de volverme Nada, de anularme, de olvidarme, de sacrificarme, de consagrarme – me vuelvo Todo, no soy nada más que el mandatario de Dios o del Pueblo, pero eso en nombre de lo que hablo es todo, y a este título soy todo”. 24 El efecto oráculo, con el fin evidente de legitimar constantemente su poder, está constantemente presente en varios discursos de Chávez. El que sigue fue pronunciado una vez aprobada por referéndum la enmienda constitucional de levantar el límite al número de reelecciones presidenciales:
"Que vea el mundo como brilla la luz del pueblo de Simón Bolívar […] Aquí estoy parado firme. Mándenme el pueblo, que yo sabré obedecerle. Soldado soy del pueblo, ustedes son mi jefe" [...] A menos que Dios o el pueblo dispongan otra cosa, este soldado es ya precandidato a la Presidente de la República para el período 2013-2019”.
Polarización de la sociedad
A la usurpación del poder que es el fetichismo político para la ciudadanía – aunque como lo vimos no es algo propio al populismo – existe también la tendencia a una polarización exacerbada. El caso venezolano resulta aún más problemático por el sesgo cívico-militar que reviste el chavismo. Las declaraciones de Norberto Ceresole, autor de la formula Caudillo – Ejército – Pueblo, no son para suscitar optimismo al respecto: “Personalmente estoy convencido de que el presidente Chávez deberá terminar de pulverizar, en un plazo de tiempo relativamente corto, al viejo y corrupto sistema político venezolano y a prácticamente todas las instituciones que lo articularon en el tiempo «democrático» del Pacto de Punto Fijo. Ello significa que las circunstancias que se avecinan lo obligarán a asumir – de una manera cada vez más explícita – un liderazgo personal sobre la totalidad del proceso venezolano. Los acontecimientos internos lo obligarán (y no sólo simbólicamente) a llevar el uniforme militar con cada vez mayor frecuencia, porque sólo un «partido» cívico-militar podrá actuar con eficacia – ya está actuando como situación de facto – entre el líder y la masa.”25
Desde un plano más teórico podemos afirmar que el populismo tiene como corolario subyacente una polarización de la sociedad, independientemente de su líder, por el siguiente motivo: si la plebs reivindica la legitimidad del todo, significa que no deja espacio para la oposición democrática. Lo que hay no son opositores sino en el fondo enemigos a la causa popular, es decir enemigos públicos. Carl Schmitt en su obra el concepto de lo político desarrolla lo que entiende por enemigo: “Enemigo no es el competidor o el adversario en general. Enemigo no es siquiera el adversario privado que nos odia debido a sentimientos de antipatía. Enemigo es sólo un conjunto de hombres que combate, al menos virtualmente, o sea sobre una posibilidad real, y que se contrapone a otro agrupamiento humano del mismo género. Enemigo es sólo el enemigo público, puesto que todo lo que se refiere a semejante agrupamiento, y en particular a un pueblo íntegro, deviene por ello mismo público. El enemigo es el hostis, no el inimicus en sentido amplio”. 26
Llevado a sus últimas consecuencias el populismo desemboca en la división schmittiana amigo – enemigo, que dentro de un Estado no es otra cosa que la guerra civil. Petkoff no puede ser más explicito al respecto: “Chávez ha mantenido un discurso divisivo, agresivo e intolerante que durante una cierta época generó respuestas del mismo tenor por parte de algunos sectores de la oposición, y el país se polarizó y se dividió. El país vive una grande fractura psicológica. Aquí hay el estado anímico de las guerras civiles”27. Y Chávez no dice otra cosa: “Cuando hablo de revolución armada no estoy hablando de metáforas; armada es que tiene fusiles, tanques, aviones y miles de hombres listos para defenderla” 28. En más de una ocasión Chávez advirtió las consecuencias que provocarían su eliminación “No se les ocurra! No por mí, sino por lo que puede pasar en Venezuela”, haciendo clara referencia al asesinato del líder colombiano Jorge Eliecer Gaitán y al periodo de violentas protestas y desordenes que siguió, conocido en Colombia como el Bogotazo.
Populismo y desinstitucionalización
Terminamos nuestro análisis sobre las consecuencias que lleva el liderazgo populista con la espinosa cuestión de la institucionalización, lo que nos dará el pie para concluir, de forma algo especulativa, sobre las posibles formas de sucesión a Chávez y al chavismo. En el estudio que realizan sobre los fundamentos filosófico-políticos del decisionismo presidencial en la Argentina, Fabián Bosoer y Santiago Leiras explican en que un liderazgo personalista basado exclusivamente sobre la decisión y no la norma se encuentra prisionero de su propia lógica:
“La doctrina decisionista […] contiene en su núcleo las razones de su propia limitación, inherentes a su principio de legitimidad: es incapaz de institucionalizarse, al descansar en última instancia, en la figura del líder plebiscitario como única fuente de la decisión eficaz y garantía de la estabilidad política y económica. Encuentra de este modo, en los confines de su energía política, una y otra vez, las circunstancias en las cuales se produjo su ascenso. Es más; precisa recrearlas para mantener su base de sustentación argumental. En términos hobbesianos, fuera de este principio «acecha» permanentemente el estado de naturaleza.”29
Es a este problema que se expone Chávez. Su carisma y su liderazgo decisionalista lo impiden de algún modo institucionalizarse y aunque logre permanecer en el poder hasta el 2021 la cuestión de su sucesión será cada vez más angustiante para los sectores de la sociedad que lo apoyan. Chávez suele proclamar “para ser chavista hay que ser como yo”, y el desafió en los años que vienen consiste en evitar que “fuera de Chávez no hay chavismo”.
Conclusión
La intención de este trabajo ha sido el de mezclar rasgos sistemáticos, el populismo como lógica política, con características propias al líder Hugo Chávez, con el fin de echar luz sobre el escenario político venezolano de estos últimos años. En este sentido la metáfora maquiaveliana de la fortuna y la virtud es completamente apropiada. Tendemos a pensar que el surgimiento del populismo en Venezuela tenía algo de inevitable, lo que intentamos poner en evidencia por los aspectos teóricos de Laclau y el contexto socio económico y político de Venezuela. Sin embargo no quisimos disminuir el carácter central que Chávez juega en este proceso al ser un líder decisionalista y audaz, no cabe duda al respecto que el populismo venezolano habría revestido un rumbo diferente con la llegada al poder, por ejemplo, de Francisco Arias Cárdenas.
A modo de conclusión, y con la idea también de abrir nuevas líneas de investigación, nos proponemos esbozar cuatro escenarios posibles para el futuro de Venezuela que hemos clasificados por su nivel de “peligrosidad”. El primer escenario sería el de un agotamiento del propio régimen de Chávez. Como lo rescata Laclau al evocar la experiencia cartista en la Inglaterra del siglo XIX, basta con que los lazos equivalenciales se disgreguen, transformando las demandas populares en una pluralidad de demandas democráticas, para que el populismo pierda su raison d’être. Otra causa podría ser el aburrimiento del propio electorado chavista, sensación que puede ocurrir después de largos años en el poder. Después de todo incluso el propio De Gaulle, con todas sus credenciales y su estatura de hombre de Estado, terminó por aburrir. Este primer escenario nos parece, por lo menos en los próximos años, altamente improbable si se tiene en cuenta los niveles de pobreza imperantes en el país y el apoyo incondicional, que consagran los sectores humildes a Chávez. El segundo escenario sería el de una cubanización, entendiendo con este término la permanencia en el poder ad vitam eternam del líder máximo de la Revolución. No faltan los opositores, especialmente dentro de los rangos de las clases cómodas, quienes ven en Chávez un celoso discípulo del modelo cubano y temen con ver en Venezuela un paulatino proceso de pauperización. La permanencia de Chávez en el poder es bastante plausible viniendo de un líder que goza de amplios márgenes de popularidad y declaró “Gobernaré hasta que se me sequen los huesos”. Con respecto al proceso de pauperización a la cubana emitimos ciertas reservas. Venezuela produce petróleo, Cuba azúcar. El PIB por habitante es de hecho uno de los más elevados en Sudamérica, pero como lo dijimos la desigualdad entre pobres y ricos es todavía abismal. Veamos el tercer escenario, el que nos parece lo más probable de todos: una polarización del escenario político entre chavistas y anti chavistas tal como la hubo en la Argentina post 1955. Esto querría decir que el chavismo logre de algún modo a institucionalizarse, fuera de Chávez pero con referencia constante a su legado político. Finalmente no podemos omitir un cuarto escenario, el más desastroso de todos: el de una guerra civil provocada por una polarización de la sociedad exacerbada. Si bien un escenario a la Schmitt queda posible por la praxis populista chavista, a las antípodas del espíritu puntofijista, lo asociaríamos más un país como Bolivia en el que además de una confrontación ricos – pobres se agrega un componente racista, componente que no encontramos con la misma intensidad en Venezuela.
Post conclusión . Cisne Negro
El 5 de marzo de 2013, Muere Hugo Chávez en Caracas, Venezuela
Post conclusión . Cisne Negro
El 5 de marzo de 2013, Muere Hugo Chávez en Caracas, Venezuela
* Facultad de Ciencias Sociales – Carrera de Ciencia Política. (UBA)
Notas
1 ELLNER, Steve, “Venezuela imprevisible. Populismo radical y globalización”, Nueva Sociedad, Nº 160 (marzo – abril de 1999), Pág. 11
2 BALDIOLI, Alberto, “Neodecisionismo en América Latina: entre la apatía cívica y la participación política. Argentina y Brasil (1989-1992)”, Revista Debates Latinoamericanos, Nº1 (octubre de 2003), Pág. 2
3 SAVARINO, Franco, “Populismo: perspectivas europeas y latinoamericanas”, Espiral, vol. 13, Nº 37 (septiembre – diciembre de 2006), Pág. 81
4 MARCANO, Cristina / BARRERA TYSKA, Alberto, Hugo Chávez sin uniforme. Una historia personal, Debate, Pág. 33
5 Ídem, Pág. 48
6 Ídem, Pág. 361
7 Ídem, Pág. 63
8 COPPEDGE, Michael, Venezuela: democrática a pesar del presidencialismo en Las crisis del presidencialismo. El caso de Latinoamérica, Alianza Editorial, Pág. 336
9 Ídem, Pág. 338
10 Seminario Lideres y liderazgo político en América Latina, clase del 17/04, Universidad de Buenos Aires
11 GARRIDO, Alberto, “En Venezuela hay un despotismo absoluto”, véase en: http://newsgroups.derkeiler.com/Archive/Soc/soc.culture.venezuela/2006-03/msg00069.html
12 Ministro del Poder Popular Para Relaciones Exteriores, “Acto en homenaje al General Omar Torrijos”, véase en:
13 MARCANO… Op. Cit. Pág. 71
14 TORRES, Juan José, “El mandato revolucionario nº1”, véase en http://jjtorres.com/nucleo/index2.php?option=com_content&do_pdf=1&id=6
15 Ídem
16 MARCANO… Op. Cit. Pág. 72
17 PETRAS, James, “Salvador Allende and Hugo Chavez: Similarities and Differences on the National Road to Socialism”, veáse en http://petras.lahaine.org/articulo.php?p=1734&more=1&c=1
18 La Nación, “Yo soy peronista de verdad”, véase en: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=993340
19 PERON, Juan Domingo, Manual de conducción política, CS Ediciones, Pág. 195
20 CERESOLE, Norberto, Caudillo, Ejercito, Pueblo. La Venezuela del comandante Chávez, Al-Ándalus, Pág. 37
21 MAQUIAVELO, Nicolas, El príncipe, Agebe, Pág. 30
22 VON CLAUSEWITZ, Karl, De la guerra, Ediciones Libertador, Pág. 141
23 BOURDIEU, Pierre, “La delegación y el fetichismo político”, Actes de la recherche en Sciences Sociales, Nº 52-53 (junio de 1984), Pág. 159
24 Ídem, Pág. 164
25 CERESOLE… Op. Cit. Pág. 95
26 SCHMITT, Carl, El concepto de lo político, Madrid Alianza, Pág. 25
27 Documental “The Well-Oiled Revolution of Hugo Chavez”, véase en: http://www.youtube.com/watch?v=o2RQWpgEjBQ&feature=PlayList&p=
28 MARCANO… Op. Cit. Pág. 363
29 LEIRAS, Santiago / BOSOER, Fabián, Los fundamentos filosófico – políticos del decisionismo presidencial en la Argentina, Eudeba, Pág. 79
Bibliografía
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