11/09/2016

nada es como parece


DONDE LAS BUENAS PERSONAS HACENCOSAS MALAS

Es difícil encontrar a alguien, en esta región minera en la cadena montañosa de los Apalaches, que no tenga un familiar o amigo con problemas de drogas, sobre todo pastillas analgésicas que pueden obtenerse con receta médica.

Sin autopistas que comuniquen el condado con el mundo exterior, sin supermercados bien surtidos con fruta y verdura fresca, sin oportunidades para ganarse el sustento a menos que sea con subsidios públicos, este es un lugar aislado, el caso más extremo de un país —los Estados Unidos más blancos y rurales— que muere lentamente, y no sólo por sobredosis.
“Mañana tengo un funeral”, dijo Martin West, el sheriff del condado. “Un chico con algunos problemas”. En la entrada de las oficinas de sheriff, en Welch, había dos cajas con un cartel que invita a depositar de forma anónima botes de pastillas y jeringuillas para su destrucción.
West es, además de sheriff, pastor protestante. Como agente del orden, su misión es perseguir el crimen: nueve de cada diez casos que trata tienen que ver con la droga. Como predicador, debe consolar a las familias destruidas por una epidemia que ha contribuido a elevar la tasa de mortalidad entre los blancos de entre 45 y 54 años en todo EE UU. La esperanza de vida para los hombres en McDowell era en 2010 de 64 años, 18 menos que en el condado de Fairfax, a las afueras de Washington, a 560 kilómetros de allí.
En las calles de Welch y de otros pueblos a lo largo de la carretera 52 se veían escaparates tapiados; una escuela abandonada con un aula de música y, sobre el piano, la última partitura; un hotel en ruinas; viviendas en cuyo interior crece la vegetación. Eran restos del esplendor pasado, cuando el condado superaba los 100.000 habitantes. Los años en los que el carbón fue a Welch lo que el automóvil a Detroit: el combustible de la nación.

Hoy viven unas 18.000 personas en McDowell, y no hay ni concesionarios ni, desde que el pasado invierno cerró Wal-Mart, una gran superficie. Se atribuye a Wal-Mart y su política de precios bajos y oferta inacabable la destrucción del tejido de pequeños comercios —y, finalmente, la decadencia de los centros urbanos— en la América rural. La paradoja es que el cierre del Wal-Mart es un segundo golpe, quizá mayor, para McDowell. Porque obliga a sus habitantes a desplazarse hasta una hora, por carreteras de montaña, hasta los condados vecinos para hacer las compras.

“Tienda cerrada a las 19 horas. Jueves 27 de enero 2016”, se lee en una nota pegada en la puerta tapiada de Wal-Mart. Suena a certificado de defunción.
“No somos distintos de otras partes del mundo, salvo en un hecho: no tenemos una clase media”, dijo Harold McBride, presidente del condado de McDowell. Una vez emigrada a condados vecinos, argumenta McBride, ha dejado a McDowell sin el pegamento social necesario para recuperar la prosperidad.

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