El impuesto al carbono: otro cuento "verde". Un análisis desde la experiencia canadiense (y la posición de Donald Trump)
Autor | OETEC-ID
El discurso del fundamentalismo ambiental acerca de los nocivos efectos que el CO2 generaría sobre el clima y la salud de las personas, oculta que la principal y más importante de todas las catástrofes mundiales no deriva de los gases efecto invernadero -mucho menos del dióxido de carbono- sino del hambre, la pobreza y la exclusión provocadas por el neoliberalismo planetario. Mientras las naciones con menos emisiones de carbono son al mismo tiempo las menos desarrolladas y las más dependientes, por el contrario, las economías con mayores niveles de consumo energético -y liberación de gases de efecto invernadero- son las más pujantes, industrializadas, modernas y tecnológicamente avanzadas del mundo. Y no sólo eso, los países que mayores niveles de CO2 emiten son, paradójicamente, los que mejor calidad y expectativa de vida ofrecen a sus poblaciones. No obstante, el "cuento verde" a escala global -en el que las organizaciones ecologistas argentinas contribuyen con varios y extensos capítulos como el pedido de cancelación de la Central Térmica Río Turbio- pretende hacernos creer exactamente lo contrario: que consumir menos energía y emitir menores cantidades de dióxido de carbono serán eventos auspiciosos para las actuales y futuras generaciones. De allí, su continua promoción de las renovables eólica y solar con sus consecuentes desventajas en términos de suministro, tarifas encarecidas y abismales subsidios, además del continuo fracaso que estas fuentes tienen respecto al control de las emisiones que pretenden disminuir. En efecto, más que los incontrolables gases de efecto invernadero, lo que crece es el porcentaje de personas muertas por hipotermia o intoxicación con monóxido de carbono en todo el mundo. Ejemplo de ello son los más de 54 millones de pobres energéticos que contabiliza toda Europa. Y lo propio puede aplicarse al caso nacional, donde murieron veinte argentinos solamente en la provincia de Córdoba durante el último invierno. Como venimos advirtiendo desde diciembre, la Argentina de Macri camina en la misma dirección. El fundamentalismo ambiental, en poder del Ministerio de Ambiente, avanza contra la calidad de vida del pueblo argentino y el desmantelamiento de su aparato industrial. Tome nota el lector de lo aquí descripto, pues no pasará mucho tiempo más hasta que lea u oiga en algún medio de comunicación: "El gobierno lanza el impuesto al carbono".
Se suele vincular el dióxido de carbono a imágenes de chimeneas humeantes o ciudades cubiertas de smog. Pero este gas, supuesto enemigo de la humanidad, alimento estratégico de las plantas, es inodoro e incoloro. Una clara muestra de la tergiversación y falacia del fundamentalismo ambiental. No pasará mucho tiempo cuando el Ministerio de Ambiente lance el impuesto al carbono para la Argentina.
En nombre de la disminución de las emisiones de CO2, a los ambientalistas se les olvida el ser humano y las nefastas consecuencias que para la sociedad trae el no contar con un suministro estable, abundante y barato de energía. Por ello, bregan por la quita de subsidios y la fijación de impuestos al carbono en detrimento de la salud y el bienestar de millones de hombres y mujeres en todas partes del mundo. Sin embargo, iniciativas como estas no encuentra adhesiones entre las naciones más importantes del orbe, que siguen inaugurando centrales a carbón, contaminantes y demoníacas para el sensacionalismo ecologista, pero efectivas a la hora de tirar abajo el precio de la energía eléctrica. Tal la coyuntura de Alemania y China pero también de los Estados Unidos. En efecto, entre los puntos más importantes de la plataforma política de Donald Trump, se encuentra la continuación de proyectos para nuevas centrales carboníferas, además de la plena vigencia de las más de 600 centrales que ya están operando en territorio estadounidense.
A propósito de estas cuestiones, va traducido debajo un reciente artículo publicado por el periódico canadiense The Province en el que se analizan las contras de una fijación de gravámenes para el carbono en la Columbia Británica (Canadá), es decir, del establecimiento de una especie de "impuesto a la contaminación" aplicado a toda la cadena de producción, distribución y consumo de combustibles fósiles. Impuesto, por cierto, que ha sido rechazado por los electores de Washington durante las últimas elecciones en Estados Unidos. Se trata, en definitiva, de uno de los tantos ataques que el terrorismo ambiental ejerce sobre una forma abundante y barata de generar energía.
Y lo más importante de todo. El ejemplo canadiense ayuda a comprender la otra de las grandes arremetidas del ecologismo infantil contra una Argentina soberana, económicamente autosuficiente y socialmente justa: la cancelación de la única central a carbón que tenemos todos los argentinos en Río Turbio, provincia de Santa Cruz, hoy paralizada, en peligro de privatización y reconversión al gas natural (lo cual invalidaría la permanencia de la mina). Un caso más de la barbarie mercadista que entiende a la energía no como motor de desarrollo socioeconómico, federal e industrial sino como fenomenal herramienta de ajuste y exclusión.
"Los impuestos al carbono fracasan en todas partes, menos en la Columbia Británica"
"Olvídense del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) o del Acuerdo sobre la Madera Blanda entre Estados Unidos y Canadá. El primer convenio entre estos dos últimos países fue triturado en la era post-Obama, aunque esto no tuvo nada que ver con Donald Trump.
Efectivamente, fueron los votantes del estado de Washington quienes lo hicieron, poniéndole freno a un proyecto para gravar el carbono -tal como el que rige en Columbia Británica- a partir de un aplastante triunfo (59 por ciento contra al 41 por ciento) durante la noche de las elecciones.
Una vez más, el impuesto "líder mundial" sobre el carbono de Columbia Británica fue exhibido como lo que realmente es, una fantochada. Lo cierto es que tras ocho años de sucesivos impuestazos sobre el carbono, ninguna jurisdicción estadounidense decidió seguir el liderazgo que Columbia Británica tiene en la materia. Incluso, a pesar de que el Primer Ministro canadiense, Justin Trudeau, intenta forzar la fijación de precios sobre el carbono en todo el país, varias provincias lo están resistiendo legítimamente.
De esta manera, la derrota del impuesto al carbono en Washington termina por liquidar el acuerdo sobre el clima que dicho Estado había firmado con Columbia Británica en 2013. Y refuerza la ventaja competitiva de nuestros vecinos del sur (por Estados Unidos). Hace apenas tres años, la firma de ese acuerdo con Washington, Oregón y California fue anunciada con bombos y platillos por el ministro de Medio Ambiente de Canadá, quien aseguró que ya se encontraba en proceso un impuesto sobre el carbono en la costa oeste de América del Norte. Sin embargo, era sólo literatura.
Sucede que el imprudente requerimiento de Trudeau acerca de fijar un esquema nacional de impuestos sobre el carbono va a paralizar la economía canadiense. Al respecto, y por el contrario, la plataforma republicana es unívoca: "Nos oponemos a cualquier impuesto sobre el carbono". Y ahora que el Partido Republicano controla la Presidencia, el Senado y la Cámara, está claro que el impuestazo al carbono no regirá para Estados Unidos, por lo menos no en el corto y mediano plazo.
Hasta la campaña de Clinton sabía que era mejor contar con impuestos flotantes y no fijos para el carbono, tal como lo reveló WikiLeaks a través de la filtración de un correo electrónico del gerente de campaña de los demócratas, Robby Mook, que afirmaba: "Para ser claro: es letal en términos generales".
Los electores de Washington, el Partido Republicano y los asesores de Clinton tenían razón. Un impuesto sobre el carbono al estilo de la Columbia Británica no tiene ningún sentido. Y el pequeño secreto que esconde Columbia Británica es que las emisiones de CO2 han crecido desde el primer año de impuestos (2009) y se dispararán por los aires cuando la industria del GNL entre en funcionamiento.
Asimismo, cuando los gases de efecto invernadero cayeron en 2008, el entonces ministro de Medio Ambiente atribuyó dos tercios de esa caída a la recesión. En efecto, la causa de la disminución de CO2 no fue el impuesto sobre el carbono sino lo tambaleante de la economía.
En este sentido, cabe aclarar algo de suma importancia. Mientras Estados Unidos emite el 14% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero por año, China, que también se niega a gravar el carbono, produce el 24,5% anual. Sin embargo, Trudeau está poniendo en riesgo la economía y el empleo canadienses tratando de reducir el insignificante 1,6% de las emisiones mundiales producidas por Canadá.
A propósito, a principios de este año, una empresa quería construir una fundición de 300 millones de dólares cerca de Golden y crear 400 obras y 170 empleos permanentes. Sin embargo, la compañía decidió ubicarse en Washington porque los costos de energía eran mucho más baratos. De esta manera, la experiencia de Trudeau en materia de impuestos al carbono en Columbia Británica para 2021 y 2022, sólo exacerbará esa diferencia de costo. ¿Y los Estados Unidos de Donald Trump? Se beneficiarán, mientras nosotros moriremos innecesariamente de hambre. ¿Por qué?
Porque hasta que China y Estados Unidos tomen en serio la política de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, Trudeau debería cancelar su plan de impuestos al carbono. No seríamos los únicos. Francia abandonó la idea de gravarlo y Australia derogó su impuesto en 2014.
Sería mucho mejor desarrollar nuestra economía para poder invertir dinero en mitigar los efectos del Cambio Climático que castigarnos fingiendo poder frenar algo sobre lo que tenemos tan poco control".
Hasta aquí el ejemplo canadiense.
Conclusiones
El impuesto al carbono actúa como una forma de impuesto a la contaminación en el que se aplica una tarifa adicional por la cantidad de gases emitidos. Las administraciones que lo disponen, fijan un precio por tonelada de carbono y éste se traslada después en impuestos a la electricidad, el gas natural y el petróleo. Asimismo, dicho gravamen está basado en el principio económico de las externalidades negativas, es decir, aquellos costos o beneficios generados por la producción de algún bien o servicio que no están considerados en el precio de mercado. En efecto, y según el cuento del eco-terrorismo, cuando las empresas o las personas consumen combustibles fósiles, generan una contaminación que tiene un costo para la sociedad que debe ser pagado. En otras palabras, se trata del discurso del hombre como lobo del hombre que actúa contaminando en perjuicio de los demás.
Con todo, y volviendo al plano local, es en este marco global que se encuadran iniciativas como la paralización y posible privatización del Yacimiento Carbonífero Río Turbio; igual para la única central a carbón, que podría pasarse a gas natural y de esa manera matar dos pájaros de un tiro.
Mientras que la Argentina libera en un año lo que China en una semana y Alemania
-meca de las renovables- se da el lujo de inaugurar en diciembre pasado una central a carbón de 1.800 MW (7 centrales y media como la de Río Turbio), el macrismo insiste con la mortífera contaminación que produciría una central que produce unos 240 MW.
Es que detrás del "cambio climático", y en nombre de la disminución de gases efecto invernadero, se esconde la destrucción del aparato productivo e industrial y del mercado interno que podrían expandirse de existir una fuente energética confiable, abundante y barata, como el carbón. Y todo esto, dejando en la calle y sin sustento a más de 3.000 familias y 40.000 habitantes que se beneficiarían del desarrollo de esta actividad.
Otro ejemplo más de la barbarie mercadista a la que sólo le interesa una Argentina apéndice, atrasada y dependiente en pos de la bonanza de unas pocas provincias pampeanas, y en la que únicamente se concibe a la energía como fenomenal herramienta de ajuste y exclusión en detrimento del desarrollo productivo e industrial del país y del bienestar de los 42 millones de compatriotas.
No pasará mucho tiempo cuando el Ministerio de Ambiente lance el impuesto al carbono para la Argentina. Empezó la cuenta regresiva.
Bibliografia
Enlace a nota original
OETEC (23/11/2016) Río Turbio, el Plan RenovAr chino y la hipocresía "verde" http://oetec.org/nota.php?id=2201&area=1
OETEC (17/11/2016) La Argentina en la COP-22: confirmado el ajuste por vía medioambiental http://www.oetec.org/nota.php?id=2194&area=1
OETEC ((13/07/2016) Alto consumo energético per cápita: ¿Malo o bueno? http://www.oetec.org/nota.php?id=1922&area=1
OETEC (5/10/2016) ¿Greenpeace y el fundamentalismo ambiental podrán cancelar Río Turbio? http://www.oetec.org/nota.php?id=2113&area=25
The Province (13/11/2016) Jordan Bateman: Carbon taxes are falling everywhere - except in B.C. http://theprovince.com/opinion/columnists/jordan-bateman-carbon-taxes-are-falling-everywhere-except-in-b-c
Links
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