#L6Nrajoyespera que @psoe, extremistas bolivarianos, ETA, Gibraltar,TV, patriotas, prensa y Manolo el del bombo hagan olvidar la Gürtel pic.twitter.com/ZRt0xw1zp3— AsilVestraO#NoTTiP (@Lolo_Sev) 15 de octubre de 2016
En los últimos tiempos, como síntoma y causa de las transformaciones políticas que se viven en España, ha comenzado a circular en el lenguaje político la expresión “construir un pueblo”. Pero ¿qué significa? ¿Por qué habría que construir un pueblo, no toda sociedad supone uno? ¿No es algo que ya está ahí?
Quizá un modo de mostrar qué significa sea con ejemplos históricos y también viendo como día a día formamos parte de la construcción de un pueblo.
La película Un franco, catorce pesetas muestra el choque vital que para Martín y su familia significa la vuelta a España tras seis años trabajando en Suiza. Esa diferencia de costumbres que experimentan es sobre todo una diferencia de prioridades: a su hijo Pablo, acostumbrado al colegio público suizo, los curas del caro colegio privado al que ahora acude le pegan porque es zurdo; los niños del barrio juegan tirándole piedras a los perros callejeros, lo cual seguramente Pablo ha hecho de pequeño antes de emigrar, pero ahora le salta a la vista y siente extrañamiento.
Dice Isaiah Berlin que las ideas no son apósitos, abalorios que nos visten por fuera, sino que nos constituyen, encarnan en nosotros y nos permiten ver y sentir unas cosas y no otras del mundo. Como a Pablo con los perros de su calle.
Mis abuelos eran italianos pero no hablaban “italiano”. Uno hablaba un dialecto siciliano, el otro un dialecto calabrés. Los recuerdo hablando entre sí… en castellano o, mejor, en un castellano trufado de acentos y palabras italianas, eso que en Argentina se llamaba el “cocoliche”. Ese italiano que no podían hablar ni compartir era ya el anticipo de su emigración, del lugar que su país les había reservado: cualquiera menos en la península.
Una historia nunca es personal. Ni la de la familia de Martín, ni la de mis abuelos. Son historias políticas. Claro que no son sólo eso. Pero sí lo es su matriz, que habla de qué pueblo construye cada país históricamente.
Las sufragistas construyeron en cada uno de sus países un pueblo nuevo. Y no porque consiguieran que las mujeres entraran en el universo jurídico de los votantes, sino porque contribuyeron a desarrollar una manera de ver y entender a las mujeres como iguales a los hombres. Otro tanto ocurrió y ocurre con las luchas obreras, multiculturales, medioambientales o antiautoritarias. Reconstituyen el pueblo, incluso antes de cristalizar como ley, porque modifican la autopercepción de los actores, la autoimagen de aquello a lo que pueden aspirar, entre lo cual se encuentra un trato igual a la hora de plantear sus demandas y hacer oír su voz. Lo hicieron las revoluciones burguesas, el mayo francés, las luchas por los derechos civiles y el anticolonialismo de los ’60, la primavera de Praga, Solidaridad en Polonia y los movimientos nacional-populares latinoamericanos, entre otros muchos. Pero no sólo construyen pueblo los grandes movimientos populares en los momentos históricos, sino también las pugnas cotidianas que a menudo pasan por no políticas, porque su apariencia es individual y su lugar supuestamente privado: desde los cambios en las relaciones medio-paciente hasta las objeciones al lenguaje racista o sexista, pasando por los derechos de la infancia y la lucha contra la violencia machista. También las rutinas institucionales e institucionalizadas construyen un pueblo cotidianamente.
Construir un pueblo nuevo, por tanto, no consiste en formar una alianza política o social nueva, ni en difundir un relato meramente “cultural” o “estético”, ni en ampliar el caudal electoral de un partido: es conformar una nueva sensibilidad social que sea el criterio compartido de lo aceptable y lo inaceptable para la vida comunitaria.
“Construir pueblo” no es algo elegible. No es un fin específico de una ideología o de una forma de gobierno en particular, sino algo constitutivo de la vida comunitaria, de la política. En todo caso, algunos actores explicitan esa construcción y otros la disimulan, a fin de naturalizar la que están edificando o reproduciendo. Quienes sostienen, como hacía Margaret Thatcher, que la sociedad no existe, sino sólo los individuos, también construyen un pueblo. Una comunidad, en este caso, de individuos egoístas que buscarán cada uno su beneficio privado.
El pueblo hay que construirlo porque no es una realidad dada, natural, ni como población, ni como personas jurídicas. No es un concepto sociológico ni jurídico. Es político, porque tiene que ver con cómo la sociedad se piensa a sí misma, qué cosas prioriza, cuida, valora, protege, ayuda, resuelve. Y por eso nunca está del todo constituido, sino en lucha permanente.
Ahora que el PSOE está haciendo lo indecible para suavizar su decisión de permitir un nuevo gobierno del PP, la sociedad comienza a conocer los detalles del caso Gürtel. El presidente de la gestora socialista aduce que esa información ya se conocía, que no agrega nada nuevo. Y que por consiguiente la opción menos mala sigue siendo evitar unas terceras elecciones que reforzarían al PP y permitirle gobernar ahora con menos fuerza.
Pero, si ya se conocía la corrupción del PP ¿por qué derrocaron al Secretario General defensor del “no” tajante al PP? Suponiendo que el preferir un PP débil a uno fuerte incluye el preferir al PSOE al PP ¿no tendrían que haber apoyado a Sánchez para intentar un gobierno alternativo? Salvo, claro está, que la gestora entienda que la escala de prioridades de un partido progresista y democrático pueda ser así: 1) evitar la posibilidad de que la ciudadanía desempate en unas elecciones generales; 2) evitar gobernar con fuerzas progresistas y nacionalistas; y, sólo en último lugar, 3) evitar el gobierno de un partido corrupto y neoliberal.
La decisión del PSOE construye un pueblo. Lo hace colocando como criterio ético-político para la vida en comunidad que, en nombre de la democracia y del progresismo, unas terceras elecciones o intentar un gobierno alternativo son opciones peores que el gobierno de un partido que, según el presidente de la gestora socialista, embolsa dinero de todos y manipula recursos públicos para beneficio privado de sus miembros. ¿De verdad siguen los dirigentes del PSOE buscando explicaciones a la crisis de su partido?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario