7/16/2016

la dimensión desconocida


Con la AFA quebrada, los dirigentes tratan de exprimir a los interesados en los derechos de televisación. El plan recaudador para vender que cambia todo cuando en realidad todo sigue igual.

Para muchos medios argentinos, la creación de la Superliga es un hecho histórico o, aún más, hasta se escuchó decir que es un cambio revolucionario. Sin embargo, hoy por hoy, parece más un ejercicio de gatopardismoque un verdadero cambio en las estructuras corrompidas del fútbol argentino.

¿Por qué semejante afirmación? Porque dentro de un mes, el viernes 19 de agosto, con viento a favor y buena voluntad, es probable que empiece este nuevo torneo que, de nuevo, tendrá sólo el nombre. Serán los mismos organizadores, los mismos dirigentes, los mismos clubes quebrados, los mismos entrenadores, los mismos jugadores, los mismos espectadores, las mismas restricciones de asistencia para los espectadores visitantes, el mismo marco de violencia, los mismos estadios con estructuras vetustas y nulas comodidades y los mismos campos de juego destruidos.

¿Hay alguna diferencia con aquella frase que Falconeri le dijo a su tío Fabrizio en la novela El Gatopardo, preocupado por el final de la supremacía aristocrática? La recordamos por si alguien no la tiene presente: “Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi” (“Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”).

Pero más allá de las cavilaciones, lo concreto es que una Asamblea Extraordinaria de AFA, con escasa representatividad ya que todos los niveles dirigenciales están en discusión, aprobó por 70 votos a favor y uno en contra la creación de esta Superliga que se disputará entre agosto de este año y mayo de 2017 y cuyo sostén financiero todavía está en duda, ya que no se sabe si será solventada por el Gobierno nacional (supuestamente pagaría 2.500 millones de pesos) o por la empresa estadounidense Turner (que habría acercado una oferta de 3.600 millones para hacerse cargo del asunto).

En lo deportivo, digamos que el torneo será anual, de 30 equipos, y que además del campeón y las respectivas clasificaciones para las copas Libertadores y Sudamericana, decantará en cuatro descensos a la B Nacional (con dos ascensos) para llegar, en el término de cinco años, al formato tradicional de 20 participantes.

Líneas arriba se señaló que el torneo empezaría en agosto con viento a favor y buena voluntad. Y se abre cierto margen de duda ya que desde Zurich se hizo saber que el paso dado por los asambleístas será revisado por la intervención de la AFA que se decidió desde la FIFA (se usa el eufemismo de Comisión Normalizadora) y que está a punto de desembarcar para conducir, al menos por un año, la reformulación de los estatutos internos y para verificar los despropósitos económicos que llevaron a la quiebra al negocio vulgarmente conocido bajo el nombre de “fútbol argentino”.

Los puntos cuestionados desde la FIFA son la reelección indefinida de quien será el próximo presidente de la Superliga, la cesión de los derechos televisivos de la AFA a la Superliga por un tiempo indeterminado y la conformación de un Tribunal de Disciplina unipersonal dependiente del presidente de la Superliga.

LA TRAMA SECRETA. ¿Alguien entiende cómo fue que se llegó a esta situación? La repuesta es sencilla: la voluntad del presidente Mauricio Macri de terminar con Fútbol para Todos sin pagar el precio político de dar de baja el programa que le permite a los argentinos ver fútbol gratis. Es decir, la delgada línea roja entre la política y los intereses de los aliados al Gobierno.

Para Cambiemos hay dos cuestiones que son infumables. Por un lado está la erogación que debe hacer el Estado para sostener el fútbol. Consideran que ese dinero debería disponerse para otras cuestiones, como si existiera alguna posibilidad siquiera remota de que, por ejemplo, esos 2.500 millones dejaran de ir a las arcas de los clubes para usarse, por ejemplo, en la construcción de escuelas u hospitales o para pagarles mejores salarios a los docentes, médicos y enfermeras. Nada es automático en la vida, y mucho menos lo es en la política. Todos sabemos que esto no ocurrirá y que esos 2.500 millones –de no ir al fútbol– se desviarían, como lo hacía el kirchnerismo antes de 2009 cuando nació Fútbol para Todos, hacia los medios de comunicación para anunciar obras, campañas o logros del Gobierno.

Por otra parte, si hay algo que también se sabe, es que Cambiemos no llegó al Gobierno para confrontar con los poderes concentrados de la comunicación y de la economía. Parte de su respaldo preelectoral consideraba como una de las cuestiones centrales que el Gobierno se debía retirar de Fútbol para Todospara dejar ese negocio en manos de privados. El Grupo Clarín, vaya novedad, era el principal interesado en que esto ocurriera.

Sin embargo, más allá de la voluntad negociadora de Cambiemos con los viejos dueños del negocio fútbol, hubo una variable que no se supo ver o que no se pudo manejar: la ambición de los dirigentes del fútbol, quienes, siempre necesitados de dinero fresco, hicieron suya la máxima que dice “a río revuelto ganancia de pescadores” y salieron al mercado con varias cañas y hasta un par de medio mundo para capturar a las mejores presas.

Clarín y sus socios esperaban que la cosa fluyera y que, ocurrido en el semestre anterior, se extendiera en el tiempo. Es decir, obtener los derechos para transmitir a Boca y River y los otros grandes por poca plata y lentamente ir apoderándose del negocio. Pero así como nada será igual en la Argentina después del kirchnerismo (en todos los sentidos), tampoco lo será para el fútbol después de la intervención del Estado.

Los dirigentes, en estos seis años, probaron la sangre (el Estado les dio mucha más plata de la que pagaba Clarín) y, encima, ya no está entre nosotros Julio Grondona, el único capaz de disciplinar a la tropa dirigencial en caso de conflictos de intereses, tal como ocurre en este caso.

El escenario se estancó con dirigentes sedientos, con un Gobierno incapaz de atender y entender las necesidades de los clubes, con los actores económicos amigos que querían recuperar los derechos del fútbol y, para colmo, con otros protagonistas dispuestos a poner mucho dinero para quedarse con el próspero negocio que está por renacer. Ergo, mal que le pese, Cambiemos finalmente defraudó por default a sus viejos socios y, seguramente, de acá a poco, pagará las consecuencias de semejante desplante. Ya sabemos que el Grupo Clarín no es precisamente benevolente con aquellos que no cumplen con lo acordado. Sin ir más lejos, no llamó la atención que en medio de esta puja por el fútbol, hace un par de días, desde el matutino porteño y sus portales, se difundiera la existencia de una reunión secreta entre el presidente Macri y el titular de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, en medio del conflicto por las subas de tarifas. A eso, en términos futboleros, se le llama marcar la cancha.

La cuestión es que en medio de todo este tire y afloje, habrá una reunión en la Casa de Gobierno entre gente de AFA (Hugo Moyano, Daniel Angelici, Claudio Tapia y Pablo Toviggino) con el secretario general de la Presidencia, Fernando de Andreis, y el empresario Fernando Marín (responsable de Fútbol para Todos) en donde se le hará saber al Gobierno que poseen una propuesta por la compra de los derechos televisivos por parte de Turner por 3.600 millones de pesos, es decir 1.100 más de los ofrecidos por el Gobierno.

¿Qué pasará? ¿Cambiemos se animará a romper con el Grupo Clarín? ¿Macri levantará el teléfono para hablar con el CEO de la empresa, Héctor Magnetto? ¿Acaso el Gobierno equiparará esa oferta para quedarse con los derechos, ganar tiempo y así no enojar a sus aliados?

Todo puede pasar en la Argentina. Todo se puede dar en la dimensión desconocida del fútbol. Lo único que está claro es que el final de esta novela todavía no está escrito.

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