6/06/2016

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Para subirse a un ring generan una autoconfianza y una seguridad a prueba de raciocinio. Ellos siempre pueden ganar, siempre hay una excusa en la derrota, no hay un reto imposible. Si no tuvieran esa coraza kamikaze, no podrían afrontar la idea de encerrarse entre 16 cuerdas para jugarse la vida.Por esa razón, un boxeador nunca se retira arriba del todo. Siempre cree que sus puños tienen una pelea más, siempre hay una bolsa más que ganar. Si Muhammad Ali se hubiera retirado el 15 de septiembre de 1978, tras ganar la revancha a Leon Spinks y recuperar por tercera vez en título mundial de los pesos pesados, su legado hubiera sido inmaculado. Pero un púgil nunca resiste la tentación de su orgullo. Por eso, dos años después Ali volvía a los rings para sufrir un durísimo castigo contra Larry Holmes y, a pesar de ello, a los 39 años y 328 días, todavía habría una última pelea, de la que tratan estas líneas, contra Trevor Berbick.

Ningún estado norteamericano permitía a Muhammad Ali pelear en 1981. Su precaria salud hacía que nadie quisiera arriesgarse a ser cómplice de una desgracia. Sin embargo, un extraño hombre de negocios de Bahamas, con buenas conexiones en la Nación del Islam, consiguió montar una velada en la que Ali recibiría 1,1 millones de dólares por pelear contra el jamaicano Trevor Berbick, un joven musculoso sin un ápice de talento que estaba rankeado cuarto del mundo.La velada era un auténtico desastre y estaba llena de sombras. Don King, el promotor y mafioso que ya por entonces dominaba el boxeo mundial, era el apoderado de Berbick, pero no le dejaron meter el hocico. Contaba King, aunque todo lo que dice es sospechoso de ser mentira, que cuando fue a reunirse con Berbick para decirle que no peleara contra Ali porque él tenía algo mejor para su carrera, cinco tipos entraron en su habitación de hotel y le pegaron una paliza. Uno de ellos, decía, era James Cornelius, el promotor de 'Drama in Bahama', que así se llamó el último acto de Ali.

Valga como referente del desastre que era aquello, que al final de cada asalto sonó un cencerro, que es lo que se pudo improvisar cuando se dieron cuenta de que a nadie se le había ocurrido llevar una campana.En los días previos al combate, Ali repetía rutina con cada periodista que se le acercaba: les hacía trucos de magia. Como para demostrar que sus manos seguían siendo más rápidas que la vista, hacía jueguitos y luego explicaba el truco. "El Islam no permite la magia. Por eso te tengo que contar cuál es el truco", decía. Pero si sus manos eran rápidas para la prestidigitación, su voz era calma, lenta, angustiosamente trabada. La BBC acababa de cancelar la emisión de una entrevista ya grabada porque a Ali no se le entendía. El Bocazas de Louisville, el tipo con la lengua más larga de la tierra, era un anciano prematuro cuando abría la boca. La prueba está en la rueda de prensa anterior al combate. Miren este vídeo desde el minuto 28.
Ali padece una evidente lentitud al hablar, como una señorona demasiado cargada de bótox o como si el frío le hubiera aterido los gestos. A pesar de que se sometió a exámenes en varias universidades norteamericanas y los pasó, una investigación de 'Sports Illustrated' demostraría que Ali padecía evidentes síntomas de degeneración neuronal y cardiaca. En 1976, el doctor Ferdie Pacheco, que había acompañado a Ali toda su carrera, era despedido por el boxeador cuando le dijo que debía dejar de pelear. "Cuando uno lleva tantos años en esto, ve venir un daño irreparable", decía Pacheco.Sin embargo, el doctor Demopoulos, que examinó a Ali antes del combate con Berbick por recomendación de su amigo Clint Eastwood, achacó todo a la profunda depresión que sufría el púgil.

El tiempo demostró que no era verdad. En 1983 se hacía oficial que 'The Greatest' sufría el mal de Parkinson. Esa noche en Bahamas peleó con los primeros síntomas bien claros.Para cualquier fan de Ali, ver la pelea contra Berbick es descorazonador.Su cara al subir al ring es la de un hombre muerto, la de alguien que sabe que no debería estar ahí. No escucha, parece que no está. Muestra esa sensación de aislamiento del mundo que hoy, con su salud destrozada, podemos verle cada vez que aperece en público.Con el batín atado por encima de la panza y un michelín asomándole por encima del calzón, da 107 kilos en la báscula, más que en toda su carrera. En los días anteriores, apenas puede correr un kilómetro y una limusina se lo tiene que llevar de vuelta al hotel cuando, acompañado de dos periodistas ingleses, se muestra visiblemente fatigado tras sólo aguantar unos metros de carrera.En el combate,

Ali da la cara ante Berbick. Los tres primeros asaltos aguanta el tirón, pero después se le ve agotado. Se va a la esquina tambaleándose de cansancio tras cada ring y su golpe de efecto, cuando en el octavo asalto se pone a bailar, demuestra que su lentitud es dolorosamente palpable. Berbick, un 'tronco' sin talento, le gana la pelea a los puntos sin problemas.
Tras el veredicto de los jueces, Berbick se acerca a Ali: "¡Te quiero, tío! ¡Dios te bendiga! ¡Voy a ser campeón del mundo para ti!", grita. Después declararía que intentó acabar la pelea pronto, pero al no caer Ali había decidido llegar al final sin causarle mucho daño a su rival. 'The Greatest' se iba del boxeo haciendo sentir lástima a un rival indigno de su grandeza.Sobre el mismo ring, en una entrevista televisiva que apenas se oye porque el tono de Ali es bajo y lastimero, como el de un abuelo antes de dormirse la siesta. deja entrever que se acabó. Al día siguiente, un 12 de diciembre de 1981, daba el adiós definitivo. "Mi boxeo se ha ido. No lo hice mal para ser un viejo. Me voy siendo guapo, sin un rasguño. Se acabó".

Han pasado 30 años y Ali ha visto morir a muchos de sus rivales: a Ron Lyle, a 'Ringo' Bonavena, a Floyd Patterson, a Joe Frazier. Incluso al propio Berbick, que en 2006 fue asesinado a golpes, con una barra de hierro, por su propio sobrino, cegado de ira por una disputa de unas tierras. Pero quizá hoy, si alguien le hace ver que se cumplen 30 años desde que se bajó de un ring, Muhammad Ali, el deportista más importante de la historia, vuelva a pensar que se equivocó peleando aquel día, que su mujer, su entrenador Angelo Dundee y sus padres, que le decían que no lo hiciera, tenían razón. Que su mundo de temblores y dolor sería un poquito mejor si no se hubiera expuesto a esa última ración innecesaria de golpes. Que aquel día de 1981 no debió boxear contra la muerte.




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