“El ejecutivo del Estado moderno no es otra cosa que un comité de administración de los negocios de la burguesía” -Karl Marx
A medida que iban ingresando a la reunión de Gabinete, los ministros charlaban en un tono ameno y tranquilo. La mayoría se conoce, comparte valores, un lenguaje similar y una serie de códigos y complicidades que les permite entender sus propias bromas. Mientras el Presidente sonreía, entraron el ex CEO de Shell, el ex JP Morgan, la ex CEO de General Motors y el ex vicepresidente de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA). Entre abrazos y palmadas, el Primer Mandatario les gritaba a los rezagados. A paso veloz, y aplaudidos por el resto, hacían su ingreso el ex CEO de LAN y el creador de Farmacity. La última en golpear la puerta cuando la reunión estaba por comenzar fue la ex gerenta de IBM y Telecom.
El epígrafe que abre esta nota pareciera calzarle justo a la escena imaginada en las líneas precedentes. Se sabe -bibliotecas enteras de debates marxistas y posmarxistas lo atestiguan-, que las cosas parecen ser muchísimo más complejas. En ese contexto, los datos aportados recientemente por el centro de estudios CIFRA, de la CTA, acerca de que el 70% de los altos funcionarios (ministros, secretarios y subsecretarios) de la gestión macrista provienen del sector privado no dejan de tener su impacto en la mirada de cualquier observador.
¿Y entonces? ¿Es el Gobierno que asumió el 10 de diciembre representante de una “nueva derecha”, portadora de “algo más” que la imagen que nos trae la frase decimonónica de Marx? ¿O es, sin más, una gestión que ya desde el elenco marca que de “nuevo” tiene poco? ¿Hay que entenderlo como un Estado “atendido por sus propios dueños”, como parte de una derecha clásica? ¿O corresponde complejizar la mirada?
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