10/03/2013

sobre estadísticas propias y ajenas: la experiencia francesa

Ahora que está muy de moda el buenazo del Napia , leemos a Mario Rapoport en "Una revisión histórica de la inflación argentina y de sus causas"

El mundo desarrollado se rige por principios diferentes a los que creemos en la Argentina, aunque en muchos casos padece los mismos problemas. La cuestión viene a cuento de varios artículos u opiniones que se publicaron casi simultáneamente con el estallido de la crisis en Francia. En uno de ellos, del prestigioso diario Le Monde, referido a nuestro país, publicado en agosto de 2008, se decía que la manipulación de las cifras de inflación suscitaba la desconfianza de los inversores extranjeros y que ciertos analistas evocaban un posible default en las deudas pendientes, a pesar del crecimiento “a la China” que se había registrado en los últimos años.

La paja se ve mejor en el ojo ajeno. Francia, por mencionar ese país y no otros de igual o mayor nivel de desarrollo en Europa o en el mundo, padece una recesión provocada por el efecto negativo simultáneo de la crisis de las subprime y el aumento de los precios de los alimentos y del petróleo. A lo que se agrega un proceso inflacionario que hace recordar las épocas de estanflación de los años setenta.

En el segundo trimestre de 2008 la actividad económica del país galo comenzó a estancarse o retroceder. Y no sólo se detuvo el crecimiento: también subió la tasa de desempleo por primera vez desde el 2003. La Banca Europea, siempre dura en sus posiciones en defensa del euro (que comenzó a disminuir su cotización con respecto al dólar) se dio cuenta muy tarde que una recesión puede ser peor que la inflación.

Sin embargo, este escenario negativo no se termina aquí. Varios analistas están aún más preocupados porque no confían en las propias estadísticas que brinda un organismo tan respetable como el Institut National de la Statistique et des Études Économiques (INSEE), colega galo de nuestro cuestionado INDEC. Si resulta verdad que esas estadísticas no se corresponden con la realidad en términos no sólo de precios, sino de empleo o de crecimiento, estamos frente a un mal que pareciera tener aires criollos. 

Se plantea incluso la cuestión de que el problema no es reciente sino que tiene ya varios años de existencia (es decir de índices equivocados o truchos), sobreestimando el poder de compra de los franceses. Al igual que aquí, allí se dice que la experiencia que viven los consumidores frente a los estantes de los supermercados es más fiable que las encuestas mensuales del INSEE. Una cuestión que preocupa son los distintos niveles de consumidores, lo que lleva a proponer la confección de índices “personalizados” o, dicho más apropiadamente, por grupos de ingresos.

Algunas consultoras privadas, que también existen, confeccionan en forma separada, índices propios que ponen en tela de juicio los indicadores oficiales. Algo que para nosotros se parece a un déjà vu, para recordar una expresión propiamente francesa.

El caso de las estadísticas de empleo resulta aún más grave, cuando se advirtió que los resultados de la encuesta del 2006 no validaban los discursos gubernamentales con respecto a una baja de la desocupación. Hubo que volver a rehacer todos los cálculos y diferir nueve meses los resultados de la encuesta procediendo a modificaciones metodológicas, en especial sobre la definición de desempleo. Los nuevos cálculos aún reflejaban una mejora en los niveles de ocupación para aquel año, pero la duda sobre los procedimientos empleados quedó pendiente. Lo mismo ocurrió con las previsiones de crecimiento para 2008, que se estima será el 1,6% en lugar del 2 al 2,5% que había calculado el gobierno en la ley de finanzas de 2008 en función de datos del mismo organismo.

Para peor, ese crecimiento correspondería a un efecto de arrastre del 2007 e involucraría sólo el primer trimestre, estimándose un aumento casi nulo del PIB para los tres últimos trimestres. Inflación en alza, devaluación de la moneda, débil crecimiento y, todavía, estadísticas dudosas. Y aún así se desconfía de la Argentina señalando la existencia de un escenario parecido: desaceleración del crecimiento, aumento del riesgo país, proceso inflacionario e indicadores no fiables. La diferencia entre uno y otro país parece ser que uno es normalmente deudor y el otro acreedor y que este último puede cometer los errores del primero teniendo el derecho a crítica.

Volviendo al tema estrictamente estadístico, nadie puede discutir la necesidad de que una información veraz no es sólo útil para analizar el estado de salud de una economía sino también para poder aplicar políticas económicas más adecuadas con el propósito de salir de una crisis o, en una situación favorable, mejorar los índices de crecimiento, los niveles de empleo o el poder de compra de la población.

Pero, en realidad, como señala el gran matemático Oskar Morgenstern, “las estadísticas económicas y sociales se basan con frecuencia en (….) mentiras deliberadas de varios tipos”. Aun los Estados Unidos no están exentos de esta dolencia. Según el mismo autor el presupuesto de algunas agencias gubernamentales, como la CIA, alcanza grandes magnitudes pero está oculto en una multitud de otras cuentas del presupuesto federal, impidiendo conocer así su valor e invalidando la veracidad de esos números. Los índices de precios y rubros básicos han sido también muchas veces cuestionados, como en estos días lo está siendo el cálculo de la tasa de crecimiento del PIB.

Un ejemplo histórico, recuerda Morgenstern, es el del venerable Banco de Inglaterra, que publicó durante años estadísticas deliberadamente erróneas respecto a sus reservas de oro, poniendo parte de ellas bajo el rubro “otros activos”. Esto lo hace concluir: “Si gobiernos respetables falsifican la información con propósitos políticos, si el Banco de Inglaterra miente y oculta o falsifica los datos, entonces ¿cómo puede esperarse que operadores menores en el mundo de las finanzas sean siempre
sinceros?”

Y aquí podemos ver la “ligereza” con que se mueven las famosas calificadoras del “riesgo país. Sus verdaderos dictámenes sobre la salud económica de títulos y acciones gubernamentales han fracasado numerosas veces en el pasado como para ser creíbles. Así exaltaron los títulos o valores de Corea del Sur o México antes de sus dos formidables crisis en 1997 y 1995. ¿Por qué no mentir si los gobiernos mienten, sobre todo cuando estas opiniones están ligadas a especulaciones financieras ocultas detrás del escenario?

La Argentina no es entonces una excepción en el mundo, pero se debe conocer lo que ocurre más allá de sus fronteras. Si esto no disculpa ninguna política gubernamental, nos pone los pies sobre la tierra...

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