Leemos en Embajada Abierta
por Guillermo Makin (*).
La propuesta de reforma judicial ha hecho aflorar una serie de
términos políticos cuyo significado y origen histórico difiere bastante
del uso común. Lo que se alega es democrático, como la división de los
poderes, resulta no serlo en su origen. Además hay tradiciones
constitucionales como la británica que han democratizado mucho más el
papel del poder judicial al no permitirle declarar la
inconstitucionalidad de las leyes. Y no ha sobrevenido ni una tiranía ni
ha fenecido el estado de derecho.
En el debate de la reforma es frecuente oír entre sus críticos que
atenta contra la independencia del Poder Judicial. Por el lado de los
que proponen la reforma se legitima los proyectos sosteniendo que están
dirigidos a democratizar.
Tanto los críticos de la reforma judicial como los que abogan por
ella dan por sentado que todo juez o toda Corte Suprema puede declarar
la inconstitucionalidad de una ley sancionada por un congreso electo, a
propuesta de un Ejecutivo también electo por amplia mayoría, ambos para
gobernar en cumplimiento de un programa electoral, o, si se quiere, de
un relato clara y legítimamente aprobado por el electorado.
Pero resulta que la separación de los poderes, la independencia del
poder judicial y el recurso de la inconstitucionalidad tienen orígenes
históricos distintos y hay un manifiesto deseo de impedir gobierne la
mayoria. Es posible sostener que son instituciones concebidas por
razones no democráticas. Es preciso hacer un poco de historia y un poco
de política comparada para entenderlo.
Historia: la constitución de los EEUU
La historia de la separación de los poderes, que se desarrolla en la
Constitución de los EEUU, sancionada por el Congreso de Filadelfia en
1787 que eligió unánimemente a George Washington para que lo presidiera.
Montesquieu es el primero en acuñar el término separación de los
poderes al conceptualizar erróneamente la constitución británica donde
solo hay separación entre el Ejecutivo y el Judicial. No hay separación
entre el Ejecutivo y el Legislativo que es solo uno, unido, o
“abrochado”, como dice el autor de “La Constitución Inglesa”, Walter
Bagehot, por el gabinete de ministros que tiene mayoría en el
Parlamento.
La guerra de independencia de los EEUU había radicalizado a la
población de los estados y George Washington, terrateniente esclavista,
estaba inquieto como los demás congresistas por las rebeliones
especialmente en Virginia. Washington propone y logran acordarlo por
unanimidad también, que el Congreso de Filadelfia delibere en secreto.
¿Porqué? Según argumenta Frederick Munro Watkins, profesor de Ciencia
Politica de la Universidad de Yale en los años 40, 50 y 60, el Congreso
de Filadelfia deseaba contrarrestar “la capacidad de las mayorías
populares de controlar el gobierno central” y fue por ello que “…el
gobierno de las mayorías fue limitado por el principio de la separación
de los poderes.”
Debido al secreto de las deliberaciones del Congreso de Filadelfia no
hay actas. Solo se conoce lo discutido por infidencias parciales pero
mayormente por “El Federalista”, publicado en forma serializada en 1787 y
1788, escrito por James Madison, Alexander Hamilton y John Jay. Los dos
primeros son vistos como los redactores de la Constitución que aprobó
el Congreso de Filadelfia.
Del Federalista emana patente el temor de los congresistas,
predominantemente terratenientes aristocráticos y sus abogados, a un
poder central demasiado poderoso surgido de la mayoría a la que se
refieren reiteradamente en términos peyorativos, la ven como “the
majority faction”.
A fin de evitar la influencia de “la mayoría facciosa” complejizan la
división de los poderes distribuyendo las funciones de un gobierno
entre un ejecutivo y el legislativo. Además le otorgan al poder judicial
la capacidad de declarar la inconstitucionalidad de cualquier ley
aprobada por el ejecutivo y el legislativo. Culmina el edificio
institucional dirigido a impedir el control de la mayoría la rigidez que
dificulta la reforma constitucional, sostienen Watkins y sus seguidores
en la literatura sobre la Constitución de los EEUU.
Puede concluirse entonces que la división de los poderes no es en su
origen una institución democrática. Fue creada para evitar que la
mayoría controle las distintas funciones de cualquier gobierno. Al
copiar mansamente Alberdi la constitución de los EEUU ha hecho a nuestro
país usuario de un concepto constitucional anti-democrático en su
origen histórico.
Política comparada: la constitución británica
Hay tres democracias, el Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda cuya
estructura constitucional proviene de otro origen histórico: en el Reino
Unido el parlamento luchó con la monarquía para lograr el control
político e impositivo. De ahí surge lo que se conoce como la doctrina de
la “supremacía del parlamento”. Una vez derrotada la monarquía en el
siglo XVII los líderes parlamentarios, aun antes de establecerse el
sufragio universal entre 1832 y 1886, no vieron razón para perder parte
de su poder a manos judiciales.
Según A. V. Dicey la doctrina de la supremacía parlamentaria es la
característica dominante de las instituciones políticas británicas. Un
parlamento puede anular cualquier ley o aprobar cualquier ley, aun las
constitucionales y los tribunales no tienen autoridad para juzgar la
constitucionalidad o validez de una ley. Lo que sanciona el soberano con
el parlamento es ley, sin más.
Es decir un juez o un conjunto más enaltecido de los mismos
funcionando como corte suprema no debía pretender cambiar o congelar lo
decidido por el parlamento.
En 1871 un fallo famoso, Lee v. Bude & Torrington Junction
Railway Co (1871) se arguyó: “¿vamos a actuar como regentes sobre lo
hecho por el Parlamento, los Lores y los Comunes con el consentimiento
de la Reina? Niego que exista tal autoridad. Si una ley es aprobada
indebidamente por un Parlamento solo el legislativo puede anularla. Una
ley mientras exista como tal debe ser obedecida…[las] leyes aprobadas
por el Parlamento constituyen la ley. No somos los jueces quienes
podemos constituirnos en un tribunal de apelaciones de lo decidido por
el Parlamento”.
Durante 600 años la corte suprema británica funcionó como una
comisión especial de la Camara de los Lores. La nueva Corte suprema,
separada de la Camara de los Lores, funciona independientemente desde
2009 pero, según informa en su sitio en el internet la Corte Suprema del
Reino Unido no puede contradecir lo decidido por el Parlamento. Su
papel es de interpretación de la ley, no su formulación.
La disposición constitucional de 1911, “Parliament Act” que determina
la supremacía de los Comunes dentro del Parlamento, relega a los Lores
al papel de una cámara que solo puede revisar pero no detener ninguna
ley presupuestaria o programática aprobada por los Comunes, acentúa el
carácter democrático de la constitución británica, entendiendo por tal
el control del poder por los electos por la mayoría del electorado.
Ningún juez u órgano judicial puede anular legislación.
En la tradición constitucional británica no se teme a las mayorías,
todo gobierno que elijan puede hacer y deshacer todo, desde una ley
anterior hasta las disposiciones constitucionales. Por caso durante la
guerra de 1939-45 las libertades civiles fueron abolidas sin chistar y
restauradas al terminar la guerra.
Otra característica del sistema constitucional británico que refuerza
el control por la mayoría electa por la ciudadanía es la facilidad de
la reforma constitución. El proceso es el mismo de una ley ordinaria. No
se teme al electorado ni se le ponen trabas.
La constitución británica, que está escrita pero no está codificada,
en una serie de leyes que datan de 1215 permite además por confiar en el
electorado y por tener mecanismos que permiten llamar a elecciones
rápidamente en caso de crisis política, no pone reparo alguno a la
re-elección. Si el electorado elige, también sabrá reemplazar.
Según Juan Linz la estructura parlamentaria permite gobernar más
eficientemente. Un primer ministro no puede argumentar, prosigue Linz,
como puede hacerse en un sistema presidencialista que no se pudo lograr
que el legislativo aprobara la legislación que proponía. Según R. M.
Punnett los gobiernos británicos logran aprobar desde 1945 el 84% de lo
que proponen al parlamento, un porcentaje que pondría verde de envidia a
cualquier presidente como le hizo notar Clinton a Blair al asistir a
una reunión de gabinete. Sería aventurado argumentar que en el Reino
Unido o en Australia o Nueva Zelanda no hay democracia.
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