5/25/2013

balance de la década: hay gobierno

Leemos a Julio Burdman en Analytica:

El 25 de mayo se cumplen diez años de gobierno kirchnerista, y se estilan los balances. "Década ganada", "década perdida", "década atropellada", son los slogans en pugna. La realidad no es tan simple como para agotarse en una frasesita, y menos cuando se trata de evaluar una gestión de más de 3.600 días de duración. Pasaron muchas cosas en este período, y necesariamente hubo errores y aciertos.

En primer lugar, lo obvio: fue una década, y aún quedan más de dos años por delante. Nada menos. Es el período de estabilidad política más prolongado desde 1930. Esto es, definitivamente, algo bueno. La ingobernabilidad fue la maldición política de los últimos 85 años de historia argentina. Desde "la hora de la espada" del General Uriburu -cuyo nombre, incomprensiblemente, aún homenajeamos a través del puente que une a la Capital con Lanús-, todos los gobiernos constitucionales fueron derribados, salvo el de Carlos Menem, y ni siquiera las dictaduras militares fueron estables -a diferencia de lo que sucedió en Brasil y Chile, donde sí lo fueron. Tanto Menem como los Kirchner jugaron duro y fortalecieron la Presidencia, lo que les valió la acusación de hiperpresidencialismo y disciplinamiento del federalismo. Y esto, por más cierto que sea, no puede separarse de la historia: fue parte de la fórmula que encontraron para mantenerse en el poder.

Fue también, el del kirchnerismo -sobre todo, en su primer gobierno -, un período de importante crecimiento económico, tras el colapso de 2001. En el marco de un contexto internacional favorable, se empujó la actividad económica a partir de políticas de demanda. Y aunque hay una controversia sobre las cifras oficiales, y una deuda social aún pendiente, es innegable que hubo una fuerte mejora de sus indicadores de desempleo y pobreza. 

La defensa del salario y el empleo, la ampliación de la cobertura de las jubilaciones, la implementación a gran escala de políticas sociales de transferencia de ingresos y, en general, un fuerte crecimiento del gasto público social en relación al PBI, marcaron la década K. Se aumentó el presupuesto educativo, hubo un compromiso reformista con la distribución del ingreso y, también, con la ampliación de derechos, ya que además de apoyar la nulidad de las leyes de perdón y los reclamos de las organizaciones de víctimas del terrorismo de Estado, impulsó el matrimonio igualitario, y combatió la represión y otras formas de violencia institucional.

El sector público quedó más grande de lo que estaba, ya que a la expansión de los servicios sociales hay que sumar la nacionalización de empresas, como Aguas, Aerolíneas, YPF y las AFJP. La expropiación de REPSOL generó una gran expectativa y, también, nuevas incertidumbres. Pero una estrategia audaz de renegociación de la deuda –para muchos, lo mejor del kirchnerismo, junto con la modernización de la AFIP y la ANSES- alivianó las espaldas de un Estado quebrado.

Hubo, también, un cambio en el modelo de inserción internacional. Se dejó atrás el alineamiento con Washington y adoptamos una fuerte alianza con Brasil y con la integración suramericana que se expresa a nivel regional y en los foros mundiales. Al gobierno nacional no le tembló el pulso con las medidas proteccionistas, toda vez que las juzgó necesarias. Es malvinero y buscó reubicar en el mapa al Atlántico Sur con proyección antártica. Con luces y sombras, la administración kirchnerista se impregnó de un espíritu de defensa del interés nacional.

Fue una década de intensa acción política. El problema con los gobiernos de larga duración es que asumen compromisos que luego tienen problemas para cambiar. Aún los más realistas, como el kirchnerismo, se convierten en idealistas. Fue así como el gobierno quedó empantanado en su guerra contra el Grupo Clarín –una que, probablemente, nunca podrá ganar- y en el paradigma del desendeudamiento, que hoy nos está generando serias dificultades para financiarnos y derivó en una batalla contra el dólar que, esta también, no la tiene nada fácil.

Pasaron diez años y muchas cosas quedaron pendientes. A la Argentina le faltan un plan general de seguridad, una política anticorrupción, inversión energética y una estrategia nacional de transporte público. Se han sobrerregulado e intervenido algunas actividades económicas, como la agropecuaria y la petrolera, y se ha hecho muy poco en otras igualmente importantes, como la minería o la pesca.

Probablemente, el aspecto más flojo del kirchnerismo es que no terminó de desplegar el desarrollismo anunciado en 2003. Hay un programa kirchnerista, con visiones sobre la primacía política, el consumo, los derechos; hay hasta una geopolítica del Sur. Pero no termina de explicar, el kirchnerismo, cómo hará la Argentina para generar riqueza y convertirse, de una vez por todas, en un país desarrollado. 

Más allá del ordenamiento territorial, falta aún el diseño estratégico para generar una infraestructura, privilegiar determinadas industrias, incentivar la inversión y el empresariado nacional, visualizar polos de desarrollo, y todo eso que se necesita para vivir el país deseado. Tal vez, ese plan requiere no una, sino varias décadas, y un acuerdo de la dirigencia para bajarlo a tierra. Mientras tanto, lo que muestra este modesto balance, es que durante diez años la Argentina tuvo un gobierno. Y eso, para nosotros, es muchísimo.

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