3/24/2013

balada para piva




Hace 41 años asesinaron a mi viejo, José Raúl Piva
Puedo decir con certeza que mi viejo era un buen tipo.

Alicia Graciela Piva

Puedo decir con certeza que mi viejo era un buen tipo. Lo acredita la gente con quien me encuentro en la calle y me habla de su espíritu solidario, de su solidez intelectual, de sus valores, de la integridad con que compatibilizaba lo que pensaba y su comportamiento en la vida, de la claridad con que se expresaba y el coraje con que afrontaba la lucha por sus ideales –era un peronista de los que casi se han extinguido- y la defensa de sus compañeros ferroviarios, a los que ayudaba sin preguntar su ideología y sin pedir favores a cambio.

Andaba siempre sin un peso: ni bien cobraba el sueldo se lo daba a mi madre que, además de aportar a la casa con su propio trabajo de pantalonera y camisera, era la que administraba. Era ella la que le compraba los cartones de cigarrillos y le tiraba unos mangos para la nafta de un viejo Buick, primero, y luego de un Gordini. El viejo no necesitaba más que eso. Trabajaba ocho horas en las oficinas del Ferrocarril y luego hacía política, sobre todo gremial, desde la Unión Ferroviaria (UF).

Redactaba las cartas para quienes solicitaban algo, hablaba con los jefes si le hacían un reclamo, se instalaba a las 4 de la mañana en la puerta de los Talleres en los días de paro, instando a sus compañeros a adherirse y en las asambleas del gremio fundamentaba con contundencia -según me contaron algunos ferroviarios que no eran “de su mismo palo”-.

Fue despedido y reincorporado, perseguido por la Policía y ayudado por algún comisario amigo que le avisaba si lo iban a buscar. Defendió con uñas y dientes –y con mucho fundamento- un intento de traslado de las Oficinas de la calle Sarmiento y Newbery a Buenos Aires, que hubiera dejado en la calle a 300 familias y, de haber estado vivo, hubiera puesto la cara y el cuerpo cuando los neoliberales, con la complicidad de muchos dirigentes ferroviarios, arrasaron con todo.

Se ganó el respeto de propios y ajenos. Por enero del ´72, en una noche calurosa, tocaron el timbre en casa como a la una y media de la mañana. Venían a tentarlo con una valija llena de billetes y un departamento en Buenos Aires para que se pasara de lista. Los sacó carpiendo.

Pero el que tiene conducta y va de la mano de la honestidad, también cosecha enemigos. Durante algunos años hizo relevos como jerárquico sin tener nombramiento, hasta que a principios de marzo del ‘72 le llegó la efectividad como Jefe de Oficina 4a. Esta situación significó que dejara de pertenecer al gremio por el que tanto había luchado. Sin embargo, no lo alejó de sus principios en defensa de los trabajadores ferroviarios.

Días después, el 19, había elecciones internas en la Unión Ferroviaria y los dirigentes de su lista, conociendo su ascendencia sobre la gente de toda la línea del San Martín, le pidieron que les diera una mano. El 18 de marzo viajaron a Junín Lorenzo Pepe, el Dr. Corona, abogado de la UF y otro dirigente de apellido Cortés. “Los ayudo, pero después vamos a hablar de algunas cosas que no me gustan”, les dijo mi viejo.

Pepe le contó que había recibido una llamada en la que le dijeron “alguien va a quedar de panza al sol”, que mi viejo minimizó. “Perro que ladra no muerde” fue el refrán que usó. El 18 de marzo llegaron a media tarde, fueron a una entrevista en Radio Junín y luego se encaminaron a pie por Yrigoyen y su continuación, Alsina, hacia el canal de televisión local –lo que hoy es canal 10-. Mi viejo no quería ir. “Estoy hecho un croto . . . con alpargatas. Vayan ustedes, yo me voy a hacer el asado”, les dijo. Pero Pepe insistía en que su presencia era fundamental, que no podía faltar.

Cuando doblaron por Belgrano frenó bruscamente un auto del que bajaron cinco personas, algunas con armas de mano. Los rodearon. Uno de ellos gritó: “¡Correte Pepe que esto no es para vos!” y lo golpearon en la frente provocándole un corte. A mi viejo le dispararon a quemarropa con una pistola 22 en el corazón. Pepe y los demás que habían venido de afuera huyeron. Sólo quedaron Eduardo Frutos –a quien mi viejo entregó las llaves de casa y del auto- y uno o dos compañeros de Junín.

Algunos vecinos que pasaban lo subieron en el auto de un hombre solidario que no reparó en las manchas que la sangre dejó en su tapizado: el Dr. Fernando Vénere. Al hospital llegó muerto.

Los “compañeros” que le habían pedido ayuda para la campaña y que lo vieron caer no fueron ni al velatorio. No se ocuparon en ese momento trágico, ni nunca, de preguntarnos a mi madre, a mi hermana y a mí si necesitábamos algo. Sólo vinieron al tiempo a declarar a tribunales (tampoco recibimos su visita) y años después ¡a hacerle homenajes!

El verdadero homenaje se lo hace la gente que lo recuerda con cariño y, sobre todo, con respeto. Había nacido en Rivadavia -Estación América- el 19 de abril de 1924. Lo asesinaron el 18 de marzo de 1972, a los 47 años. Se llamaba José Raúl Piva. Le decían “El Gringo”.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Gracias Artemio por mostrarnos esta poesia hermosa de un heroe popular .
Nunca menos y un abrazo en este dia
Horacio Santiago

Blackant dijo...

La canción de Narvaja es por el?

Artemio López dijo...

si!